M E N T I R A S Y M E D I O S |
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Carlotti, el liquidador de empresas, y el Gobierno español van de la mano
Irene Amador
En días pasados, los periódicos
oficiales del reino se hacían eco, algo escandalizados, del despido "sin
previo aviso" de la conocida presentadora Rosa María Mateo. Sin duda es un
hecho lamentable que define a los gestores de Antena 3, y hasta el insigne
columnista Eduardo Haro Tecglen dedicó unas líneas a su agraviada colega. Lo
que, sin embargo, no ha llamado la atención de los periodistas --salvo honrosas
excepciones--, es que del mismo modo infame se ha despedido a otros 214
trabajadores y trabajadoras de la cadena privada, cuyo anonimato, al parecer, no
les da derecho a un titular en la prensa. Todos han sido injustamente
despedidos, víctimas del más despiadado terrorismo empresarial. Algunos de
ellos estaban en la lista negra de Carlotti (el liquidador de empresas que también
orquestó la "reducción de plantilla" de Tele 5) por haberse
rebelado, por manifestar públicamente su disconformidad con el Expediente de
Regulación de Empleo (ERE) --y, por ende, con la política del PP--, por ser
honestos y combativos, buenos trabajadores y buenos compañeros.
Pero los "capos" de Antena 3 no han incluido a Rosa María Mateo en la
lista negra por haber gritado en las manifestaciones junto a sus compañeros de
trabajo: "No al ERE", "No a los despidos de Antena 3",
"Ya se ve el empleo del PP", "Lo llaman democracia y no lo
es", "Ni un voto más al Partido Popular"... y tantos y tantos
otros gritos que con fervor e indignación han acompañado a los candidatos
madrileños durante su patética campaña electoral. Rosa María Mateo no estaba
junto a sus compañeros, pero así son los empresarios: no te despiden solo
cuando molestas, sino también cuando sobras. Que sirva de lección a los que
callan.
El sábado 8 de noviembre, otro titular debería haber encabezado las páginas
dedicadas a cubrir esta noticia: "El prevaricador Zaplana aprueba el ERE de
Antena 3". Días antes, la Consejería de Trabajo de la Comunidad de Madrid
había dictado una resolución en la que comunicaba públicamente la ausencia de
razones para aceptar el ERE, y advertía al ministro de que si lo aprobaba podía
ser acusado de prevaricación. Este dato fundamental fue sistemáticamente
omitido en los comentarios periodísticos sobre la decisión ministerial. Y es
un dato clave para comprender el contexto en el que los trabajadores --en Antena
3 y en el resto de las empresas-- nos insertamos: impunidad, impunidad e
impunidad para los que detentan el poder económico y el político, que al fin y
al cabo es el mismo, son los mismos.
Pero Zaplana no podrá olvidar la orla infamante, el nimbo de pancartas con el
lema "No a los despidos de Antena 3", que aureoló su rostro cuando
participó en un programa en directo de la cadena privada, mientras pronunciaba
sus falsas promesas electorales y hablaba del empleo que crea el PP. Imagen
memorable para los anales televisivos. Tampoco olvidará la procesión de
trabajadores y trabajadoras que a gritos lo acompañó hasta el despacho de
Carlotti, donde permaneció varias horas, prometiéndole seguramente --¿a
cambio de qué?-- que aprobaría los injustos e injustificados despidos. Tampoco
lo olvida la empresa: desde entonces, un ejército de "seguratas" vela
por la tranquilidad de los amos.
Las convocatorias de huelga general han tratado de ser boicoteadas una y otra
vez por la dirección de la cadena, con grabaciones previas a los días de
huelga, intentos de traslado a otras sedes, etc. Todo ello fue contestado por la
asamblea de trabajadores y trabajadoras, que llegó a tomar literalmente un plató
y a impedir la grabación de un programa.
Los gritos espontáneos que surgieron en las manifestaciones de protesta contra
el ERE, ilustran muy bien la escandalosa situación en la que se insertan los
injustificados despidos. Ante las barreras --literales-- de los efectivos
policiales del delegado Ansuátegui, los trabajadores y trabajadoras de Antena 3
gritaban: "La policía defiende a los ladrones" y "Queremos la
pasta de Buruaga". En efecto, la policía defendía y defiende a quienes
han participado en el expolio de la cadena privada y han entregado al
incalificable Ernesto Sáenz de Buruaga un cheque de seis millones de euros. ¿Cómo
calificar el hecho de que una gestión nefasta se premie tan generosamente,
mientras que el esfuerzo cotidiano y entusiasta de los trabajadores y
trabajadoras se pague con el despido y con el desalojo policial?
El 22 de octubre, la dirección de Antena 3 llamó a las huestes de Ansuátegui
para que sacaran por la fuerza a los empleados que mantenían una asamblea
permanente en la cafetería. La tarde anterior, en una votación secreta
realizada durante una jornada de huelga, con las urnas en la calle, los
trabajadores habían dicho NO a la propuesta de la empresa: 254 despidos, con
una miserable indemnización de 45 días de sueldo por año trabajado y 6.000
euros lineales. El NO había ganado a pesar de que una legión de directivos,
cumpliendo órdenes, habían salido a la calle para votar.
El presentador de las noticias de las 21.00, Matías Prats, no pestañeó
siquiera cuando dio paso a la información del día. Segundo a segundo, fue
siguiendo dócilmente las pautas dictadas por sus amos. El informativo se
realizaba minutos después de que sus compañeros fueran desalojados por la
fuerza y tuvieran que recorrer, con las manos en la nuca, un camino jalonado de
antidisturbios con cascos y porras, algunos llorando y otros gritando "Lo
llaman democracia y no lo es". Pero al señorito Prats no se le movió la
corbata ni se le alteró el rictus, porque seguramente su cacareado sentido de
la democracia estaba en sintonía con la situación que se vivía a pocos metros
de su poltrona hereditaria. Y además no corría ningún peligro: una legión de
agentes de seguridad privados custodia las puertas de acceso a la redacción y
al plató de informativos.
A la luz de estos hechos, los periodistas e informadores de Antena 3 deberían
reflexionar --supongo que más de uno lo habrá hecho-- sobre las informaciones
que se vierten al público. La policía detiene o desaloja a los
"violentos". Pero, ironías del destino, el 22 de octubre los
"violentos" eran los trabajadores de Antena 3 reunidos en asamblea, en
lucha por su puesto de trabajo, que por obra y arte de la "democracia"
habían dejado de ser periodistas e informadores para convertirse en aspirantes
a terroristas.
Unos días después se hizo pública una resolución de la Consejería de
Trabajo de la Comunidad de Madrid en la que dictamina que no existe una situación
económica negativa que justifique la solicitud de un Expediente de Regulación
de Empleo, y advierte al Ministerio de Trabajo de que la aprobación de dicho
ERE podría considerarse prevaricación (Zaplana está acostumbrado: no es la
primera vez que el adjetivo prevaricador se añade a su apellido). Una ventana
se abría a la esperanza.
Pero el mercado bursátil reaccionó favorablemente al desalojo policial, al ERE
y a la injusticia laboral: el mismo día de su debut en la Bolsa, las acciones
de Antena 3 subieron de forma inusitada. Tal vez fueran estas las razones que
llevaron al prevaricador Zaplana a aprobar el ERE, que gracias a su magnanimidad
se vio reducido en un número insignificante de trabajadores (de 254 a 215),
dato que los periódicos del reino se apresuraron a resaltar en titulares. No se
resaltó, en cambio, el hecho escandaloso de que la aprobación del ERE era
contraria al propio dictamen de la Consejería de Madrid y de varias consejerías
autonómicas.
La catadura moral de los directivos de Antena 3 se puso de manifiesto en todo su
esplendor durante la huelga de hambre de un compañero del comité de empresa:
los desmedidos servicios de seguridad de la cadena impidieron que fuera
introducida una cama portátil para que descansara. Entonces los compañeros de
escenografía llevaron un colchón a la sede del comité de empresa, pero
Carlotti debió de pensar que eran demasiadas comodidades, así que fue el
propio director de escenografía quien recogió y se llevó el colchón sobre su
lomo, como la acémila que demostró ser.
Unos días más tarde, la empresa promulgó la ley seca coincidiendo con una
propuesta de homenaje al compañero en huelga de hambre, a celebrar en la
cafetería. Y no solo se impuso la ley seca (algo, por otra parte, muy apropiado
en un contexto mafioso), sino que se emitió una nota amenazando con
"consecuencias laborales" a quienes tuvieran la osadía de participar
en el homenaje. Ya puestos, en la puerta de Antena 3 podrían colgar un cartel
que advirtiera, como en algunos autobuses mexicanos: "Prohibido entrar con
aliento alcohólico"; sería una forma de librarse de la clase directiva.
La última asamblea de Antena 3, a raíz de la aprobación del ERE, se celebró
en la calle, cortando el tráfico, ya que los "capos" no dejaron
entrar a los trabajadores despedidos, a los que no habían tenido el valor de
avisar, porque para eso, para hacer el trabajo sucio, tienen contratado un ejército
de seguratas. Para no perjudicar aún más a los que se habían quedado sin
trabajo, se desconvocó la huelga indefinida, aceptando el vil chantaje:
"paz social" a cambio de 12.000 euros lineales para cada despedido.
Han pasado varios días y la "paz social" --custodiada por una legión
de guardias de seguridad-- se mantiene; sin embargo, la empresa, que tanta
agilidad demostró al despedir a sus empleados sin avisarlos, todavía no ha
ingresado en la cuenta de los despedidos los 12.000 euros prometidos (mientras
que la indemnización aceptada por el Ministerio de Trabajo --3.000 euros-- fue
ingresada el 8 de noviembre, cuando aún no habían transcurrido veinticuatro
horas desde el dictamen).
En Antena 3, aparentemente, vuelve a reinar la normalidad. Pero la indignación
por las agresiones sufridas, el haber compartido entusiastas jornadas de lucha,
el debate político y social, la rabia ante la impunidad con que los verdaderos
violentos --los violentos uniformados-- nos desalojaron por la fuerza de nuestro
lugar de trabajo..., todo eso ha dejado un poso en el que germinarán nuevas
protestas, nuevas movilizaciones. La lucha sigue. No ha hecho más que empezar.
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