Memoria
Histórica
Crónica en el periódico republicano La Nueva España durante la Guerra Civil.
Por Raúl González Tuñón
(Este poco conocido texto del poeta es una crónica publicada por el periódico
republicano La Nueva España, editado en Buenos Aires, y recogido en el
libro Las puertas del fuego. Describe los bombardeos a Madrid durante la
ofensiva fascista.)
Abrí los ojos y nací a las cinco de la mañana. Desde hacía una hora, más
o menos, mi sueño no era definitivo. Tenía la sensación de estar haciendo
esfuerzos para quitarme un fardo de encima. Para quitarme la noche. Grandes y
pequeños ruidos asediaban mi cabeza perfectamente incontrolable. A las cinco
fue la lucidez. Desde que estoy en Madrid no había oído estruendo igual. Tan
constante. Nada, posiblemente ni los tanques ni los aviones pueden ser tan
impresionante como los obuses que, esos sí, no se sabe ni de dónde vienen ni
adónde van. A las siete de la mañana de ese día –11 de mayo– perdí la
cuenta. Pensaba: hay quienes en este momento trazan rayas en un papel por cada
obús que llega. Hay quienes recogen a los heridos y a los muertos. Hay
quienes les dan entrada en los hospitales y en los cementerios; en esos libros
manoseados que la historia suele revisar después. Tal vez haya muerto una
mujer que vi en la cola del tabaco. O un ex jefe de Negociado –que siempre
se le conoce–. O el niño que cantaba en Santo Domingo: “Cuando viene la
aviación, la aviación, la aviación...” con música de “Los Tres
Chanchitos”. O aquel hombre que dijo: “El obús que me toque tendrá que
llevar esta inscripción: Gregorio García.” Mejor así: “Para Gregorio
García”. Es más correcto. De pronto la habitación era sacudida por un
viento atronador. Todo se estremecía: mi cama, los dos o tres libros
desvelados, las fotografías de la gente que ocupaba esta casa, intrusas hoy,
la recomendación (para ordenanza de Banco), la tarjeta del abate Jean, la
casa, en fin, la vieja casa del conde, los cristales, las sonatas dormidas en
los pianos amarillos y muertos, el “schottis” de Don Quintín últimamente
colocado en la pianola: el retrato del Papa y el de Joselito, ambos con
dedicatoria a la Condesa, ya acabada como ellos: la gran Biblioteca, así como
los relojes, los muebles en cuyos cajones yacen las cartas, las
recomendaciones, otras tarjetas de visita, el balance del año ‘35; y luego
las tulipas, las pantallas, las flores pintadas, los cortinados, los
ceniceros, las alfombras. Ese buen gusto desagradable de comedia fina, ese, a
veces, agradable mal gusto y delicioso ridículo que recuerdan la presencia en
esta casa de alguien que tuvo cierto ángel, pero cuyos descendientes bajaron
después a la cursilería frívola, al clero, a la novela rosa, a lo que no
subirá más a la superficie de España ardida y desgarrada y poderosa. Porque
sucede que la guerra trae consigo a la revolución y lo único que quedará de
esta casa será la Biblioteca, el retrato de Joselito, por ser auténtico, y
tal vez la guardarropía de los condes y de la capilla donde se amontonan
disfraces tan parecidos a los que se ven en los escenarios dados vuelta cuando
se marcha la compañía y que irán a parar, sin duda, a manos de los utileros
de un posible teatro de la Alianza. Hacia las diez de la mañana pasaron los
aviones. Ya estaba en pie y corrí a la ventana. Todavía seguían cayendo los
obuses en el corazón de Madrid, de heridas y latidos universales. Casi en
seguida dejaron de caer. Nuestros aviones habían detenido al crimen. Y como
los aviones fascistas no ofrecen nunca combate, los cañones fascistas, por
temor a ser localizados, fueron silenciados y escondidos otra vez en la tierra
ofendida por la zapa cobarde. (Esto no es demagogia, es un documento.) Pero
después en la calle, con el sol, con la gente, con los niños, con las pipas,
con las colas, con la Puerta de Alcalá, con Cibeles, con la Granja –había
cerveza–, consumiéndome de amor, de ternura y de coraje, recobré otra vez
a Madrid y a su reloj de Gobernación donde se da la hora de España. Y unas
piernas rígidas y un niño corriendo hacia los escombros meemocionaron hasta
llorar. (La poesía no es sólo experiencia, como decía Rilke. ¡También los
sentimientos!) En el frente de la Gran Vía me aguardaban el polvo amontonado,
las vidrieras rotas, los comentarios de la indignación y el humor popular. La
huella del crimen, casi borrada ya por la sonrisa de Madrid. Porque lo que no
pudo conseguir la aviación no lo lograrán los obuses. ¿A qué este tremendo
golpe súbito, este humo, este estruendo, estas muertes, estos letreros sobre
las piedras, “peluquero de señoras”. “Las señas en la casa vecina”,
estas sastrerías desplomadas, estos incorrectos maniquíes? ¿Y estos obuses
lanzados ciegamente, sin objetivo militar, por lo que detrás de nuestros
parapetos, más allá de nuestras trincheras, aunque lanzaran sobre Madrid
toda la metralla de los países fascistas no podrían siquiera conquistar la
ceniza que sigue a toda muerte? Madrid, de sangre o polvo, no sería jamás
conquistada por los bárbaros. El corazón de Madrid, crecido inmensamente por
noviembre, nació del toro y la paloma. Tiene el secreto del valor y de la
gracia.
Recomendado reproducir material citando su procedencia..