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Texto del artículo:
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García |
Como he escrito en otro sitio, lo que Chalmers Johnson llamó “imperio de bases” de Estados Unidos “no fue tanto nuestro pequeño secreto sino un secreto que manteníamos con nosotros mismos”, al menos hasta que Johnson rompió el silencio y su libro Blowback1 se convirtió en un éxito de ventas en la estela de los atentados del 11-S. Sin embargo, en esos años, si usted (al igual que Johnson) realmente quería saber algo sobre la forma en que Estados Unidos defendía el mundo, podría empezar provechosamente leyendo las tablas del Pentágono sobre la defensa mundial, que van desde las bases militares del tamaño de pequeñas ciudades estadounidenses hasta lo que en ese entonces comenzaba a llamarse “nenúfares”2, que eran pequeños emplazamientos en lugares potencialmente calientes del planeta en los que se almacenaba material y estaban preparados para ser ocupados rápidamente. En esos textos está todo lo necesario para quienes quieran saber. Bueno, no todo quizás, pero ciertamente lo suficiente para hacerse una idea del aspecto que tenía el “Raj3 de Estados Unidos” (como lo llamaba Johnson), que abarcaba desde Europa hasta Asia, América latina y el golfo Pérsico.
Una vez que uno penetraba en él, ese imperio de bases provocaba una gran impresión. Se trataba de un acuartelamiento a escala mundial que no tenía precedentes en la historia de los imperios. Que nosotros, los estadounidenses, en general no supiésemos gran cosa de esta cuestión era, en cierto sentido, una elección, una cuestión –se podría decir– de ceguera autoinducida. Para aventurar una explicación: como pueblo, estábamos tan incómodos con la idea de que éramos un poder imperial de ámbito mundial que preferíamos no saber qué estábamos haciendo “nosotros”, o al menos no reconocer en qué nos habíamos convertido, incluso a pesar de que cientos de miles de estadounidenses, tanto del personal militar como del civil, vivían de ello, trabajaban allí y recorrían esas bases. Para la gente de los otros países, estos estadounidenses eran la cara visible de Estados Unidos, pero en nuestro país nadie sabría nunca nada de esto si su fuente de información era los medios hegemónicos.
Eso, por supuesto, no ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es la actitud de Washington respecto del público. Las más recientes operaciones relacionadas con las bases se están produciendo cubiertos por un espeso manto de secretismo, es decir que si alguien quiere saber algo es cada vez más difícil enterarse de cualquier cosa. La última estrategia respecto de las bases de Estados Unidos en el mundo responde a una nueva premisa: una “huella reducida”, lo que significa bases pequeñísimas, despliegue rápido, operaciones especiales e importante utilización de drones. Este es el tipo de guerra que se está instalando en África en el siglo XXI; Nick Turse, de TomDispatch nos lo explica hoy. Mientras Estados Unidos ha buscado siempre que algunos aspectos de su estrategia imperial permanezcan en “la sombra”, para usar una expresión que cuando yo era niño se utilizaba en la Guerra Fría, la nueva estrategia cotidiana relacionada con las bases militares también está desapareciendo en las sombras; en este ámbito, la última nota de Turse sobre el tema es un pequeño triunfo informativo.
En los últimos años, Turse ha revelado regularmente mucho de lo que no estaba a la vista sobre la expansión militar estadounidense que ha tenido lugar en África, entre otras cosas el número cada vez mayor de operaciones militares de EEUU en todo el continente, un crecimiento similar de las misiones de adiestramiento de fuerzas para actuar por delegación en diversos escenarios africanos y el aumento del despliegue de fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU, esas fuerzas armadas secretas dentro de las fuerzas armadas integradas por 70.000 militares que hoy proliferan en un exclusivo mundo de sombras. Nurse trabajó un año en esto, pero hoy nos muestra la más reciente imagen del acuartelamiento que cubre todo un continente junto con las políticas de establecimiento de bases del Comando África de Estados Unidos. Se trata de una nota que no podría ser más importante ni trabajada con más esfuerzo, que brinda la primera imagen de cómo se está preparando a un continente para lo que –en su último libro– Turse ha llamado el campo de “batalla de mañana”.
* * *
Las nuevas matemáticas de AFRICOM, la base Bonanza de EEUU y los “más terroríficos” tiempos que se vienen en África
En las sombras de lo que una vez se llamó el “continente negro” ha habido mucho barullo. Si usted no se ha enterado de nada ha sido por algo deliberado. Pero si fuerza la mirada lo suficiente –de norte a sur, de este a oeste– verá los frutos de ese esfuerzo: una red de bases, complejos y otros emplazamientos cuyo número total supera la cantidad de países del continente. Para unas fuerzas armadas que han tenido un traspié tras otro en Iraq y Afganistán y sufrido reveces desde Líbia a Siria se trata de un logro insólito. En lugares apartados, detrás de vallados y lejos de miradas indiscretas, las fuerzas armadas de Estados Unidos han construido un vasto archipiélago de puestos de avanzada; según algunos expertos, se trata de un laboratorio para un nuevo tipo de guerra.
Entonces, ¿cuántas bases militares de Estados Unidos hay en África? Es una pregunta sencilla con una respuesta sencilla. Durante años, el Comando África de EEUU (AFRICOM) da una respuesta estándar: una base. Camp Lemonnier, en Djibouti, el diminuto país bañado por el sol, es la única “base” que Estados Unidos reconoce en el continente africano. Por supuesto, no era verdad. Porque había campos, complejos, instalaciones y servicios por todas partes, pero la semántica no es el fuerte de los militares.
Pero si echa una mirada a la lista oficial de bases del Pentágono, la cantidad crece. El informe 2015 sobre la propiedad global del Departamento de Defensa incluye a Camp Lemonnier y otros tres emplazamientos de larga data en el continente o cercanos a él: la Unidad Nº 3 de Investigación Médica de la Marina de EEUU, una instalación de investigación medica cerca de El Cairo, Egipto, que empezó a funcionar en 1946; el aeropuerto auxiliar de Ascensión, una estación de seguimiento de naves espaciales y aeropuerto situada a 1.000 millas de la costa occidental de África utilizada por EEUU desde 1957; y almacenes en Mombasa, Kenia, construidos en los ochenta.
Esto no es más que el comienzo de la cuestión; no acaba aquí. Durante años, distintos informes han derramado alguna luz sobre puestos de avanzada supersecretos –la mayor parte de ellos construidos, mejorados o ampliados después del 11-S– que salpican el continente, entre ellos las llamadas ‘localizaciones de cooperación en materia de seguridad’ (CSL, por sus siglas en inglés). A principios de este año, el jefe del AFRICAM, general David Rodríguez reveló que en realidad había 11 de esas localizaciones. Una vez más, algunos viejos observadores del AFRICOM, sabían que esto también era apenas el comienzo de una historia más amplia, pero cuando pedí al comando África una relación de sus bases, campos y otras instalaciones, tal como había hecho regularmente, fui tratado como si fuera un infeliz.
“En total, el AFRICOM tiene acceso a 11 CSL en toda África. Por supuesto, tenemos una instalación militar importante en el continente: Camp Lemonnier, en Djibouti”, me dijo Anthony Falvo, jefe de Asuntos Públicos del AFRICOM. Falvo estaba vendiendo cifras que tanto él como yo sabíamos perfectamente bien que eran, en el mejor de los casos, engañosas. “Este es uno de los aspectos más ingratos de nuestra política militar en África y, en general, fuera de nuestras fronteras: que los militares no pueden ser honestos y transparentes en relación con lo que hacen”, dice David Vine, autor de Base Nation: How U.S. Military Bases Abroad Harm America and the World.
La investigación hecha por TomDispatch indica que, de hecho, en los últimos años las fuerzas armadas de Estados Unidos han desarrollado una red notablemente amplia –con 60 unidades– de puestos de avanzada y puntos de libre acceso. Algunos de ellos se utilizan regularmente, otros son mantenidos como reserva y algunos quizás estén cerrados. Esas bases, campos, complejos, instalaciones portuarias, depósitos de combustible y otros pueden verse en por lo menos 34 países –más del 60 por ciento de los del continente–; en buena parte de ellos, sus gobiernos son corruptos y represivos y muestran pobres registros respecto de los derechos humanos. Estados Unidos también opera “Oficinas de Cooperación en Seguridad en aproximadamente 38 naciones [africanas]”, según Falvo, y ha cerrado cerca de 30 acuerdos para la utilización de aeropuertos internacionales como centro de repostaje de combustible.
No hay por qué creer que incluso estos guarismos reflejen completamente el creciente archipiélago de puestos de avanzada en África. A pesar de que es posible que debido a las fallas del AFRICOM para proporcionar información básica fiable o aclarar algo algunos sitios hayan sido contados dos veces, la lista elaborada por TomDispatch indica que las fuerzas armadas de Estados Unidos han creado una red de bases que se extiende mucho más allá de lo que revela el AFRICOM al público estadounidense, por no hablar del africano.
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