A Juana Doña y todas las mujeres
comunistas.
José Mª Pedreño. 19 de octubre de 2003.

'...Cuantas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa
cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si
era posible amar a una colectividad cuando no se había amado
profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un
reflejo en mi vida de militante?...'
Antonio Gramsci. Carta fechada el 6 de marzo de 1924 en Viena y
dirigida a Julia Schucht.
'...para ser de izquierdas es necesaria mucha ciencia y un poco de
compasión...'
Karl Marx.
Somos muy pocos, cada vez menos. Vamos sumiéndonos en la niebla y la
oscuridad como hijos de la derrota. Vagamos sin rumbo fijo entre un mar de
sombras que no comprenden una cultura que, un día, estuvo a punto de
cambiar al mundo, de hecho -tal como definió John Reed- llegó a
conmoverlo hasta sus cimientos. Nos sentimos apartados de las palabras
que, habitualmente, usan los miembros de una sociedad que nos niega el
'pan y la sal'. Ni comprendemos, ni somos comprendidos, pero estamos aquí,
todavía vivos, en soledad muchas veces, pero luchando. Queremos recuperar
nuestra memoria para recordar que un día fuimos tan fuertes que estuvimos
a punto de vencerles definitivamente y para recordarles - y recordarnos a
nosotros mismos- que, aunque estemos derrotamos, nunca nos dimos por
vencidos y seguiremos luchando hasta el final. Mientras en el mundo haya
un ser humano que sufra las consecuencias de la injusticia que genera el
capital, habrá comunistas, quizás no llevarán ese nombre, tal vez se
llamen de otra forma, pero el espíritu será el mismo. A nosotros, a los
últimos del siglo XX, tal vez nos quede sólo nuestra dignidad de
comunistas y con esa dignidad vamos a dar esta batalla, tal vez la última.
Una batalla que perpetúe que los comunistas desaparecieron después de
haber dejado su huella en la Historia y devuelto la dignidad a todos sus
caídos y a todos aquellos que les antecedieron en la lucha, que este último
combate lo dieron con honor y generosidad, que todas sus acciones fueron
motivadas por el amor, que siempre defendieron el rigor de la verdad y que
exigieron justicia hasta que la consiguieron. Nuestras banderas y nuestros
himnos seguramente quedarán relegados a los libros de historia, los
nombres de miles y miles de camaradas oscuros aparecerán en monumentos
que erigiremos en su memoria y nuestros herederos en la lucha, los que
seguirán combatiendo contra la injusticia y en defensa de la libertad,
tal vez encuentren inspiración en la bandera roja con la hoz y el
martillo que tanto temieron nuestros enemigos. Una bandera que, aunque les
pese a muchos, seguirá ondeando en el corazón de miles de personas que
ven en ella el símbolo de la lucha por la felicidad colectiva.
El término 'comunista' es utilizado de forma peyorativa. Siempre se nos
ha querido pintar como unos 'bárbaros', auténticos 'diablos', incluso se
nos ha querido atribuir deformaciones físicas y psíquicas inherentes a
nuestra calidad de comunistas, hasta han llegado a hablar sobre el gen que
produce la 'enfermedad' del comunismo. El neoliberalismo, en su discurso,
intenta ponernos al mismo nivel que el fascismo o el nazismo. Nos han
tratado como si fuéramos seres inhumanos y sin sentimientos, sin embargo,
su desconocimiento y su odio les ha impedido ver que un comunista es ante
todo -y por encima de todo- un ser humano. Hay quien nos acusa de
despertar odio, sobre todo nuestros enemigos, sin embargo, lo que nos
inspira no es el odio, sino el amor. Un mundo que vive para y por el
dinero, para y por el mercado, para y por las cosas, se transforma en un
mundo de intereses y, por lo tanto, un mundo sin valores. Y no hay valor
humano más hermoso y más grande, un sentimiento humano más importante y
profundo que el amor. Todo lo que se hace por amor, todos los buenos
sentimientos que afloran bajo su influjo se transforman en una revolución.
Porque el amor transforma a las personas introduciendo una revolución en
la vida de cada ser que lo siente. El amor a los nuestros, a los que
sufren como consecuencia de las agresiones de los poderosos; el amor a un
poema o a un libro, a un persona, es el primer paso para amar a la gente y
a la vida, para amar una causa y unas ideas. ¿Acaso cuando se quiere
construir un mundo mejor puede hacerse con odio? ¿Es qué existe en estos
momentos algo más alternativo que el amor? Cuando uno ama a alguien, o a
algo, hasta tal punto que sería capaz de dar la propia vida, está
poniendo un peldaño en la escalera que nos lleva conquistar ese otro
mundo posible y necesario por el que estamos luchando. Es un camino difícil
en una sociedad cuya cultura lo confunde todo, pero es el camino que
algunos hemos elegido para cambiar las cosas. Es nuestra inspiración. Y
cuando se ama, también se odia. Odiamos lo que nos separa de los seres
queridos, lo que les hace daño, lo que les amenaza. Mirando la historia,
viendo el presente, como no vamos a odiar el capitalismo, como no vamos a
odiar el mercado, como no vamos a odiar este sistema social que nos
atenaza impidiéndonos alcanzar la libertad, que mata personas y mentes,
que construye, para nosotros, jaulas de oro manchado de sangre inocente...
Cuando uno vive de espaldas al televisor y los artículos de consumo y
comienza a reencontrarse con su propio yo, inicia un proceso de recuperación
de sentimientos que tenía olvidados. Se deja de ver el mundo en que
vivimos como algo normal y el sistema de valores cambia (o mejor, se
recupera). Cuando analizamos esto, nos damos cuenta de que nos están
robando la vida, día a día, hora a hora, minuto a minuto. Nos quitan la
libertad interior y cuando la perdemos dejamos de luchar físicamente,
acomodándonos a convivir en un mar de injusticias sin fin.
Un comunista debe ser riguroso, analítico, buscar constantemente el
conocimiento, debe ser un luchador nato, vivir para y con la lucha, pero
sin la inspiración del amor se pierde la noción del objeto que nos
impulsa. Ese amor es el que se veía en Juana Doña y en tantas y tantas
mujeres comunistas de antes -y de ahora-. Esa fue la inspiración de todas
ellas para luchar cada día y cada momento, por eso queremos impregnarnos
de su recuerdo, hacernos dignos del testigo que nos entregan.
Cuando uno ve a una mujer comunista, y reconoce en sí mismo valores que
habían quedado enterrados bajo miles de mensajes mediáticos, descubre
que es un ser humano con un corazón capaz de sentir amor. A partir de ese
momento todo se hace posible.
José Mª Pedreño
19 de octubre de 2003
|