Antonio Maira
Rebelión
¡Pobrecitas madres,
cuánto llorarán,
al ver que sus hijos
en la guerra están!
"En el barranco del Lobo"
Canción popular
Del 26 al 31 de julio de 1909 la movilización de
reservistas y el embarque de tropas para Marruecos, en donde había estallado
la guerra del Rif, origina una enorme protesta popular que en Cataluña se
desarrolla como huelga general e insurreccional. Las jornadas en Barcelona
–la Semana Trágica- se saldan con más de un centenar de muertos. Una
enorme represión se desata después.
A mediados de julio Pablo Iglesias había dicho: «Los enemigos del pueblo
español no son los marroquíes, sino el Gobierno. Hay que combatir al
Gobierno empleando todos los medios. En vez de tirar hacia abajo, los soldados
deben tirar hacia arriba. Si es preciso, los obreros irán a la huelga general
con todas sus consecuencias, sin tener en cuenta las represalias que el
Gobierno pueda ejercer contra ellos».
El historiados moderado Ballesteros Beretta afirma que las medidas de
movilización y envío de tropas fueron enormemente impopulares y señala con
estas palabras el sentir general: «no se comprendía por qué había de
derramarse sangre española por nuestra presencia en un territorio agreste e
inhospitalario, que los marroquíes harían bien en defender, pues estaban allí
sus hogares, invadidos por extranjeros».
Lo esencial de esas palabras –sin más que cambiar las referencias geográficas-
podría repetirse hoy. En julio y agosto de este año de gracia de 2003
–casi en las fechas justas que conmemoran aquella Semana Trágica- una
fuerza armada española en la que se integran unidades centroamericanas y
caribeñas: nicaragüenses, hondureñas, salvadoreñas y dominicanas, se
trasladará a Irak para cumplir tareas de represión militar en un país
invadido por ejércitos extranjeros y progresivamente sublevado. Las
autoridades militares de ocupación acaban de reconocer, a regañadientes pero
sabiendo ya que ese reconocimiento es inevitable, la existencia de una guerra
de guerrillas.
Si nos guiamos por los precedentes de los ejércitos norteamericano y británico
en la zona, esos soldados españoles humillarán a la población con
allanamientos masivos y extremadamente violentos, matarán mucho e
indiscriminadamente e irán muriendo, de uno en uno, sin gloria.
La legitimidad de la revuelta iraquí es indiscutible
En contra de los principios, normas y resoluciones de las Naciones Unidas,
violando toda la legalidad internacional, con la intención de acabar con la
independencia de un país, controlar su petróleo, dominar y globalizar el
Oriente Medio, ahogar la resistencia palestina y establecer la nueva ley del
mundo, los EEUU y el RU bombardearon furiosamente las ciudades, pulverizaron
barrios, mataron y aterrorizaron a la población civil –"conmoción y
pavor" dijeron ellos mismos- y finalmente asaltaron Iraq con un enorme ejército
acorazado.
Todo ello después de burlar con pruebas falsas a la comunidad internacional y
violentar la resistencia del Consejo de Seguridad. Las coartadas para la
guerra, siempre claramente mentirosas, se han manifestado ahora como enormes
fraudes, criminales manipulaciones de la opinión pública, burdas patrañas
con las que los políticos del sistema se ensañaron y burlaron de las
democracias moribundas que les garantizaban una impunidad absoluta.
Ocurre, sin embargo, que la gran fiesta de la conquista fácil y el despojo
parece tocar a su fin.
Entre las cenizas y los escombros del país, de la resistencia no encerrada y
torturada en los campos de concentración que los EEUU han abierto en Iraq
siguiendo el modelo de la base norteamericana de Guantánamo, han surgido
nuevos combatientes patriotas.
Washington reclama de sus aliados incondicionales el envío de tropas para
relevar a sus desmoralizados soldados.
La ocupación, a cuyo instrumento armado se van a incorporar los contingentes
prometidos por Aznar a sus jefes en Washington, sucede a una guerra brutal que
ha reducido los riesgos de los agresores por el procedimiento de no escatimar
matanzas y destrucciones. Respalda además un saqueo económico que ha sido
precedido por diez años de embargo genocida y por la destrucción sistemática
de las infraestructuras, las empresas y los servicios públicos. Ese es el
proceso histórico inmediato, con cientos de miles de víctimas, en cuyo
rastro se define la misión "Plus Ultra". Por eso suenan tan cínicas
las palabras del ministro Trillo al describir la futura operación militar:
"se basará en la observancia de los derechos humanos y el respeto a la
propiedad privada".
Ninguna gloria por lo tanto para esos soldados que acabarán identificándose
con la crueldad de toda situación de ocupación colonial y que actuarán
impulsados por el pavor de saberse enemigos de todos. Tal vez lleguemos a
verlos riéndose al encapuchar y esposar a sus enemigos como hacían dos
soldados de la 4ª División de Infantería de los Estados Unidos que
participaban en una operación de "pacificación" en Mashahdah, según
testimoniaba una foto distribuida por Associated Press y publicada en los
medios el día 14 de julio.
Guirnaldas de flores
Hace algunas semanas, cuando varios incidentes muy graves –decenas de
civiles muertos en manifestaciones contra la ocupación- habían
desenmascarado como ridícula, y destrozado para siempre la bucólica previsión
que como cierre de la guerra había fabricado el Pentágono, de los soldados
coronados con guirnaldas de flores por la población civil iraquí, se publicó
la noticia de que el ministerio de Defensa español se interesaba por suavizar
las durísimas normas de actuación de los militares norteamericanos. El
gobierno Aznar lanzaba a la opinión pública, previsiblemente
preocupada por el envío de tropas al avispero de Mesopotamia, la absurda idea
de que los soldados españoles iban a participar en la ocupación armada de
Irak, bajo mando global de los Estados Unidos, subordinados a los objetivos de
dominación del imperio, pero con procedimientos especiales que mejorarían la
relación con el pueblo y los resistentes iraquíes. Era la versión de las
guirnaldas reciclada para consumo provinciano.
En la rueda de prensa del ministro Trillo del 17 de julio, bajo una cortina de
humo que después de definir el objetivo general con un eufemismo sólo
levemente menos escandaloso que el de la "misión humanitaria:
"contribuir a la seguridad y la estabilización", insistía en los tópicos
de todas las guerras coloniales: apoyo generalizado de la población,
existencia de focos residuales de resistencia que son debidamente demonizados
–en este caso "líderes o facciones leales al depuesto Sadam Husein"
o "bandas de crimen organizado"-, misión civilizadora que en Irak
se expresa como una tarea de reconstrucción y democratización, podía
descubrirse una realidad mucho más dura.
Los militares españoles "tienen la orden de recurrir al empleo mínimo
de la fuerza" pero la "prioridad es garantizar la autoprotección
del contingente español". La misma prioridad les ha hecho a los
norteamericanos abatir civiles, incluso niños, en los controles de carretera,
destrozar viviendas a cañonazos y tirotear manifestaciones de gente indignada
por la destrucción de su país, el hambre o la pérdida de trabajo.
En una inversión de la realidad característica, el "derecho de
autodefensa" es proclamado como propio por el ejército de ocupación. Lo
"garantizará por medio del empleo mínimo de la fuerza, que debe
entenderse como aquella que, incluyendo la letal, se limite en su nivel y
proporcionalidad, así como en su duración e intensidad" . Permiso
pues para matar en una situación en la que bajo sordina se reconoce la
"hostilidad creciente de los iraquíes hacia la presencia de tropas
extranjeras". La actuación del contingente militar que pretende
consolidar la ocupación de un país por la fuerza después de una guerra
terrorífica es caracterizada con frecuencia como una misión humanitaria.
Sobre el llanto seco de las madres iraquíes llorarán madres españolas y
centroamericanas, y el gran hombrecillo Aznar hablará de terrorismo para
alimentar el odio y desviar la cólera, y expresará las condolencias con
gesto trascendente y compungido.
Hablar claro
El movimiento contra la guerra, potenciado moralmente por las evidencias
de la ilegitimidad del ataque a Irak, tiene que reiniciar una actividad
intensa contra la ocupación y la represión.
En primer lugar debe proclamar el derecho del pueblo iraquí a la resistencia
y exigir la retirada inmediata de las tropas. En segundo lugar tiene que
aclarar los terribles riesgos de matar para respaldar una abusiva conquista y
una ocupación armada, y de ser muertos, y la enorme responsabilidad de los
militares que se ven obligados a optar entre la obediencia y el crimen.
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