(9/11/02) Boletín 1 del Colectivo Baltasar Gracián de estudios y reflexiones sobre educación
CRISIS 2002
A CONTRACORRIENTE
“A CONTRACORRIENTE”, sección que se inaugura en este número
1, quiere presentarse como una abierta discusión crítica con los
postulados educativos dominantes en la izquierda realmente existente,
pero, sobre todo, quiere ser el inicio de una búsqueda necesaria y
urgente: la búsqueda de un nuevo discurso educativo para la izquierda.
Para lograr con éxito intelectual y político ambos fines, la sección
tiene que funcionar "a contracorriente" de los tópicos
educativos vigentes en el espacio ideológico en que queremos movernos:
tiene que ser, sin más, "políticamente incorrecta".
Sin embargo, o por eso mismo, lo que aparezca dicho en esta sección
no pretenderá expresar la última palabra, sino, en todo caso, la
palabra que remueva el abatimiento y la apatía de lo ya dicho y
repetido hasta la saciedad. Se tratará de provocar reflexiones que
maticen o que contradigan, reflexiones que profundicen o que cambien el
enfoque, de modo que zonas de sombra que quedaban ocultas puedan ser
tenidas en cuenta. Se tratará de provocar un debate (re)constructivo.
Ese debate afinará las propias reflexiones, porque nos obligará a
buscar razones para apoyar más sólidamente nuestras ideas, porque nos
obligará a contemplar las ideas ajenas como dotadas de cierta verdad
inteligente (capaces, pues, de arrojar su propia luz), porque conducirá
a un entrelazado de propuestas de acción o de reflexiones sobre
"lo dado" que, al menos, no podrá ser acusado de girar
siempre en torno a las mismas consignas, aceptadas de una vez y para
siempre, en contra, a menudo, de lo que la realidad parece proclamar.
Pensamos y escribimos desde el amargo fondo de la derrota social
y la esterilidad política, ¿cómo no considerar que todo lo que se ha
dicho hasta ahora debe ser puesto en entredicho? Y no, necesariamente,
para negarlo, sino para ver en nuestro ojo las vigas que nos están
cegando. Hemos de sacar a la palestra todo el coraje intelectual de que
seamos capaces, para negarnos al prejuicio de lo dado y emprender una
nueva marcha hacia el horizonte de conocimiento que tal vez pueda
salvarnos. Encontrar nuevas teorías y nuevas prácticas, arrancando
para ello, del cuerpo agotado de las viejas ilusiones, las malas hierbas
teóricas y prácticas que han sembrado de esterilidad el campo en que,
todavía, luchamos.
S. M. LA
CLASE TRABAJADORA EN EL SISTEMA EDUCATIVO. DE
LA IDEOLOGÍA ESENCIALISTA DE SU "CULTURA" A
LA DEFENSA Y ESTÍMULO DE SU CAPACIDAD Y DE SU MÉRITO (notas
de lectura)
1.
En términos reales, en términos concretos, en términos de sus
dolores cotidianos, ¿quién se preocupa de la gran muchedumbre de los
que están abajo, en la base sobre la que se sostiene el edificio entero
del Estado capitalista? ¿Quiénes, de entre los académicos de
izquierdas, se preocupan de sus deseos o sus aspiraciones, de su
esperanza pisoteada, de su impotencia? Mientras se reflexiona desde la
estratosfera estructural y la geopolítica de las grandes potencias
(mientras miramos con estupor las majaderías asesinas del señor Bush),
¿quiénes se preocupan por diseñar un camino de lucha, de estímulo,
de elevación? ¿Quiénes les proponen horizontes de voluntad activa, y
de esperanza que se esfuerza en una dirección consciente? La clase trabajadora (quienes no tienen más que su trabajo para vivir, incluidos quienes ni siquiera pueden pensar en vivir de su trabajo) está formada por personas que necesitan creer que pueden salir adelante y que, de creerlo (verdaderamente) en términos personales y colectivos, podrían dar un vuelco a la impotencia de las estrategias [?] de la izquierda. Los pensadores de la izquierda suelen ser sabias mujeres y hombres de ciencia, académicos que miran la realidad desde sus teorías y sus departamentos universitarios y apenas escuchan los suspiros de angustia de los dominados. En cuanto a los políticos profesionales, la suerte está echada: la mucha miseria (ciertamente consensuada) que acumulan en sus almas apenas les deja respirar otros aires que no sean los del poder y la dominación (sea cual sea la parte alícuota que les toque en el reparto profesional), poder y dominación que, a menudo, van acompañados de un componente, nada desdeñable, de sumisión a los poderes económicos dominantes.
Necesitamos pensamiento crítico y analítico para entender la
realidad, pero también, y sobre todo, necesitamos pensamiento y
propuestas (re)constructivas, para cambiarla ya. Necesitamos saber dónde
estamos, pero también hacia dónde vamos (nosotros, tú, yo, nuestros
vecinos, las compañeras y compañeros de la fábrica, de la oficina o
el instituto; en fin, del país, de este país que no sabe decir su
nombre), y, sobre todo, hacia dónde queremos ir, hacia donde deberíamos
ir y cómo podríamos empezar a preparar el camino, y qué pasos serían
los primeros que deberíamos dar. Necesitamos un pensamiento político,
crítico y reconstructivo, que mire desde dentro de la clase; una acción
resuelta que sea llevada a cabo desde la clase, por la clase y para
construir expectativas nuevas para la clase.
No estamos muertos: las personas que somos aún podemos pensar y
actuar. Debemos hacerlo para que cambien las personas y las cosas
reales, concretas, cotidianas, en el día a día: para producir la
esperanza de que podemos caminar y para producir los primeros pasos que
alimenten esa esperanza. Si no pensamos para cambiar lo que decimos que
está mal, si no nos movemos para acabar con lo que está mal, entonces
es que sí estamos muertos y sí nos merecemos lo que nos pasa.
2.
No es el solo sistema educativo actual, en sí mismo, el que
consigue sacar del estudio, y enfrentarlo a él, a una buena parte de
las hijas e hijos de la clase obrera, sino este sistema aliado con la
propia ideología de cierta clase obrera sin (verdadera) conciencia de
clase, alimentada por la teoría político-educativa producida por la
burguesía (pseudo)progresista. Cuando el sistema educativo ha sido
presuntamente concebido para el desarrollo educativo de la clase obrera,
incluso en ese caso la ideología de la clase como despreciativa del
aprendizaje de conocimientos (para la clase), despreciativa del esfuerzo
y la superación personales, despreciativa del mérito escolar y social
de que pueden ser capaces quienes pertenecen a la clase obrera,
despreciativa de la utilidad para la clase obrera de la disciplina
escolar, despreciativa de la necesidad que la clase obrera tiene de
implicarse en profundidad en la propia reflexión y participación cívica,...,
frustra las expectativas de ascenso intelectual de una buena parte de la
clase.
El problema se acentúa cuando la ideología en cuestión se
encuentra en la base misma del sistema educativo presuntamente
organizado a favor de la clase obrera: cuando los intelectuales de la
presunta burguesía progresista dan en considerar a los hijos de los
trabajadores como una "masa" de incapaces, entonces, los
recalcitrantes antiestudio ven añadirse a sus filas de "fracaso
escolar" a aquellos muchos que habrían podido adquirir una buena
dosis de conocimientos, pero que, dado un sistema que no estimula el
esfuerzo, el estudio y la responsabilidad, ven frustradas sus
posibilidades y no pueden, con todo en su contra, salir adelante: la
"clase", así, permanece desarmada.
3.
Ciertos intelectuales burgueses, que se llaman a sí mismos de
izquierdas, consideran a los hijos de los trabajadores de una forma
penosamente paternalista que, en verdad, no es casual, sino dictada por
sus propios intereses: los consideran poco menos que incapaces de
interesarse por el conocimiento y, en todo caso, con no demasiadas
luces. De modo que, para ellos, hay que inventar una enseñanza
diferente (menos dificultosa) para que puedan salir (¡los pobres!)
adelante. Así, se cierra el círculo del desprecio que la derecha misma
ha programado.
Frente a ese repugnante desprecio, debemos tomar las riendas de
nuestro destino como seres humanos, demostrando que somos capaces de
realizar cualquier obra: que somos capaces de alcanzar cualquier cosa
que un ser humano pueda, positivamente, querer alcanzar, para sí o para
los otros seres humanos, para la clase o para el mundo. Los hijos de la
clase trabajadora no tienen su destino prefijado: algunos de ellos
pueden aunar la gresca, la violencia, la vagancia o el alcoholismo, pero
a esto no podemos llamarlo ideología de la clase obrera o "cultura
popular" (Cfr., Paul Willis). Esta ideología es la imagen
especular proyectada por la propia ideología de la burguesía
dominante, que considera a los hijos de los trabajadores como material
de diversificación, de integración, de adaptación curricular o de
garantía social, pero que jamás mueve un dedo para
"compensarlos" allí donde la compensación es esencial, allí
donde se encuentra el origen de la expropiación: en los primeros años
de la vida de los niños. Mejor que forjar generaciones de estudiantes
de familia obrera capaces de llegar al final de los estudios con un
caudal superior de conocimientos, es, sin duda, para los intereses de la
burguesía, hacerlos llegar en condiciones de ser caritativamente
"ayudados" con las mugrientas migajas del festín del
conocimiento. Así, no sabrán más que un saber superficial y falso, y
creerán que sólo ellos son los culpables de su fracaso. Jugada
redonda.
El único modo de que la clase obrera salga adelante es que se
desembarace de los prejuicios al uso a derecha e izquierda y tome las
riendas de su destino, individual y colectivo, en sus manos; que
identifique con precisión sus intereses de futuro y utilice las
instituciones (sobre todo, la muy útil de la educación) para permear
con su presencia y su nueva ideología a toda la sociedad. Sólo si la
clase obrera se autodisciplina, se arma de una intensa voluntad de
conocimiento y de lucha, y comienza a moverse hacia sus intereses
objetivos de clase, podrá llegar a convertirse en clase dominante.
4.
Los que hablan con tanta seguridad de los hijos de los
trabajadores (de cómo son y cómo no son, y cómo los hacen ser y cómo
no deberían ser) no han sido nunca hijos de trabajadores. Los hijos de
los trabajadores son para ellos una extraña mezcla de gente
"natural", no contaminada y necesariamente irreductible a lo
que, ellos mismos, llaman la "alta cultura". Construyen una
ficción esencialista que dice que "ser hijo de trabajador" es
ser "así" (como ellos dicen); construyen, asimismo, una ficción
esencialista que dice que la (presunta) "cultura obrera" (o
"popular") es "ésta" (que ellos dicen, y que
traduce el reflejo de sus propias visiones del mundo: las de la clase
burguesa); construyen, en fin, un "ethos de clase" que
dice que "así" son, "así" se comportan, "así"
reaccionan, “éste" es el horizonte social que manifiestan,
"éste" el futuro que saben que les aguarda (el que ellos,
buenas gentes paternalistas, están interesados en que nosotros
adoptemos como propio) (Cfr. Lerena).
Pues, bien, eso se llama "naturalizar la expropiación",
convertir en una "esencia" insuperable (y apropiada para su
clase) los resultados (intolerables) de privación cultural producidos
por la explotación económica y la marginación social y política. El
esencialismo es, por definición, reaccionario, precisamente porque
atrapa a los seres humanos en un tejido de características que ellos
mismos no han diseñado, ni querido, y que se les impone como "su
naturaleza" imposible de cambiar, aunque aquí se trate de su
(presunta) "naturaleza cultural". Los teóricos de la
(presunta) "cultura obrera" construye(n) una ficción
lamentable y, luego, lloran con grandes aspavientos su supuesta pérdida:
lloran su impotencia y lloran su potencia (sí, también lloran la
potencia de la clase para salirse de la imagen de sí mismos que se les
propone, y la tildan de pequeñoburguesa, cima del insulto). Un ejemplo
excelente de cómo opera la ideología dominante para mantener
dominados, detenidos en su (presunta) "naturaleza", congelados
en sus (presuntas) "virtudes", a los trabajadores.
La "alta cultura" es, para estas "buenas gentes
paternales", por definición, cosa de la burguesía (propiedad de
ellos mismos, por tanto). Si los trabajadores se interesaran por la
"alta cultura", eso querría decir que se estaban desclasando.;
como no se interesan, eso quiere decir que el sistema educativo entero
ha conseguido su finalidad primera: mantenerlos abajo. En fin, gracias a
este discurso naturalizador de una presunta esencia de la clase
trabajadora, ésta no tiene ninguna salida: como los ve Willis, los
hijos que asumen el ethos de la clase son toscos, alborotadores,
borrachos, pendencieros, machistas, racistas, ..., en fin, según
parece, sólo buenos para el trabajo. Y, si no, es que se quieren
desclasar (como afirma Lerena), porque son unos ambiciosos y unos
arribistas, pero, a pesar de todo, ¡cuánto les cuesta a los pobres
llegar a las alturas culturales!
Además, dicen (Lerena, por ejemplo), sucede que quienes aprenden
sólo en la escuela (o sea, no con sus sabios papás), olvidan pronto lo
que aprendieron, porque el sistema escolar, en el fondo, no pretende
sino una educación estéril que pronto no quedará, en la memoria de
los que pasaron por ella, sino como un mero barniz cultural. El escaso
salario cultural (cuando no se trata, directamente, de un "salario
mínimo") que da la escuela y el instituto (y la Universidad,
porque, como no dejan de asestarnos socapa de su paternalismo, "lo
que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta": tal es su
progresismo) hace de quienes han estudiado, según se dice,
"ignorantes que han estudiado", que "saben que sabían"
o que "saben que deberían saber".
En realidad, se piensa, el único saber verdadero es el que se
hereda, el "capital cultural" (que decía Bourdieu): contra
ese "capital" no se puede luchar. El que tiene esa herencia de
"alta cultura" nunca la pierde (¿la tiene tal vez depositada
en sus genes?), aunque sea un vago y no haya cogido un libro en serio en
su vida. Y se le nota esa herencia, ¡dónde va a parar! Los otros, los
pobres, por mucho que estudien, siempre sabrán de mala manera; siempre
serán, a pesar de todo su esfuerzo por aprender, esos "ignorantes
que han estudiado", y se les notará a cada paso "de dónde
vienen". Así, a los universitarios hijos de la clase trabajadora
se les nota que lo son porque no se manejan con la "alta
cultura" como si fueran sus dueños (los dueños ya se sabe quiénes
son): son unos advenedizos, concepto inventado para uso y disfrute de
las clases dominantes. El (supuesto) "capital cultural" de la
familia burguesa marca, aunque el hijo sea un inútil; la
"expropiación cultural" que heredan los hijos de los
trabajadores, por lo mismo, pasa de padres a hijos, por mucho que tanto
los unos como los otros puedan empeñarse en lo contrario y luchen por
superar las carencias iniciales. Vano empeño, que acaba produciendo
patologías del tipo del arribista compulsivo (tesis de Lerena). Así,
pues, estudiar es inútil, compañeros; así han decidido que lo sea los
que se dicen nuestros "amigos" (aunque ellos sí han
estudiado, claro, y mucho). Démosles las gracias por la información,
buena para nada, y sigamos estudiando.
En fin, tenemos que negarnos a esta falacia que nos desprecia. Lo
que es bueno para los grupos sociales dominantes (sus derechos, sus
logros culturales, su supuesta capacidad intelectual), también es bueno
para los grupos sociales dominados. Lo que es bueno para los asalariados
de la "clase media" [?] es bueno para todos los asalariados (véase,
en contrario, a Bowles y Gintis): sus (presuntos) "valores"
(autodisciplina, capacidad para insistir en el esfuerzo, voluntad de
salir adelante: los tengan de verdad o no, los hayan aprendido como, o
donde, los hayan aprendido) y los (presuntos) conocimientos que son
capaces de utilizar (tantos los de las ciencias que tratan de hacerse
cargo del funcionamiento de la naturaleza, como los de las ciencias que
tratan de hacerse cargo del funcionamiento
-económico, político, jurídico, ideológico- de la sociedad).
5.
En el trabajo educativo y de instrucción de la enseñanza, la
"excelencia" en el nivel de los conocimientos y de la
capacidad para la reflexión crítica no es un espacio competitivo de
suma cero: los rendimientos de los unos no niegan los de los otros; el
esfuerzo de los unos no niega el esfuerzo de los otros; la voluntad y la
autodisciplina de los unos no niega la voluntad y la autodisciplina de
los otros. No se trata de una competición de tipo capitalista
(mercantil) en la que, si unos ganan, otros pierden: no se trata de una
carrera para repartirse, con ventaja, los conocimientos o las
capacidades, porque ni los conocimientos ni las capacidades son un bien
escaso. Todos pueden llegar al nivel más alto posible: nadie impide,
entre quienes trabajan para ello, que (cada uno de) los demás consiga(n)
el máximo nivel de conocimientos, capacidades y actitudes. No hay un
monto de conocimientos o de capacidad crítica en disputa, que tengan
que repartirse; ésa es una falacia para negar la necesidad (de todos y
cada uno) de trabajar para conseguir lo más posible: la necesidad y la
posibilidad. No hay ninguna razón para que los 25 alumnos de un aula o
los cien alumnos de un nivel no alcancen, todos ellos, el máximo cuerpo
de conocimientos y, también, la máxima nota posible. No se trata de un
bien escaso; el problema es de ahormamiento ideológico de las clases:
unos, para aprender y ganar y dominar; los otros, para ignorar y perder
y ser dominados. Se trata de un complejo entrelazado de episodios que se
libran en el campo de la lucha de clases en la educación. Quienes
hablan de un bien escaso y se lamentan de que los hijos de la clase
obrera no estén hechos para la cultura académica, ni para salir
adelante en el campo minado de la escuela, lo que están haciendo es
sancionar (como inevitable) un estado de cosas perfectamente superable
dada la convicción de la clase y de todos y cada uno de sus miembros.
La lucha de clases se pierde y se gana cada día, a cada instante. Se
pierde cuando se acepta como inevitable lo que sucede; se pierde cuando
no se lucha con las armas de la teoría política y de la razón práctica;
con el esfuerzo, la disciplina y la voluntad de vencer. Los teóricos
que observan con pena lo que hay y no dicen una palabra acerca de cómo
cambiarlo, son, en la teoría y en la práctica, un insidioso caballo de
Troya dentro de las filas de las clase trabajadora. Es preciso que
desenmascaremos su tarea. Un sistema educativo que persiga la extensión masiva del conocimiento más elevado no conseguirá, sólo con ese paso, transformar la estructura socioeconómica capitalista, pero, a cambio, conseguirá una clase obrera más conocedora de los entresijos y el funcionamiento del mundo dentro del cual es explotada y dominada, y, así, más capaz de pensar críticamente y más sabia en el manejo de la lucha para transformar las estructuras del Estado. En todo caso, bastaría con que consiguiera elevar la propia dignidad intelectual, personal y colectiva, de los trabajadores (sometidos siempre al dictado de los poderosos de turno) para que ya fuera fundamental.
6.
¿Qué tienen los hijos de los trabajadores, ya que no dinero, ni
una posición social que heredar; ni la biblioteca de mamá y papá que
heredar; ni las relaciones sociales de mamá y papá que heredar; ni la
"alta" atmósfera cultural vivida en casa de mamá y papá,
etc.? ¿Qué tienen, sino lo que ellos puedan hacer? ¿Qué podrían
poner a contribución para sentirse y ser participantes plenos en el
desarrollo del país en que viven? ¿Qué podrían traer a colación
para no seguir siendo, simplemente, el felpudo de la clase dominante? La
respuesta es "su
mérito". Es decir, sus esfuerzos para salir adelante; su
voluntad y su autodisciplina puestos a trabajar para salir adelante; su
memoria y su entendimiento para conseguir, todos,
los conocimientos máximos que se puedan tener acerca del mundo, acerca
de la sociedad en que viven; su capacidad reflexiva y crítica para no
dejarse embaucar y manipular por la clase dominante acerca de todo
aquello que tiene que ver con sus propios intereses personales y de
clase (socio-económicos, político-jurídicos, ideológico-culturales);
su firmeza y capacidad para persistir en el empeño y poder alcanzar sus
objetivos. ¿Qué podrían dejarles a sus hijos las trabajadoras y
trabajadores, ya que no dinero, posición social, relaciones sociales,
una "alta" cultura, una buena biblioteca? Respuesta: unos
buenos estudios, un caudal crítico de conocimientos, una capacidad
puesta a prueba para salir adelante con empeño, voluntad, rigor,
responsabilidad, autodisciplina. ¿Traduce esto una alabanza a la lucha y a la competencia? En absoluto. Primero, la lucha y la competencia no las ha inventado la burguesía: existen desde que existe vida sobre la tierra. Segundo, la lucha de que hablo concierne sólo, en principio, al luchador (y, luego, a su clase): no hay un enemigo contra el que se lucha. Los objetivos son aquello que se persigue, y los objetivos, aquí, no tienen nada que ver con cualesquiera otros seres humanos en disputa. El objetivo de los conocimientos, de la autodisciplina, de la voluntad, de la firmeza, de la capacidad para persistir en el empeño, de la actitud positiva hacia el conocimiento, de la consecución de la capacidad reflexiva y crítica, todo eso, tiene que ver con el propio "crecimiento personal": se puede crecer personalmente sin obligar a menguar a los seres humanos que nos rodean. Ninguna de esas regiones de la acción y el logro humanos representa un horizonte de bienes escasos o de suma cero, que sólo pudieran ser distribuidos (a tanto por cabeza) entre la totalidad de los individuos. Se trata de bienes que se producen con un caudal inextinguible: todos podrían alcanzar esos bienes, todos tendrían que estar interesados en alcanzar esos bienes, todos deberían alcanzar esos bienes.
La negatividad con que el discurso filosófico de cierta
izquierda ha cargado el término mérito
es, por eso, harto sospechosa. Tal vez lo que sucede es que hay una
subterránea ideología burguesa operando dentro de ese discurso (quiero
pensar que no conscientemente): una visión del mundo burguesa (aunque
sea travestida de "obrerismo") que no ve a los trabajadores
capaces de realizar ese esfuerzo. Si los viera como seres humanos
capaces, y con un derecho absoluto (y, lo que es acaso aún más
importante, un deber humano y ciudadano también absoluto) a conseguir
para su crecimiento personal todo lo que sólo parece verse como pasto
de la clase alta (y de la pequeña burguesía, según Lerena), entonces,
tal vez proclamaría un discurso distinto acerca de su realidad y una
estrategia distinta acerca de lo que pueden y deben conseguir.
En todo caso, si personalmente derecho y deber inalienable de
todos los seres humanos, los logros educativos (entendiendo educativos
en su más ancha y profunda perspectiva) son (deben ser), además, la
primera empresa, la empresa prioritaria de la clase trabajadora, si es
que queremos acabar con el sistema capitalista: que nos oprime, nos
explota y nos quiere ver reducidos a ser simples bestezuelas
"naturales" que sólo se apañan con lo cotidiano, incluido el
espejismo diario del consumo (al fin y al cabo, para trabajar en una fábrica...,
qué más se necesita); misma estrategia de marginación que la empleada
con las mujeres, todas ellas naturaleza y emoción, como se sabe, nunca
cultura o razón. Si es que queremos construir una sociedad de iguales,
en libertad, que construyan y desarrollen colectiva e igualitariamente
su sociedad.
El mérito
no va a acabar con el capitalismo, pero tampoco es la clave de su
reproducción, como erróneamente teorizan los beatos de la igualdad
absoluta. En una sociedad de iguales, el mérito
sería encauzado para el desarrollo igualitario en libertad, y no serviría
más que para la realización íntima de las personas y para la mejora
de la sociedad. En una sociedad dividida en clases, como la capitalista,
la negación del (mecanismo del) mérito para la clase dominada, expropiada y explotada, es una
repugnante maniobra para seguir dejando a los trabajadores sometidos a
la dominación, a la expropiación cultural y a la explotación. Debería quedar, pues, claro que, en realidad, a esta lucha de la que he hablado más arriba se le podría dar el nombre secular de lucha de clases. En efecto, los hijos de las trabajadoras y los trabajadores luchan por ellos mismos, y luchan colectivamente por la mejora cultural de su clase. Esta lucha, he dicho, no es una lucha contra nadie, puesto que, he dicho, nadie pierde allí donde los hijos de los trabajadores ganan. Como creo que ha quedado claro, ahora tengo que decir que no es así: cuando los hijos de los trabajadores ganan, sí hay alguien que pierde. Pierde, sin duda, colectivamente, la clase dominante. Allí donde los seres humanos pertenecientes a los grupos sociales dominados ganan en conocimientos, en capacidad reflexiva, en rigor crítico, en autodisciplina y en fuerza de voluntad, allí, digo, pierde, sin lugar a dudas, la clase dominante. Allí donde los grupos sociales dominados aprenden a utilizar el sistema de educación pública para sus propios intereses (es decir, para acrecentar su(s) conocimiento(s), su capacidad reflexiva y su conciencia), la clase dominada aprende a defenderse de sus enemigos de clase, aprende a luchar contra el sistema de explotación y dominio edificado por la clase dominante, aprende el camino para construir una sociedad más justa para todos. Por eso, pierde la clase dominante. Esta sí es una lucha por un bien escaso: el poder; ésta sí es una lucha de suma cero: el poder se debe redistribuir. Alguien tiene que salir perdiendo en esta lucha: la clase dominante. Alguien sale ganando: los grupos sociales dominados. En fin, esta última es la razón por la que la clase dominante se empeña siempre en producir un sistema educativo que no pueda servir para el aprendizaje serio y masivo de conocimientos por parte de la clase obrera; la razón por la cual los teóricos (no bien llamados) progresistas de la burguesía describen de modo pesimista el panorama; la razón por la cual los trabajadores son inducidos a creer que no hay nada que hacer, que siempre habrá ricos y pobres, que éste es el mejor de los (in)mundos posibles, que antaño (ya se sabe) se vivía peor.
Es por eso por lo que necesitamos un nuevo discurso sobre el mérito y la meritocracia;
un discurso sobre la necesidad de superación de la clase obrera. En
fin, está faltando un discurso del tipo que la etnia afroamericana en
Estados Unidos puso de manifiesto en las diferentes etapas de su
liberación, aún no enteramente concluida: Black is beautiful. También
las mujeres pusieron en práctica un discurso de ese tipo, y están
saliendo adelante con su propio esfuerzo. Esto es: somos los mejores y
tenemos que demostrarlo; estrictamente en nuestro interés (individual y
colectivo). Como dijo el clásico olvidado: la liberación de los
trabajadores será obra de los trabajadores mismos, o no será.
¿Cómo podría iniciarse esta liberación? Creo que no sino
abandonando el terreno de la autoindulgencia y asumiendo el terreno del
esfuerzo personal y colectivo. Haciendo territorio moral de la clase que
el mérito de cada uno, y el mérito de la clase, no quiere decir lucha
por ascender en las posiciones de la escala social, no quiere decir
lucha por el bien escaso de los mejores puestos de trabajo. Que, por el
contrario, quiere decir logros cognitivos para uso y disfrute de los
trabajadores; quiere decir la clase como una voluntad de conocimiento,
de reflexión crítica y de lucha consciente; quiere decir la clase como
intelectual orgánico en lucha por su hegemonía intelectual y política,
es decir, la clase como red de ciudadanos con conocimiento, capacidad
reflexiva y voluntad de lucha, que persigue la meta de su hegemonía
como clase. Asumir este programa estratégico es el primer paso para
llegar a alguna parte que no sea la explotación sin salida de la clase,
que no sea su opresión moral e intelectual.
7.
Este desarrollo "cultural" (moral y político) sería
paralelo del que debería ser modo de trabajar respecto de los escolares
de la clase. Las pedagogías suaves son destructivas, desmoralizadoras,
y trazan el camino estéril de la apatía, la pasividad, la
autoindulgencia egocéntrica y el individualismo anómico. Hemos de
poner en el centro de una estrategia educativa propia de la clase
trabajadora, precisamente, el estudio riguroso, la exigencia de la
excelencia propia, el orgullo intelectual de la clase, la voluntad de
aprender para luchar contra la manipulación propia y de la clase, el
conocimiento de la(s) teoría(s) y de la(s) práctica(s) para la acción
constituyente de un nuevo origen democrático que no tome su nombre en
vano.
Lejos de tratar de hacer felices a los niños en las aulas, esta
pedagogía de la clase trabajadora debe exigirles la comprensión cabal
de lo que están (y se está, en términos colectivos) haciendo en la
escuela. A la escuela no se va a jugar, puesto que la escuela no es la
casa familiar o la calle. La trampa que la pedagogía burguesa, centrada
en el niño y en sus (supuestos) "intereses", ha tendido a la
clase obrera, ya que la lucha democrática de los trabajadores ha
conducido a convertir a los llamados "chicos de la calle" (los
hijos de la clase obrera) en "niños de la escuela", ha
consistido en (re)convertir la escuela en una reproducción amable de la
calle, cuando no en sacar a los "escolares" a la calle cada
dos por tres (puesto que lo que se hace en el aula no parece que deba
servir para nada que no se encuentre, corregido y aumentado, y real, en
la calle). Esta trampa, que vuelve de nuevo a expropiar a los hijos de
los trabajadores de la educación intelectual y los lleva otra vez de
regreso a la calle, no puede ser tolerada desde la perspectiva de la
clase. Esa perspectiva debe ser, precisamente, la de utilizar la escuela
para formar a nuestros hijos (los hijos de nuestra clase), de modo que,
masivamente, lleguen a estar en disposición de discutir la hegemonía
intelectual (ideológica y científica) y política a la burguesía. ¿Cómo
podríamos hacerlo, si no?
Así, una pedagogía apropiada para la clase debe ser una pedagogía
del esfuerzo, de la exigencia, del rigor, de la perspicacia diligente,
de la autodisciplina, del estudio, de la forja de la voluntad de
conocimiento y de acción. Las teorías presuntamente progresistas (de
los "académicos", y de los partidos y sindicatos de la
izquierda "oficial") son disolventes del orgullo intelectual
de los trabajadores y esterilizadoras de sus capacidades cognitivas,
porque parten del hecho capitalista de la división del trabajo manual e
intelectual, y no le conceden a la clase trabajadora la posibilidad de
salirse de esa antítesis, de modo que llegue a ser masivamente capaz de
advenir al conocimiento científico de la realidad y a su utilización
política crítica y reconstructiva (constituyente).
Defender el mérito
como apropiado para el avance de la clase trabajadora (como totalidad
consciente y, asimismo, como conjunto de mujeres y de hombres capaces de
pensamiento crítico y reconstructivo propio, y de acción racionalmente
determinada), significa, al mismo tiempo, dotar a la clase del discurso
educativo apropiado para la producción y reproducción de ese mérito.
Sólo una voluntad política seria (individual y colectiva) de la clase,
que exija, y se exija, un trabajo riguroso con sus hijas e hijos en el
terreno de la educación, desde el principio, con la obligación
institucional (política y legal) de conseguir, desde el principio, la
igualdad real de los saberes asumidos, de las capacidades cognitivas y
de las actitudes hacia el conocimiento (memoria, entendimiento y
voluntad: para todos), pondrá a la clase trabajadora en el camino para
su liberación política y su emancipación social. Si no es así, ¿cómo?
Y, si no es ahora, ¿cuándo? (Este
artículo se ha escrito en discusión y controversia con las ideas
de los siguientes libros: Samuel Bowles y Herbert Gintis, La instrucción escolar en la América capitalista, Madrid, Siglo
XXI, 1985. Carlos Lerena Alesón, Escuela, ideología y clases
sociales en España, Barcelona, Círculo de Lectores, 1989. Paul
Willis, Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de clase obrera
consiguen trabajos de clase obrera, Madrid, Akal, 1988.)
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