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Me gustan los estudiantes, pues son la levadura; el pan que saldrá del horno, con toda su sabrosura, para la boca del pobre que come con amargura. Mercedes Sosa, cantautora argentina, "Me gustan los estudiantes" (tema musical en formato MP3, 3 Mb)
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La
clase trabajadora en el sistema educativo.
(De la ideología esencialista de su "cultura"
a
la defensa y estímulo de su capacidad y de su mérito)
(notas
de lectura)
(Este
artículo se ha escrito en discusión y controversia con las ideas
de los siguientes libros:
Samuel Bowles
y Herbert Gintis, La instrucción escolar en la América
capitalista, Madrid, Siglo XXI, 1985. Carlos Lerena Alesón, Escuela,
ideología y clases sociales en España, Barcelona, Círculo de Lectores,
1989. Paul Willis, Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de clase
obrera consiguen trabajos de clase obrera, Madrid, Akal, 1988.)
1.
En términos reales, en términos concretos, en términos de sus dolores
cotidianos, ¿quién se preocupa
de la gran muchedumbre de los que están abajo, en la base sobre la que se
sostiene el edificio entero del Estado capitalista? ¿Quiénes, de entre los
académicos de izquierdas, se preocupan de sus deseos o sus aspiraciones, de su
esperanza pisoteada, de su impotencia? Mientras se reflexiona desde la
estratosfera estructural y la geopolítica de las grandes potencias (mientras
miramos con estupor las majaderías asesinas del señor Bush), ¿quiénes se
preocupan por diseñar un camino de lucha, de estímulo, de autoelevación? ¿Quiénes
les proponen horizontes de voluntad activa, y de esperanza que se esfuerza en
una dirección consciente?
La clase trabajadora (quienes no tienen más que su trabajo para vivir,
incluidos quienes ni siquiera pueden pensar en vivir de su trabajo) está
formada por personas que necesitan confiar tenazmente en que pueden salir
adelante y que, de apostar por ello con decisión (verdaderamente) en términos
personales y colectivos, podrían dar un vuelco a la impotencia de las
estrategias [?] de la izquierda. Los pensadores de la izquierda suelen ser
sabias mujeres y hombres de ciencia, académicos que miran la realidad desde sus
teorías y sus departamentos universitarios y apenas escuchan los suspiros de
angustia de los dominados. En cuanto a los políticos profesionales, la suerte
está echada: la mucha miseria (ciertamente consensuada) que acumulan en sus
almas apenas les deja respirar otros aires que no sean los del poder y la
dominación (sea cual sea la parte alícuota que les toque en el reparto
profesional), poder y dominación que, a menudo, van acompañados de un
componente, nada desdeñable, de sumisión a los poderes económicos dominantes.
Necesitamos pensamiento crítico y analítico para entender la realidad,
pero también, y sobre todo, necesitamos pensamiento animoso y propuestas (re)constructivas,
para cambiarla ya. Necesitamos saber dónde estamos, pero también hacia dónde
vamos (nosotros, tú, yo, nuestros vecinos, las compañeras y compañeros de la
fábrica, de la oficina o el instituto; en fin, del país, de este país que no
sabe decir su nombre), y, sobre todo, hacia dónde queremos ir, hacia dónde
deberíamos ir y cómo podríamos empezar a preparar el camino, y qué pasos serían
los primeros que deberíamos dar. Necesitamos un pensamiento político, crítico
y reconstructivo, que mire desde dentro de la clase; una acción resuelta que
sea llevada a cabo desde la clase, por la clase y para construir expectativas
nuevas para la clase.
No estamos muertos: las personas que somos, y nos sentimos ser, aún
podemos pensar y actuar. Debemos hacerlo para que cambien las personas y las
cosas reales, concretas, cotidianas, en el día a día: para producir la
esperanza de que podemos caminar y para producir los primeros pasos que
alimenten esa esperanza. Si no pensamos para cambiar lo que decimos que está
mal, si no nos movemos y ponemos pasión para acabar con lo que está mal,
entonces es que sí estamos muertos y sí nos merecemos sufrir lo que nos pasa.
2.No es el solo sistema educativo actual, en sí
mismo, el que consigue sacar del estudio, y enfrentarlo a él, a una buena parte de las
hijas e hijos de la clase obrera, sino este sistema aliado con la propia ideología
de ciertos trabajadores sin (verdadera) conciencia de clase, alimentada por la
teoría político-educativa producida por la burguesía (pseudo)progresista.
Cuando el sistema educativo ha sido presuntamente concebido para el desarrollo
educativo de la clase obrera, incluso en ese caso, el lastre de una ideología
(suicida) despreciativa del aprendizaje de conocimientos por la clase,
despreciativa del esfuerzo y la superación personales, despreciativa del mérito
escolar y social de que pueden ser capaces quienes pertenecen a la clase obrera,
despreciativa de la utilidad para la clase trabajadora de la disciplina escolar,
despreciativa de la necesidad que la clase obrera tiene de implicarse en
profundidad en la propia reflexión y participación cívica,..., frustra las
expectativas de ascenso intelectual de una buena parte de la clase.
El problema se acentúa cuando la ideología en cuestión se encuentra en
la base misma del sistema educativo: cuando los intelectuales de la presunta
burguesía progresista dan en considerar a los hijos de los trabajadores como
una "masa" de incapaces, entonces, los recalcitrantes antiestudio ven
añadirse a sus filas de "fracaso escolar" a aquellos muchos que habrían
podido adquirir una buena dosis de conocimientos, pero que, dado un ambiente (la
sociedad entera –familia, calle, medios de comunicación, clase, ideología
dominante- más el sistema educativo) que no estimula el esfuerzo, el estudio y
la responsabilidad, ven frustradas sus posibilidades y no pueden, con todo en su
contra, salir adelante: la "clase", así, permanece desarmada.
3.Ciertos
intelectuales burgueses, que se llaman a sí mismos de izquierdas, consideran a
los hijos de
los trabajadores de una forma penosamente paternalista que, en verdad, no es
casual, sino dictada por sus propios intereses: los consideran poco menos que
incapaces de interesarse por el conocimiento y, en todo caso, con no demasiadas
luces. De modo que, para ellos, hay que inventar una enseñanza diferente (menos
dificultosa) para que puedan salir (¡los pobres!) adelante. Así, se cierra el
círculo del desprecio que la derecha misma ha programado.
Frente a ese repugnante desprecio, debemos tomar las riendas de nuestro
destino como seres humanos, demostrando que somos capaces de realizar cualquier
obra: que somos capaces de alcanzar cualquier cosa que un ser humano pueda,
positivamente, querer alcanzar, para sí o para los otros seres humanos, para la
clase o para el mundo. Los hijos de la clase trabajadora no tienen su destino
prefijado: algunos de ellos pueden aunar la gresca, la violencia, la vagancia o
el alcoholismo, pero a esto no podemos llamarlo ideología de la clase obrera o
"cultura popular" (Cfr., Paul Willis). Esta ideología es la imagen
especular proyectada por la propia ideología de la burguesía dominante, que
considera a los hijos de los obreros como material de diversificación, de
integración, de adaptación curricular o de garantía social, pero que jamás
mueve un dedo para "compensarlos" allí donde la compensación es
esencial, allí donde se encuentra el origen dinámico de la expropiación: por
un lado, en los primeros años de la vida de los niños; por otro, en el bloqueo
programado (año tras año) de su capacidad intelectual, de su autodisciplina,
de su voluntad, de su deseo de saber, de su responsabilidad. Mejor que forjar
generaciones de estudiantes de familia obrera capaces de llegar al final de los
estudios con un caudal superior de conocimientos, es, sin duda, para los
intereses de la burguesía, hacerlos llegar en condiciones de ser
caritativamente "ayudados" con las mugrientas migajas del festín del
conocimiento. Así, no sabrán más que un saber superficial y falso, y creerán
que sólo ellos son los culpables de su fracaso. Jugada redonda.
El único modo de que la clase obrera salga adelante es que se
desembarace de los prejuicios al uso a derecha e izquierda y tome las riendas de
su destino, individual y colectivo, en sus manos; que identifique con precisión
sus intereses de futuro y utilice las instituciones (sobre todo, la muy útil de
la educación) para permear con su presencia y su nueva ideología a toda la
sociedad. Sólo si la clase trabajadora se autodisciplina, se arma de una
intensa voluntad de conocimiento y de lucha, y comienza a moverse hacia sus
intereses objetivos de clase, podrá llegar a convertirse en clase dominante.
4.Los que
hablan con tanta seguridad de los hijos de los trabajadores (de cómo son y cómo
no son, y cómo
los hacen ser y cómo no deberían ser) no han sido, por lo general, hijos de
trabajadores. Los hijos de los obreros son para ellos una extraña mezcla de
gente "natural", no contaminada y necesariamente irreductible a lo
que, ellos mismos, llaman la "alta cultura". Construyen una ficción
esencialista que dice que "ser hijo de trabajador" es ser "así"
(como ellos dicen); construyen, asimismo, una ficción esencialista que dice que
la (presunta) "cultura obrera" (o "popular") es "ésta"
(que ellos dicen, y que traduce el reflejo de sus propias visiones del mundo:
las de la clase burguesa); construyen, en fin, un "ethos de
clase" que dice que "así" son, "así" se comportan,
"así" reaccionan, “éste" es el horizonte social que
manifiestan, "éste" el futuro que saben que les aguarda (el que
ellos, buenas gentes paternalistas, están interesados en que nosotros adoptemos
como propio) (Cfr. Lerena).
Pues, bien, eso se llama "naturalizar la expropiación",
convertir en una "esencia" insuperable (y apropiada para su clase) los
resultados (intolerables) de privación cultural producidos por la explotación
económica y la marginación social y política. El esencialismo es, por
definición, reaccionario, precisamente porque atrapa a los seres humanos en un
tejido de características que ellos mismos no han diseñado, ni querido, y que
se les impone como "su naturaleza" imposible de cambiar, aunque aquí
se trate de su (presunta) "naturaleza cultural". Los teóricos de la
(presunta) "cultura obrera" construye(n) una ficción lamentable y,
luego, lloran con grandes aspavientos su supuesta pérdida: lloran su impotencia
y lloran su potencia (sí, también lloran la potencia de la clase para salirse
de la imagen de sí mismos que se les propone, y la tildan de pequeñoburguesa,
cima del insulto). Un ejemplo excelente de cómo opera la ideología dominante
para mantener dominados, detenidos en su (presunta) "naturaleza",
congelados en sus (presuntas) "virtudes", a los trabajadores.
La "alta cultura" es, para estas "buenas gentes
paternales", por definición, cosa de la burguesía (propiedad de ellos
mismos, por tanto). Si los trabajadores se interesaran por la "alta
cultura", eso querría decir que se estaban desclasando.; como no se
interesan, eso quiere decir que el sistema educativo entero ha conseguido su
finalidad primera: mantenerlos abajo. En fin, gracias a este discurso
naturalizador de una presunta esencia de la clase trabajadora, ésta no tiene
ninguna salida: como los ve Willis, los hijos que asumen el ethos de la clase
son toscos, alborotadores, borrachos, pendencieros, machistas, racistas, ..., en
fin, según parece, sólo buenos para el trabajo. Y, si no, es que se quieren
desclasar (como afirma Lerena), porque son unos ambiciosos y unos arribistas,
pero, a pesar de todo, ¡cuánto les cuesta a los pobres llegar a las alturas
culturales!
Además, dicen (Lerena, por ejemplo), sucede que quienes aprenden sólo
en la escuela (o sea, no con sus sabios papás), olvidan pronto lo que
aprendieron, porque el sistema escolar, en el fondo, no pretende sino una
educación estéril que pronto no quedará, en la memoria de los que pasaron por
ella, sino como un mero barniz cultural. El escaso salario cultural (cuando no
se trata, directamente, de un "salario mínimo") que da la escuela y
el instituto (y la Universidad, porque, como no dejan de asestarnos socapa de su
paternalismo, "lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta":
tal es su progresismo) hace de quienes han estudiado, según se dice,
"ignorantes que han estudiado", que "saben que sabían" o
que "saben que deberían saber".
En realidad, se piensa, el único saber verdadero es el que se hereda, el
"capital cultural" (que decía Bourdieu): contra ese
"capital" no se puede luchar. El que tiene esa herencia de "alta
cultura" nunca la pierde (¿la tiene tal vez depositada en sus genes?),
aunque sea un vago y no haya cogido un libro en serio en su vida. Y se le nota
siempre cómo lo beneficia esa herencia, ¡dónde va a parar! Los otros, los
pobres, por mucho que estudien, siempre sabrán de mala manera; siempre serán,
a pesar de todo su esfuerzo por aprender, esos "ignorantes que han
estudiado", y se les notará a cada paso "de dónde vienen". Así,
a los universitarios hijos de la clase trabajadora se les nota que lo son porque
no se manejan con la "alta cultura" como si fueran sus dueños (los
dueños ya se sabe quiénes son): son unos advenedizos, concepto inventado para
uso y disfrute de las clases dominantes. El (supuesto) "capital
cultural" de la familia burguesa marca, aunque el hijo sea un inútil; la
"expropiación cultural" que heredan los hijos de los trabajadores,
por lo mismo, pasa de padres a hijos, por mucho que tanto los unos como los
otros puedan empeñarse en lo contrario y luchen por superar las carencias
iniciales. Vano empeño, que acaba produciendo patologías del tipo del
arribista compulsivo (tesis de Lerena). Así, pues, estudiar es inútil, compañeros;
así han decidido que lo sea los que se dicen nuestros "amigos"
(aunque ellos sí han estudiado, claro, y mucho). Démosles las gracias por la
información, buena para nada, y sigamos estudiando.
En fin, tenemos que negarnos a esta falacia que nos desprecia. Lo que es
bueno para los grupos sociales dominantes (sus derechos, sus logros culturales,
su supuesta capacidad intelectual), también es bueno para los grupos sociales
dominados. Lo que es bueno para los asalariados de la "clase media"
[?] es bueno para todos los asalariados (véase, en contrario, a Bowles y Gintis):
sus (presuntos) "valores" (autodisciplina, capacidad para insistir en
el esfuerzo, voluntad de salir adelante: los tengan de verdad o no, los hayan
aprendido como, o donde, los hayan aprendido) y los (presuntos) conocimientos
que son capaces de utilizar (tantos los de las ciencias que tratan de hacerse
cargo del funcionamiento de la naturaleza, como los de las ciencias que tratan
de hacerse cargo del funcionamiento -económico, político, jurídico, ideológico-
de la sociedad).
5.En el
trabajo educativo y de instrucción de la enseñanza, la "excelencia"
en el nivel de los conocimientos y de la capacidad para la reflexión crítica no es un
espacio competitivo de suma cero: los rendimientos académicos de los unos no
niegan los de los otros; el esfuerzo de los unos no niega el esfuerzo de los
otros; la voluntad y la autodisciplina de los unos no niega la voluntad y la
autodisciplina de los otros. No se trata de una competición de tipo capitalista
(como la que se da por su reconocimiento o remuneración mercantil) en la que,
si unos ganan, otros pierden: no se trata de una carrera para repartirse, con
ventaja, los conocimientos o las capacidades, porque ni los conocimientos ni las
capacidades son un bien escaso. Todos pueden llegar al nivel más alto posible:
nadie impide, entre quienes trabajan para ello, que (cada uno de) los demás
consiga(n) el máximo nivel de conocimientos, capacidades y actitudes. No hay un
monto de conocimientos o de capacidad crítica en disputa, que tengan que
repartirse; ésa es una falacia para negar la necesidad (de todos y cada uno) de
trabajar para conseguir lo más posible: la necesidad y la posibilidad. No hay
ninguna razón para que los 25 alumnos de un aula o los cien alumnos de un nivel
no alcancen, todos ellos, el máximo cuerpo de conocimientos y, también, la máxima
nota posible. No se trata de un bien escaso; el problema es de un interesado
ahormamiento ideológico de las clases: unos, para aprender y ganar y dominar;
los otros, para ignorar y perder y ser explotados. Se trata de un complejo
entrelazado de episodios que se libran en el campo de la lucha de clases en la
educación. Quienes hablan de un bien escaso y se lamentan de que los hijos de
la clase obrera no estén hechos para la cultura académica, ni para salir
adelante en el campo minado de la escuela, lo que están haciendo es sancionar
(como inevitable) un estado de cosas perfectamente superable dada la convicción
de la clase y de todos y cada uno de sus miembros. La lucha de clases se pierde
y se gana cada día, a cada instante. Se pierde cuando se acepta como inevitable
lo que sucede; se pierde cuando no se lucha con las armas de la teoría política
y de la razón práctica; con el esfuerzo, la disciplina y la voluntad de
vencer. Los teóricos que observan con pena lo que hay y no dicen una palabra
acerca de cómo cambiarlo, son, en la teoría y en la práctica, un insidioso
caballo de Troya dentro de las filas de la clase trabajadora. Es preciso que
desenmascaremos su tarea.
Un sistema educativo que persiga la extensión masiva del conocimiento más
elevado no conseguirá, sólo con ese paso, transformar la estructura socioeconómica
capitalista, pero, a cambio, conseguirá una clase trabajadora más conocedora
de los entresijos y el funcionamiento del mundo dentro del cual es explotada y
dominada, y, así, más capaz de pensar críticamente y más sabia en el manejo
de la lucha para transformar las estructuras del Estado. En todo caso, bastaría
con que consiguiera elevar la propia dignidad intelectual, personal y colectiva,
de los trabajadores (sometidos siempre al dictado de los poderosos de turno)
para que ya fuera fundamental.
6.¿Qué
tienen los hijos de los trabajadores, ya que no dinero, ni una posición social
que heredar; ni
la biblioteca de mamá y papá que heredar; ni las relaciones sociales de mamá
y papá que heredar; ni la "alta" atmósfera cultural vivida en casa
de mamá y papá, etc.? ¿Qué tienen, cuando tan poco les ha sido dado de
partida, sino lo que por sí mismos ellos puedan hacer o conquistar? ¿Qué podrían
poner a contribución para sentirse y ser participantes plenos en el desarrollo
del país en que viven? ¿Qué podrían traer a colación para no seguir siendo,
simplemente, el felpudo de la clase dominante? La respuesta es "su mérito". Es
decir, sus esfuerzos para salir adelante; su voluntad y su autodisciplina
puestos a trabajar para salir adelante; su memoria y su entendimiento para
conseguir, todos y cada uno de ellos,
los conocimientos máximos que se puedan tener acerca del mundo, acerca de la
sociedad en que viven; su capacidad reflexiva y crítica para no dejarse
embaucar y manipular por la clase dominante acerca de todo aquello que tiene que
ver con sus propios intereses personales y de clase (socio-económicos, político-jurídicos,
ideológico-culturales); su firmeza y capacidad para persistir en el empeño y
poder alcanzar sus objetivos. ¿Qué podrían dejarles a sus hijos las
trabajadoras y trabajadores, ya que no dinero, posición social, relaciones
sociales, una "alta" cultura, una buena biblioteca? Respuesta: unos
buenos estudios, un caudal crítico de conocimientos, y una capacidad puesta a
prueba para salir adelante con empeño, voluntad, rigor, responsabilidad y
autodisciplina.
¿Traduce esto una alabanza a la lucha y a la competencia? En absoluto.
Primero, la lucha y la competencia no las ha inventado la burguesía: existen
desde que existe vida sobre la tierra. Segundo, la lucha de que hablo concierne
sólo, en principio, al luchador (y, luego, a su clase): no hay un enemigo
contra el que se lucha. Los objetivos son aquello que se persigue, y los
objetivos, aquí, no tienen nada que ver con cualesquiera otros seres humanos en
disputa. El objetivo de los conocimientos, de la autodisciplina, de la voluntad,
de la firmeza, de la capacidad para persistir en el empeño, de la actitud
positiva hacia el conocimiento, de la consecución de la capacidad reflexiva y
crítica, todo eso, tiene que ver con el propio "crecimiento
personal": se puede crecer personalmente sin obligar a menguar a los seres
humanos que nos rodean. Ninguna de esas regiones de la acción y el logro
humanos representa un horizonte de bienes escasos o de suma cero, que sólo
pudieran ser distribuidos (a tanto por cabeza) entre la totalidad de los
individuos. Se trata de bienes que se producen con un caudal inextinguible:
todos podrían alcanzar esos bienes, todos tendrían que estar interesados
en alcanzar esos bienes, todos deberían alcanzar esos bienes.
La negatividad con que el discurso filosófico de cierta izquierda ha
cargado el término mérito
es, por eso, harto sospechosa. Tal vez lo que sucede es que hay una subterránea
ideología burguesa operando dentro de ese discurso (quiero pensar que no
conscientemente): una visión del mundo burguesa (aunque sea travestida de
"obrerismo") que no ve a los trabajadores capaces de realizar ese
esfuerzo. Si los viera como seres humanos capaces, y con un derecho absoluto (y,
lo que es acaso aún más importante, un deber humano y ciudadano también
absoluto) a conseguir para su crecimiento personal todo lo que sólo parece
verse como pasto de la clase alta (y de la pequeña burguesía, según Lerena),
entonces, tal vez proclamaría un discurso distinto acerca de su realidad y una
estrategia distinta acerca de lo que pueden y deben conseguir.
En todo caso, si personalmente constituyen un derecho y deber inalienable
de todos los seres humanos, los logros educativos (entendiendo educativos en su
más ancha y profunda perspectiva) son (deben ser), además, la primera empresa,
la empresa prioritaria de la clase trabajadora, si es que queremos acabar con el
sistema capitalista: que nos oprime, nos explota y nos quiere ver reducidos a
ser simples bestezuelas "naturales" que sólo se apañan con lo
cotidiano, incluido el espejismo diario del consumo (al fin y al cabo, para
trabajar en una fábrica..., qué más se necesita); misma estrategia de
marginación que la empleada con las mujeres, todas ellas naturaleza y emoción,
como se sabe, nunca cultura o razón. Si es que queremos construir una sociedad
de iguales, en libertad, que construyan y desarrollen colectiva e
igualitariamente su sociedad.
El mérito no va a acabar con
el capitalismo, pero tampoco es la clave de su reproducción, como erróneamente
teorizan los beatos de la igualdad absoluta. En una sociedad de iguales, el mérito
sería encauzado para el desarrollo igualitario en libertad, y no serviría más
que para la realización íntima de las personas y para la mejora de la
sociedad. En una sociedad dividida en clases, como la capitalista, la negación
del (mecanismo del) mérito para la clase dominada, expropiada y explotada, es una
repugnante maniobra para seguir dejando a los trabajadores sometidos a la
dominación, a la expropiación cultural y a la explotación.
Debería quedar, pues, claro que, en realidad, a esta lucha de la que he
hablado más arriba se le podría dar el nombre secular de lucha
de clases. En efecto, los hijos de las trabajadoras y los trabajadores
precisan luchar por ellos mismos, y luchan (o deberían hacerlo) colectivamente
por la mejora cultural de su clase. Esta lucha, he dicho, no es una lucha contra
nadie directamente, puesto que, he dicho, en el terreno formativo nadie tiene
por qué perder allí donde los hijos de los trabajadores ganan. Y, sin embargo,
como creo que ha quedado claro, ahora tengo que decir que no es así:
en la sociedad capitalista, cuando los hijos de los obreros ganan, sí
hay alguien que pierde. Pierde, sin duda, colectivamente, la clase dominante.
Allí donde los seres humanos pertenecientes a los grupos sociales dominados
ganan en conocimientos, en capacidad reflexiva, en rigor crítico, en
autodisciplina y en fuerza de voluntad, allí, digo, pierde, sin lugar a dudas,
la clase dominante. Allí donde los grupos sociales dominados aprenden a
utilizar el sistema de educación pública para sus propios intereses (es decir,
para acrecentar su(s) conocimiento(s), su capacidad reflexiva y su conciencia),
la clase dominada aprende a defenderse de sus enemigos de clase, aprende a
luchar contra el sistema de explotación y dominio edificado por la clase
dominante, aprende el camino para construir una sociedad más justa para todos.
Por eso, pierde la clase dominante. Esta sí es una lucha por un bien escaso: el
poder;
ésta sí es una lucha de suma cero: el poder se debe redistribuir. Alguien tiene que salir perdiendo en
esta lucha: la clase dominante. Alguien sale ganando: los grupos sociales
dominados.
En fin, esta última es la razón por la que la clase dominante (en mayor
medida cuanto más “universal” la enseñanza) se ha empeñado siempre en
producir un sistema educativo que no pueda servir para el aprendizaje serio y
masivo de conocimientos por parte de la clase obrera; la razón por la cual los
teóricos (no bien llamados) progresistas de la burguesía describen de modo
pesimista el panorama; la razón por la cual los trabajadores son inducidos a
creer que no hay nada que hacer, que siempre habrá ricos y pobres, que éste es
el mejor de los (in)mundos posibles, que antaño (ya se sabe) se vivía peor.
Es por eso por lo que necesitamos un nuevo discurso sobre el mérito
y la meritocracia; un discurso
sobre la necesidad de superación de la clase trabajadora. En fin, está
faltando un discurso del tipo que la etnia afroamericana en Estados Unidos puso
de manifiesto en las diferentes etapas de su liberación, aún no enteramente
concluida: Black is beautiful. También las mujeres pusieron en práctica
un discurso de ese tipo, y están saliendo adelante con su propio esfuerzo. Esto
es: somos los mejores y tenemos que demostrarlo; estrictamente en nuestro interés
(individual y colectivo). Como dijo Marx: la liberación de los trabajadores será
obra de los trabajadores mismos, o no será.
¿Cómo podría iniciarse esta liberación? Creo que sólo de una forma:
abandonando el terreno de la autoindulgencia y asumiendo el terreno del esfuerzo
personal y colectivo. Haciendo territorio moral de la clase que el mérito de
cada uno, y el mérito de la clase, no quiere decir lucha por ascender
insolidariamente en las posiciones de la escala social, no quiere decir lucha
esquirol por el bien escaso de los mejores puestos de trabajo. Que, por el
contrario, quiere decir logros cognitivos para uso y disfrute de los
trabajadores; quiere decir la clase como una voluntad de conocimiento, de
reflexión crítica y de lucha consciente; quiere decir la clase como
intelectual orgánico en lucha por su hegemonía intelectual y política, es
decir, la clase como red de ciudadanos con conocimiento, capacidad reflexiva y
voluntad de lucha, que persigue la meta de su hegemonía como clase. Asumir este
programa estratégico es el primer paso para llegar a alguna parte que no sea la
explotación sin salida de la clase, que no sea su opresión moral e
intelectual.
7.Este
desarrollo "cultural" (moral y político) sería paralelo del que
debería ser modo de trabajar respecto de los escolares de la clase. Las pedagogías
suaves son destructivas, desmoralizadoras, y trazan el camino estéril de la
apatía, la pasividad, la autoindulgencia egocéntrica y el individualismo anómico.
Hemos de poner en el centro de una estrategia educativa propia de la clase
trabajadora, precisamente, el estudio riguroso, la exigencia de la excelencia
propia, el orgullo intelectual de la clase, la voluntad de aprender para luchar
contra la manipulación propia y de la clase, el conocimiento de la(s) teoría(s)
y de la(s) práctica(s) para la acción constituyente de un nuevo origen democrático
que no tome su nombre en vano.
Lejos de tratar de hacer felices a los niños en las aulas, esta pedagogía
de la clase trabajadora debe exigirles la comprensión cabal de lo que están (y
se está, en términos colectivos) haciendo en la escuela. A la escuela no se va
a jugar (¿jugaron mucho en clase los actuales teóricos, juristas, catedráticos
de universidad o dirigentes?), puesto que la escuela no es la casa familiar o la
calle. La trampa que la pedagogía burguesa, centrada en el niño y en sus
(supuestos) "intereses", ha tendido a la clase obrera, ya que la lucha
democrática de los trabajadores ha conducido a convertir a los llamados
"chicos de la calle" (los hijos de la clase obrera) en "niños de
la escuela", ha consistido en (re)convertir la escuela en una reproducción
amable de la calle, cuando no en sacar a los "escolares" a la calle
cada dos por tres (puesto que lo que se hace en el aula no parece que deba
servir para nada que no se encuentre, corregido y aumentado, y real, en la
calle). Esta trampa, que vuelve de nuevo a expropiar a los hijos de los
trabajadores de la educación intelectual (no abolida, por supuesto, en la más
selecta y exigente enseñanza privada) y que los lleva otra vez de regreso a la
calle, no puede ser tolerada desde la perspectiva de la clase. Esa perspectiva
debe ser, precisamente, la de utilizar la escuela pública para formar a
nuestros hijos (los hijos de nuestra clase), de modo que, masivamente, lleguen a
estar en disposición de discutir la hegemonía intelectual (ideológica y científica)
y política a la burguesía. ¿Cómo podríamos hacerlo, si no?
Así, una pedagogía apropiada para la clase debe ser una pedagogía de
la ambición y del esfuerzo, de la exigencia, del rigor, de la perspicacia
diligente, de la autodisciplina, del estudio, de la forja de la voluntad de
conocimiento y de acción. Las teorías presuntamente progresistas (de los
"académicos", y de los partidos y sindicatos de la izquierda
"oficial") son disolventes del orgullo intelectual de los
trabajadores, y esterilizadoras de sus capacidades cognitivas y transformadoras,
puesto que parten del hecho capitalista de la división del trabajo manual e
intelectual, y no le conceden a la clase trabajadora la posibilidad de salirse
de esa antítesis, de modo que llegue a ser masivamente capaz de advenir al
conocimiento científico de la realidad y a su utilización política crítica y
reconstructiva (constituyente).
Defender el mérito como apropiado
para el avance de la clase trabajadora (como totalidad consciente y, asimismo,
como conjunto de mujeres y de hombres capaces de pensamiento crítico y
reconstructivo propio, y de acción racionalmente determinada), significa, al
mismo tiempo, dotar a la clase del discurso educativo apropiado para la producción
y reproducción de ese mérito.
Sólo una voluntad política seria (individual y colectiva) de la clase, que
exija, y se exija, un trabajo riguroso con sus hijas e hijos en el terreno de la
educación, desde el principio, con la obligación institucional (política y
legal) de conseguir, desde el principio, la igualdad real de los saberes
asumidos, de las capacidades cognitivas y de las actitudes hacia el conocimiento
(memoria, entendimiento y voluntad: para todos), pondrá a la clase
trabajadora en el único camino viable para su liberación política y su
emancipación social. Desde la confianza colectiva en el esfuerzo propio empeñado
y en el empuje fructífero de nuestro vigor intelectual.
Si no es así, ¿cómo?. Y, si no es ahora, ¿cuándo?.
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