Sección: Rusia, URSS, Centenario Revolución SoviéticaTítulo: La Izquierda Comunista en Rusia- Enlace 1 Texto del artículo:
(Recibido de un foro de CR)
La Izquierda Comunista en Rusia (1ª Parte) Cuando se habla de la oposición
revolucionaria a la degeneración de la Revolución Rusa o a la de la Internacional
Comunista, se suele entender, por lo general, que se hace referencia a la Oposición
de Izquierda dirigida por Trosky y otros líderes bolcheviques. Es más, la crítica
totalmente inadecuada de ambas -hecha con mucho retraso por aquéllos que jugaron un
papel activo en esa degeneración- es considerada como el principio y el fin de toda
oposición, tanto dentro de Rusia como de la Internacional. Sin embargo, la crítica
mucho más profunda y consecuente llevada a cabo por los “Comunistas de Izquierda”
bastante antes de formarse la Oposición de Izquierdas en 1923, o es ignorada o se
describe como los delirios de lunáticos sectarios alejados de la “realidad”. Esta
deformación del pasado es simplemente una expresión de la amplia influencia de la
contrarrevolución que se impuso tras años de lucha revolucionaria que concluyeron en
los años veinte. Esta manipulación de la realidad va a servir siempre a los
intereses de la contrarrevolución capitalista para ocultar o deformar la historia y
las tradiciones genuinamente revolucionarias de la clase obrera y sus minorías
comunistas. La burguesía intenta de esta forma oscurecer la naturaleza histórica
del proletariado, de la clase destinada a llevar a la humanidad al reino de la
libertad.
Contra esta deformación del pasado los revolucionarios deben afirmar y examinar
las luchas históricas del proletariado, no por el interés propio de los
recopiladores de la historia sino porque la experiencia pasada de la clase
proletaria forma parte, con sus actividades presentes y futuras, de una cadena
sin solución de continuidad y porque únicamente comprendiendo el pasado se puede
comprender el presente y aproximar el futuro. Pretendemos que este trabajo, sobre
la Izquierda Comunista en Rusia, ayude a arrancar un capítulo importante de la
historia del movimiento comunista de las deformaciones con las que ha sido
narrada por la historiografía burguesa, ya sea ésta académica o izquierdista.
Pero sobre todo, esperamos que ayude a aclarar algunas de las lecciones de las
luchas, derrotas y victorias de la Izquierda Rusa, lecciones que tienen un papel
vital en la reconstitución del movimiento comunista del presente.
“En Rusia, el problema sólo podía ser planteado. No podía ser resuelto en Rusia”.
Rosa Luxemburgo: “Crítica de la Revolución Rusa”.
Durante la contrarrevolución que inundó el mundo, tras de los años
revolucionarios de 1917-23, creció un mito alrededor del Bolchevismo. Lo describía
como un producto específico del “atraso” ruso y de la barbarie asiática. Los
sobrevivientes de las Izquierdas Comunistas alemana y holandesa, profundamente
desmoralizados por la degeneración de la Internacional y la muerte de la
Revolución rusa, mantuvieron una posición semi-menchevique que afirmaba que el
desarrollo burgués en Rusia en los años 20 y 30 era inevitable, ya que Rusia
estaba inmadura para el comunismo; al tiempo que definían el bolchevismo como una
ideología de la “inteligencia” la cual buscaba solamente la modernización
capitalista de Rusia y había llevado a cabo una revolución “burguesa” o
“capitalista de Estado” apoyándose en un proletariado inmaduro y ocupando el lugar
que le correspondía a una burguesía impotente.
Toda esa teoría era la revisión total del carácter genuinamente proletario de la
Revolución rusa y del bolchevismo, y la muestra de cómo muchos comunistas de
izquierda repudiaron su propia participación en el drama heroico que había
comenzado en octubre de 1917. Pero como todos los mitos, éste contenía un grano de
verdad. El movimiento obrero, aunque fue fundamentalmente un producto de las
condiciones internacionales, contenía también rasgos específicos derivados de las
particularidades nacionales e históricas. Hoy, por ejemplo, no es casual que el
movimiento comunista que renace sea más fuerte en los países de Europa occidental
y más débil, casi inexistente, en los países del bloque oriental. Esto es producto
de la manera específica en que se han desarrollado los hechos históricos de los
últimos cincuenta años y, en particular, de la manera en que la contrarrevolución
capitalista se ha organizado en diferentes países. De forma similar, cuando
examinamos el movimiento
revolucionario en Rusia, antes y después de la insurrección de Octubre, aunque la
esencia de ese movimiento únicamente se puede comprender en el contexto del
movimiento obrero internacional, observamos que algunos de sus aciertos y
debilidades pueden explicarse si se los relaciona con las particulares condiciones
existentes en aquel periodo en Rusia.
En muchos casos, las debilidades del movimiento revolucionario ruso eran
simplemente la otra cara de lo que fue su fuerza. La capacidad del proletariado
ruso de orientarse muy rápidamente hacia una solución revolucionaria de sus
problemas estaba determinada en gran parte por la naturaleza del régimen zarista.
Autoritario, decrépito, incapaz de erigir “amortiguadores” estables contra la
amenaza proletaria el sistema zarista logró que cualquier intento de defenderse
que hiciese el proletariado acabara enfrentándole inmediatamente a las fuerzas
represivas del Estado. Al proletariado ruso, joven pero altamente concentrado y
combativo, no le fue nunca dado el tiempo ni el espacio político como para
desarrollar en su seno una mentalidad reformista que le hubiera llevado a
identificar la defensa de sus intereses materiales inmediatos con la sobrevivencia
de su “patria”. Al proletariado ruso le era también más fácil rechazar de plano
cualquier identificación con el esfuerzo de
guerra zarista después de la barbarie de 1914 y ver, en la destrucción del aparato
político zarista, la condición previa a su propio avance en 1917. A grandes rasgos,
y sin intentar aquí establecer una conexión demasiado mecánica entre el
proletariado ruso y sus minorías revolucionarias, estos elementos de fuerza del
proletariado ruso fueron uno de los factores que permitieron a los bolcheviques
ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario mundial tanto en 1914 como en
1917, con su clamorosa denuncia contra la guerra y afirmando, sin compromisos, la
necesidad de destruir la máquina del Estado burgués.
Pero, como ya hemos dicho, estos puntos fuertes tenían también sus debilidades y
la inmadurez de este proletariado, su falta de tradiciones organizativas, la
brutalidad con la que fue empujado a una situación revolucionaria,… fue dejando
importantes lagunas en el arsenal teórico de sus minorías revolucionarias. Es
significativo, por ejemplo, que las críticas más apropiadas y profundas a las
prácticas reformistas de la social democracia y de los sindicatos, empiezan a ser
elaboradas precisamente donde esas prácticas estaban más arraigadas: en países
como Holanda y Alemania. Fue allí, en vez de en Rusia donde el proletariado
luchaba todavía por derechos parlamentarios y sindicales, donde el peligro de los
hábitos reformistas fue comprendido, desde el primer momento, por los
revolucionarios. Por ejemplo, los trabajos de Anton Pannekoek y del grupo holandés
Tribune, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, contribuyeron a
preparar el terreno para la ruptura
radical de los revolucionarios alemanes y holandeses con las viejas tácticas
reformistas, después de la guerra. Lo mismo hay que decir de la Fracción
abstencionista de Bordiga en Italia. Por el contrario, los bolcheviques jamás
comprendieron realmente que el período de las “tácticas” reformistas había acabado
para siempre con la entrada del capitalismo en su periodo de agonía, en 1914; los
bolcheviques nunca comprendieron plenamente todas las implicaciones que para la
estrategia revolucionaria quedaban abiertas con la nueva época. Los conflictos
sobre tácticas sindicalistas y parlamentarias que desgarraron a la Internacional
Comunista después de 1920 se debieron, en gran parte, a la incapacidad del Partido
ruso de comprender a fondo las necesidades del nuevo periodo. Sin embargo, esa
incapacidad no estaba totalmente circunscrita al liderazgo bolchevique: se
reflejaba también en el hecho de que las críticas del sindicalismo, del
parlamentarismo, del sustitucionismo y de
los otros rezagos socialdemócratas hechas por la Izquierda comunista rusa, nunca
tuvieron el mismo nivel de claridad que las holandesas, alemanas e italianas.
Debemos matizar esta observación comprendiendo el contexto internacional de la
revolución. Las debilidades teóricas del Partido bolchevique no eran definitivas,
debido precisamente a que se trataba de un partido proletario genuino, abierto por
lo tanto a los nuevos desarrollos y comprensiones surgidas de una lucha
proletaria en su fase ascendente. Si la revolución de Octubre se hubiese extendido
internacionalmente, estas debilidades se hubieran podido superar. Si las
deformaciones socialdemócratas del bolchevismo acabaron por cristalizarse y
convertirse en un obstáculo fundamental al movimiento revolucionario fue debido a
que la revolución mundial cayó en un reflujo y el bastión proletario de Rusia
acabó paralizado por su aislamiento. La rápida caída de la Internacional Comunista
en el oportunismo se debió en gran parte a la influencia del Partido ruso
dominante y entre otras cosas fue el resultado de los intentos bolcheviques de
buscar un equilibrio entre las
necesidades de sobrevivir del Estado soviético y los intereses internacionales de
la revolución. Este esfuerzo se hizo tanto más contradictorio cuanto más retrocedía
la ola revolucionaria; el intento fue abandonado finalmente al triunfar el
“socialismo en un solo país”, que significó la muerte de la Internacional Comunista
y coronó la victoria de la contrarrevolución en Rusia.
Si el tremendo aislamiento del bastión ruso fue lo que en última instancia impidió
al Partido Bolchevique superar sus errores iniciales, también obstaculizó el
desarrollo teórico de las fracciones de la Izquierda Comunista que se separaron
del Partido ruso en degeneración. La Izquierda rusa, aislada de las discusiones y
de los debates que aun mantenían las fracciones de Izquierda en Europa y sometida
a la represión implacable de un Estado cada vez más totalitario, tendía a hacer
una crítica formal de la contrarrevolución rusa y rara vez llegó a discernir las
raíces profundas de la degeneración. La absoluta novedad y la rapidez que
acompañaron a la experiencia rusa iban a dejar a una generación entera de
revolucionarios en una confusión total sobre lo que allí había pasado. Fue en las
décadas de los 30 y 40 cuando, entre las Fracciones comunistas que habían
sobrevivido a la degeneración, empieza a aparecer un enfoque coherente de lo
ocurrido. Pero a esa comprensión
llegaron sobre todo los revolucionarios de Europa y de América; la Izquierda rusa
estaba demasiado metida y apegada a la totalidad de aquella experiencia como para
elaborar un análisis global y sobre todo objetivo del fenómeno.
Por tanto, no podemos sino coincidir con el análisis que de la Izquierda comunista
han hecho los camaradas de Internationalism:
“La contribución que ha perdurado de estos pequeños grupos que trataban de
comprender la nueva situación, no ha sido la de captar en su totalidad el
proceso del capitalismo de Estado desde sus comienzos, ni tampoco la de presentar
un programa totalmente coherente con el que relanzar la revolución. No, su
contribución radica en que dieron la alarma, en que estuvieron entre los primeros
que, proféticamente, denunciaron el establecimiento de un régimen de capitalismo
de Estado. Su legado al movimiento obrero está en haber dejado la prueba política
de que el proletariado ruso no sucumbió en silencio.” (J. Allen: “Una contribución
a la cuestión del capitalismo de Estado” en Internationalism, n° 6).
¿QUÉ ES LA IZQUIERDA COMUNISTA?
Las ideas que presentan a los bolcheviques como a los partidarios del capitalismo
de Estado y de la dictadura del Partido, y a los comunistas de Izquierda como a
los verdaderos defensores del poder obrero y de la transformación comunista de la
sociedad, aceptan que hay un abismo infranqueable ente los dos. Estas ideas son
un aspecto más del mito sobre el bolchevismo “atrasado” y “burgués”. Semejante
concepción tiene un atractivo especial para los consejistas y libertarios que
desean identificarse solamente con lo que les gusta del movimiento obrero y
desechan las experiencias reales de la clase cuando descubren sus defectos. En la
realidad existe sin embargo una continuidad entre lo que era el bolchevismo en sus
orígenes y lo que eran los comunistas de Izquierda en los años 20 y después. Los
propios bolcheviques habían estado en la extrema izquierda del movimiento
socialdemócrata anterior a la Gran Guerra, debido especialmente a su firme defensa
de la coherencia en
materia de organización y a su defensa de la necesidad de un partido
revolucionario, libre de todas las tendencias reformistas y confusionistas del
movimiento obrero hasta entonces[1].
Su posición en la guerra de 1914-18 (y sobre todo la posición de Lenin y de
quienes la defendían en el seno del partido) fue la más radical de todas las
posiciones anti-bélicas del movimiento socialista: “transformar la guerra
imperialista en guerra civil”. Su llamada a la destrucción del Estado burgués en
1917, hizo de los bolcheviques el centro reagrupador de las minorías
revolucionarias más intransigentes del mundo. Los “Radicales de Izquierda” en
Alemania, en torno a los cuales se constituyó el núcleo del Partido Obrero
Comunista de Alemania (KAPD) en 1920, se inspiraron directamente en el ejemplo de
los bolcheviques, especialmente cuando éstos llamaban a la creación de un nuevo
partido revolucionario, en total oposición a los social-patriotas del Partido
Socialista de Alemania (SPD)[2]. De alguna manera, los Bolcheviques y la
Internacional Comunista (fundada en buena medida por iniciativa suya)
representaban la “Izquierda” y acabaron siendo el movimiento
comunista. El comunismo de Izquierda surgió orgánicamente del movimiento comunista
inicial, dirigido por los bolcheviques y la I.C.; aunque hay que entender su
surgimiento como resultado de su reacción contra la degeneración y el abandono, por
parte de esa vanguardia, de lo que defendió en sus orígenes.
Esto aparece claro cuando examinamos los orígenes de la Izquierda comunista en
Rusia. Todas las fracciones de Izquierda rusas provienen del Partido Bolchevique.
Esto es prueba en sí del carácter proletario del bolchevismo. Una expresión viva
de la clase obrera, de la única clase que puede hacer una crítica despiadada y
continua de su propia práctica, el Partido bolchevique engendró continuamente
fracciones revolucionarias. En cada etapa de su degeneración, se alzaron en su
seno voces de protesta; grupos que se formaban dentro del Partido o rompían con él
para denunciar las traiciones contra el programa original del Bolchevismo. Sólo
cuando el Partido fue finalmente enterrado por sus sepulteros estalinistas, estas
fracciones dejaron de surgir de él. Los comunistas de Izquierda rusos eran todos
bolcheviques; fueron ellos los que defendieron la continuidad con aquel
bolchevismo de los heroicos años de la revolución; mientras que quienes les
calumniaron, persiguieron y
ejecutaron, sin importarles lo prestigioso que fueran sus nombres, eran los que
rompieron con la esencia del verdadero bolchevismo.
LA IZQUIERDA COMUNISTA DURANTE LOS AÑOS HEROICOS DE LA REVOLUCIÓN: 1918-21
a) Los primeros meses
El Partido Bolchevique fue en realidad el primero de los partidos del movimiento
obrero constituidos tras la Guerra que produjeron una “izquierda”. Esto se debe
precisamente a que fue el primer Partido que dirigió una insurrección victoriosa
contra el Estado burgués. La concepción que existía en el movimiento obrero de
entonces era la de que el papel del partido era organizar la toma del poder para
asumir el timón del gobierno en el nuevo “Estado proletario”. De acuerdo con esta
concepción, estaba claro que el carácter proletario del Estado estaba asegurado
porque Éste estaba en manos de un Partido proletario que trataría de llevar a la
clase obrera al socialismo. El carácter fundamentalmente erróneo de esta doble o
triple sustitución (partido-Estado; Estado-clase; partido-clase) quedará desvelado
en los años que siguieron a la revolución. El trágico destino de los bolcheviques
fue ese precisamente: poner en práctica los errores teóricos del movimiento obrero
en su
conjunto y demostrar, con esa experiencia negativa, la falsedad absoluta de las
concepciones mencionadas. Toda la vergüenza y las traiciones relacionadas con el
Bolchevismo derivan del hecho de que la revolución nació y murió en Rusia y de que
el Partido Bolchevique, al identificarse con el Estado que acabaría siendo el
agente interno de la contrarrevolución, se transformó él mismo en el organizador de
la muerte de la revolución.
Si la revolución hubiese estallado y degenerado en Alemania, y no en Rusia, es
posible que los nombres de R. Luxemburgo y de K. Liebknecht causaran ahora las
mismas reacciones ambiguas o equívocas que suscitan Lenin, Trotsky, Bujarin y
Zinóviev. Se debe en última instancia a la gran epopeya que emprendieron los
Bolcheviques el que los revolucionarios de hoy puedan decir sin titubeos que la
tarea del Partido no es tomar el poder en nombre de la clase y que los intereses
de la clase no son idénticos a los del Estado surgido de la revolución. Es
también totalmente cierto que para que los revolucionarios puedan afirmar esas
verdades, tan aparentemente sencillas, han sido necesarios muchos años de dolorosa
reflexión autocrítica.
El Partido Bolchevique empezó a degenerar desde el momento en que “se hizo cargo”
del Estado soviético, en Octubre 1917. No fue de golpe, ni tampoco una caída
ininterrumpida. Mientras la revolución mundial seguía al orden del día, la
degeneración no era irreversible. Pese a todo, el proceso general de degeneración
comenzó inmediatamente. Mientras el Partido fue capaz de actuar libremente, como
la fracción más resuelta de la clase, lo fue también de señalar la manera de
profundizar y de extender la lucha de clases; pero la toma del poder por los
Bolcheviques frenó cada vez más su capacidad para identificarse con y participar
en la lucha de clase del proletariado. En adelante, las necesidades del Estado
iban a prevalecer sobre las necesidades de la clase; y aunque esta dicotomía
estaba al principio escondida por la intensidad misma de la lucha revolucionaria
era, no obstante, la expresión de una contradicción intrínseca y fundamental entre
la naturaleza del estado y la
naturaleza del proletariado: las necesidades de un estado son esencialmente las de
conservar la sociedad tal como está, conteniendo la lucha de clases dentro de una
situación que se corresponde con el status quo social; mientras que las necesidades
del proletariado -y por tanto de su vanguardia comunista- no pueden ser otra cosa
que la extensión y la intensificación de la lucha de clases hasta la demolición de
todas las condiciones existentes. Mientras el movimiento revolucionario de la
clase, en Rusia y en el mundo, se mantuvo en ascenso, el Estado soviético podía ser
usado para resguardar las conquistas de la revolución, ser un instrumento en manos
de la clase revolucionaria; pero tan pronto el movimiento real de la clase
desaparece, el status quo defendido por el Estado no pudo ser otro que el statu quo
del capital. Esta era la tendencia general pero en realidad las contradicciones
entre el proletariado y el nuevo estado empezaron a aparecer inmediatamente debido
a
la inmadurez de la clase y de los Bolcheviques -reflejada ésta en su actitud hacia
el Estado- y, sobre todo, porque las consecuencias del aislamiento de la revolución
rusa empezaron a causar estragos en el nuevo bastión proletario, desde su
nacimiento. Enfrentados a un número de problemas que sólo podían solucionarse a
escala internacional -dentro de Rusia, la organización de una economía devastada
por la guerra, las relaciones con una enorme masa campesina en Rusia,… y en el
exterior, un mundo capitalista que le era absolutamente hostil- los Bolcheviques no
contaban con la experiencia que les hubiera permitido, al menos, tomar medidas
para minimizar las consecuencias nefastas de estos problemas.
En realidad, las medidas que tomaron tendían a complicar los problemas en vez de a
resolverlos y la gran mayoría de los errores cometidos provenían del hecho de que
los bolcheviques, habiéndose situado a la cabeza del Estado, se sentían cargados
de razón para identificar los intereses proletarios con los del Estado soviético;
peor aún, para subordinar los primeros a los segundos.
Aunque ninguna fracción comunista en Rusia pudo en esos tiempos hacer una crítica
fundamental de estos errores sustitucionistas -una debilidad que marcó a toda la
Izquierda rusa-, una oposición revolucionaria a la política inicial del Estado se
formó pocos meses después de la toma del poder. Esta oposición tomó la forma de un
grupo de comunistas de izquierda, alrededor de Osinsky, Bujarin, Rádek, Smirnov y
otros, organizado principalmente en el Buró Regional del Partido en Moscú, que
publicaban el periódico fraccional “Kommunist”. Esta oposición, de inicios de
1918, fue la primera fracción bolchevique organizada que criticó los intentos del
Partido de disciplinar a la clase obrera. Pero la originalidad del grupo de
Comunistas de Izquierda fue su oposición a firmar al tratado de Brest-Litovsk con
el imperialismo alemán.
Este no es lugar adecuado para iniciar un estudio detallado del tema Brest-Litovsk
pero resumiremos: el debate principal era entre Lenin y los Comunistas de
Izquierda (con Bujarin a la cabeza) que apoyaban la guerra revolucionaria contra
Alemania y denunciaron el Tratado de paz como una “traición” a la revolución
mundial. Lenin defendió la firma del Tratado como un medio de obtener “un espacio
para respirar” mientras que reorganizaban la capacidad militar del Estado
soviético. Los Izquierdistas insistían diciendo que:
“Aceptar las condiciones dictadas por los imperialistas alemanes sería un acto
contrario a toda nuestra posición de socialismo revolucionario; nos llevaría a
abandonar la línea correcta del socialismo internacional en lo que concierne a la
política tanto doméstica como exterior y nos podría conducir a uno de los peores
tipos de oportunismo”. (Citado por Robert Daniels en: “La Conciencia de la
Revolución”.1960.)
Aunque aceptaban que el Estado soviético, debido a su debilidad técnica, era
incapaz de librar una guerra convencional contra el imperialismo alemán, llamaban
a una estrategia de agotamiento del ejército alemán con ataques de guerrillas
hechos por destacamentos móviles de partisanos rojos. Confiaban que esta “guerra
santa” contra el imperialismo alemán serviría de ejemplo al proletariado y lo
incentivaría para unirse a la lucha.
No queremos adentrarnos en un debate retrospectivo sobre las posibilidades
estratégicas del poder soviético en 1918. Debemos aclarar, no obstante, que tanto
Lenin como los Comunistas de Izquierda reconocían que en última instancia la única
esperanza del proletariado radicaba en la extensión mundial de la Revolución; uno
y otros, situaban sus preocupaciones y sus acciones dentro de un marco
internacionalista y ambos daban abiertamente a conocer sus argumentos ante el
proletariado ruso organizado en soviets. Consideramos por lo tanto inadmisible
calificar de “traición” a la revolución mundial y al internacionalismo la firma
del Tratado de paz. Como se vio después, tampoco significó el colapso de la
revolución en Rusia o en Alemania, como temía Bujarin. De cualquier modo, estas
consideraciones estratégicas eran hasta cierto punto imponderables. Uno de los
aspectos políticos más importantes surgidos en el debate de Brest-Litovsk es el
siguiente: ¿Es la “guerra
revolucionaria” el principal medio de extender la revolución? ¿Tiene el
proletariado que ha tomado el poder en una región la tarea de exportar la
revolución al proletariado mundial, a punta de bayoneta? Las observaciones hechas
por la Izquierda Italiana sobre la cuestión de Brest-Litovsk son significativas a
este respecto:
“De las dos tendencias del Partido Bolchevique que se enfrentaron por lo de
Brest-Litovsk, la de Lenin y la de Bujarin, nos parece que la primera estaba más
en concordancia con las necesidades de la revolución mundial. La posición de la
fracción dirigida por Bujarin, que mantenía que la función del Estado proletario
era liberar a los obreros de otros países a través de la “guerra revolucionaria”,
está en contradicción con la naturaleza misma de la revolución proletaria y con
las tareas históricas del proletariado.” (“Partido-Estado-Internacional: el Estado
Proletariado”, Bilan n° 18 -abril/mayo 1935).
Contrariamente a la revolución burguesa, que podía ser exportada por medio de
conquistas militares, la revolución proletaria depende de la lucha consciente del
proletariado de cada país contra su propia burguesía:
“La victoria de un Estado proletario contra un Estado capitalista (en el sentido
territorial del término) no significa en ningún modo la victoria de la revolución
mundial” (ibid).
El avance del Ejército Rojo en Polonia en 1920, que sólo consiguió empujar a los
obreros polacos a los brazos de su propia burguesía, es una prueba de que las
victorias militares de un bastión proletario no pueden remplazar la acción
política consciente del proletariado mundial. Concluyendo: la extensión de la
revolución es, primero y ante todo, una tarea política. La fundación de la
Internacional Comunista en 1919 es por tanto una contribución mucho más grande a
la revolución mundial que cualquier “guerra revolucionaria”.
La firma del tratado de Brest-Litovsk, su ratificación por el Partido y los
Soviets y el deseo ferviente de la izquierda de evitar una ruptura en el Partido
sobre esta cuestión fue lo que acabó con la primera fase de la actividad de los
Comunistas de Izquierda. Una vez que el Estado soviético pudo “respirar a gusto”,
los problemas inmediatos a los que tuvo que hacer frente el Partido fueron los de
la organización de la economía rusa devastada por la guerra. Quien más contribuyó
a clarificar la cuestión de los peligros a que se enfrenta el bastión
revolucionario fue el grupo de los Comunistas de Izquierda, con sus valiosas
observaciones. Bujarin, el ferviente partisano de la “guerra revolucionaria”, no
estaba muy interesado en criticar la política de la mayoría bolchevique tocante a
la organización interna del régimen; por lo que la mayor parte de las críticas más
serias a la política doméstica del liderazgo Bolchevique fueron hechas por Osinsky
que se reveló como una
figura de oposición mucho más coherente que Bujarin.
En los primeros meses de 1918, los líderes Bolcheviques intentan resolver el
desorden económico en Rusia de una manera superficialmente “programática”. En un
discurso ante el Comité Central Bolchevique (publicado con el título: “Las tareas
inmediatas del poder soviético”) Lenin llama a la formación de trusts de Estado, a
los que podrían incorporarse los expertos burgueses y los propietarios, aunque
bajo la supervisión del Estado “proletario”. A cambio, los obreros debían aceptar
el sistema Taylor de “gestión científica” de la producción (denunciado en su día
por el propio Lenin como esclavitud del hombre por la máquina), y la “gestión
personal” en las fábricas: “la revolución requiere... precisamente en interés del
socialismo que las masas obedezcan incondicionalmente a la voluntad única de los
dirigentes del proceso de producción”.
Todo esto significaba que el movimiento de Comités de fábricas que se había
propagado como un reguero de pólvora desde febrero de 1917 debía ser frenado, las
expropiaciones hechas por esos comités no debían ser alentadas, su creciente
autoridad en las fábricas debía quedar reducida a una simple función de “control”
y tendrían que transformarse en apéndices de los sindicatos -que eran
instituciones mucho más manejables y que ya estaban incorporadas al nuevo aparato
estatal-.
La dirección Bolchevique presentó esta política como la mejor manera, para el
régimen revolucionario, de evitar el peligro de caos económico y racionalizar la
economía en la perspectiva de la construcción definitiva del socialismo cuando la
revolución mundial se hubiera extendido. Lenin llamó francamente a este sistema
“capitalismo de Estado”, que significaba para él el control del Estado proletario
sobre la economía capitalista en interés de la revolución.
En una polémica contra los Comunistas de Izquierda (“El Infantilismo izquierdista
y la mentalidad pequeño burguesa”) Lenin arguye que semejante sistema de
capitalismo de Estado sería un claro avance en un país atrasado como Rusia, donde
el principal peligro de la contrarrevolución lo constituía la masa fragmentada,
arcaica y pequeño burguesa del campesinado. Esta posición fue aceptada por los
Bolcheviques como un “credo”, fe que les impidió ver que la contrarrevolución
internacional se estaba expresando primordialmente a través del Estado y no de los
campesinos.
Los Comunistas de Izquierda, que temían que la revolución degenerase en un sistema
de “relaciones económicas pequeño burguesas” (“Tesis sobre la situación actual”,
Kommunist n° 1 -abril 1918. Y R. Daniels: “Historia documental de la Revolución”),
también compartían la convicción de la dirección de que la nacionalización
realizada por el Estado “proletario” era una medida verdaderamente socialista. De
hecho, los Comunistas de Izquierda pedían su extensión a toda la economía. Es
evidente que ellos no podían ser totalmente conscientes del peligro que
significaba el “capitalismo de Estado” pero, basándose en un fuerte instinto de
clase, vieron rápidamente los peligros contenidos en un sistema que pretendía
organizar la explotación de los obreros en interés del “socialismo”. La
advertencia profética de Osinsky [Obolenski] es ahora bien conocida:
“Nosotros no apoyamos la concepción: “construcción del socialismo bajo la gestión
de los trusts”. Al contrario, defendemos el punto de vista de la construcción de
una sociedad proletaria por la creatividad de clase de los trabajadores mismos, no
por los decretos de los “capitanes de industria”... tenemos confianza en el
instinto de clase, en la iniciativa activa de clase del proletariado. No puede ser
de otra manera. Si el proletariado no es capaz de crear los requisitos necesarios
para la organización socialista del trabajo, nadie lo hará en su lugar, y nadie le
obligará a hacerlo. El bastón que es esgrimido contra los obreros, deberá estar en
las manos de una fuerza emanada bien de otra clase social bien del proletariado.
Si ese bastón llega a caer en las manos de los soviets contra los obreros, el
poder de los soviets se verá obligado a apoyarse en otra clase (el campesinado por
ejemplo), negándose así como dictadura del proletariado. Una de dos, o el
socialismo y la
organización socialista del trabajo son establecidos por el proletariado mismo o no
lo serán. Se establecerá algo totalmente diferente, o sea, “el capitalismo de
Estado”. (“Sobre la Construcción del Socialismo”, Kommunist, N° 2, abril 18.
También en: R. Daniels (Ibídem).
Contra esta amenaza, los comunistas de Izquierda proponían el control obrero de la
industria a través de un sistema de Comités de fábrica y de “Consejos de
economía”. Ellos definían su propio papel como el de una “oposición proletaria
responsable” constituida dentro del partido para impedir que el Partido y el
régimen soviético se “desvíen” hacia el “desastroso camino de la política pequeño
burguesa” (“Tesis sobre la situación actual”).
Las advertencias de las Izquierdas contra estos peligros no se limitaban al plano
económico sino que tenían profundas ramificaciones políticas; se puede demostrar
esto con otra advertencia que hicieron contra el intento de imponer la disciplina
laboral desde arriba:
“Bajo la política de administrar empresas basándose en la amplia participación de
capitalistas y en la centralización semiburocrática, es natural que se combine una
política laboral encaminada a instaurar la disciplina en los obreros hablando de
“autodisciplina”, a introducir el trabajo obligatorio (tal programa había sido
propuesto ya por bolcheviques de derechas), el pago por piezas realizadas, aumento
de la jornada laboral, etc.,... La forma de administración gubernamental tendrá
así que desarrollarse en el sentido de la centralización burocrática, hacia el
reino de los “comisarios”, hacia la supresión de la independencia de los consejos
locales y en la práctica al rechazo del “Estado-comuna” administrado por la base”.
(“Tesis sobre la situación actual”).
La defensa de los comités de fábrica, de los soviets, y de la actividad autónoma
de la clase obrera hecha por Kommunist era importante no porque diera soluciones a
los problemas económicos de Rusia o fórmulas para la construcción inmediata del
comunismo en Rusia. La Izquierda había expresado abiertamente que “el socialismo
no puede ser puesto en práctica en un solo país y menos aún en un país ’atrasado’
” (Ver: L. Schapiro, “El origen de la autocracia comunista”, 1955). La imposición
de disciplina laboral por el Estado, la incorporación de los órganos proletarios
autónomos en el aparato estatal, eran sobre todo golpes contra la dominación
política de la clase obrera rusa. Como la CCI ha señalado con frecuencia[1], el
poder político de la clase es la única garantía real para el éxito de la
revolución. Y este poder político sólo puede ser ejercido por los órganos de
masas de la clase –por sus comités, por sus asambleas de fábrica, sus consejos y
sus milicias. Al
socavar la autoridad de estos órganos, la política de la dirección Bolchevique
presentaba un grave peligro para la revolución misma. Las señales de peligro
observadas tan pertinentemente por los Comunistas de Izquierda en los primeros
meses de la Revolución se volverían aún más serias durante el siguiente período de
guerra civil. En efecto, este período determinaría de muchas maneras el destino
final de la revolución en Rusia.
a) La guerra civil
El período de guerra civil en Rusia de 1918-1920 pone en evidencia
fundamentalmente los inmensos peligros a los que se enfrenta un baluarte
proletario si éste no es inmediatamente reforzado por los destacamentos de la
revolución mundial. Debido a que la revolución no arraigó fuera de Rusia, el
proletariado ruso tuvo que luchar prácticamente solo contra los ataques de la
contrarrevolución blanca y sus aliados imperialistas. En términos militares, la
heroica resistencia de los obreros rusos fue victoriosa pero políticamente
hablando; el proletariado ruso emerge, de la guerra civil, diezmado, exhausto,
fragmentado y más o menos privado de cualquier control real sobre el Estado
soviético. En su ardor por ganar la lucha militar los bolcheviques aceleraron el
declive del poder político de la clase obrera, militarizando, cada vez más, la
vida social y económica. Si bien la concentración de todo el poder efectivo en los
altos mandos del aparato estatal permitió que la lucha
militar fuera librada de una manera implacable y efectiva, esto socavó aún más los
verdaderos centros de la revolución: los órganos unitarios de masas de la clase. La
burocratización del régimen soviético, que ocurrió durante este período, se iba a
tornar irreversible con el reflujo sufrido por la revolución mundial después de
1921.
Con el inicio de las hostilidades, en 1918, se produjo un “cerrar filas” general
en el Partido Bolchevique, ya que todos reconocían la necesidad de la unidad de
acción contra el peligro externo. El grupo Kommunist, cuya publicación había
dejado de aparecer después de haber sido severamente perseguidos por la dirección
del Partido, dejó de existir y su núcleo original se dispersó en dos direcciones,
presionado por la guerra civil. Una tendencia, expresada por Rádek y Bujarin,
aplaudió las medidas económicas impuestas por la guerra civil con un entusiasmo
descarado. Para ellos, las nacionalizaciones a gran escala, la supresión de las
formas comerciales y monetarias, las requisas a los campesinos, medidas del
“Comunismo de Guerra”, representaban una verdadera ruptura con la fase anterior de
“capitalismo de Estado” y constituían un gran avance hacia genuinas relaciones
comunistas de producción. Bujarin escribió incluso un libro, “Teoría económica del
período de transición”,
donde explicaba que la desintegración económica y aún el trabajo forzado eran
estadios preliminares inevitables en la transición al comunismo. Sin duda, Bujarin
trataba de demostrar “teóricamente” que Rusia bajo el comunismo de guerra, que
había sido adoptado simplemente como un conjunto de medidas urgentes para enfrentar
una situación desesperada, era una sociedad en transición hacia el comunismo.
Bolcheviques como Bujarin, que fueron Comunistas de Izquierda, estaban dispuestos
a abandonar sus críticas anteriores a la gestión personal y a la disciplina
laboral, porque para ellos el Estado soviético ya no estaba tratando de hacer
compromisos con el capital doméstico y estaba actuando resueltamente como un órgano
de transformación comunista. En su “Teoría Económica del Período de Transición”
Bujarin sostenía que el reforzamiento del Estado soviético y su creciente absorción
de la vida social y económica representaban un paso decisivo hacia el comunismo:
“La estatalización de los sindicatos y, en la práctica, de todas las
organizaciones de masas del proletariado resulta de la lógica interna del proceso
de transformación mismo. La más pequeña célula del aparato de producción debe
transformarse para apoyar el proceso general de organización que está siendo
conducido y planificado por la voluntad colectiva de la clase obrera, que se
materializa en la organización que corona la sociedad, que lo abarca todo: en su
poder de Estado. Por lo tanto, el sistema de capitalismo de Estado se transforma
dialécticamente en su contrario, en la forma estatal de socialismo obrero”.
(“Teoría Económica del Período de Transición”. Citado por R. Daniels. Ibídem).
Con semejantes ideas Bujarin invirtió “dialécticamente” el razonamiento marxista
según el cual el movimiento hacia la sociedad comunista se caracteriza por un
debilitamiento progresivo, por una desaparición paulatina del aparato estatal.
Bujarin era todavía un revolucionario cuando escribía esto; pero entre su teoría
de un “comunismo estatalizado y contenido totalmente dentro de una nación” y la
teoría estalinista del “socialismo en un sólo país” hay una innegable
continuidad.
Mientras Bujarin hacía las paces con el Comunismo de Guerra, aquellos
Izquierdistas que habían sido más consecuentes en su apoyo a la democracia obrera
continuaron defendiendo este principio contra la creciente militarización del
régimen. En 1919 el grupo Centralismo Democrático se formó con Osinsky, Saprónof y
otros. Ellos continuaron protestando contra el principio de la “gestión personal”
en la industria y continuaron abogando por el principio “colectivo” o “colegial”
como “el arma más fuerte contra la compartimentación y la asfixia burocrática del
aparato soviético” (“Tesis sobre el principio colegial y la autoridad
individual”). Aunque reconocían la necesidad de usar especialistas burgueses en la
industria y el ejército, los “cedemistas” también afirmaban la necesidad de poner
a estos especialistas bajo el control de la base: "nadie se opone a la necesidad
de usar a los “especialistas” –el debate es sobre cómo usarlos” (Saprónof, en R.
Daniels: “La Conciencia de la
Revolución”). Al mismo tiempo, los cedemistas protestaban contra la pérdida de
iniciativa sufrida por los soviets locales, y sugerían una serie de reformas para
el resurgimiento de los soviets como órganos efectivos de democracia obrera. Fueron
posiciones como estas las que condujeron a ciertos críticos a decir que los
cedemistas estaban más interesados en la democracia que en el centralismo. Al final
los cedemistas abogaban por la restauración de las prácticas democráticas en el
Partido. En el IX Congreso del PCR, en septiembre de 1920, los cedemistas atacaron
la burocratización del Partido, la creciente concentración de poder en manos de una
pequeña minoría. Es indicativo de la influencia que estas críticas todavía podían
ejercer en el Partido, el hecho de que el Congreso terminó votando a favor de un
manifiesto que llamaba vigorosamente a hacer “criticas desarrolladas de las
instituciones centrales y locales del partido”, y a rechazar “cualquier forma de
represión
contra camaradas por tener ideas diferentes”. (“Resolución sobre las nuevas tareas
en la construcción del Partido” del IX Congreso del Partido)
En general, la actitud de los cedemistas hacia el régimen soviético en un período
de guerra civil se puede resumir en las palabras de Osinsky presentadas en ese
mismo Congreso:
“La consigna clave que nosotros debemos proclamar para el momento actual es la
unificación de las tareas militares, de las formas militares de organización y de
los métodos administrativos por medio de la iniciativa creativa de los obreros
conscientes. Si bajo la bandera de las tareas militares se empieza a imponer el
burocratismo, vamos a dispersar nuestras propias fuerzas y no vamos a poder
cumplir nuestras tareas”. (Citado por R. Daniels en su “Historia Documental del
Comunismo”).
Algunos años después, el comunista de Izquierda Miasnikov diría esto sobre el
grupo “Centralismo Democrático”:
“Este grupo tenía una Plataforma sin valor teórico real alguno. El único punto
que atraía la atención de todos los grupos y del Partido era su lucha contra la
centralización excesiva. Es ahora cuando podemos ver en esta lucha un intento,
no muy preciso todavía, del proletariado para desalojar a la burocracia de las
posiciones que acababa de conquistar en la economía. El grupo pereció de “muerte
natural”, sin ejercerse sobre él ninguna violencia”. (“El obrero Comunista”,
1929. Un periódico francés cercano al KAPD).
Las críticas de los cedemistas eran inevitablemente imprecisas porque
representaban una tendencia nacida cuando el Partido Bolchevique y la revolución
estaban todavía muy vivas; de manera que su crítica al Partido era más bien un
llamamiento a su democratización, a que fuese más igualitario,… En otras palabras,
estaban condenados a que las críticas quedaran restringidas al nivel de la
práctica organizativa más que al de las posiciones políticas fundamentales.
Muchos de los militantes de Centralismo Democrático también participaron en la
Oposición Militar , que se formó por un breve período, en marzo 1919. Las
necesidades de la guerra civil forzaron a los Bolcheviques a crear una fuerza de
lucha centralizada, el Ejército Rojo, compuesta no sólo de obreros sino además de
reclutas del campesinado y de otras capas sociales. Este ejército empezó a
ajustarse muy rápidamente al modelo jerarquizado establecido en el resto del
aparato estatal. La elección de oficiales fue abandonada rápidamente por ser
“políticamente inútil y técnicamente ineficaz” (L. Trotsky, en su artículo
“Trabajo, Disciplina y Orden”. 1920). La pena de muerte por negarse a obedecer la
orden de ¡Fuego!, el saludo militar y las formas especiales de dirigirse a los
oficiales fueron restablecidas; las jerarquías y los rangos reforzados,
especialmente con el nombramiento de antiguos oficiales zaristas para altos mandos
del ejército.
La Oposición Militar, cuyo principal portavoz era Vladimir Smirnof, se constituyó
para luchar contra la tendencia a reorganizar el Ejército Rojo al modo y manera de
un típico ejército burgués; no se oponía a la creación del Ejército Rojo en sí,
ni al uso de “especialistas” militares pero estaba contra la jerarquización y la
disciplina excesivas y por asegurarle al ejército una orientación con la que no se
desviase de los principios bolcheviques. La dirección del Partido les acusó
falsamente de querer desmantelar el ejército a favor de un sistema de
destacamentos partisanos más adaptado a las guerras campesinas. Como en otras
muchas ocasiones, los dirigentes Bolcheviques sólo concebían una única alternativa
a lo que ellos llamaban “organización estatal proletaria”: la descentralización
pequeño burguesa, anarquista. En efecto, los Bolcheviques confundían con
frecuencia las formas burguesas de centralización jerárquica con el centralismo y
la autodisciplina desde la base,
que son distintivos del proletariado. En cualquier caso, las reclamaciones de la
Oposición Militar, fueron rechazadas y el grupo se disolvió rápidamente. La
estructura jerárquica del Ejército Rojo, junto al desmantelamiento de las milicias
de fábrica, iba a permitir su utilización como fuerza represiva contra el
proletariado desde 1921 en adelante.
Pese a la persistencia de tendencias de oposición en el Partido durante el período
de guerra civil, la necesidad de unirse contra el ataque de la contrarrevolución
actuó como fuerza aglutinadora tanto dentro del Partido como en todas las clases y
capas sociales que apoyaban el régimen soviético contra los Blancos. Las tensiones
internas del régimen fueron madurando durante este período y acabaron saliendo a
la luz cuando las hostilidades cesaron y el régimen tuvo que hacer frente a las
tareas de reconstrucción de un país devastado. Las discrepancias sobre cómo debía
afrontar el régimen soviético la nueva etapa aparecieron en 1920-21 con rebeliones
campesinas, descontento en la marina, huelgas obreras en Moscú y Petrogrado, y
culminaron en el levantamiento obrero de Kronstadt en marzo de 1921. Estos
antagonismos se expresaron inevitablemente dentro del propio Partido. La
Oposición Obrera fue, en los traumáticos años de 1920-21, el foco central de la
discrepancia política
dentro del Partido Bolchevique.
a) La Oposición Obrera
En el X Congreso del Partido -marzo de 1921, estalló una controversia sobre la
cuestión sindical, que se fue agudizando a partir del momento en que acaba la
guerra civil. Aparentemente era un debate sobre el papel de los sindicatos en la
dictadura del proletariado, pero en realidad el debate reflejaba problemas más
graves, sobre el futuro del régimen soviético y el de sus relaciones con la clase
obrera.
A grandes rasgos, había tres posiciones en el Partido: la de Trotsky, que apoyaba
la total absorción de los sindicatos por el “Estado obrero”, donde tendrían la
tarea de estimular la productividad del trabajo; la de Lenin, quien decía que los
sindicatos todavía tenían que actuar como órganos defensivos de la clase, incluso
contra el Estado obrero ya que , señalaba él, este Estado sufría de “deformaciones
burocráticas”; y, finalmente, la del grupo Oposición Obrera, que defendía la
gestión de la producción por los sindicatos industriales, independientes del
Estado soviético. Aunque el marco general de este debate era profundamente
inadecuado, la Oposición Obrera expresaba de manera confusa y titubeante no sólo
la antipatía del proletariado hacia la burocracia y los métodos militares, que
eran ya la marca del régimen, sino también las esperanzas de la clase obrera de
que mejorasen las cosas una vez que los rigores de la guerra civil habían cesado.
Los líderes de la Oposición Obrera provenían en su mayoría del aparato sindical,
aunque parece que contaban también con el considerable apoyo de la clase obrera en
las zonas del Sudeste de la Rusia Europea y en Moscú, especialmente entre los
metalúrgicos. Schliápnikov y Medvedev, dos de los líderes del grupo, eran obreros
del metal. Pero la figura más famosa entre ellos era Alexandra Kolontai, quien
redactó el texto programático de la Oposición Obrera, y un “Proyecto de Tesis
sobre la cuestión sindical” que fue presentado por el grupo al X Congreso. Todas
las fuerzas y debilidades del grupo se vislumbraban en ese texto, que comenzaba
afirmando:
“La Oposición Obrera salió de las entrañas del proletariado industrial de la Rusia
Soviética y se ha fortalecido no sólo a causa de las condiciones intolerables de
vida y trabajo que padecen siete millones de proletarios industriales, sino
también por las vacilaciones, oscilaciones y contradicciones de nuestra política
gubernamental e incluso por sus desviaciones de la línea de clase clara y
consecuente del programa comunista.” (A. Kolontai: “La Oposición Obrera”)
Kolontai prosigue describiendo las terribles condiciones económicas a las que se
enfrentaba el régimen soviético acabada la guerra civil, y llama la atención sobre
el crecimiento de una casta burocrática cuyos orígenes no eran la clase obrera
sino la “intelligentsia”, el campesinado, los restos de la vieja burguesía, etc...
Este estrato social había venido a dominar cada vez más el aparato soviético y el
propio Partido, infectándolos de “carrerismo” y espíritu de trepa y de un ciego
desdén hacia los intereses proletarios. Para la Oposición Obrera el Estado
soviético mismo no era un auténtico órgano proletario sino una institución
heterogénea obligada a mantener el equilibrio entre las distintas clases y
estratos de la sociedad rusa. Kollontai insistía en que la manera de asegurar que
la revolución se mantuviera fiel a sus metas originales no era confiando la
dirección a tecnócratas no proletarios y a órganos socialmente mixtos del Estado,
sino contando con la actividad
y el poder creador de las propias masas trabajadoras:
“Los líderes de nuestro Partido han perdido de vista lo que es evidente para
cualquier obrero, que es imposible decretar el Comunismo. El comunismo sólo puede
crearse por un proceso de investigación práctica, con errores tal vez, pero sólo
con la capacidad creadora de la clase obrera misma.” (Kolontai. Ibídem)
Estas observaciones generales de Oposición Obrera eran muy perspicaces en muchos
aspectos, pero el grupo fue incapaz de contribuir con más y por mucho tiempo fuera
de lo que eran estas generalidades. Las propuestas concretas que ellos adelantaron
como solución a la crisis de la revolución se basaban en una serie de errores
fundamentales, lo que expresa el enorme atolladero que tenía ante sí el
proletariado ruso en aquella coyuntura.
Para Oposición Obrera, los órganos que expresaban los auténticos intereses de
clase del proletariado no eran otros sino los sindicatos, o más bien los
sindicatos industriales. La tarea de construir el comunismo debía, en
consecuencia, ser confiada a los sindicatos:
“La Oposición Obrera reconoce en los sindicatos a los gestores y creadores de la
economía comunista”. (Kolontai. Ibídem)
De tal manera que, mientras los comunistas de izquierda en Alemania, Holanda y
otros países denunciaban a los sindicatos como uno de los principales obstáculos
en el camino de la revolución proletaria, la Izquierda en Rusia los ensalzaba como
los ¡órganos potenciales para la transformación comunista! Los revolucionarios en
Rusia parecían tener grandes dificultades para comprender que los sindicatos ya no
podían desempeñar ninguna tarea útil para el proletariado, en la época de la
decadencia del capitalismo. Aunque la aparición de comités de fábrica y de
consejos en 1917 significó la muerte de los sindicatos como órganos de lucha de la
clase obrera, ninguno de los grupos de Izquierda en Rusia lo había comprendido
verdaderamente, ni antes ni después de la aparición de Oposición Obrera. En 1921,
cuando Oposición Obrera caracterizaba a los sindicatos como la columna vertebral
de la revolución, los auténticos órganos de la lucha revolucionaria, los comités
de fábrica y los
consejos obreros (soviets) ya habían sido castrados. En el caso de los Comités de
fábrica, fue su incorporación a los sindicatos después de 1918 lo que les eliminó
definitivamente como órganos de clase. La capacidad de tomar decisiones pasó a
manos de los sindicatos que, pese a las buenas intenciones de sus defensores, no
podían devolver el poder al proletariado en Rusia. De haberse presentado un
proyecto así, en realidad hubiera significado simplemente la transferencia del
poder de una rama del Estado a otra.
El programa de Oposición Obrera para la regeneración del Partido nació viciado.
Explicaba que el creciente oportunismo en el partido era debido pura y simplemente
al influjo de elementos no proletarios. Para ellos, si se hacía una purga
obrerista contra los miembros que no eran obreros, el Partido podría volver a su
buen cauce proletario y si el Partido estuviese formado mayoritariamente de
proletarios “puros” y de manos callosas, todo iría bien. Esta “solución” a la
degeneración del Partido eludía totalmente la cuestión. El oportunismo del Partido
no era debido al personal que lo formaba sino que era una reacción a las
presiones y tensiones surgidas frente a él, al tener que mantenerse en el poder en
circunstancias cada vez más desfavorables. Dado que estaba ya en marcha un período
de reflujo de la revolución, cualquiera que hubiera tenido las riendas del poder
se hubiera vuelto un “oportunista”, por muy puro que fuese su “pedigree” obrero.
Bordiga señalaba en una
ocasión que los obreros tendían a menudo a ser los peores burócratas. Pero la
Oposición Obrera jamás se opuso a la concepción de que el Partido debía controlar
el Estado para garantizar que éste continuara siendo un instrumento del
proletariado:
“El Comité Central de nuestro Partido debe transformarse en el centro supremo de
nuestra política de clase, en el órgano del pensamiento comunista y del control
permanente de la política real de los soviets y en la encarnación moral de los
principios de nuestro programa.” (Kolontai. Ibídem)
La incapacidad de la Oposición obrera para comprender la dictadura del
proletariado como algo distinto de la dictadura del partido les llevó a hacer
enardecidos votos de lealtad al Partido cuando, en pleno X Congreso, Kronstadt se
sublevaba. Eminentes líderes de la Oposición Obrera llegarían incluso a
demostrarlo en la práctica, poniéndose a la cabeza de las tropas de asalto que
atacaron la guarnición de Kronstadt. Al igual que las otras fracciones de
Izquierda en Rusia, no comprendieron en absoluto la importancia de la sublevación
de Kronstadt, que fue la última lucha de masas de los obreros rusos para intentar
restaurar el poder soviético. Haber ayudado a reprimir la revuelta no salvó a la
Oposición Obrera de ser condenada como una “desviación anarquista, pequeño
burguesa”, y sus miembros tachados de elementos “objetivamente”
contrarrevolucionarios, al final del Congreso.
La prohibición de “fracciones” en el Partido, en el X Congreso, asestó un tremendo
golpe a la Oposición Obrera Confrontados a la perspectiva de un trabajo ilegal,
clandestino, la Oposición mostró su incapacidad para mantener su resistencia al
régimen. Unos pocos de sus miembros siguieron luchando durante los años 1920, unidos
a otras fracciones ilegales; otros simplemente claudicaron. La misma Kolontai acabó
como leal servidora del régimen estalinista. En 1922 el periódico comunista de
izquierda inglés, The Workers Dreadnought se refería a los “líderes sin principios y
faltos de espíritu de la tal “Oposición Obrera” (Workers Dreadnought. Julio
1920-22). Ciertamente, el programa del grupo carecía de firmeza. Pero esto no era
debido a la falta de coraje de sus miembros; se debía a lo difícil que era para los
revolucionarios rusos romper con el Partido que había sido el espíritu motor de la
revolución. Para muchos comunistas sinceros desafiar las premisas del Partido
significaba la nada, el vacío. Este apego al Partido -tan profundo que acabaría
volviéndose una barrera contra la defensa de los principios revolucionarios- iba a
ser aún más pronunciado en la Oposición de Izquierda que surgió después.
Otra razón que explica la debilidad de las críticas de Oposición Obrera al régimen
era la casi total falta de perspectiva internacional. Si bien las más fogosas
fracciones de Izquierda en Rusia sacaban su fuerza de una clara comprensión de que
el único aliado del proletariado ruso y de su minoría revolucionaria era la clase
obrera mundial, el programa de Oposición de Izquierda se basaba en la búsqueda de
soluciones encuadradas totalmente dentro del Estado ruso.
La preocupación central de Oposición Obrera era: “¿Quién desarrollará los poderes
creativos en el plano de la construcción económica?” (Kolontai). La tarea
primordial que ellos adjudicaban a la clase obrera rusa era la construcción de una
“economía comunista” en Rusia. Su preocupación respecto del problema de la
gestión de la producción, la preocupación de crear unas llamadas “relaciones
comunistas” de producción en Rusia demostraban la total falta de comprensión de un
punto fundamental: El comunismo no puede ser creado en un bastión aislado. El
mayor problema al que se enfrentaba la clase obrera rusa era el de la extensión
mundial de la revolución y no la “reconstrucción económica” de Rusia.
Aunque el texto de Kolontai critica “que el comercio exterior con estados
capitalistas se realice pasando por encima de los obreros rusos y extranjeros
organizados”, la Oposición Obrera compartía la tendencia, que se iba reforzando en
la dirección bolchevique, a situar los problemas domésticos de la economía rusa en
primer plano, en detrimento de la extensión de la revolución a nivel mundial. El
que las dos tendencias hayan defendido posiciones divergentes sobre la
reconstrucción económica es lo menos importante cuando se ve que las dos tendían a
coincidir en la concepción de que Rusia podía replegarse sobre sí misma por un
período indeterminado sin traicionar los intereses de la revolución mundial.
La perspectiva, exclusivamente “rusa”, de la Oposición Obrera, se notaba en su
fracaso para establecer lazos firmes con la Oposición Comunista fuera de Rusia. Pese
a que el texto de Kolontai fue sacado clandestinamente de Rusia por un miembro del
KAPD y publicado por estos y por el Workers Dreadnought, Kolontai se arrepintió
pronto de haberlo permitido e ¡intentó que se le devolviera el documento! La
Oposición de Izquierda no planteó verdaderas críticas a la política oportunista
adoptada por la I.C. -aprobó las 21 condiciones de Admisión de la I.C.- ni tampoco
intentó buscar aliados en la oposición a la I.C “en el extranjero”, pese a la obvia
simpatía del KAPD y de otros por la Oposición Obrera En 1922, hicieron un último
llamamiento al IV Congreso de la I.C., pero limitaron su protesta a cuestiones
relativas a la burocracia del régimen y a la falta de libre expresión para los
grupos comunistas disidentes, en Rusia. De cualquier modo, recibieron escasa
atención por
parte de una Internacional que ya había expulsado a muchos de sus mejores elementos
y que se preparaba para aprobar la infame táctica del frente único. Al poco de ese
llamamiento, los bolcheviques formaron una comisión especial para investigar las
actividades de la Oposición Obrera Esta comisión concluiría diciendo que el
grupo constituía una “organización facciosa ilegal” y la represión que siguió puso
rápidamente fin a casi todas las actividades del grupo[1]. Oposición Obrera tuvo la
mala fortuna de haber sido lanzada al escenario político cuando el Partido, que
atravesaba profundas convulsiones, pronto haría imposible toda actividad opositora
legal en Rusia. Al tratar de balancearse en los dos columpios: el del trabajo
fraccional legal en el Partido y el de la oposición clandestina al régimen, la
Oposición Obrera cayó en el vacío; de entonces en adelante, la antorcha de la
resistencia proletaria sería llevada por otros luchadores más resueltos e
intransigentes.
C.D. Ward
---------------------------------
[1] Aunque Oposición Obrera dejó de existir a partir de 1922 su nombre, y el de
Centralismo Democrático reaparecen continuamente, relacionados a la actividad
clandestina, hasta finales de los años 30; lo que parece demostrar que, algunos
de los elementos que formaron parte de ellos, combatieron hasta su último
aliento
---------------------------------
[1]cf. “La degeneración de la revolución rusa” y “Lecciones de Kronstadt” en
Revista Internacional, nº 3
---------------------------------
[1] Los mismos bolcheviques engendraron tendencias de extrema izquierda durante
el período anterior a la Primera Guerra; en particular los maximalistas, que
criticaban la táctica parlamentaria de la organización bolchevique tras la
revolución de 1905. Pero, teniendo en cuenta que aquel debate tuvo lugar en la
época en que terminaba la fase ascendente del capitalismo, no entraremos ahora a
analizar aquellas posiciones. La Izquierda comunista, por el contrario, es un
producto específico del movimiento obrero en la época de la decadencia; la
Izquierda Comunista tiene su origen en la crítica de la estrategia comunista
“oficial” de la Internacional Comunista en su origen, crítica que intentaba
definir las tareas revolucionarias del proletariado en el nuevo período.
[2] Vean: “Lecciones de la Revolución Alemana”, en Revista Internacional, n° 2
La Izquierda Comunista en Rusia (2ª Parte) LA IZQUIERDA COMUNISTA EN RUSIA 1918-1930
(2da. Parte)[1]
LA IZQUIERDA COMUNISTA Y LA CONTRAREVOLUCION (1921-1930)
A partir de 1921, el Partido Bolchevique, se encontró en una situación de
auténtica pesadilla. Tras la derrota de las insurrecciones obreras en Hungría,
Italia, Alemania... entre 1918 y 1921, la revolución proletaria mundial entre en
un profundo reflujo, del que nunca, a pesar de que se extendiese a Alemania y
Bulgaria en 1923 y China en 1927, se recuperará. Tanto la economía como el
proletariado ruso habían alcanzado un alto grado de desintegración, las masas
proletarias, o bien se habían desentendido, o habían sido apartados de la vida
política. Lejos ya de ser un instrumento en manos del proletariado, el Estado
Soviético efectivamente, había degenerado en una máquina para la defensa del
“orden” capitalista. Presos de sus propias concepciones sustitucionistas, los
Bolcheviques aun creían que era posible administrar esta máquina estatal, y la
economía capitalista, mientras esperaban, e incluso ayudaban, al resurgimiento de
la revolución mundial, las necesidades del
poder estatal fueron transformando a los Bolcheviques en agentes abiertos de la
contrarrevolución, tanto en el interior como en el extranjero. En Rusia se
convirtieron en los inspectores de la creciente y feroz explotación de la clase
obrera. Aunque la NEP supuso una cierta relajación de la dominación económica del
estado, especialmente sobre el campesinado no se observó ninguna moderación de la
dictadura del Partido sobre el proletariado. Por el contrario, dado que los
Bolcheviques aun consideraban que el principal peligro contrarrevolucionario
provenía de los campesinos, concluían que las concesiones económicas otorgadas al
campesinado tenían que ser compensadas por un fortalecimiento de la dominación
política del Partido Bolchevique sobre la sociedad rusa: ello llevó a un refuerzo
de las tendencias hacia el monolitismo en el seno mismo del Partido. Tal
“estrechamiento” del control del Partido y en el Partido era la única forma que se
veía para erigir un dique
proletario en contra de la marea creciente de capitalismo campesino.
A nivel internacional, las exigencias del Estado ruso tuvieron, a través de la
dominación del Partido ruso, unos efectos cada vez más perniciosos en las
políticas de la Internacional Comunista: el Frente Unido y el gobierno Obrero
fueron tácticas reaccionarias que en gran medida expresaban la necesidad del
estado ruso de encontrar aliados burgueses en el mercado capitalista mundial.
A pesar de que el Partido Bolchevique aun no había abandonado definitivamente la
revolución proletaria; la lógica general de la situación iba situando, cada vez
más al Partido, ante una completa y final identificación con las demandas del
capital nacional ruso, los últimos escritos de Lenin muestran una preocupación
obsesiva por los problemas de la “construcción del socialismo” en la atrasada
Rusia. La victoria del estalinismo fue una mera explicación de esta lógica al
eliminar el dilema entre internacionalismo e intereses del estado ruso,
simplemente abandonó la primera en beneficio de la última.
Los sucesos de los últimos cincuenta años muestran como el partido no puede
sobrevivir a los períodos de reflujo o derrota. De este modo, la única forma en
que pudo preservar su existencia Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 16/08/2007 - Modificar
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