El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo
La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo V. I. LENIN
I N D I C E
I.
¿EN QUE SENTIDO SE PUEDE HABLAR DE LA SIGNIFI CACION INTERNACIONAL DE LA REVOLUCION RUSA?
1
II.
UNA DE LAS CONDICIONES FUNDAMENTALES DEL
EXITO DE LOS BOLCHEVIQUES
5
III.
LAS PRINCIPALES ETAPAS EN LA HISTORIA DEL
BOLCHEVISMO
9
IV.
¿EN LUCHA CON QUE ENEMIGOS EN EL SENO DEL MOVI-
MIENTO OBRERO HA PODIDO CRECER, FORTALECERSE Y
TEMPLARSE EL BOLCHEVISMO?
15
V.
EL COMUNISMO "DE IZQUIERDA" EN ALEMANIA. JEFES,
PARTIDO, CLASE, MASA
26
VI.
¿DEBEN ACTUAR LOS REVOLUCIONARIOS EN LOS SIN-
DICATOS REACCIONARIOS?
36
VII.
¿DEBE PARTICIPARSE EN LOS PARLAMENTOS BUR-
GUESES?
49
VIII.
¿NINGUN COMPROMISO?
63
IX.
EL COMUNISMO "DE IZQUIERDA" EN INGLATERRA
77
X.
ALGUNAS CONCLUSIONES
95
Apéndice
115
I.
LA ESCISION DE LOS COMUNISTAS ALEMANES
115
II.
COMUNISTAS E INDEPENDIENTES EN ALEMANIA
118
III.
TURATI Y COMPAÑIA EN ITALIA
121
IV.
CONCLUSIONES FALSAS DE PREMISAS JUSTAS
123
V.
129
CARTA DE WIJNKOOP
130
NOTAS
131
LA ENFERMEDAD INFANTIL DEL
"IZQUIERDISMO" EN EL COMUNISMO[1]
I
EN QUE SENTIDO SE PUEDE HABLAR DE
LA SIGNIFICACION INTERNACIONAL DE
LA REVOLUCION RUSA?
En los primeros meses que siguieron a la conquista del Poder político por
el proletariado en Rusia (25. X.-7. XI. 1917), podía parecer que, a
consecuencia de las enormes diferencias existentes entre la Rusia atrasada y
los países avanzados de la Europa occidental, la revolución del proletariado
en estos últimos se parecería muy poco a la nuestra. En la actualidad contamos
ya con una experiencia internacional más que regular, que demuestra con
absoluta claridad que algunos de los rasgos fundamentales de nuestra
revolución tienen una significación no solamente local, particularmente
nacional, rusa, sino también internacional. Y hablo de la significación
internacional no en el sentido amplio de la palabra: no son sólo algunos, sino todos los rasgos fundamentales, y muchossecundarios, de nuestra revolución, los que tienen una significación
internacional, desde el punto de vista de la influencia de dicha revolución
sobre todos los países. No, hablo en el sentido más estrecho de la palabra, es
decir, entendiendo por significación internacional su importancia
internacional o la inevitabilidad histórica de la repetición en escala
internacional de lo que ocurrió en nuestro país, esta significación debe ser
reconocida en algunos de los rasgos fundamentales de nuestra revolución.
Naturalmente, sería un tremendo error exagerar esta verdad extendiéndola
más allá de algunos rasgos fundamentales de nuestra revolución. Asimismo,
sería un error perder de vista que después de la victoria de la revolución
proletaria, aunque no sea más que en uno de los países avanzados, se producirá
seguramente un cambio radical, es decir: Rusia será, poco después de esto, no
un país modelo, sino de nuevo un país atrasado (en el sentido "soviético" y
socialista).
Pero en este momento histórico se trata precisamente de que el ejemplo
ruso muestra a todos los países algo, y algo muy sustancial, de su futuro
próximo e inevitable. Los obreros avanzados de todos los países hace ya tiempo
que lo han comprendido y, más que comprenderlo, lo han percibido, lo han
sentido con su instinto revolucionario de clase.
De aquí la "significación" internacional (en el sentido estrecho de la
palabra) del Poder soviético y de los fundamentos de la teoría y de la táctica
bolchevique. Esto no lo han comprendido los jefes "revolucionarios" de la II
Internacional, como Kautsky en Alemania, Otto Bauer y Federico Adler en
Austria, que se convirtieron por esto en reaccionarios, en defensores del peor
de los oportunismos y de la
social-traición. Digamos de paso que el folleto-anónimo "La Revolución
Mundial" ["Weltrevolution"], aparecido en 1919 en Viena (Sozialistische
Bucherei, Heft 11; Ignaz Brand[2]) muestra con una elocuencia particular toda
la contextura ideológica y todo el circulo de ideas, más exactamente, todo el
abismo de incomprensión, pedanteria, vileza y traición a los intereses de la
clase obrera, sazonado, además, con la "defensa" de la idea de la "revolución
mundial".
Pero nos detendremos detalladamente en este folleto en otra ocasión.
Consignemos aquí únicamente lo siguiente: en los tiempos, ya bien lejanos, en
que Kautsky era todavía un marxista y no un renegado, al examinar la cuestión
como historiador, preveía la posibilidad del advenimiento de una situación,
como consecuencia de la cual el revolucionarismo del proletariado ruso se
convertiría en un modelo para la Europa occidental. Esto era en 1902, cuando
Kautsky escribió en la "Iskra" revolucionaria el artículo "Los eslavos y la
revolución". He aquí lo que decía en este artículo:
"En la actualidad" (al contrario que en 1848) "se puede creer que no sólo
se han incorporado los eslavos a las filas de los pueblos revolucionarios,
sino que el centro de gravedad del pensamiento y de la obra revolucionarios se
desplaza cada día más hacia los eslavos. El centro revolucionario va
desplazándose del Occidente al Oriente. En la primera mitad del siglo XIX se
hallaba en Francia, en algunos momentos en Inglaterra En 1848, Alemania entró
en las filas de las naciones revolucionarias. . . El nuevo siglo empieza con
acontecimientos que sugieren la idea de que nos hallamos en presencia de un
nuevo desplazamiento del centro revolucionario, concretamente: de su traslado
a Rusia. . . Rusia, que se ha asimilado tanta
iniciativa revolucionaria de Occidente, es posible que en la actualidad se
halle presta, ella misma, a servir de fuente de energía revolucionaria para
este último. El movimiento revolucionario ruso, cacla día más encendido,
resultará acaso el medio más poderoso para sacudir ese espíritu de filisteísmo
fofo y de politiquería moderada que empieza a difundirse en nuestras filais y
hará surgir de nuevo la llama viva del anhelo de lucha y de fidelidad
apasionada a nuestros grandes ideales. Rusia hace ya tiempo que ha dejado de
ser, para la Europa occidental, un simple reducto de la reacción y del
absolutismo. En la actualidad, ocurre quizás todo lo contrario. La Europa
occidental se convierte en el reducto de la reacción y del absolutismo de
Rusia. . . Los revolucionarios rusos, es posible, se hubieran librado hace ya
mucho tiempo del zar, si no tuviesen que luchar al mismo tiempo contra el
aliado de este último, el capital europeo. Esperemos que esta vez conseguirán
librarse de ambos enemigos y que la nueva "santa alianza" se derrumbará más
pronto aún que sus predecesoras. Pero sea cual fuere el resultado de la lucha
actual en Rusia, la sangre y los sufrimientos de los mártires, que esta lucha
engendra por desgracia más de lo necesario, no serán vanos, sino que
fertilizarán el terreno para la revolución social en todo el mundo civilizado
e impulsarán de un modo más esplendoroso y rápido su florecimiento. En 1848,
eran los eslavos helada horrible que mataba las flores de la primavera
popular. Es posible que ahora estén llamados a ser la tormenta que romperá el
hielo de la reacción y que traerá irresistiblemente consigo una nueva y feliz
primavera para los pueblos" (C. Kautsky, "Los eslavos y la revolución",
artículo en la "Iskra", periódico revolu-
cionario de la socialdemocracia rusa, núm. 18, 10 de marzo de 1902).
¡No escribía mal Carlos Kautsky hace 18 años!
II
UNA DE LAS CONDICIONES FUNDAMENTALES
DEL EXITO DE LOS BOLCHEVIQUES
Seguramente que hoy casi todo el mundo ve ya que los bolcheviques no se
hubieran mantenido en el Poder, no dos años y medio, sino ni siquiera dos
meses y medio, sin la disciplina severísima, verdaderamente férrea, dentro de
nuestro Partido, sin el apoyo más completo y abnegado prestado a éste por toda
la masa de la clase obrera, esto es, por todo lo que ella tiene de consciente,
honrado, abnegado, influyente y capaz de conducir consigo o de atraerse a las
capas atrasadas.
La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable
de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya
resistencia se halla decuplicada por su derrocamiento (aunque no sea más que
en un solo país) y cuya potencia consiste, no sólo en la fuerza del capital
internacional, en la fuerza y la solidez de las rela ciones internacionales de
la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la
pequeña producción. Pues, por desgracia, ha quedado todavía en el mundo mucha
y mucha pequeña producción y ésta engendra al capitalismo y a la burguesía
constantemente, cada día, cada hora, por un proceso espontáneo y en masa. Por
todos estos mo-
tivos, la dictadura del proletariado es necesaria, y la victoria sobre la
burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte,
una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una
voluntad única.
Lo repito, la experiencia de la dictadura triunfante del proletariado en
Rusia ha mostrado de un modo palpable al que no sabe pensar o al que no ha
tenido la ocasion de reflexionar sobre esta cuestión, que la centralización
incondicional y la disciplina más severa del proletariado constituyen una de
las condiciones fundamentales de la victoria sobre la burguesía.
De esto se habla a menudo. Pero no se reflexiona suficientemente sobre lo
que esto significa, en qué condiciones es posiUe ¿No convendría que las
salutaciones entusiastas al Poder de los Soviets y a los bolcheviques se
vieran acompañadas con más frecuencia de un análisis serio de las causas que
han permitido a los bolcheviques forjar la disciplina necesaria para el
proletariado revolucionario?
El bolchevismo existe, como corriente del pensamiento político y como
partido político, desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo, en todo el
periodo de su existencia, puede explicar de un modo satisfactorio por qué el
bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la
disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.
La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la
disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla?
¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por
su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio,
por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta
cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en
primer
término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no
protetaria. Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo
esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a
condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia
propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido
revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada,
llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas
condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten,
inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por
otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose
solamente á través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia;
su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que,
a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en
estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de
masas y verdaderamente revolucionario.
Si el bolchevismo pudo elaborar y llevar a la práctica con éxito en los
años 1917-1920, en condiciones de una gravedad inaudita, la centralización más
severa y una disciplina férrea, se debe sencillamente a una serie de
particularidades históricas de Rusia.
De una parte, el bolchevismo surgió en 1903, sobre la más sólida base de
la teoría del marxismo. Y que esta teoría revolucionaria es justa -- y que es
la única justa -- ha sido demostrado, no sólo por la experiencia internacional
de todo el siglo XIX, sino también, en particular, por la experiencia de las
desviaciones, los titubeos, los errores y los desengaños del pensamiento
revolucionario en Rusia. En el transcurso de casi medio siglo, aproximadamente
de 1840 a 1890, el
pensamiento avanzado en Rusia, bajo el yugo del despotismo inaudito del
zarismo salvaje y reaccionario, buscaba ávidamente una teoría revolucionaria
justa, siguiendo con un celo y una atención admirables cada "última palabra"
de Europa y América en este terreno. Rusia hizo suya la única teoría
revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios
inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de
investigadón abnegada, de estudio, de experimentación en la práctica, de
desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa.
Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Ru6ia revolucionaria de
la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones
internacionales, con un conocimiento tan excelente de todas las formas y
teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país del mundo.
De otra parte, el bolchevismo, surgido sobre esta base teórica granítica,
tuvo una historia práctica de quince años (1903-1917) que, por la riqueza de
la experiencia que representa, no puede ser comparada a ninguna otra en el
mundo. Pues ningún país, en el transcurso de estos quince años, pasó ni
aproximadamente por una experiencia revolucionaria tan Aca, por una rapidez y
una variedad tales de la sucesión de las distintas formas del movimiento,
legal e ilegal, pacífico y tormentoso, clandestino y abierto, de propaganda en
los círculos y de propaganda entre las masas, parlamentario y terrorista En
ningún país estuvo concentrada en un período de tiempo tan breve una tal
riqueza de formas, de matices, de métodos de lucha de todas las clases de la
sociedad con temporánea, lucha que, además, como consecuencia del atraso del
país y del peso del yugo del zarismo, maduraba con particular rapidez y
asimilaba con particular avidez y eficacia
la "última palabra" correspondiente de la experiencia política americana y
europea.
III
LAS PRINCIPALES ETAPAS EN LA HISTORIA
DEL BOLCHEVISMO
Años de preparación de la revolución (1903-1905). Presagios de gran
tormenta por todas partes, fermentación y preparación en todas las clases. En
el extranjero, la prensa de la emigración plantea teóricamente todas las
cuestiones esenciales de la revolución. Los representantes de las tres clases
fundamentales, de las tres tendencias políticas prin cipales: la
liberal-burguesa, la democrático-pequeñoburguesa (cubierta bajo la etiqueta de
las corrientes "socialdernócrata" y "socialrevolucionaria") y la proletaria
revolucionaria, mediante una lucha encarnizada de concepciones programáticas y
tácticas, anuncian y preparan la futura lucha abierta de clases. Todas las
cuestiones por las cuales las masas tomaron las armas en 1905-1907 y en
1917-1920, pueden (y deben) verse, en forma embrionaria, en la prensa de
aquella época. Naturalmente, entre estas tres tendencias principales hay todas
las formaciones intermedias, transitorias, híbridas, que se quiera. Más
exactamente: en la lucha entre los órganos de prensa, los partidos, las
fracciones, los grupos, van cristalizándose las tendencias ideológicas y
políticas realmente de clase; las clases se forjan un arma ideológico-política
adecuada para los combates futuros.
Años de revolución (1905-1907). Todas las clases entran abiertamente en
acción. Todas las concepciones programáticas
y tácticas son comprobadas por medio de la acción de las masas. Lucha
huelguística nunca vista en el mundo, por su amplitud y su carácter agudo.
Transformación de la huelga económica en política y de la huelga política en
insurrección. Comprobación práctica de las relaciones existentes entre el
proletariado dirigente y los campesinos dirigidos, vacilantes, dudosos.
Nacimiento, en el desarrollo espontáneo de la lucha, de la forma soviética de
organización. Los debates de aquel entonces sobre el papel de los Soviets son
una anticipación de la gran lucha de 1917-1920. La sucesión de los métodos de
lucha parlamentarios y no parlamentarios, de la táctica de boicot del
parlamento y de participación en el mismo, de las formas legales e ilegales de
lucha, así como sus relaciones recíprocas y los vínculos existentes entre
ellos, todo esto se distingue por una asombrosa riqueza de contenido. Cada mes
de este período vale, desde el punto de vista del aprendizaje de los
fundamentos de la ciencia política -- para las masas y los jefes, para las
clases y los partidos --, por un año de desenvolvimiento "pacífico" y
"constitucional". Sin el "ensayo general" de 1905, la victoria de la
Revolución de Octubre en 1917 hubiera sido imposible.
Años de reacción (1907-1910). El zarismo ha triunfado. Han sido aplastados
todos los partidos revolucionarios y de oposición. Desaliento,
desmoralización, escisiones, dispersión, traiciones, pornografía en vez de
política. Reforzamiento de las tendencias al idealismo filosófico; misticismo,
como disfraz de un estado de espíritu contrarrevolucionario. Pero al mismo
tiempo esta gran derrota da a los partidos revolucionarios y a la clase
revolucionaria una verdadera lección sumamente saludable, una lección de
dialéctica histórica, una lección de inteligencia, de destreza y arte para
conducir la
lucha política. Los amigos se conocen en la desgracia. Los ejércitos
derrotados se instruyen celosamente.
El zarismo victorioso se ve obligado a destruir precipitadamente los
residuos del régimen de vida preburgués, patriarcal en Rusia. El
desenvolvimiento burgués del país progresa con rapidez notable. Las ilusiones
situadas al margen de las clases, por encima de ellas, ilusiones sobre la
posibilidad de evitar el capitalismo, caen hechas polvo. Entra en escena la
lucha de clases de un modo absolutamente nuevo y con mayor relieve.
Los partidos revolucionarios deben completar su instrucción Han aprendido
a atacar. Ahora, deben comprender que esta ciencia tiene que estar completada
por la de saber replegarse con el mayor acierto. Hay que comprender -- y la
clase revolucionaria aprende a comprenderlo por su propia y amarga experiencia
-- que no se puede triunfar sin aprender a tomar la ofensiva y a llevar a cabo
la retirada con acierto. De todos los partidos revolucionarios y de oposición
derrotados, fueron los bolcheviques quienes retrocedieron con más orden, con
menos quebranto de su "ejército"; con una conservación mejor de su núcleo
central, con las escisiones menos profundas e irreparables, con menos
desmoralización, con más capacidad para reanudar la acción de un modo más
amplio, acertado y enérgico. Y si los bolcheviques obtuvieron este resultado,
fue exclusivamente porque desenmascararon y expulsaron sin piedad a los
revolucionarios de palabra, obstinados en no comprender que hay que
retroceder, que hay que saber retroceder, que es obligatorio aprender a actuar
legalmente en los parlamentos más reaccionarios, en las organizaciones
sindicales, en las cooperativas, en las mutualidades y otras organizaciones
semejantes, por más reaccionarias que sean.
Años de ascenso (1910-1914). Al principio, el ascenso fue de una lentitud
inverosímil; luego, después de los sucesos del Lena, en 1912, un poco más
rápido. Venciendo dificultades enormes, los bolcheviques eliminaron a los
mencheviques, cuyo papel, como agentes burgueses en el movimiento obrero, fue
admirablemente comprendido por toda la burguesía después de 1905 y a los
cuales, por este motivo, esta última sostenía de mil maneras contra los
bolcheviques. Pero éstos no hubieran llegado nunca a semejante resultado, si
no hubiesen aplicado una táctica acertada, combinando la actuación ilegal con
la utilización obligatoria de las "posibilidades legales" En la más
reaccionaria de las Dumas, los bolcheviques conquistaron toda la curia obrera.
Primera guerra imperialista mundial (1914-1917). El parlamentarismo legal,
con un "parlamento" ultrarreaccionario, presta los más grandes servicios al
partido del proletariado revolucionario, a los bolcheviques. Los diputados
bolcheviques van a Siberia. En la prensa de la emigración hallan plena
expresión todos los matices del socialimperialismo, del socialchovinismo, del
socialpatriotismo, del internacionalismo inconsecuente y consecuente, del
pacifismo y de la negación revolucionaria de las ilusiones pacifistas. Las
eminencias estúpidas y los vejestorios de la II Internacional, que fruncían el
ceño con desdén y soberbia ante la abundancia de "fracciones" del socialismo
ruso y la lucha encarnizada de éstas entre sí, fueron incapaces, en el momento
en que la guerra suprimió en todos los países adelantados la cacareada
"legalidad", de organizar, aunque no fuera más que aproximadamente, un libre
(ilegal) intercambio de ideas y una libre (ilegal) elaboración de concepciones
justas, semejantes a las que los revolucionarios rusos organizaron en Suiza y
otros países. Ha sido precisamente por esto por lo que los social-
patriotas descarados y los "kautskistas" de todos los países han resultado los
peores traidores del proletariado. Y si el bolchevismo pudo triunfar en
1917-1920, una de las causas fundamentales de semejante victoria se debe a que
desde finales de 1914 desenmascaró sin piedad la villanía, la infamia, la
abyección del socialchovinismo y del "kautskismo" (al cual corresponde el
longuetismo[3] en Francia, las ideas de los jefes del Partido Obrero
Independiente[4] y de los fabianos[5] en Inglaterra, de Turati en Italia,
etc.) y a que las masas se han convencido más y más, por experiencia propia,
de que las concepciones de los bolcheviques eran justas.
Segunda revolución rusa (febrero-octubre, 1917). El grado de decrepitud
inverosímil y de caducidad del zarismo (con ayuda de los reveses y
sufrimientos de una guerra infinitamente penosa) suscitaron contra él una
fuerza extraordinaria de destrucción. En pocos días Rusia se vio convertida en
una república democrático-burguesa más libre, en las condiciones de la guerra,
que cualquier otro país del mundo. El gobierno fue constituido por los jefes
de los partidos de oposición y revolucionarios, como en las repúblicas del más
"puro parlamentarismo", pues el título de jefe de un partido de oposición en
el parlamento, hasta en el más reaccionario, ha facilitado siempre el papel
futuro de este jefe en la revolución.
En pocas semanas los mencheviques y los "socialrevolucionarios" se
asimilaron perfectamente todos los procedimientos y modales, argumentos y
sofismas de los héroes europeos de la II Internacional, de los
ministerialistas y de toda la canalla oportunista. Todo lo que leemos hoy
sobre los Scheidemann y Noske, sobre Kautsky y Hilferding, Renner y
Austerlitz, Otto Bauer y Fritz Adler, Turati y Longuet, sobre los fabianos y
los jefes del Partido Obrero Indepen-
diente de Inglaterra, todo nos parece (y lo es en realidad) una aburricla
repetición de un motivo antiguo y conocido. Todo ello lo habíamos visto ya en
los mencheviques. La historia les ha hecho una mala jugada, obligando a los
oportunistas de un país atrasado a adelantarse a los oportunistas de una serie
de países avanzados.
Si todos los héroes de la II Internacional han fracasado, si se han
cubierto de oprobio en la cuestión de la función y la importancia de los
Soviets y del Poder soviético, si se han cubierto de ignominia de un modo
particularmente "relevante" y han incurrido en toda clase de contradicciones
en esta cuestión los jefes de los tres grandes partidos que se han separado
actualmente de la II Internacional (el Partido Socialdemócrata Independiente
de Alemania[6], el Partido longuetista de Francia y el Partido Obrero
Independiente de Inglaterra), si todos han resultado esclavos de los
prejuicios de la democracia pequeñoburguesa (exactamente al modo de los
pequeños burgueses de 1848, que se llamaban "socialdemócratas"), también es
cierto que ya hemos visto todo esto en el ejemplo de los mencheviques. La
historia ha hecho esta jugarreta: los Soviets nacieron en Rusia en 1905,
fueron falsificados en febrero-octubre de 1917 por los mencheviques, quienes
fracasaron por no haber comprendido su papel y su importancia, y hoy ha
surgido en el mundo entero la idea del Poder soviético, idea que se extiende
con rapidez inusitada entre el proletariado de todos los países, mientras
fracasan en todas partes, a su vez, los viejos héroes de la II Internacional,
por no haber sabido comprender, del mismo modo que nuestros mencheviques, el
papel y la importancia de los Soviets. La experiencia ha demostrado que en
algunas cuestiones esenciales de la revolución proletaria todos los
países pasarán inevitablemente por lo mismo que ha pasado Rusia.
Los bolcheviques empezaron su lucha victoriosa contra la república
parlamentaria (burguesa de hecho) y contra los mencheviques con suma prudencia
y no la prepararon, ni mucho menos, tan sencillamente como hoy piensan muchos
en Europa y América. En el principio del período mencionado no incitamos a
derribar el gobierno, sino que explicamos la imposibilidad de hacerlo sin
modificar previamente la composición y el estado de espíritu de los Soviets.
No declaramos el boicot al parlamento burgués, a la Asamblea Constituyente,
sino que dijimos, a partir de la Conferencia de nuestro Partido, celebrada en
abril de 1917, dijimos oficialmente, en nombre del Partido, que una república
burguesa, con una Asamblea Constituyente, era preferible a la misma república
sin Constituyente, pero que la república "obrera y campesina" soviética es
mejor que cualquier república democráticoburguesa, parlamentaria. Sin esta
preparación prudente, minuciosa, circunspecta y prolongada, no hubiésemos
podido alcanzar ni consolidar la victoria en octubre de 1917.
IV
¿EN LUCHA CON QUE ENEMIGOS EN EL SENO
DEL MOVIMIENTO OBRERO HA PODIDO
CRECER, FORTALECERSE Y TEMPLARSE
EL BOLCHEVISMO?
En primer lugar y sobre todo, en la lucha contra el oportunismo, que en
1914 se transformó definitivamente en so-
cialchovinismo y que se ha pasado definitivamente al lado de la burguesía,
contra el proletariado. Este era, naturalmente, el principal enemigo del
bolchevismo en el seno del movimiento obrero y sigue siéndolo en escala
mundial. El bolchevismo le ha prestado y le presta a este enemigo la mayor
atención. Este aspecto de la actividad de los bolcheviques es ya bastante bien
conocido también en el extranjero.
Otra cosa hay que decir de otro enemigo del bolchevismo en el seno del
movimiento obrero. En el extranjero se sabe todavía de un modo muy
insuficiente que el bolchevismo ha crecido, se ha ido formando y se ha
templado en largos años de lucha contra ese revolucionarismo pequeñoburgués
que se parece al anarquismo o que ha tomado algo de él y que se aparta en todo
lo esencial de las condiciones y exigencias de una firme lucha de clases del
proletariado. Para los rnarxistas está plenamente establecido desde el punto
de vista teórico -- y la experiencia de todas las revoluciones y los
movimientos revolucionarios de Europa lo han confirmado enteramente -- que el
pequeño propietario, el pequeño patrón (tipo social que en muchos países
europeos está muy difundido, que abarca masas), que sufre bajo el capitalismo
una presión continua y muy a menudo un empeoramiento increíblemente brusco y
rápido de sus condiciones de existencia y la ruina, adquiere fácilmente una
mentalidad ultrarrevolucionaria, pero que es incapaz de manifestar serenidad,
espíritu de organización, disciplina, firmeza. El pequeñoburgués "enfurecido"
por los horrores del capitalismo es un fenómeno social propio, como el
anarquismo, de todos los países capitalistas. La inconstancia de estas
veleidades revolucionarias, su esterilidad, su facilidad de cambiarse
rápidamente en sumisión, en apatía, en imaginaciones fantásticas, hasta en un
entusiasmo "furioso", por tal o cual tendencia burguesa "de moda", son
universalmente conocidas. Pero a un partido revolucionario no le basta en modo
alguno con reconocer teórica, abstractamente, semejantes verdades, para estar
al abrigo de los viejos errores que se producen siempre en ocasiones
inesperadas, con una ligera variación de forma, con una apariencia o un
contorno no vistos antes, en una situación original (más o menos original).
El anarquismo ha sido a menudo una especie de expiación de los pecados
oportunistas del movimiento obrero. Estas dos aberraciones se completaban
mutuamente. Y si el anarquismo no ejerció en Rusia, en las dos revoluciones de
1905 y 1917 y durante su preparación, a pesar de que la población
pequeñoburguesa era aquí más numerosa que en los países europeos, sino una
influencia relativamente insignificante, se debe en parte, indudablemente, al
bolchevismo, que siempre luchó del modo más despiadado e irreconciliable
contra el oportunismo. Y digo "en parte" porque lo que más contribuyó a
debilitar el anarquismo en Rusia fue la posibilidad que tuvo en el pasado (en
los años del 70 del siglo XIX) de adquirir un desarrollo extraordinario y de
revelar hasta el fondo su carácter quimérico, su incapacidad de servir como
teoría dirigente de la clase revolucionaria.
El bolchevismo heredó, al surgir en 1903, la tradición de guerra
despiadada al revolucionarismo pequeñoburgués, semianarquista (o capaz de
coquetear con el anarquismo), tradición que había existido siempre en la
socialdemocracia revolucionaria y que se consolidó particularmente en nuestro
país en 1900-1903, cuando se sentaban los fundamentos del partido de masas del
proletariado revolucionario de Rusia. El bolchevismo asimiló y continuó la
lucha contra el partido que más fielmente expresaba las tendencias del
revoluciona-
rismo pequeñoburgués, es decir, el partido "socialrevolucionario", en tres
puntos principales. En primer lugar, este partido, que rechazaba el marxismo,
se obstinaba en no querer comprender (tal vez fuera más justo decir en no
poder comprender) la necesidad de tener en cuenta con estricta objetividad,
antes de emprender una acción política, las fuerzas de clase y sus relaciones
mutuas. En segundo término, este partido veía un signo particular de su
"revolucionarismo" o de su "izquierdismo" en el reconocimiento del terror
individual, de los atentados, que nosotros, los marxistas, rechazábamos
categóricamente. Claro es que nosotros condenábamos el terror individual
únicamente por motivos de conveniencia; pero las gentes capaces de condenar
"en principio" el terror de la Gran Revolución Francesa, o, en general, el
terror ejercido por un partido revolucionario victorioso, asediado por la
burguesía de todo el mundo, esas gentes fueron ya condenadas para siempre al
ridículo y al oprobio en 1900-1903 por Plejánov, cuando éste era marxista y
revolucionario. En tercer lugar, para los "socialrevolucionarios" ser
"izquierdista", consistía en reirse de los pecados oportunistas, relativamente
leves, de la socialdemocracia alemana, mientras imitaban a los
ultraoportunistas de ese mismo partido en cuestiones tales como la agraria o
la de la dictadura del proletariado.
La historia, dicho sea de paso, ha confirmado hoy en gran escala,
histórico-mundial, la opinión que hemos defendido siempre, a saber: que la
socialdemocracia revolucionaria alemana (y téngase en cuenta que ya en
1900-1903 Plejánov reclamaba la expulsión de Bernstein del Partido y que los
bolcheviques, siguiendo siempre esta tradición, desenmascaraban en 1913 toda
la villanía, la bajeza y la traición de Legien), que la socialdemocracia
revolucionaria alemana estaba más
cerca que nadie del partido que necesitaba el proletariado revolucionario para
triunfar. Ahora, en 1920, después de todas las quiebras y crisis ignominiosas
de la época de la guerra y de los primeros años que la siguieron, aparece con
evidencia que, de todos los partidos de Occidente, la socialdemocracia
revolucionaria alemana es precisamente la que ha dado los mejores jefes, la
que se ha repuesto, se ha curado y ha recobrado sus fuerzas más rápidamente.
Se advierte esto también en el Partido de los espartaquistas[7] y en el ala
izquierda proletaria del "Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania",
que sostienen una firme lucha contra el oportunismo y la falta de carácter de
los Kautsky, Hilferding, Ledebour y Gispien. Si lanzamos ahora una ojeada al
período histórico que ha llegado a su completo término, que va desde la Comuna
de París a la primera República Socialista Soviética, veremos dibujarse con
relieve absolutamente marcado e indiscutible la posición del marxismo con
respecto al anarquismo. El marxismo ha demostrado al fin tener razón, y si los
anarquistas indicaban con justicia el carácter oportunista de las concepciones
sobre el Estado que imperaban en la mayoría de los partidos socialistas, hay
que advertir, en primer término, que este carácter oportunista obedecía a una
deformación y hasta a una ocultación consciente de las ideas de Marx sobre el
Estado (en mi libro "El Estado y la Revolución" he hecho notar que Bebel
mantuvo en el fondo de un cajón durante 36 años, de 1875 a 1911, la carta en
que Engels denunciaba con un relieve, con un vigor, con una franqueza y
claridad admirables el oportunismo de las concepciones socialdemócratas en
boga sobre el Estado); en segundo lugar, la rectificación de estas ideas
oportunistas, el reconocimiento del Poder soviético y de su superioridad sobre
la democracia parlamentaria burguesa, han partido, con
mayor amplitud y rapidez, precisamente de las tendencias más marxistas
existentes en el seno de los partidos socialistas de Europa y América.
Ha habido dos momentos en los cuales la lucha de los bolcheviques contra
las desviaciones de "izquierda" de su propio partido ha adquirido una magnitud
particularmente considerable: en 1908, sobre la cuestión de la participación
en un "parlamento" ultrarreaccionario y en las sociedades obreras legales que
la más reaccionaria de las legislaciones había dejado en pie, y en 1918 (paz
de Brest), sobre la cuestión de la admisibilidad de tal o cual "compromiso".
En 1908, los bolcheviques "de izquierda" fueron expulsados de nuestro
Partido, por su obstinado empeño en no comprender la necesidad de la
participación en un "parlamento" ultrarreaccionario: los "izquierdistas",
entre los que había muchos excelentes revolucionarios que fueron después (y
siguen siendo), honrosamente, miembros del Partido Comunista, se apoyaban
sobre todo en la experiencia favorable del boicot de 1905. Cuando el zar, en
agosto de 1905, anunció la convocatoria de un "parlamento" consultivo, los
bolcheviques, contra todos los partidos de oposición y contra los
mencheviques, declararon el boicot a semejante parlamento, y la revolución de
octubre de 1905 lo barrió en efecto. Entonces el boicot fue justo, no porque
esté bien no participar en general en los parlamentos reaccionarios, sino
porque fue acertadamente tomada en consideración la situación objetiva, que
conducía a la rápida transformación de las huelgas de masas en huelga política
y, sucesivamente, en huelga revolucionaria y en insurrección. Además, el
objeto del debate era, a la sazón, saber si había que dejar en manos del zar
la convocatoria de la primera institución representativa, o si debía
intentarse arrancársela de las manos al antiguo ré-
gimen. Por cuanto no había ni podía haber la certeza plena de que la situación
objetiva era análoga y de que su desenvolvimiento se había de realizar en el
mismo sentido y con igual rapidez, el boicot dejaba de ser justo.
El boicot de los bolcheviques contra el "parlamento" en el año 1905
enriqueció al proletariado revolucionario con una experiencia política
extraordinariamente preciosa, haciéndole ver que, en la combinación de las
formas legales e ilegales, de las formas parlamentarias y extraparlamentarias
de lucha, es, a veces, conveniente y hasta obligado saber renunciar a las
formas parlamentarias. Pero transportar ciegamente, por simple imitación, sin
discernimiento, esta experiencia a otras condiciones, a otras coyunturas, es
el mayor de los errores. Lo que constituyó ya un error, aunque no grande y
fácilmente corregible*, fue el boicot de la "Duma" por los bolcheviques en
1906. Fueron errores más serios y difícilmente reparables los boicots de 1907,
1908 y los años siguientes, pues, por una parte, no había que esperar que se
levantara de nuevo rápidamente la ola revolucionaria, ni la transformación de
la misma en insurrección y, por otra, la necesidad de combinar el trabajo
legal con el ilegal nacía del conjunto de la situación histórica ligada a la
renovación de la monarquía burguesa. Hoy, cuando se considera
retrospectivamente este período histórico, que ha llegado a su completo
término y cuyo enlace con los períodos ulteriores se ha manifestado ya
plenamente, se comprende con singular claridad que los bolcheviques no habrian
podido conservar (y no digo ya
* De la política y de los partidos se puede decir -- con las variantes
correspondientes -- lo mismo que de los individuos. No es inteligente quien no
comete errores. Hombres que no cometan errores, no los hay ni puede haberlos.
Inteligente es quien comete errores que no son muy graves y sabe corregirlos
bien y pronto.
afianzar, desarrollar y fortalecer) el núcleo sólido del partido
revolucionario del proletariado durante los años 1908-1914, si no hubiesen
defendido en la lucha más dura la combinación obligatoria de las formas
legales de lucha con las formas ilegales, la participación obligatoria en un
parlamento ultrarreaccionario y en una serie de otras instituciones permitidas
por una legislación reaccionaria (sociedades de socorros mutuos, etc.).
En 1918, las cosas no llegaron hasta la escisión. Los comunistas "de
izquierda" sólo constituyeron entonces un grupo especial o "fracción" en el
interior de nuestro Partido, y no por mucho tiempo. En el mismo 1918, los
representantes más señalados del "comunismo de izquierda", Rádek y Bujarin,
por ejemplo, reconocieron abiertamente su error. Les parecía que la paz de
Brest era un compromiso con los imperialistas, inaceptable en principio y
funesto para el partido del proletariado revolucionario. Se trataba, en
efecto, de un compromiso con los imperialistas; pero precisamente un
compromiso tal y en unas circunstancias tales, que era obligatorio.
Actualmente, cuando oigo, por ejemplo, a los "socialrevolucionarios"
atacar la táctica seguida por nosotros al firmar la paz de Brest, o una
advertencia como la que me hizo el camarada Landsbury en el curso de una
conversación: "Los jefes de nuestras tradeuniones inglesas dicen que también
pueden permitirse un compromiso, puesto que los bolcheviques se lo han
permitido", respondo habitualmente ante todo con una comparación sencilla y
"popular":
Figuraos que el automóvil en que vais es detenido por unos bandidos
armados. Les dais el dinero, el pasaporte, el revólver, el automóvil, mas, a
cambio de esto, os veis desembarazados de la agradable vecindad de los
bandidos. Se
trata, evidentemente, de un compromiso. Do ut des ("te doy" mi dinero, mis
armas, mi automóvil, "para que me des" la posibilidad de marcharme en paz).
Pero difícilmente se encontraría un hombre que no esté loco y que declarase
que semejante compromiso es "inadmisible en principio" y denunciase al que lo
ha concertado como cómplice de los bandidos (aunque éstos, una vez dueños del
auto y de las armas, los utilicen para nuevos pillajes). Nuestro compromiso
con los bandidos del imperialismo alemán fue análogo a éste.
Pero cuando los mencheviques y los socialrevolucionarios en Rusia, los
partidarios de Scheidemann (y, en gran parte, los kautskianos) en Alemania,
Otto Bauer y Friedrich Adler (sin hablar de los señores Renner y compañía) en
Austria, los Renaudel, Longuet y compañía en Francia, los fabianos,
"independientes" y "laboristas"[8] en Inglaterra concertaron, en 1914-1918 y
en 1918-1920, con los bandidos de su propia burguesía y a veces de la
burguesía "aliada", compromisos dirigidos contra el proletariado
revolucionario de su propio país, entonces esos señores obraron como cómplices
de los bandidos.
La conclusión es clara: rechazar los compromisos "en principio", negar la
legitimidad de todo compromiso en general, es una puerilidad que es difícil
tomar en serio. Un hombre político que quiera ser útil al proletariado
revolucionario, debe saber distinguir los casos concretos de compromiso que
son precisamente inadmisibles, que son una expresión de oportunismo y de
traición, y dirigir contra t a l e s compromisos c o n c r e t o s toda la
fuerza de su crítica, todo el filo de un desenmascaramiento implacable y de
una guerra sin cuartel, no permitiendo a los socialistas, con su gran
experiencia de "maniobreros", y a los jesuítas parlamentarios escurrir el
bulto, eludir la responsabilidad, por medio de disquisi-
ciones sobre los "compromisos en general". Los señores "jefes" de las
tradeuniones inglesas, lo mismo que los de la Sociedad Fabiana y del Partido
Obrero "Independiente", pretenden eludir precisamente así la responsabilidad
por la traición que han cometido, por haber concertado semejante compromiso
que no es en realidad más que oportunismo, defección y traíción de la peor
especie.
Hay compromisos y compromisos. Es preciso saber analizar la situación y
las circunstancias concretas de cada compromiso o de cada variedad de
compromiso. Debe aprenderse a distinguir al hombre que ha entregado a los
bandidos su bolsa y sus armas, con el fin de disminuir el mal causado por
ellos y facilitar su captura y ejecución, del que da a los bandidos su bolsa y
sus armas para participar en el reparto del botín. En política esto dista
mucho de ser tan fácil como en este ejemplito de una simplicidad infantil.
Pero el que pretendiera imaginar una receta para los obreros, que señalase por
adelantado soluciones adecuadas para todas las circunstancias de la vida o
prometiera que en la política del proletariado revolucionario no se
encontrarán nunca dificultades ni situaciones embrolladas, sería sencillamente
un charlatán.
Para no dejar lugar a ninguna interpretación falsa, intentaré esbozar,
aunque sólo sea brevemente, algunas tesis fundamentales para el análisis de
los casos concretos de compromiso.
El partido que concertó con el imperialismo alemán el compromiso
consistente en firmar la paz de Brest, había empezado a elaborar prácticamente
su internacionalismo a fines de 1914. Dicho partido no temía proclamar la
derrota de la monarquía zarista y estigmatizar la "defensa de la patria" en la
guerra entre dos imperialismos voraces. Los diputados de
dicho partido en el parlamento fueron a Siberia, en vez de seguir el fácil
camino que conduce a las carteras ministeriales en un gobierno burgués. La
revolución, al derribar el zarismo y crear la república democrática, sometió a
este partido a una nueva y gran prueba: no contrajo ningún compromiso con los
imperialistas de "su" país, sino que preparó su derrumbamiento y los derrumbó.
Este mismo partido, una vez dueño del Poder político, no ha dejado piedra
sobre piedra ni de la propiedad agraria de la nobleza ni de la propiedad
capitalista. Después de haber publicado y hecho añicos los tratados secretos
de los imperialistas, propuso la paz a todos los pueblos y sólo cedió ante la
violencia de los bandidos de Brest, cuando los imperialistas anglo-franceses
hicieron fracasar sus proposiciones de paz y después que los bolcheviques
hubieron hecho todo lo humanamente posible para acelerar la revolución en
Alemania y en otros países. La plena legitimidad de semejante compromiso,
contraído por tal partido en tales circunstancias, se hace cada día más clara
y evidente para todos.
Los mencheviques y socialrevolucionarios de Rusia (como todos los jefes de
la II Internacional en el mundo entero, en 1914-1920) empezaron por la
traición, justificando, directa o indirectamente, la "defensa de la patria",
es decir, la defensa de su burguesía ávida de conquistas, y persistieron en su
traición coligándose con la burguesía de su país y luchando a su lado contra
el proletariado revolucionario de su propio país. Su bloque con Kerenski y los
kadetes primero, con Kolchak y Denikin después, en Rusia, así como el bloque
de sus correligionarios extranjeros con la burguesía de sus propios países fue
una deserción al campo de la burguesía contra el proletariado. Su compromiso
con los bandidos del im-
perialismo consistió desde el principio hasta el fin en hacerse los cómplices
del bandolerismo imperialista.
V
EL COMUNISMO "DE IZQUIERDA" EN
ALEMANIA. JEFES, PARTIDO, CLASE, MASA
Los comunistas alemanes, de quienes debemos hablar ahora, no se llaman
"izquierdistas", sino "oposición de principio", si no me equivoco. Pero que
tienen todos los síntomas de la "enfermedad infantil del izquierdismo", se
verá por lo que sigue.
El folleto titulado "Una escisión en el Partido Comunista de Alemania
(Liga de los espartaquistas)", que refleja e] punto de vista de esta oposición
y ha sido editado por el "Grupo local de Francfort del Meno", expone con sumo
relieve, exactitud, claridad y concisión la esencia de los puntos de vista de
esta oposición. Algunas citas serán suficientes para dar a conocer al lector
dicha esencia:
"El Partido Comunista es el partido de la lucha de clases más decidida. .
."
". . . Desde el punto de vista político este período de transición" (entre
el capitalismo y el socialismo) "es el período de la dictadura del
proletariado. . ."
". . . Se plantea la cuestión: ¿quién debe ejercer la dicta dura, e l P a
r t i d o C o m u n i s t a o l a c l a s e p r o I e t a r i a ? . . .
En principio ¿debe tenderse a la dictadura
del Partido Comunista o a la dictadura de la clase proletaria?!!" (Las
palabras subrayadas lo están también en el original).
Más adelante, el Comité Central del Partido Comunista de Alemania es
acusado por el autor del folleto de buscar una coalición con el Partido
Socialdemócrata Independiente de Alemania, de que "la cuestión del
reconocimiento, en principio, de todos los medios políticos " de lucha, entre
ellos el parlamentarismo, ha sido planteada por este Comité Central sólo para
ocultar sus intenciones verdaderas y esenciales de realizar una coalición con
los independientes. Y el folleto continúa:
"La oposición ha elegido otra senda. Sostiene la opinión de que la
cuestión de la hegemonía del Partido Comunista y de la dictadura del mismo no
es más que una cuestión de táctica. En todo caso, la hegemonia del Partido
Comunista es la forma última de toda hegemonía de partido. En principio, debe
tenderse a la dictadura de la clase proletaria. Y todas las medidas del
Partido, su organización, sus formas de lucha, su estrategia y su táctica
deben ser adaptadas a este fin. Hay que rechazar, por consiguiente, del moclo
más categórico, todo compromiso con los demás partidos, todo retorno a los
métodos de lucha parlamentarios, los cuales han caducado ya histórica y
políticamente, toda política de maniobra y conciliación". "Los métodos
especificamente proletarios de lucha revolucionaria deben ser subrayados
enérgicamente. Y para abarcar a los más amplios círculos y capas proletarias,
que deben emprender la lucha revolucionaria bajo la dirección del Partido
Comunista, hay que crear nuevas
formas de organización sobre la base más amplia y con los más amplios marcos.
Este lugar de agrupamiento de todos los elementos revolucionarios es la Unión
Obrera constituida sobre la base de las organizaciones de fábrica. La Unión
debe agrupar a todos los obreros fieles al lema: ifuera de los sindicatos! Es
ahí donde se forma el proletariado militante en las más vastas filas
combativas. Para ser admitido basta el reconocimiento de la lucha de clases,
el sistema de los Soviets y la dictadura. La educación política ulterior de
las masas militantes y la orientación política de las mismas en la lucha es
misión del Partido Comunista, que se halla fuera de la Unión Obrera. . ."
". . . Hay, por consiguiente, ahora, dos partidos comunistas, uno enfrente
de otro:
"U n o, e l p a r t i d o d e l o s j e f e s, que quiere organizar y
dirigir la lucha revolucionaria desde arriba aceptando los compromisos y el
parlamentarismo, con el fin de crear situaciones que permitan a estos jefes
entrar en un gobierno de coalición en cuyas manos se halle la dictadura.
"O t r o, e l p a r t i d o d e l a s m a s a s, que espera de abajo
el impulso de la lucha revolucionaria, y no conoce ni aplica para esta lucha
otro método que el que conduce claramente al fin, rechazando todos los
procedimientos parlamentarios y oportunistas; ese método único es el
derrocamiento incondicional de la burguesía para implantar después la
dictadura de ciase del proletariado con el fin de instaurar el socialismo. .
."
". . . ¡De un lado la dictadura de los jefes, de otro la dictadura de las
masas! Tal es nuestra consigna".
Tales son las tesis esenciales que caracterizan el punto de vista de la
oposición en el Partido Comunista Alemán.
Todo bolchevique que haya contribuido conscientemente al desarrollo del
bolchevismo desde 1903 o lo haya observado de cerca, no podrá menos de
exclamar, inmediatamente después de haber leído estos razonamientos: "¡Qué
antiguallas tan conocidas! ¡Qué infantilismo de 'izquierda'!"
Pero examinemos más de cerca estos razonamientos.
El solo hecho de preguntar: "¿dictadura del partido o b i e n dictadura de
clase?, ¿dictadura (partido) de los jefes o b i e n dictadura (partido) de las
masas?" acredita la más increíble e irremediable confusión de ideas. Hay
gentes que se esfuerzan por inventar algo enteramente original y no consiguen
más, en su afán de sabiduría, que caer en el ridículo. De todos es sabido que
las masas se dividen en clases, que oponer las masas a las clases no puede
permitirse más que en un sentido, si se opone una mayoría aplastante, en su
totalidad, sin distinguirse las posiciones ocupadas con relación al régimen
social de la producción, a categorías que ocupan una posición especial en este
régimen; que las clases están generalmente, en la mayoría de los casos, por lo
menos en los países civilizados modernos, dirigidas por partidos políticos;
que los partidos políticos están dirigidos, por regla general, por grupos más
o menos estables de las personas más autorizadas, influyentes, expertas,
elegidas para los cargos más responsables y que se llaman jefes. Todo esto es
el abecé, todo esto es sencillo y claro. ¿Qué necesidad había de poner en su
lugar no sé qué galimatías, no sé qué nuevo "volapuk"[9]? Por un lado, estas
gentes, por lo visto, se han desorientado, cayendo en una situación difícil,
cuando la sucesión rápida de la vida legal e ilegal del partido altera las
relaciones ordinarias, normales y simples entre los jefes, los partidos y las
clases. En Alemania, como en los demás países europeos, se está excesivamente
habituado a la legalidad, a la elección libre y regular de los "jefes" por los
congresos reglamentarios del Partido, a la comprobación cómoda de la
composición de clase de este último por medio de elecciones al parlamento, los
mítines, la prensa, el estado de espíritu de los sindicatos y otras
asociaciones, etc. Cuando ha sido preciso, en virtud de la marcha borrascosa
de la revolución y el desenvolvimiento de la guerra civil, pasar rápidamente
de esta rutina a la sucesión, a la combinación de la legalidad y la
ilegalidad, a los procedimientos "poco cómodos", "no democráticos", para
designar, formar o conservar los "grupos de dirigentes", la gente ha perdido
la cabeza y ha empezado a inventar un monstruoso absurdo. Por lo visto, los
"tribunistas" holandeses[10], que han tenido la desgracia de nacer en un país
pequeño con una tradición de situación legal privilegiada y particularmente
estable y que jamás han visto la sucesión de las situaciones legales e
ilegales, se han embrollado y han perdido la cabeza, favoreciendo las
invenciones más absurdas.
Por otra parte, salta a la vista el uso irreflexivo y arbitrario de
algunas palabras "de moda" en nuestra época, como "la masa", "los jefes". La
gente ha oído muchos ataques contra los "jefes" y se los ha aprendido de
memoria, ha oido cómo les oponian a la "masa", pero no se ha tomado el trabajo
de reflexionar acerca del sentido de todo esto.
Al final de la guerra imperialista y después de ella, es cuando con más
vivacidad y relieve se ha manifestado el divorcio entre "los jefes" y "la
masa" en todos los países. La causa principal de este fenómeno ha sido
explicada mu-
chas veces por Marx y Engels, de 1852 a 1892, tomando el ejemplo de
Inglaterra. La situación monopolista de dicho país dio origen al nacimiento de
una "aristocracia obrera" oportunista, semipequeñoburguesa, salida de la
"masa". Los jefes de esta aristocracia obrera se pasaban constantemente al
campo de la burguesia y eran mantenidos por ella directa o indirectamente.
Marx mereció el odio, que le honra, de estos canallas, porque les tildó
públicamente de traidores. El imperialismo moderno (del siglo XX) ha creado
también en favor de algunos países adelantados una situación privilegiada,
monopolista, y sobre este terreno ha surgido en todas partes, dentro de la II
Internacional, ese tipo de jefestraidores, oportunistas, socialchovinistas,
que defienden los intereses de su corporación, de su reducida capa de
aristocracia obrera. Estos partidos oportunistas se han separado de las
"masas", es decir, de los sectores más vastos de trabajadores, de la mayoría
de los mismos, de los obreros peor retribuidos. La victoria del proletariado
revolucionario es imposible si no se lucha contra semejante mal, si no se
desenmascara, si no se afrenta, si no se expulsa a los jefes oportunistas
socialtraidores; tal es la política que ha llevado a la práctica la III
Internacional.
Pero llegar con este pretexto a contraponer, e n t é r m i n o s g e n e
r a l e s, la dictadura de las masas a la dictadura de los jefes, es un
absurdo ridículo y una imbecilidad. Lo más divertido es que, de hecho, en el
lugar de los antiguos jefes que se atenian a las ideas comunes sobre las cosas
simples, se destacan (encubriéndolo con la consigna de "abajo los jefes")
jefes nuevos que dicen tonterias y disparates que escapan a todo calificativo.
Tales son, en Alemania: Laufenberg, Wolf Heim, Horner[11], Karl Schroder,
Friedrich
Wendell, Karl Erler[*]. Las tentativas de este último para "profundizar" la
cuestión y proclamar de un modo general la inutilidad y el "burguesismo" de
los partidos políticos son tales columnas de Hércules de la estupidez, que le
dejan a uno patidifuso. Cuán cierto es que de un pequeño error se puede
siempre hacer uno monstruosamente grande, si se insiste sobre él, si se
profundiza para encontrarle razones y si se quiere "llevarlo hasta las últimas
consecuencias".
Negar la necesidad del partido y de la disciplina del partido, he aquí el
resultado a que ha llegado la oposición. Y esto equivale a desarmar
completamente al proletariado en provecho de la burguesía. Esto da por
resultado los vicios pequeñoburgueses: dispersión, inconstancia, falta de
capacidad para el dominio de sí mismo, para la unión de los esfuerzos, para la
acción organizada que producen inevitablemente, si se es indulgente con ellos,
la ruina de todo movimiento revolucionario del proletariado. Negar, desde el
punto de vista comunista, la necesidad del partido, es dar un salto desde la
víspera de la quiebra del capitalismo (en Alemania), no hasta la fase inferior
o media, sino hasta la fase superior
* En el Diario Obrero Comunista [12] (N.ƒ 32, Hamburgo, 7 de febrero de
1920), Karl Erler dice en un artículo titulado La disolución del Partido : "La
dase obrera no puede destruir el Estado burgués sin aniquilar la democracia
burguesa, y no puede aniquilar la democracia burguesa sin destruir los
partidos".
Las cabezas más confusas de los sindicalistas y anarquistas latinos pueden
sentirse "satisfechas": algunos alemanes de peso que, por lo visto, se
consideran marxistas (con sus artículos en el citado periódico, K. Erler y K.
Horner demuestran con aplomo que se consideran marxistas sólidos, aunque dicen
de un modo singularmente ridículo tonterías inverosímiles, manifestando así no
comprender el abecé del marxismo) llegan a afirmar cosas absurdas por
completo. El reconocimiento del marxismo no preserva por sí solo de los
errores. Los rusos saben bien esto, porque el marxismo ha estado "de moda" con
harta frecuencia en nuestro país.
del comunismo. En Rusia (tres anos después de haber derribado a la burguesía)
estamos dando todavía los primeros pasos desde el capitalismo al socialismo, o
fase inferior del comunismo. Las clases han quedado y subsistirán en todas
partes durante años después de la conquista del Poder por el proletariado. Es
posible que en Inglaterra, donde no hay campesinos (¡aunque, en cambio, no
faltan los pequeños patronos!) este plazo sea más breve. Suprimir las clases
no consiste únicamente en expulsar a los terratenientes y a los capitalistas
-- esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad --, sino también en
suprimir los pequeños productores de mercancías. Pero a éstos e s i m p o s i
b I e e x p u l s a r l o s, es imposible aplastarlos; hay que entenderse con
ellos, se les puede (y se les debe) transformar, reeducar tan sólo mediante
una labor de organización muy larga, lenta y cautelosa. Estos pequeños
productores cercan al proletariado por todas partes del elemento
pequeñoburgués, lo impregnan de este elemento, lo desmoralizan con él,
provocan constantemente en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad
pequeñoburguesa, de atomización, de individualismo, de oscilaciones entre la
exaltación y el abatimiento. Son necesarias una centralización y una
disciplina ¢everísimas en el partido político del proletariado para hacer
frente a eso, para permitir que el proletariado ejerza acertada, eficaz y
victoriosamente su función organizadora (que es su función principal -- ). La
dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y
pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas
y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones
y decenas de millones de hombres, es la fuerza más terrible. Sin un partido
férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo
lo que haya de
honrado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de
espíritu de las masas e influir sobre él, es imposible llevar a cabo con éxito
esta lucha. Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada,
que "vencer" a millones y millones de pequeños patronos, estos últimos, con su
actividad corruptora invisible, inaprehensible, de todos los días, producen
los mismos resultados que la burguesía necesita, que determinan la
restauración de la misma. El que debilita, por poco que sea, la disciplina
férrea del partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura)
ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado.
Al lado de la cuestión sobre los jefes, el partido, la clase, la masa, hay
que plantear la cuestión sobre los sindicatos "reaccionarios". Pero antes me
permitiré hacer, a modo de conclusión, algunas advertencias fundadas en la
experiencia de nuestro Partido. En éste siempre han existido los ataques
contra la "dictadura de los jefes". La primera vez, que yo recuerde, fue en
1895, época en que nuestro Partido no existía aún formalmente, pero en que ya
empezaba a constituirse en Petersburgo el grupo central que debía hacerse
cargo de la dirección de los grupos regionales. En el IX Congreso de nuestro
Partido (en abril de 1920), hubo una pequeña oposición, que se declaró
asimismo contra la "dictadura de los jefes", la "oligarquía", etc. No hay,
pues, nada de sorprendente, nada nuevo, nada alarmante en la "enfermedad
infantil" del "comunismo de izquierda" de los alemanes. Esta enfermedad
transcurre sin consecuencias y hasta, una vez pasada, deja más vigoroso el
organismo. Por otra parte, la rápida sucesión del trabajo legal e ilegal, con
la necesidad de "ocultar", de rodear sobre todo de secreto precisamente al
Estado Mayor, a los jefes, motivó, en nuestro país, fenómenos profundamente
peligrosos. El peor fue la entrada en
el Comité Central de los bolcheviques, en 1912, de un agente provocador,
Malinovski. Este causó la pérdida de decenas y decenas de los más excelentes y
abnegados camaradas, llevándoles a los trabajos forzados y acelerando la
muerte de muchos de ellos. Si no causó más daño fue porque habíamos
establecido adecuadamente la relación entre el trabajo legal y el ilegal. Para
ganar nuestra confianza, Malinovski, como miembro del Comité Central del
Partido y diputado en la Duma, tuvo que ayudarnos a organizar la publicación
de periódicos diarios legales, que supieron, aun bajo el zarismo, llevar a
cabo la lucha contra el oportunismo de los mencheviques y predicar los
principios fundamentales del bolchevismo, con el necesario disimulo. Con una
mano Malinovski mandaba al presidio y a la muerte a decenas de los mejores
combatientes del bolchevismo, pero con la otra se veía obligado a contribuir a
la educación de decenas y decenas de millares de nuevos bolcheviques por medio
de la prensa legal. Este es un hecho en el que deberían reflexionar
detenidamente los camaraclas alemanes (y también los ingleses, los americanos,
los franceses y los italianos), ante los cuales se presenta el problema de
aprender a realizar una labor revolucionaria en los sindicatos reaccionarios*.
* Malinovski estuvo prisionero en Alemania. Cuando regresó a Rusia, ya
bajo el gobierno bolchevique, fue inmediatamente entregado a los tribunales y
fusilado por nuestros obreros. Los mencheviques nos han reprochado con
especial acritud nuestro error, consistente en haber tenido un provocador en
el Comité Central de nuestro Partido Pero cuando bajo Kerenski exigimos que
fuera detenido y juzgado el Presidente de la Duma, Rodzianko, que desde antes
de la guerra sabía que Malinovski era un provocador y no lo había comunicado a
los diputados de los grupos de "trudoviques" [laboristas] y obreros en la
Duma, ni los mencheviques ni los socialrevolucionarios, que formaban parte del
gobierno junto con Kerenski, apoyaron nuestra demanda, y Rodzianko quedó en
libertad y pudo largarse libremente a la zona ocupada por Denikin.
En muchos países, incluso en los más adelantados, la burguesía, sin duda
alguna, envía y seguirá enviando provocadores a los partidos comunistas. Uno
de los medios de luchar contra este peligro, es el de saber combinar como es
debido el trabajo ilegal con el legal.
VI
¿DEBEN ACTUAR LOS REVOLUCIONARTOS
EN LOS SINDICATOS REACCIONARIOS?
Los comunistas "de izquierda" alemanes creen que pueden responder
resueltamente a esta cuestión con la negativa. En su opinión el vocerío y los
gritos de cólera contra los sindicatos "reaccionarios" y
"contrarrevolucionarios" (esto lo hace K. Horner con un "aplomo" y una necedad
especialísimos) bastan para "demostrar" la inutilidad y hasta la
inadmisibilidad de la labor de los revolucionarios, de los comunistas, en los
sindicatos amarillos, socialchovinistas, conciliadores, en los sindicatos
contrarrevolucionarios de los Legien.
Pero por convencidos que estén los comunistas "de izquierda" alemanes del
carácter revolucionario de semejante táctica, ésta es radicalmente errónea y
no contiene más que frases vacías.
Para aclararlo, partiré de nuestra propia experiencia conforme al plan
general del presente folleto, que tiene por objeto aplicar a la Europa
occidental lo que la historia y la táctica actual del bolchevismo contienen de
aplicable, importante y obligatorio en todas partes.
La relación entre jefes, partido, clase y masas, y, al mismo tiempo, la de
la dictacdura del proletariado y su par tido con respecto a los sindicatos, se
presenta actualmente entre nosotros en la forma concreta siguiente: la
dictadura la lleva a cabo el proletariado organizado en Soviets, dirigido por
el Partido Comunista bolchevique, que, según los datos del último Congreso
(abril de 1920), cuenta con 611.000 miembros. El número de sus afiliados ha
oscilado mucho tanto antes como después de la Revolución de Octubre, e incluso
en 1918-1919[13] fue mucho menos considerable. Tememos ensanchar excesivamente
el Partido, porque los arrivistas y caballeros de industria, que no merecen
más que ser fusilados, tienden inevitablemente a infiltrarse en un partido que
se halla en el Poder. Ultimamente abrimos de par en par las puertas del
Partido -- sólo para los obreros y campesinos --, en los días (invierno de
1919) en que Yudénich estaba a algunas verstas de Petrogrado y Denikin en Orel
(a unas trescientas cincuenta verstas de Moscú), es decir, cuando la República
Soviética se veía ante un peligro terrible, ante un peligro mortal, y los
aventureros, los arrivistas, los caballeros de industria y, en general, los
cobardes, no podían contar con hacer una carrera ventajosa (sino más bien con
la horca y las torturas) de adherirse a los comunistas. Un Comité Central de
19 miembros, elegido en el Congreso, dirige el Partido, que reúne congresos
anuales (en el último, la representación era de un delegado por cada mil
miembros) y la gestión de los asuntos corrientes la llevan en Moscú dos burós,
aun más restringidos, denominados "Buró de Organización" y "Buró Político",
elegidos en asambleas plenarias del Comité Central y compuestos cada uno de
ellos por cinco miembros del C.C. Nos hallamos, por consiguiente, en presencia
de una verdadera "oligarquía". No hay cues-
tión importante, política o de organización, que sea resuelta por cualquier
institución estatal de nuestra República, sin que el Comité Central del
Partido haya dado sus normas directivas.
El Partido se apoya directamente, para su labor, en los sindicatos, que
cuentan ahora, según los datos del último Congreso (abril de 1920), más de
cuatro millones de afiliados, y que en el aspecto formal son sin partido. De
hecho, todas las instituciones directoras de la enorme mayoría de los
sindicatos, y sobre todo, naturalmente, la central o Buró sindical (Consejo
Central de los Sindicatos de Rusia) se componen de comunistas y aplican todas
las directivas del Partido. Se obtiene, en conjunto, un aparato proletario,
formalmente no comunista, flexible y relativamente amplio, potentísimo, por
medio del cual el Partido está estrechamente vinculado a la clase y a la masa
y por medio del cual se lleva a cabo la dictadura de clase, bajo la dirección
del Partido. Nos hubiera sido naturalmente imposible, no ya dos años, ni
siquiera dos meses gobernar el país y sostener la dictadura, sin la más
estrecha unión con los sindicatos, sin su apoyo entusiasta, sin su
colaboración abnegada, no sólo en el terreno de la construcción económica,
sino también en el militar. Se comprende que esta estrecha unión significa, en
la práctica, una labor de propaganda, de agitación complejísima y variada,
oportunas y frecuentes conferencias, no sólo con los dirigentes, sino con los
militantes que, en general, tienen influencia en los sindicatos, una lucha
decidida contra los mencheviques, que han conservado hasta hoy cierto número
de partidarios -- muy pequeño en verdad --, a los que inician en todas las
malas artes de la contrarrevolución, que, empezando por la defensa ideológica
de la democracia (burguesa ) y pasando por la prédica de la
"independencia" de los sindicatos (independencia. . . ¡del Poder gubernamental
proletario!), llegan hasta el sabotaje de la disciplina proletaria, etc., etc.
Reconocemos que para el mantenimiento del contacto con las "masas" son
insuficientes los sindicatos. En el curso de la revolución se ha creado en
Rusia una práctica que procuramos por todos los medios mantener, desarrollar,
extender: las conferencias de obreros y campesinos sin partido, que nos
permiten observar el estado de espíritu de las masas, acercarnos a ellas,
responder a sus anhelos, elevar a los puestos gubernamentales a sus mejores
elementos, etc. Por un decreto reciente sobre la organización del Comisariado
del Pueblo de Control del Estado, que se convierte en "Inspección Obrera y
Campesina", se concede a estas conferencias sin partido el derecho a elegir
miembros del Control del Estado encargados de las funciones más diversas de
revisión, etc.
Naturalmente, toda la labor del Partido se realiza, además, a través de
los Soviets, que unifican a las masas trabajadoras, sin distinción de oficios.
Los congresos de distrito de los Soviets representan una institución
democrática, como jamás se ha visto en las mejores repúblicas democráticas del
mundo burgués, y por medio de estos congresos (cuya labor sigue el Partido con
toda la atención posible), así como por la designación constante de los
obreros más conscientes para los cargos en las poblaciones rurales, el
proletariado desempeña su función directora con respecto a la clase campesina,
se realiza la dictadura del proletariado de las ciudades, la lucha sistemática
contra los campesinos ricos, burgueses, explotadores y especuladores, etc.
Tal es el mecanismo general del Poder estatal proletario examinado "desde
arriba", desde el punto de vista de la
realización práctica de la dictadura. Es de esperar que el lector comprenderá
por qué el bolchevique ruso, que conoce de cerca este mecanismo y lo ha visto
nacer de los pequeños círculos ilegales y clandestinos en el curso de 25 años,
no puede por menos de hallar ridículas, pueriles y absurdas todas las
discusiones sobre la dictadura "desde arriba" o "desde abajo", la dictadura de
los jefes o la dictadura de las masas, etc., como lo sería una disputa acerca
de la utilidad mayor o menor para el hombre de la pierna izquierda o del brazo
derecho.
Tampoco pueden no parecernos ridículas, pueriles y absurdas las muy
sabias, importantes y terriblemente revolucionarias disquisiciones de los
comunistas de izquierda alemanes sobre este tema, a saber: que los comunistas
no pueden ni deben militar en los sindicatos reaccionarios, que es lícito
renunciar a semejante acción, que hay que salir de los sindicatos y organizar
sin falta "uniones obreras" nuevecitas, completamente puras, inventadas por
comunistas muy simpáticos (y en la mayoría de los casos, probablemente muy
jóvenes), etc., etc.
El capitalismo lega inevitablemente al socialismo, de una parte, las
viejas distinciones profesionales y corporativas que se han formado en el
transcurso de los siglos entre los obreros, y, de otra, los sindicatos, que no
pueden desarrollarse sino muy lentamente en el curso de los años y que se
transformarán con el tiempo en sindicatos de industria más amplios, menos
corporativos (que engloban a industrias enteras, y no sólo a corporaciones,
oficios y profesiones). Después, por mediación de estos sindicatos de
industria, se pasará a la supresión de la división del trabajo entre los
hombres, a la educación, la instrucción y la formación de hombres
universalmente desarrollados y universalmente pre-
parados, hombres que lo sabrán hacer todo. En este sentido se orienta, debe
orientarse y a esto llegará el comunismo aunque dentro de muchos años.
Intentar llevar actualmente a la práctica ese resultado futuro de un comunismo
llegado al término de su completo desarrollo, solidez y formación, de su
íntegra realización y de su madurez, es lo mismo que querer enseñar
matemáticas superiores a un niño de cuatro años.
Podemos (y debemos) emprender la construcción del socialismo, no con un
material humano fantástico, especialmente creado por nosotros, sino con el que
nos ha dejado como herencia el capitalismo. Ni que decir tiene que esto es muy
"difícil", pero cualquier otro modo de abordar el problema es tan poco serio,
que ni siquiera merece ser mencionado.
Los sindicatos representaban un progreso gigantesco de la clase obrera en
los primeros tiempos del desarrollo del capitalismo, por cuanto significaban
el paso de la división y de la impotencia de los obreros a los embriones de
unión de clase. Cuando empezó a desarrollarse la forma superior de unión de
clase de los proletarios, el partido revolucionario del proletariado (que no
merecerá este nombre mientras no sepa ligar a los líderes con la clase y las
masas en un todo único, indisoluble), los sindicatos empezaron a manifestar
fatalmente ciertos rasgos reaccionarios, cierta estrechez corporativa, cierta
tendencia al apoliticismo, cierto espíritu rutinario, etc. Pero el desarrollo
del proletariado no se ha efectuado ni ha podido efectuarse en ningún país de
otro modo que por los sindicatos y por su acción concertada con el partido de
la clase obrera. La conquista del Poder político por el proletariado es un
progreso gigantesco de este último considerado como clase; y el partido se
encuentra en
la obligación de consagrarse mas, y de un modo nuevo y no por los
procedimientos antiguos, a la educación de los sindicatos, a dirigirlos, sin
olvidar al mismo tiempo que éstos son y serán todavía bastante tiempo una
"escuela de comunismo" necesaria, la escuela preparatoria de los proletarios
para la realización de su dictadura, la asociación indispensable de los
obreros para el paso progresivo de la dirección de toda la economía del país,
primero a manos de la clase obrera (y no de profesiones aisladas) y después a
manos de todos los trabajadores.
Bajo la dictadura del proletariado, es inevitable cierto "espíritu
reaccionario" de los sindicatos en el sentido indicado. No comprenderlo
significa dar pruebas de una incomprensión total de las condiciones
fundamentales de la transición del capitalismo al socialismo. Temer este
"espíritu reaccionario", esforzarse por prescindir de él, por saltar por
encima de él, es una inmensa tontería, pues equivale a temer el papel de
vanguardia del proletariado, que consiste en educar, instruir, preparar, traer
a una vida nueva a los sectores más atrasados de las masas obreras y
campesinas. Por otro lado, aplazar la dictadura del proletariado hasta que no
quedase ni un solo obrero de estrecho espíritu sindical, un solo obrero que
tuviese prejuicios tradeunionistas y corporativos, sería un error todavía más
profundo. El arte del político (y la comprensión acertada de sus deberes en el
comunista) consiste precisamente en saber apreciar con exactitud las
condiciones y el momento en que la vanguardia del proletariado puede tomar
victoriosamente el Poder, en que puede, durante la toma del Poder y después de
ella, obtener un apoyo suficiente de sectores suficientemente amplios de la
clase obrera y de las masas laboriosas no proletarias, en que
puede, después de la toma del Poder, mantener, afianzar, ensanchar su dominio,
educando, instruyendo, atrayéndose a masas cada vez más amplias de
trabajadores.
Más aun. En los países más adelantados que Rusia, se ha hecho sentir y
debía hacerse sentir un cierto espíritu reaccionario de los sindicatos,
indudablemente más acentuado que en nuestro país. Aquí los mencheviques
hallaban (y en parte hallan todavía en un pequeño número de sindicatos) un
apoyo entre los sindicatos, precisamente gracias a esa estrechez corporativa,
a ese egoísmo profesional y al oportunismo. Los mencheviques de Occidente se
han "fortificado" mucho más sólidamente en los sindicatos, allí ha surgido una
capa mucho más fuerte de "aristocracia obrera " profesional, mezquina,
egoísta, desalmada, ávida, pequeñoburguesa, de espíritu imperialista, comprada
y corrompida por el imperialismo. Esto es indiscutible. La lucha contra los
Gompers, contra los señores Jouhaux, los Henderson, Merrheim, Legien y Cía. en
la Europa occidental, es mucho más difícil que la lucha contra nuestros
mencheviques, que representan un tipo social y político completamente
homogéneo. Es preciso sostener esta lucha implacablemente y continuarla como
hemos hecho nosotros hasta cubrir de oprobio y arrojar de los sindicatos a
todos los jefes incorregibles del oportunismo y del socialchovinismo. Es
imposible conquistar el Poder político (y no debe intentarse tomar el Poder
político) mientras esta lucha no haya alcanzado cierto grado; este "cierto
grado" no es idéntico en todos los países y en todas condiciones, y sólo
dirigentes políticos reflexivos, experimentados y competentes del proletariado
pueden determinarlo con acierto en cada país. (En Rusia nos dieron la medida
del éxito en nuestra lucha, entre otras cosas, las
elecciones a la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917, unos días después
de la revolución proletaria del 25 de octubre de 1917. En dichas elecciones,
los mencheviques fueron literalmente aplastados, obteniendo 0,7 millones de
votos -- 1,4 millones, contando los de Transcaucasia -- contra nueve millones
alcanzados por los bolcheviques. Véase mi artículo "Las elecciones a la
Asamblea Constituyente y la dictadura del proletariado", en el número 7-8 de
"La Internacional Comunista".)
Pero la lucha contra ia "aristocracia obrera" la sostenemos en nombre de
la masa obrera y para ponerla de nuestra parte; la lucha contra los jefes
oportunistas y socialchovinistas la llevamos a cabo para conquistar a la clase
obrera. Sería necio olvidar esta verdad elementalísima y más que evidente. Y
tal es precisamente la necedad que cometen los comunistas alemanes "de
izquierda", los cuales deducen del carácter reaccionario y
contrarrevolucionario de los cabecillas de los sindicatos la conclusión de la
necesidad de. . . ¡¡salir de los sindicatos!!, de ¡¡renunciar a trabajar en
los mismos!! y de ¡¡crear nuevas formas de organización obrera i n v e n t a d
a s por ellos!! Es ésta una estupidez tan imperdonable que equivale al mejor
servicio prestado a la burguesía por los comunistas. Porque nuestros
mencheviques, como todos los líderes sindicales oportunistas,
socialchovinistas y kautskianos, no son más que "agentes de la burguesía en el
movimiento obrero" (como hemos dicho siempre refiriéndonos a los mencheviques)
o en otros términos, los "lugartenientes obreros de la clase de los
capitalistas" [labor lieutenants of the capitalist class], según la magnífica
expresión, profundamente exacta, de los discípulos de Daniel de León en los
Estados Unidos. No actuar en el seno
de los sindicatos reaccionarios, significa abandonar a las masas obreras
insuficientemente desarrolladas o atrasadas, a la influencia de los líderes
reaccionarios, de los agentes de la burguesía, de los obreros aristócratas u
"obreros aburguesados" (sobre este punto véase la carta de 1858 de Engels a
Marx acerca de los obreros ingleses).
Precisamente la absurda "teoría" de la no participación de los comunistas
en los sindicatos reaccionarios demuestra con la mayor evidencia con qué
ligereza estos comunistas "de izquierda" consideran la cuestión de la
influencia sobre las "masas" y de qué modo abusan de su griterío acerca de las
"masas". Para saber ayudar a la "masa", para adquirir su simpatía, su adhesión
y su apoyo, no hay que temer las dificultades, las zancadillas, los insultos,
los ataques, las persecuciones de los "jefes" (que, siendo oportunistas y
socialchovinistas, están en la mayor parte de los casos en relación directa o
indirecta con la burguesía y la policía) y trabajar sin falta allí donde estén
las masas. Hay que saber hacer toda clase de sacrificios, vencer los mayores
obstáculos para entregarse a una propaganda y agitación sistemática, tenaz,
perseverante, paciente, precisamente en las instituciones, sociedades,
sindicatos, por reaccionarios que sean, donde se halle la masa proletaria o
semiproletaria. Y los sindicatos y las cooperativas obreras (estas últimas,
por lo menos, en algunos casos) son precisamente las organizaciones donde
están las masas. En Inglaterra, según los datos publicados por el periódico
sueco "Folkets Dagblad Politiken"[14] del 10 de marzo de 1920, el número de
miembros de las tradeuniones se ha elevado, desde fines de 1917 a últimos de
1918, de 5,5 millones a 6,6 millones, es decir que ha aumentado en el 19 por
ciento. A fines de 1919, los efecti-
vos ascendían a 7 millones y medio. No tengo a mano las cifras
correspondientes a Francia y Alemania, pero algunos hechos, enteramente
indiscutibles y conocidos de todo el mundo, atestiguan el considerable
crecimiento del número de miembros de los sindicatos también en estos países.
Estos hechos manifiestan con entera claridad lo que otros mil síntomas
confirman: los progresos de la conciencia y de los anhelos de organización
precisamente en las masas proletarias, en los sectores más "bajos" de ellas,
en los más atrasados. Millones de obreros en IngLaterra, en Francia, en
Alemania pasan por primera vez de la inorganización completa a la forma más
elemental y rudimentaria, más simple y más accesible (para los que se hallan
todavía de lleno impregnados de prejuicios democráticoburgueses) de
organización: precisamente los sindicatos; y los comunistas de izquierda,
revolucionarios, pero irreflexivos, quedan al lado y gritan: "¡Masa!",
"¡Masa!" y ¡¡se niegan a trabajar en los s i n d i c a t o s!! ¡¡so pretexto
de su "espíritu reaccionario"!! e inventan una "Unión Obrera" nuevecita, pura,
limpia de todo prejuicio democráticoburgués y de todo pecado de estrechez
corporativa y profesional, "Unión Obrera" que será (¡que será!) -- dicen --
muy amplia y para la admisión en la cual se exige solamente (¡solamente!) ¡¡el
"reconocimiento del sistema de los Soviets y de la dictadura" (sobre esto
véase la cita transcrita más arriba)!!
No se puede concebir mayor insensatez, un daño mayor causado a la
revolución por los revolucionarios "de izquierda". Si hoy en Rusia, después de
dos años y medio de triunfos sin precedentes sobre la burguesía rusa y la de
la Entente, estableciéramos como condición precisa para el ingreso en los
sindicatos el "reconocimiento de la dictadura",
cometeríamos una tontería, quebrantaríamos nuestra influencia sobre las masas,
ayudaríamos a los mencheviques. Porque toda la tarea de los comunistas
consiste en saber convencer a los elementos atrasados, en saber trabajar entre
ellos y no en aislarse de ellos mediante fantásticas consignas infantilmente
"izquierdistas".
Es indudable que los señores Gompers, Henderson, Jouhaux, Legien están muy
reconocidos a esos revolucionarios "de izquierda" que, como los de la
oposición "de principio" alemana (¡el cielo nos preserve de semejantes
"principios"!) o de algunos revolucionarios de "Los Trabajadores Industriales
del Mundo"[15] en los Estados Unidos, predican la salida de los sindicatos
reaccionarios y la renuncia a trabajar en los mismos. No dudamos de que los
señores "jefes" del oportunismo recurrirán a todos los procedimientos de la
diplomacia burguesa, al concurso de los gobiernos burgueses, de los curas, de
la policía, de los tribunales, para impedir la entrada de los comunistas en
los sindicatos, para expulsarles de ellos por todos los medios posibles, para
hacer su labor en los sindicatos lo más desagradable posible, para ofenderles,
acosarles y perseguirles. Hay que saber resistir a todo esto, disponerse a
todos los sacrificios, emplear incluso, en caso de necesidad, todas las
estratagemas, todas las astucias, los procedimientos ilegales, silenciar y
ocultar la verdad con objeto de penetrar en los sindicatos, permanecer en
ellos y realizar allí, cueste lo que cueste, una labor comunista. Bajo el
régimen zarista, hasta 1905, no tuvimos ninguna "posibilidad legal", pero
cuando el policía Subátov organizó sus asambleas, sus asociaciones obreras
reaccionarias, con objeto de cazar a los revolucionarios y luchar con ellos,
enviamos allí miembros de nuestro Partido (recuerdo
entre ellos al camarada Bábushkin, un destacacdo obrero petersburgués,
fusilado en 1906 por los generales zaristas), los cuales establecieron el
contacto con la masa, consiguieron realizar su agitación y sustraer a los
obreros a la influencia de las gentes de Subátov[*]. Actuar así, naturalmente,
es más difícil en los países de la Europa occidental, especialmente
impregnados de prejuicios legalistas, constitucionales, democrático-burgueses,
particularmente arraigados. Pero se puede y se debe hacer, procediendo
sistemáticamente.
El Comité Ejecutivo de la III Internacional debe, a mi juicio, condenar
abiertamente y proponer al próximo Congreso de la Internacional Comunista que
condene tanto la política de no participación en los sindicatos reaccionarios
(motivando detalladamente la insensatez de esta no participación y el grave
daño que se hace a la causa de la revolución proletaria con semejante actitud)
y, de un modo particular, la línea de conducta de algunos miembros del Partido
Comunista Holandés, los cuales (directa o indirectamente, abierta o
encubiertamente, general o parcialmente, lo mismo da), han sostenido esta
política errónea. La III Internacional debe romper con la táctica de la
Segunda y no eludir las cuestiones escabrosas, no ocultarlas, sino plantearlas
a rajatabla. Hemos dicho cara a cara la verdad a los "independientes" (Partido
Socialdemócrata Independiente de Alemania); del mismo modo hay que decir toda
la verdad cara a cara a los comunistas "de izquierda".
* Los Gompers, Henderson, Jouhaux, Legien, no son otra cosa que los
Subátov, que se distinguen del nuestro por su traje europeo, por su porte
elegante, por los refinados medios aparentemente democráticos y civilizados de
realización de su canallesca política.
VII
¿DEBE PARTICIPARSE EN LOS PARLAMENTOS
BURGUESES?
Los comunistas "de izquierda" alemanes, con el mayor desprecio -- y la
mayor ligereza --, responden a esta pregunta negativamente. ¿Sus argumentos?
En la cita que hemos reproducido más arriba leemos:
". . . rechazar del modo más categórico todo retorno a los métodos de
lucha parlamentarios, los cuales han caducado ya histórica y políticamente. .
."
Esto está dicho en un tono ridículo, de puro presuntuoso, y es una
falsedad evidente. ¡"Retorno" al parlamentarismo! ¿Existe ya acaso en Alemania
una República Soviética? Parece ser que no. ¿Cómo puede hablarse entonces de
"retorno"? ¿No es esto una frase vacía?
El parlamentarismo "ha caducado históricamente". Esto es cierto desde el
punto de vista de la propaganda. Pero nadie ignora que de ahí a su superación
práctica hay una distancia inmensa. Hace ya algunas décadas que podía decirse,
con entera justicia, que el capitalismo había "caducado históricamente", lo
cual no impide, ni mucho menos, que nos veamos precisados a sostener una lucha
muy prolongada y muy tenaz sobre el terreno del capitalismo. El
parlamentarismo "ha caducado históricamente" desde un punto de vista histórico
universal, es decir, la época del parlamentarismo burgués ha terminado, la
época de la dictadura del proletariado ha empezado. Esto es indiscutible, pero
en la historia universal se cuenta por décadas. Aquí
diez o veinte años más o menos no tienen importancia, desde el punto de vista
de la historia universal son una pequeñez, imposible de apreciar ni
aproximadamente. Pero, precisamente por eso, remitirse en una cuestión de
política práctica a la escala de la historia universal, es la aberración
teórica más escandalosa.
¿Ha "caducado políticamente" el parlamentarismo? Esto es ya otra cuestión.
Si fuese cierto, la posición de los "izquierdistas" sería sólida. Pero hay que
probarlo por medio de un análisis serio, y los "izquierdistas" ni siquiera
saben abordarlo. El análisis contenido en las "Tesis sobre el
parlamentarismo", publicadas en el número 1 del "Boletín de la Oficina
Provisional de Amsterdam de la Internacional Comunista" ("Bulletin of the
Provisional Bureau in Amsterdam of the Communist International", February[16]
1920), y que expresan claramente las tendencias específicamente izquierdistas
de los holandeses o las tendencias de izquierda específicamente holandesas,
como veremos, no vale tampoco un comino.
En primer lugar, los comunistas "de izquierda" alemanes, como se sabe, ya
en enero de 1919 consideraban el parlamentarismo como "políticamente caduco",
contra la opinión de dirigentes políticos tan eminentes como Rosa Luxemburgo y
Carlos Liebknecht. Como es sabido, los "izquierdistas" se equivocaron. Este
hecho basta para destruir de golpe y radicalmente la tesis según la cual el
parlamentarismo "ha caducado políticamente". Los "izquierdistas" tienen el
deber de demostrar por qué ese error indiscutible de entonces ha dejado de
serlo hoy. Pero no aportan la menor sombra de prueba, ni pueden aportarla. La
actitud de un partido político ante sus errores es una de las pruebas más
importantes y más fieles de la seriedad de ese partido y del
cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas
trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus
causas, analizar la situación que los ha engendrado y examinar atentamente los
medios de corre girlos: esto es lo que caracteriza a un partido serio, en esto
es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es educar e
instruir a la clase, primero, y, después, a las masas. Como no cumplen esa
obligación suya, como no ponen toda la atención, todo el celo y cuidados
necesarios para estudiar su error manifiesto, los "izquierdistas" de Alemania
(y de Holanda) muestran que no son el partido de una clase, sino un círculo,
que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y un
reducido número de obreros que imitan los peores rasgos de los
intelectualoides.
En segundo lugar, en el mismo folleto del grupo "de izquierda" de
Francfort, del que hemos dado citas detalladas más arriba, leemos:
". . . los millones de obreros que siguen todavía la política del centro"
(del Partido Católico del "Centro") "son contrarrevolucionarios. Los
proletarios del campo forman las legiones de los ejércitos
contrarrevolucionarios" ( del folleto citado).
Como se ve, todo esto está dicho con un énfasis y una exageración
excesivos. Pero el hecho fundamental aquí referido es indiscutible, y su
reconocimiento por los "izquierdistas" atestigua con particular evidencia su
error. En efecto, ¡¿cómo se puede decir que el "parlamentarismo ha caducado
políticamente", si "millones" y "legiones" de proletarios son todavía, no sólo
partidarios del parlamentarismo en general, sino hasta francamente
"contrarrevolucionarios"?!
Es evidente que el parlamentarismo en Alemania no ha caducado aún
políticamente. Es evidente que los "izquierdistas" de Alemania han tomado su
deseo, su ideal político por una realidad objetiva. Este es el más peligroso
de los errores para los revolucionarios. En Rusia, donde el yugo profundamente
salvaje y cruel del zarismo engendró, durante un período sumamente prolongado
y en formas particularmente variadas, revolucionarios de todos los matices,
revolucionarios de una abnegación, de un entusiasmo, de un heroísmo, de una
fuerza de voluntad asombrosos, en Rusia, hemos podido observar muy de cerca,
estudiar con mucha atención, conocer a la perfección este error de los
revolucionarios, y por esto lo apreciamos con especial claridad en los demás.
Naturalmente, para los comunistas de Alemania el parlamentarismo "ha caducado
políticamente", pero se trata precisamente de no creer que lo que ha caducado
para nosotros haya caducado para la clase, para la masa. Una vez más, vemos
aquí que los "izquierdistas" no saben razonar, no saben conducirse como
partido de clase, como partido de masas. Vuestro deber consiste en no
descender hasta el nivel de las masas, hasta el nivel de los sectores
atrasados de la clase. Esto es indiscutible. Tenéis el deber de de cirles la
amarga verdad, de decirles que sus prejuicios democrático-burgueses y
parlamentarios son eso, prejuicios, pero al mismo tiempo, debéis observar
serenamente el estado real de conciencia y de preparación de la clase entera
(y no sólo de su vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora entera (y
no sólo de sus individuos avanzados).
Aunque no fuesen "millones" y "legiones", sino una simple minoría bastante
importante de obreros industriales, la que siguiese a los curas católicos, y
de obreros agrícolas, la que siguiera a los terratenientes y campesinos ricos
(Gross-
bauern ), podría asegurarse ya sin dudar que el parlamentarismo en Alemania no
había caducado todavía políticamente, que la participación en las elecciones
parlamentarias y la lucha en la tribuna parlamentaria es obligatoria para el
partido del proletariado revolucionario, precisamente para educar a los
elementos atrasados de su clase, precisamente para despertar e ilustrar a la
masa aldeana analfabeta, ignorante y embrutecida. Mientras no tengáis fuerza
para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución
reaccionaria, estáis obligados a trabajar en el interior de dichas
instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados
por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo
contrario, corréis el riesgo de convertiros en simples charlatanes.
En tercer lugar, los comunistas "de izquierda" nos colman de elogios a
nosotros, los bolcheviques. A veces dan ganas de decirles: ¡alabadnos menos,
pero compenetraos más con nuestra táctica, familiarizaos más con ella!
Participamos, de septiembre a noviembre de 1917, en las elecciones al
parlamento burgués de Rusia, a la Asamblea Constituyente. ¿Era acertada
nuestra táctica o no? Si no lo era, hay que decirlo claramente y demostrarlo:
es indispensable para elaborar la táctica justa del comunismo internacional.
Si lo era, deben sacarse de ello las conclusiones que se imponen.
Naturalmente, no se trata, ni mucho menos, de equiparar las condiciones de
Rusia a las de la Europa occidental. Pero especialmente con respecto al
significado de la idea de que el "parlamentarismo ha caducado políticamente",
hay que tener cuidadosamente en cuenta nuestra experiencia, pues si no se toma
en consideración una experiencia concreta, estas ideas se convierten con
excesiva facilidad en frases vacías. ¿Acaso no teníamos nosotros, los
bolcheviques ru-
sos, en aquel período, de septiembre a noviembre de 1917, más derecho que
cualesquiera otros comunistas de Occidente a considerar que el parlamentarismo
había caducado políticamente en Rusia? Lo teníamos, naturalmente, pues no se
trata de si los parlamentos burgueses llevan mucho tiempo de existencia o
existen desde hace poco, sino del grado de preparación (ideológica, política,
práctica) de las grandes masas trabajadoras para aceptar el régimen soviético
y disolver o admitir la disolución del parlamento democráticoburgués. Que en
Rusia, de septiembre a noviembre de 1917, la clase obrera de las ciudades, los
soldados y los campesinos estaban, en virtud de una serie de condiciones
específicas, excepcionalmente dispuestos a aceptar el régimen soviético y a
disolver el parlamento burgués más democrático, es un hecho histórico
absolutamente indiscutible y plenamente demostrado. Y no obstante, los
bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron
en las elecciones tanto antes como d e s p u é s de la conquista del Poder
político por el proletariado. Que dichas elecciones han dado resultados
políticos extraordinariamente valiosos (y excepcionalmente útiles para el
proletariado), es un hecho que creo haber demostrado en el artículo citado más
arriba, donde analizo detalladamente los resultados de las elecciones a la
Asamblea Constituyente de Rusia.
La conclusión que de ello se deriva es absolutamente indiscutible: está
probado que, aun unas semanas antes del triunfo de la República Soviética, aun
después de este triunfo, la participación en un parlamento democráticoburgués,
no sólo no perjudica al proletariado revolucionario, sino que le facilita la
posibilidad de hacer ver a las masas atrasadas por qué semejantes parlamentos
merecen ser disueltos, facilita el éxito de su disolución, facilita la "elimi-
nación política" del parlamentarismo burgués. No tener en cuenta esta
experiencia y pretender al mismo tiempo pertenecer a la Internacional
Comunista, que debe elaborar internacionalmente su táctica (no una táctica
estrecha o exclusivamente nacional, sino precisamente una táctica
internacional), significa incurrir en el más profundo de los errores y
precisamente apartarse de hecho del internacionalismo, aunque éste sea
proclamado de palabra.
Consideremos ahora los argumentos "izquierdistas específicamente
holandeses" en favor de la no participación en los parlamentos. He aquí la
tesis 4, una de las más importantes tesis "holandesas" citadas más arriba,
traducida del inglés:
"Cuando el sistema capitalista de producción es destrozado y la sociedad
atraviesa un período revolucionario, la acción parlamentaria pierde poco a
poco su valor, en comparación con la acción de las propias masas. Cuando en
estas condiciones el parlamento se convierte en el centro y el órgano de la
contrarrevolución, y, por otra parte, la clase obrera crea los instrumentos de
su Poder en forma de Soviets, puede resultar incluso necesario renunciar a
toda participación en la acción parlamentaria".
La primera frase es evidentemente falsa, pues la acción de las masas, por
ejemplo, una gran huelga, es siempre más importante que la acción
parlamentaria, y no sólo durante la revolución o en una situación
revolucionaria. Este argumento, de indudable inconsistencia histórica y
políticamente falso, muestra sólo, con particular evidencia, que los autores
no tienen para nada en cuenta ni la experiencia de toda Europa (de Francia en
vísperas de las revoluciones de 1848 y 1870, de Alemania entre 1878 y 1890,
etc.) ni de Rusia (véase más arriba) sobre la importancia de la combinación de
la
lucha legal con la ilegal. Esta cuestión tiene una importancia inmensa, tanto
de un modo general como de un modo especial, porque en todos los países
civilizados y adelantados se acerca a grandes pasos la época en que dicha
combinación será -- y lo es ya en parte -- cada vez más obligatoria para el
partido del proletariado revolucionario, a consecuencia de la maduración y de
la proximidad de la guerra civil del proletariado con la burguesía, a
consecuencia de las feroces persecuciones de los comunistas por los gobiernos
republicanos y, en general, por los gobiernos burgueses, que violan
constantemente la legalidad (como ejemplo de ello basta citar a los Estados
Unidos), etc. Esta cuestión esencial es absolutamente incomprendida por los
holandeses y los izquierdistas en general.
La segunda frase es, en primer término, falsa históricamente. Los
bolcheviques hemos actuado en los parlamentos más contrarrevolucionarios, y la
experiencia ha demostrado que semejante participación ha sido, no sólo útil,
sino necesaria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente
después de la primera revolución burguesa en Rusia (1905) para preparar la
segunda revolución burguesa (febrero de 1917) y luego la revolución socialista
(octubre de 1917). En segundo lugar, dicha frase es de un ilogismo
sorprendente. De que el parlamento se convierta en el órgano y "centro"
(aunque dicho sea de paso, no ha sido nunca ni ha podido ser en realidad el
"centro") de la contrarrevolución y de que los obreros creen los instrumentos
de su Poder en forma de Soviets, se sigue que los trabajadores deben
prepararse ideológica, política y técnicamente para la lucha de los Soviets
contra el parlamento, para la disolución del parlamento por los Soviets. Pero
de esto no se deduce en modo alguno que semejante disolución sea
obstaculizada, o
no sea facilitada por la presencia de una oposición sovietista en el interior
de un parlamento contrarrevolucionario. Jamás hemos notado durante nuestra
lucha victoriosa contra Denikin y Kolchak que la existencia de una oposición
proletaria, sovietista, en sus dominios, haya sido indiferente para nuestros
triunfos. Sabemos perfectamente que la disolución de la Constituyente, llevada
a cabo por nosotros el 5 de enero de 1918, lejos de ser dificultada, fue
facilitada por la presencia dentro de la Constituyente contrarrevolucionaria
que disolvíamos, tanto de una oposición sovietista consecuente, la
bolchevique, como también de una oposición sovietista inconsecuente, la de los
socialrevolucionarios de izquierda. Los autores de la tesis se han embrollado
completamente y han olvidado la experiencia de una serie de revoluciones, si
no de todas, experiencia que acredita los servicios especiales prestados, en
tiempo de revolución, por la combinación de la acción de masas fuera del
parlamento reaccionario y de una oposición simpatizante de la revolución (o
mejor aun, que la defienda francamente) dentro del parlamento. Los holandeses
y los "izquierdistas" en general razonan aquí como unos doctrinarios de la
revolución que nunca han tomado parte en una revolución verdadera, o que jamás
han reflexionado sobre la historia de las revoluciones o que toman
ingenuamente la "negación" subjetiva de una cierta institución reaccionaria,
por su destrucción efectiva mediante el conjunto de fuerzas de una serie de
factores objetivos.
El medio más seguro de desacreditar una nueva idea política (y no
solamente política) y perjudicarla, consiste en llevarla hasta el absurdo, so
pretexto de defenderla. Pues toda verdad, si se la obliga a "sobrepasar los
límites" (como decía Dietzgen padre), si se exagera, si se extiende
más allá de los limites dentro de los cuales es realmente aplicable, puede ser
llevada al absurdo, y, en las condiciones señaladas, se convierte
infaliblemente en absurdo. Tal es el mal servicio que prestan los
izquierdistas de Holanda y Alemania a la nueva verdad de la superioridad del
Poder soviético sobre los parlamentos democráticoburgueses. Indudablemente,
quien de un modo general siguiera sosteniendo la vieja afirmación de que
abstenerse de participar en los parlamentos burgueses es inadmisible en todas
las circunstancias, estaria en un error. No puedo intentar formular aquí las
condiciones en que es útil el boicot, porque el objeto de este artículo es más
modesto: se reduce sólo a analizar la experiencia rusa en relación con algunas
cuestiones actuales de táctica comunista internacional. La experiencia rusa
nos da una aplicación feliz y acertada (1905) y otra equivocada (1906) del
boicot por los bolcheviques. Analizando el primer caso, vemos: los
bolcheviques consiguieron impedir la convocatoria del parlamento reaccionario
por el Poder reaccionario, en un momento en que la acción revolucionaria
extraparlamentaria de las masas (particularmente las huelgas) crecía con
excepcional rapidez, en que no había ni un solo sector del proletariado y de
la clase campesina que pudiera sostener de ningún modo el Poder reaccionario,
en que la influencia del proletariado revolucionario sobre la masa atrasada
estaba asegurada por la lucha huelguistica y el movimiento agrario. Es por
completo evidente que esta experiencia es inaplicable a las condiciones
actuales europeas. Y es también evidente -- en virtud de los argumentos
expuestos más arriba -- que la defensa, aunque condicional, de la renuncia a
participar en los parlamentos, hecha por los holandeses y los "izquierdistas",
es radicalmente falsa y nociva para la causa del proletariado revolucionario.
En Europa occidental y América, el parlamento se ha hecho
extraordinariamente odioso a la vanguardia revolucionaria de la clase obrera.
Es indiscutible. Y se comprende perfectamente, pues es difícil imaginarse algo
más vil, más abyecto, más traidor que la conducta de la inmensa mayoría de los
diputados socialistas y socialdemócratas en el parlamento durante la guerra y
después de la misma. Pero seria no sólo irrazonable, sino francamente criminal
dejarse llevar por estos sentimientos al decidir la cuestión de cómo se debe
luchar contra el mal universalmente reconocido. En muchos países de la Europa
occidental el sentimiento revolucionario puede decirse que es todavía una
"novedad", una "rareza" esperada demasiado tiempo, en vano, con impaciencia, y
por esto se deja con tanta facilidad que este sentimiento predomine.
Naturalmente, sin un estado de espíritu revolucionario de las masas, sin
condiciones favorables para el desarrollo de dicho estado de espíritu, la
táctica revolucionaria no se trocará en acción; pero a nosotros, en Rusia, una
larga, dura y sangrienta experiencia nos ha convencido de que con el
sentimiento revolucionario solo, es imposible crear una táctica
revolucionaria. La táctica debe ser elaborada teniendo en cuenta, serenamente,
y de un modo estrictamente objetivo, todas las fuerzas de clase del Estado de
que se trate (y de los Estados que le rodean y de todos los Estados en escala
mundial), así como la experiencia de los movimientos revolucionarios.
Manifestar el "espíritu revolucionario" sólo con injurias al oportunismo
parlamentario, únicamente condenando la participación en los parlamentos,
resulta facilísimo; pero precisamente porque es facilísimo no es la solución
de un problema difícil, de un problema dificilísimo. Es mucho más difícil en
los parlamentos occidentales que en Rusia crear una fracción parlamentaria
verdaderamente revolucionaria.
Desde luego. Pero esto no es sino un reflejo parcial de la verdad general de
que a Rusia, en la situación histórica concreta, extraordinariamente original
del año 1917, le fue fácil comenzar la revolución socialista; en cambio,
continuarla y llevarla a término, le será a Rusia más difícil que a los países
europeos. Ya a comienzos de 1918 hube de indicar esta circunstancia, y la
experiencia de los dos años transcurridos desde entonces ha venido a confirmar
la exactitud de aquella indicación. Condiciones específicas como fueron: 1) la
posibilidad de hacer coincidir la revolución soviética con la terminación,
gracias a ella, de la guerra imperialista, que había extenuado hasta lo
indecible a los obreros y campesinos; 2) la posibilidad de aprovechar durante
cierto tiempo la lucha a muerte en que estaban enzarzados los dos grupos
mundiales más poderosos de tiburones imperialistas, grupos que no podían
unirse contra el enemigo soviético; 3) la posibilidad de soportar una guerra
civil relativamente larga, en parte por la gigantesca extensión del país y sus
exiguos medios de comunicación; 4) la existencia de un movimiento
revolucionario democráticoburgués de los campesinos, tan profundo, que el
partido del proletariado hizo suyas las reivindicaciones revolucionarias del
partido de los campesinos (del partido socialrevolucionario, profundamente
hostil, en su mayoría, al bolchevismo), realizándolas inmediatamente, gracias
a la conquista del Poder político por el proletariado; condiciones específicas
como éstas no existen ahora en la Europa occidental, y la repetición de estas
condiciones o de condiciones análogas no es muy fácil. He aquí por qué, entre
otras cosas -- pasando por alto una serie de otros motivos -- , le es más
difícil a la Europa occidental que a nosotros comenzar la revolución
socialista. Tratar de "esquivar" esta dificultad, "saltando" por encima del
arduo problema de utilizar los
parlamentos reaccionarios para fines revolucionarios, es puro infantilismo.
¿Queréis crear una sociedad nueva? ¡Y teméis la dificultad de crear una buena
fracción parlamentaria de comunistas convencidos, abnegados, heroicos, en un
parlamento reaccionario! ¿Acaso no es esto infantilismo? Si C. Liebknecht en
Alemania y Z. Höglund en Suecia han sabido hasta sin el apoyo de la masa desde
abajo, dar un ejemplo de la utilización realmente revolucionaria de los
parlamentos reaccionarios, ¡¿cómo un partido revolucionario de masas, que
crece rápidamente con las desilusiones y la irritación de estas últimas,
características de la postguerra, no puede forjar una fracción comunista en
los peores parlamentos?! Precisamente porque las masas atrasadas de obreros, y
más aún las de pequeños agricultores, están más imbuidas en Europa occidental
que en Rusia de prejuicios democráticoburgueses y parlamentarios, precisamente
por esto únicamente en el seno de instituciones como los parlamentos burgueses
pueden (y deben) los comunistas sostener una lucha prolongada, tenaz, sin
retroceder ante ninguna dificultad para denunciar, desvanecer y superar dichos
prejuicios.
Los comunistas "de izquierda" de Alemania se quejan de los malos "jefes"
de su partido y caen en la desesperación, llegando hasta incurrir en la
ridiculez de "negar" a los " jefes". Pero en circunstancias que obligan a
menudo a mantener a estos últimos en la clandestinidad, la formación de
"jefes" buenos, seguros, probados, con autoridad, es particularmente difícil y
triunfar de semejantes dificultades es imposible sin la combinación del
trabajo legal con el ilegal, sin hacer pasar a los " jefes ", entre otras
pruebas, también por la del parlamento. La crítica -- la más violenta, más
implacable, más intransigente -- debe dirigirse no contra el parlamentarismo o
la acción parlamentaria, sino contra los jefes que no saben
-- y aún más contra los que no quieren -- utilizar las elecciones
parlamentarias y la tribuna parlamentaria a la manera revolucionaria, a la
manera comunista. Sólo esta crítica -- unida, naturalmente, a la expulsión de
los jefes incapaces y a su sustitución por otros más capaces -- constituirá un
trabajo revolucionario útil y fecundo que educará a la vez a los "jefes" para
que sean dignos de la clase obrera y de las masas trabajadoras, y a las masas
para que aprendan a orientarse como es debido en la situación política y a
comprender los problemas, a menudo sumamente complejos y embrollados, que
resultan de semejante situación*.
* He tenido demasiado pocas posibilidades de conocer el comunismo "de
izquierda" de Italia. Indudablemente el camarada Bordiga y su fracción de
"comunistas abstencionistas" cometen un error al defender la no participación
en el parlamento. Pero hay un punto en que me parece que tiene razón, por lo
que yo puedo juzgar ateniéndome a dos números de su periódico "Il Soviet"
(núms. 3 y 4 del 18. I. y del 1. II. 1920), a cuatro números de la excelente
revista del camarada Serrati "Comunismo" (núms. 1-4. 1. X. 30. XI. 1919) y a
distintos números de periódicos burgueses italianos que he podido ver.
Precisamente el carnarada Bordiga y su fracción tienen razón cuando atacan a
Turad y sus partidarios, que están en un partido que reconoce el Poder de los
Soviets y la dictadura del proletariado, que siguen siendo miembros del
parlamento y prosiguen su vieja y perjudicial política oportunista. En efecto,
al consentir esto, el camarada Serrati y todo el Partido Socialista
Italiano[17] incurren en un error tan preñado de amenazas y peligros como en
Hungría, donde los señores Turati húngaros sabotearon desde el interior el
Partido y el Poder de los Soviets. Esa actitud errónea. inconsecuente, que se
distingue por su falta de carácter, con respecto a los parlamentarios
oportunistas, de una parte, engendra el comunismo "de izquierda", y de otra,
justtifica basta cierto punto su existencia. El camarada Serrati es evidente
que no tiene razón al acusar de "inconsecuencia" al diputado Turati
("Comunismo", núm. 3), porque el único inconsecuente es el Parddo Socialista
Italiano, que tolera en su seno a oportunistas parlamentarios como Turati y
compañia
VIII
¿NINGUN COMPROMISO?
Hemos visto en la cita del folleto de Francfort el tono decidido con que
los "izquierdistas" plantean esta consigna. Es triste ver cómo gentes que
evicdentemente se consideran como marxistas y quieren serlo, han olvidado las
verdades fundamentales del marxismo. He aquí lo que en 1874 decia Engels --
que, como Marx, pertenece a esa rarisima categoria de escritores cada una de
cuyas frases de cada uno de sus grandes trabajos tiene una asombrosa
profundidad de contenido --, contra el Manifiesto de los 33 comuneros
blanquistas:
"'. . . Somos comunistas' (decían en su manifiesto los comuneros
blanquistas) 'porque queremos alcanzar nuestro fin, sin detenernos en etapas
intermedias y sin compromisos, que no hacen más que alejar el día de la
victoria y prolongar el periodo de esclavitud'.
Los comunistas alemanes son comunistas porque, a través de todas las
etapas intermedias y de todos los compromisos creados no por ellos, sino por
la marcha del desarrollo histórico, ven claramente y persiguen constantemente
su objetivo final: la supresión de las clases y la creación de un régimen
social en el cual no habrá ya sitio para la propiedad privada de la tierra y
de todos los medios de producción. Los 33 blanquistas son comunistas por
cuanto se figuran que basta su buen deseo de saltar las etapas intermedias y
los compromisos para que la cosa quede ya arreglada, y que si -- ellos lo
creen firmemente -- 'se arma' uno de estos días y el
Poder cae en sus manos, el 'comunismo estará implantado' al día siguiente. Por
consiguiente, si no pueden hacer esto inmediatamente, no son comunistas.
¡Qué ingenua puerilidad la de presentar la propia impaciencia como
argumento teórico!" (F. Engels, "Programa de los comuneros blanquistas", en el
periódico socialdemócrata alemán "Volksstaat"[18], 1874, núm. 73).
Engels expresa, en ese mismo artículo, su profundo respeto por Vaillant,
habla de los "méritos indiscutibles" de este último (que fue, como Guesde, uno
de los jefes más eminentes del socialismo internacional, antes de su traición
al socialismo en agosto de 1914). Pero Engels no deja de analizar
minuciosamente su manifiesto error. Naturalmente, los revolucionarios muy
jóvenes e inexperimentados, así como los revolucionarios pequeñoburgueses aun
de edad ya provecta y muy experimentados, consideran extraordinariamente
"peligroso", incomprensible, erróneo, el "autorizar los compromisos". Y muchos
sofistas (que son politicastros ultra o excesivamente "experimentados")
razonan del mismo modo que los jefes del oportunismo inglés mencionados por el
camarada Lansbury: "Si los bolcheviques se permiten tal o cual compromiso,
¿por qué no hemos de permitirnos nosotros cualquier compromiso?" Pero los
proletarios educados por huelgas múltiples (para no considerar más que esta
manifestación de la lucha de clases) se asimilan habitualmente de un modo
admirable la profundísima verdad (filosófica, histórica, política,
psicológica) enunciada por Engels. Todo proletario conoce huelgas, conoce
"compromisos" con los opresores y explotadores odiados, después de los cuales,
los obreros han tenido que volver al trabajo sin haber obtenido nada o
contentándose con una satisfacción parcial de sus deman-
das. Todo proletario, gracias al ambiente de lucha de masas y de acentuada
agudización de los antagonismos de clase en que vive, observa la diferencia
que hay entre un compromiso impuesto por condiciones objetivas (los
huelguistas no tienen dinero en su caja, ni cuentan con apoyo alguno, padecen
hambre, están agotados indeciblemente) -- compromiso que en nada disminuye la
abnegación revolucionaria ni el ardor para continuar la lucha de los obreros
que lo han contraído -- y por otro lado un compromiso de traidores que achacan
a causas objetivas su vil egoísmo (¡los rompehuelgas también contraen
"compromisos"!), su cobardía, su deseo de servir a los capitalistas, su falta
de firmeza ante las amenazas, a veces ante las exhortaciones, a veces ante las
limosnas o los halagos de los capitalistas (estos compromisos de traidores son
numerosísimos, particularmente en la historia del movimiento obrero inglés por
parte de los jefes de las tradeuniones, pero, en una u otra forma, casi todos
los obreros de todos los países han podido observar fenómenos análogos).
Evidentemente, se dan casos aislados extraordinariamente difíciles y
complejos, en que sólo mediante los más grandes esfuerzos cabe determinar
exactamente el verdadero carácter de tal o cual "compromiso", del mismo modo
que hay casos de homicidio en que no es fácil decidir si éste era
absolutamente justo, e incluso obligatorio (como, por ejemplo, en caso de
legítima defensa) o bien efecto de un descuido imperdonable o incluso el
resultado de un plan perverso. Es indudable que en política, donde se trata a
veces de relaciones nacionales e internacionales muy complejas entre las
clases y los partidos, se hallarán numerosos casos mucho más difíciles que la
cuestión de saber si un "compromiso" contraído con ocasión de una huelga es
legítimo, o si es más bien la obra traidora de un rompehuelgas, de un jefe
traidor, etc.
Preparar una receta o una regla general (¡"ningún compromiso"!) para todos los
casos, es absurdo. Es preciso contar con la propia cabeza para saber
orientarse en cada caso particular. La importancia de poseer una organización
de partido y jefes dignos de este nombre, consiste precisamente, entre otras
cosas, en llegar por medio de un trabajo prolongado, tenaz, múltiple y
variado, de todos los representantes de la clase capaces de pensar[*], a
elaborar los conocimientos necesarios, la experiencia necesaria y además de
los conocimientos y la experiencia, el sentido político preciso para resolver
pronto y bien las cuestiones políticas complejas.
Las gentes ingenuas y totalmente faltas de experiencia se figuran que
basta admitir los compromisos en general, para que desaparezca todo límite
entre el oportunismo, contra el que sostenemos y debemos sostener una lucha
intransigente, y el marxismo revolucionario o comunismo. Pero esas gentes si
todavía no saben que todos los límites, en la naturaleza y en la sociedad, son
variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura posiUe, como no
sea mediante un estudio prolongado, la educación, la ilustración y la
experiencia política y práctica. En las cuestiones de política práctica que
surgen en cada momento particular o específico de la historia, es importante
saber distinguir aquellas en que se manifiestan los compromisos de la especie
más inadmisible,
* Toda clase, aun en el pals más culto, aun la más adelantada, aunque las
circunstancias del momento hayan suscitado en ella un florecimiento
excepcional de todas las fuerzas de espíritu, cuenta y contará,
inevitablemente, mientras las clases subsistan y la sociedad sin clases no
esté completamente afianzada, consolidada y desarrollada sobre sus propios
fundamentos, con representantes de clase que no piensan y que son incapaces de
pensar. El capitalismo no sería el capitalismo opresor de las masas, si no
ocurriese así.
los compromisos de traición, que encarnan un oportunismo funesto para la clase
revolucionaria, y consagrar todos los esfuerzos a descubrir su sentido y a
luchar contra ellos. Durante la guerra imperialista de 1914-1918 entre dos
grupos de países igualmente bandidescos y voraces, el principal y fundamental
de los oportunismos ha sido el que adoptó la forma de socialchovinismo, esto
es, el apoyo de la "defensa de la patria", lo que equivalía de hecho, en
aquella guerra, a la defensa de los intereses de rapiña de la burguesía del
"propio" país; después de la guerra, la defensa de la sociedad de bandidos
llamada "Sociedad de Naciones"; defensa de las alianzas francas o indirectas
con la burguesía del propio país, contra el proletariado revolucionario y el
movimiento "soviético"; defensa de la democracia y del parlamentarismo
burgueses contra el "Poder de los Soviets". Estas fueron las manifestaciones
principales de estos compromisos inadmisibles y traidores que, en último
resultado, han terminado en un oportunismo funesto para el proletariado
revolucionario y para su causa.
". . . Rechazar del modo más categórico todo compromiso con los demás
partidos. . . toda política de maniobra y conciliación", dicen los
izquierdistas de Alemania en el folleto de Francfort.
Es sorprendente que, con semejantes ideas, esos izquierdistas no condenen
categóricamente el bolchevismo. No es posible que los izquierdistas alemanes
ignoren que toda la historia del bolchevismo, antes y después de la Revolución
de Octubre, está llena de casos de maniobra, de acuerdos, de compromisos con
otros partidos, ¡sin exceptuar los partidos burgueses!
Hacer la guerra para derrumbar a la burguesía internacional, una guerra
cien veces más difícil, prolongada y compleja que la más encarnizada de las
guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda maniobra, a
toda utilizacion (aunque no sea más que temporal) del antagonismo de intereses
existente entre los enemigos, a los acuerdos y compromisos con posibles
aliados (aunque sean provisionales, inconsistentes, vacilantes,
condicionales), ¿no es esto acaso algo infinitamente ridículo? ¿No se parece
esto al caso del que en una ascensión difícil a una montaña inexplorada, en la
que nadie hubiera puesto la planta todavía, renunciase de antemano a hacer
zigzags, a volver a veces sobre sus pasos, a prescindir de la dirección
elegida al principio y a probar diferentes direcciones? ¡¡Y gentes tan poco
conscientes, tan inexperimentadas (menos mal aun si la causa de ello es la
juventud, porque ésta está autorizada por la providencia a decir semejantes
tonterías durante cierto tiempo) han podido ser sostenidas directa o
indirectamente, franca o encubiertamente, íntegra o parcialmente, poco
importa, por algunos miembros del Partido Comunista Holandés!!
Después de la primera revolución socialista del proletariado, después del
derrumbamiento de la burguesía en un país, el proletariado de este último
sigue siendo durante mucho tiempo aún más débil que la burguesía, debido
simplemente a las inmensas relaciones internacionales de ésta y en virtud de
la restauración espontánea y continua, del renacimiento del capitalismo y de
la burguesía por los pequeños productores de mercancías del país que ha
derrumbado a la burguesía. Obtener la victoria sobre un adversario más
poderoso únicamente es posible poniendo en tensión todas las fuerzas y
utilizando obligatoriamente con solicitud, minucia, prudencia y habilidad, la
menor "grieta" entre los enemigos, toda
contradicción de intereses entre la burguesía de los distintos países, entre
los diferentes grupos o diferentes categorías burguesas en el interior de cada
país; hay que aprovechar igualmente las menores posibilidades de obtener un
aliado de masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro,
condicional. El que no comprenda esto no comprende ni una palabra de marxismo
ni de socialismo científico contemporáneo, en general. El que no ha demostrado
en la práctica, durante un intervalo de tiempo bastante considerable y en
situaciones políticas bastante variadas, su habilidad para aplicar esta verdad
en la vida, no ha aprendido todavía a ayudar a la clase revolucionaria en su
lucha por librar de la explotación a toda la humanidad trabajadora. Y lo dicho
se aplica tanto al período a n t e r i o r a la conquista del Poder político
por el proletariado, como al p o s t e r i o r.
Nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción,[19] han dicho
Marx y Engels, y el gran error, el inmenso crimen de algunos marxistas
"patentados" como Carlos Kautsky, Otto Bauer y otros, consiste en no haber
comprendido esto, en no haber sabido aplicarlo en los momentos más importantes
de la revolución proletaria. "La acción política no se parece en nada a la
acera de la avenida Nevski" (la acera limpia, ancha y lisa de la calle
principal, absolutamente recta, de Petersburgo), decía ya N. G. Chernishevski,
el gran socialista ruso del período premarxista. Los revolucionarios rusos,
desde la época de Chernishevski acá, han pagado con innumerables víctimas su
ignorancia u olvido de esta verdad. Hay que conseguir a toda costa que los
comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa occidental y América
fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados rusos la
asimilación de esta verdad.
Los socialdemócratas revolucionarios de Rusia aprovecharon antes de la
caída del zarismo frecuentemente la ayuda de los liberales burgueses, es
decir, contrajeron con ellos innumerables compromisos prácticos, y en
1901-1902, aun antes del nacimiento del bolchevismo, la antigua redacción de
"Iskra" (en la que estábamos Plejánov, Axelrod, Sasúlich Mártov, Pótresov y
yo) concertó (no por mucho tiempo, es verdad) una alianza política formal con
Struve, jefe político del liberalismo burgués, sin dejar de sostener al mismo
tiempo la lucha ideológica y política más implacable contra el liberalismo
burgués y las menores manifestaciones de su influencia en el interior del
movimiento obrero. Los bolcheviques siguieron practicando siempre esa misma
política. Desde 1905 defendieron sistemáticamente la alianza de la clase
obrera con los campesinos, contra la burguesía liberal y el zarismo, no
negándose nunca, al mismo tiempo, a apoyar a la burguesía contra el zarismo
(en los empates electorales, por ejemplo); y prosiguiendo asimismo la lucha
ideológica y política más intransigente contra el partido campesino
revolucionario burgués de los "socialrevolucionarios", a los cuales
denunciaban como demócratas pequeñoburgueses que se presentaban &Isamente como
socialistas. En 1907, los bolcheviques constituyeron, por poco tiempo, un
bloque político formal con los "socialrevolucionarios" para las elecciones a
la Duma. Con los mencheviques hemos estado muchos años formalmente, desde 1903
a 1912, en un partido socialdemócrata unido, sin interrumpir nunca la lucha
ideológica y política contra ellos, como contra agentes de la influencia
burguesa en el seno del proletariado y oportunistas. Durante la guerra
concertamos una especie de compromiso con los "kautskianos", los mencheviques
de izquierda (Mártov) y una parte de los "socialrevolucionarios" (Chernov,
Natanson).
Asistimos con ellos a las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal, lanzamos
manifiestos comunes, pero nunca interrumpimos ni atenuamos ]a lucha política e
ideológica contra los "kautskianos", contra Mártov y Chernov. (Natanson murió
en 1919 siendo un "comunista revolucionario", populista muy afín a nosotros y
casi solidario nuestro). En el mismo momento de la Revolución de Octubre
concertamos una alianza política, no formal, pero muy importante (y muy
eficaz), con la clase campesina pequeñoburguesa, aceptando enteramente, sin la
menor modificación, el programa agrario de los socialrevolucionarios, es
decir, contrajimos indudablemente un compromiso con el fin de probar a los
campesinos que no queríamos imponernos a ellos, sino ir a un acuerdo. Al mismo
tiempo, propusimos (y poco después lo realizábamos) un bloque político formal
con la participación de los "socialrevolucionarios de izquierda" en el
gobierno, bloque que ellos rompieron después de la paz de Brest, llegarldo en
julio de 1918 a la insurrección armada y más tarde a la lucha armada contra
nosotros.
Fácil es concebir, por consiguiente, por qué los ataques de los
izquierdistas alemanes contra el Comité Central del Partido Comunista en
Alemania por admitir este Comité la idea de un bloque con los "independientes"
("Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania", los kautskianos) nos
parecen desprovistos de seriedad y una demostración evidente de la posición
errónea de los "izquierdistas". En Rusia había también mencheviques de derecha
(que entraron en el gobierno de Kerenski), correspondientes a los Scheidemann
de Alemania, y mencheviques de izquierda (Mártov), que se hallaban en
oposición con los mencheviques de derecha y correspondían a los kautskianos
alemanes. En 1917 hemos observado muy claramente cómo las masas obreras
pasaban gradualmente de los mencheviques a los bolcheviques. En el I Congreso
de los Soviets de toda Rusia, celebrado en junio de dicho año, teníamos sólo
el 13 por ciento de los votos. La mayoría pertenecía a los
socialrevolucionarios y a los mencheviques. En el II Congreso de los Soviets
(25 de octubre de 1917, según el antiguo calendario,) teníamos el 51 por
ciento de los sufragios. ¿Por qué en Alemania una tendencia igual,
absolutamente idéntica de los obreros a pasar de la derecha a la izquierda ha
conducido, no al fortalecimiento inmediato de los comunistas, sino, en un
comienzo, al del partido intermedio de los "independientes", aunque este
partido no haya tenido nunca ninguna idea política independiente y ninguna
política independiente, ni haya hecho jamás otra cosa que vacilar entre
Scheidemann y los comunistas?
Es indudable que una de las causas ha sido la táctica errónea de los
comunistas alemanes, los cuales deben honradamente y sin temor reconocer su
error y aprender a corregirlo. La equivocación ha consistido en negarse a ir
al parlamento burgués reaccionario y a los sindicatos reaccionarios, el error
ha consistido en múltiples manifestaciones de esta enfermedad infantil del
"izquierdismo" que ahora ha hecho erupción y que gracias a ello será curada
mejor y más pronto, con más provecho para el organismo.
El "Partido Socialdemócrata Independiente" alemán carece visiblemente de
homogeneidad interior: al lado de los antiguos jefes oportunistas (Kautsky,
Hilferding y, por lo que se ve, en gran parte Crispien, Ledebour y otros), que
han dado pruebas de su incapacidad para comprender la significación del Poder
de los Soviets y de la dictadura del proletariado, así como para dirigir la
lucha revolucionaria de este último, se ha formado y crece rápidamente, en
dicho
partido, un ala izquierda proletaria. Cientos de miles de miembros del
partido, que, al parecer, cuenta en total unos 750.000, son proletarios que se
alejan de Scheidemann y caminan a grandes pasos hacia el comunismo. Esta ala
proletaria propuso ya en el Congreso de los independientes, celebrado en
Leipzig (en 1919), la adhesión inmediata e incondicional a la III
Internacional. Temer un "compromiso" con esa ala del partido, es sencillamente
ridículo. Al contrario, es un deber de los comunistas buscar y encontrar una
forma adecuada de compromiso con ella, compromiso que permita, por una parte,
facilitar y apresurar la fusión completa y necesaria con ella, y, por otra,
que no cohiba en nada a los comunistas en su lucha ideológica y política
contra el ala derecha oportunista de los "independientes". Es probable que no
sea fácil elaborar una forma adecuada de compromiso, pero sólo un charlatán
podría prometer a los obreros y a los comunistas alemanes un camino "fácil"
para alcanzar la victoria.
El capitalismo dejaría de ser capitalismo, si el proletariado "puro" no
estuviese rodeado de una masa abigarradísima de tipos que señalan la
transición del proletario al semiproletario (el que obtiene en gran parte sus
medios de existencia vendiendo su fuerza de trabajo), del semiproletario al
pequeño campesino (y al pequeño productor, al artesano, al pequeño patrono en
general), del pequeño campesino al campesino medio, etc., y si en el interior
mismo del proletariado no hubiera sectores de un desarrollo mayor o menor,
divisiones según el origen territorial, la profesión, la religión a veces,
etc. De todo esto se desprende imperiosamente la necesidad -- una necesidad
absoluta -- para la vanguardia del proletariado, para su parte consciente,
para el Partido Comunista, de recurrir a la maniobra, a los acuerdos, a los
compromisos con los diversos grupos de proletarios, con los diversos partidos
de los obreros y pequeños patronos. Toda la cuestión consiste en saber aplicar
esta táctica para elevar y no para rebajar el nivel general de conciencia, de
espíritu revolucionario, de capacidad de lucha y de victoria del proletariado.
Es preciso anotar, entre otras cosas, que la victoria de los bolcheviques
sobre los mencheviques exigió, no sólo antes de la Revolución de Octubre de
1917, sino aun después de ella la aplicación de una táctica de maniobras, de
acuerdos, de compromisos, aunque de tal naturaleza, claro es, que facilitaban
y apresuraban la victoria de los bolcheviques, los consolidaba y fortalecía a
costa de los mencheviques. Los demócratas pequeñoburgueses (los mencheviques
inclusive) oscilan inevitablemente entre la burguesía y el proletariado, entre
la democracia burguesa y el régimen soviético, entre el reformismo y el
revolucionarismo, entre el amor a los obreros y el miedo a la dictadura del
proletariado, etc. La táctica acertada de los comunistas debe consistir en
utilizar estas vacilaciones y no, en modo alguno, en ignorarlas; esta
utilización exige concesiones a los elementos que se inclinan hacia el
proletariado -- en el caso y en la medida exacta en que lo hacen -- y al mismo
tiempo la lucha contra los elementos que se inclinan hacia la burguesía.
Gracias a la aplicación por nuestra parte de una táctica acertada, el
menchevismo se ha ido descomponiendo cada vez más y sigue descomponiéndose en
nuestro país; dicha táctica ha ido aislando a los jefes obstinados en el
oportunismo y trayendo a nuestro campo a los mejores obreros, a los mejores
elementos de la democracia pequeñoburguesa. Es esto un proceso lento, y las
"soluciones" fulminantes tales como "ningún compromiso, ninguna maniobra" no
hacen más que perjudicar la causa del acreci-
miento de la influencia y el aumento de las fuerzas del proletariado
revolucionario.
En fin, uno de los errores indudables de los "izquierdistas" de Alemania
consiste en su intransigencia rectilínea a no reconocer el Tratado de
Versalles. Cuanto más grande es "el aplomo" y "la importancia", cuanto más
"categórico" y sin apelación el tono con que formula este punto de vista, por
ejemplo, K. Horner, menos inteligente resulta. No basta con renegar de las
necedades evidentes del "bolchevismo na cional" (Laufenberg y otros), el cual
ha llegado hasta el extremo de hablar de la formación de un bloque con la
burguesía alemana para la guerra contra la Entente en las condiciones actuales
de la revolución proletaria internacional. Hay que comprender asimismo que es
radicalmente errónea la táctica que niega la obligación para la Alemania
Soviética (si surgiese pronto una República Soviética alemana) de reconocer
por algún tiempo el Tratado de Versalles y someterse a él. De esto no se
deduce que los "independientes" tuvieran razón cuando, cstando los Scheidemann
en el gobierno, cuando no había sido todavía derribado el Poder soviético en
Hungría, cuando todavía no estaba excluida la posibilidad de una ayuda de la
revolución soviética en Viena para apoyar a la Hungría Soviética, cuando, en
esas condiciones, reclamaban la firma del Tratado de Versalles. En aquel
momento, los "independientes" maniobraban muy mal, pues tomaban sobre sí una
responsabilidad mayor o menor por los traidores tipo Scheidemann y se
desviaban más o menos del punto de vista de la guerra de clases implacable (y
fríamente razonada) contra los Scheidemann, para colocarse "fuera" o "por
encima" de esta lucha de clases.
Pero la situación actual es de tal naturaleza, que los comunistas alemanes
no deben atarse las manos y prometer la
renuncia obligatoria e indispensable del Tratado de Versalles en caso de
triunfo del comunismo. Esto sería una tontería. Hay que decir: los Scheidemann
y los kautskianos han cometido una serie de traiciones que han dificultado (y
en parte han hecho fracasar) la alianza con la Rusia Soviética, con la Hungría
Soviética. Nosotros, los comunistas, procuraremos por todos los medios
facilitar y preparar esa alianza, y, en cuanto a la paz de Versalles, no
estamos obligados a rechazarla a toda costa y además de un modo inmediato. La
posibilidad de rechazarla eficazmente depende no sólo de los éxitos del
movimiento soviético en Alemania, sino también de sus éxitos internacionales.
Este movimiento ha sido obstaculizado por los Scheidemann y los Kautsky;
nosotros lo favorecemos. Ved dónde está el fondo de la cuestión, en qué
consiste la diferencia radical. Y si nuestros enemigos de clase, los
explotadores y sus lacayos, los Scheidemann y los kautskianos, han dejado
escapar una serie de ocasiones propicias para fortalecer el movimiento
soviético alemán e internacional, a la vez que la revolución soviética alemana
e internacional, la culpa es de ellos. La revolución soviética en Alemania
reforzará el movimiento soviético internacional, que es el reducto más fuerte
(y el único seguro e invencible, de una potencia universal) contra el Tratado
de Versalles, contra el imperialismo internacional en general. Poner
obligatoriamente, a toda costa y en seguida, la liberación del Tratado de
Versalles en el primer plano, antes que le cuestión de la liberación del yugo
imperialista de los demás países oprimidos por el imperialismo, es una
manifestación de nacionalismo pequeñoburgués (digno de los Kautsky,
Hilferding, Otto Bauer y compañía), pero no de internacionalismo
revolucionario. El derrumbamiento de la burguesía en cualquiera de los grandes
países europeos, Alemania inclusive,
es un acontecimiento tan favorable para la revolución internacional, que, para
que esto ocurra, se puede y se debe dejar vivir por algún tiempo más el
Tratado de Versalles, si er, necesario. Si Rusia por sí sola ha podido
resistir durante algunos meses con provecho para la revolución el Tratado de
Brest, no es ningún imposible el que la Alemania Soviética, aliada con la
Rusia Soviética, pueda soportar más tiempo, con provecho para la revolución,
el Tratado de Versalles.
Los imperialistas de Francia, Inglaterra, etc., quieren provocar a los
comunistas alemanes, tendiéndoles este lazo: "decid que no firmaréis el
Tratado de Versalles". Y los comunistas "de izquierda" se dejan coger como
niños en el lazo que les han tendido, en vez de maniobrar con destreza contra
un enemigo pérfido, y en el momento actual más fuerte, en vez de decirle:
"ahora firmaremos el Tratado de Versalles". Atarnos de antemano las manos,
declarar francamente al enemigo, actualmente mejor armado que nosotros, si
vamos a luchar con él y en qué momento, es una tontería y no tiene nada de
revolucionario. Aceptar el combate a sabiendas de que ofrece ventaja al
enemigo y no a nosotros, es un crimen, y no sirven para nada los políticos de
la clase revolucionaria que no saben "maniobrar", que no saben proceder "por
acuerdos y compromisos" con el fin de evitar un combate que es desfavorable de
antemano.
IX
EL COMUNISMO "DE IZQUIERDA" EN
INGLATERRA
En Inglaterra no existe todavía Partido Comunista, pero entre los obreros
se advierte un movimiento comunista joven,
pero extenso, poderoso, que crece rápidamente y autoriza las más radiantes
esperanzas. Hay algunos partidos y organizaciones políticas ("Partido
Socialista Británico"[20], "Partido Socialista Obrero", "Sociedad Socialista
del Sur de Gales", "Federación Socialista Obrera"[21]) que desean crear el
Partido Comunista y llevan ya a cabo negociaciones entre sí con este objeto.
En el periódico "El Dreadnought de los obreros" (t. VI, núm. 48 del 21. II.
1920), órgano semanal de la última de las organizaciones mencionadas, dirigido
por la camarada Sylvia Pankhurst, aparece un artículo de esta última titulado:
"Hacia el Partido Comunista". Se expone en él la marcha de las negociaciones
entre las cuatro organizaciones citadas para la formación de un Partido
Comunista unificado, sobre la base de la adhesión a la III Internacional, del
reconocimiento del sistema soviético en vez del parlamentarismo y del
reconocimiento de la dictadura del proletariado. Resulta que uno de los
principales obstáculos para la formación inmediata de un Partido Comunista
único, es la falta de unanimidad sobre la cuestión de la participación en el
parlamento y de la adhesión del nuevo Partido Comunista al viejo "Partido
Laborista" oportunista, socialchovinista, profesionalista y compuesto
predominantemente por tradeuniones. La "Federación Socialista Obrera" y el
"Partido Socialista Obrero"* se pronuncian contra la participación en las
elecciones y en el parlamento, contra la adhesión al "Partido Laborista", y
sobre este punto están en desacuerdo con todos o la mayoría de los miembros
del Partido Socialista Británico, que constituye a sus ojos "la
* Parece que este partido es opuesto a la adhesión al "Partido Laborista",
pero que no todos sus miembros son contrarios a la participación en el
parlamento.
derecha de los Partidos Comunistas" en Inglaterra ( del mencionado
artículo de Sylvia Pankhurst).
La división fundamental, pues, es la misma que en Alemania, a pesar de las
enormes diferencias de forma en que se manifiesta la divergencia (en Alemania
esta forma es mucho más parecida "a la rusa" que en Inglaterra) y de otras
muchas circunstancias. Examinemos los argumentos de los "izquierdistas".
Sobre la cuestión de la participación en el parlamento, la camarada Sylvia
Pankhurst alude a una carta a la redacción, del camarada W. Gallacher, que
escribe en nombre del "Soviet Obrero de Escocia", de Glasgow, publicada en el
mismo número:
"Este Soviet -- dice dicho camarada -- es firmemente antiparlamentario y
se halla sostenido por el ala izquierda de varias organizaciones políticas.
Representamos el movimiento revolucionario en Escocia, que aspira a crear una
organización revolucionaria en las industrias (en las diversas ramas de la
producción) y un Partido Comunista, apoyado en Comités sociales en todo el
país. Durante mucho tiempo hemos regañado con los parlamentarios oficiales. No
hemos juzgado necesario declararles abiertamente la guerra, y ellos temen
iniciar el ataque contra nosotros.
"Pero semejante situación no puede prolongarse mucho. Nosotros triunfamos
en toda la línea.
"Los miembros de filas del Partido Obrero Independiente de Escocia sienten
una repugnancia cada vez mayor por la idea del parlamento, y casi todos los
grupos locales son partidarios de los Soviets [en la transcripción inglesa se
emplea el término ruso] o Consejos obreros.
Indudablemente esto tiene una importancia enorme para los señores que
consideran la política como un medio de vida (como una profesión) y ponen en
juego todos los procedimientos para persuadir a sus miembros de que vuelvan
atrás, al seno del parlamentarismo. Los camaradas revolucionarios no deben [lo
subrayado es en todas partes del autor] sostener a esta banda. Nuestra lucha
será en este sentido muy difícil. Uno de sus rasgos peores consistirá en la
traición de aquéllos para quienes el interés personal es un motivo de más
fuerza que su interés por la revolución. Defender el parlamentarismo, de
cualquier manera que sea, equivale a preparar la caída del Poder en manos de
nuestros Scheidemann y Noske británicos. Henderson, Clynes y compañía son unos
reaccionarios incurables. El Partido Obrero Independiente oficial cae, cada
vez más, bajo el dominio de los liberales burgueses que han hallado un refugio
espiritual en el campo de los señores MacDonald, Snowden y compañía. El
Partido Obrero independiente oficial es violentamente hostil a la III
Internacional, pero la masa es partidaria de ella. Sostener, sea como sea, a
los parlamentarios oportunistas, significa simplemente hacer el juego a esos
señores.
"El Partido Socialista Británico no significa nada. . . Lo que se necesita
es una buena organización revolucionaria industrial y un Partido Comunista que
actúe sobre bases claras, bien definidas, científicas. Si nuestros camaradas
pueden ayudarnos a crear una y otro, aceptaremos gustosos su concurso; si no
pueden, por Dios, que no se mezclen en ello, si no quieren traicionar la
revolución sosteniendo a los reaccionarios que con tanto celo tratan de
adquirir el 'honorable' (?) [la interrogación es del
autor] título de parlamentario y que arden en deseos de demostrar que son
capaces de gobernar tan bien como los mismos 'amos', los políticos de clase".
Esta carta a la redacción expresa admirablemente, en mi opinión, el estado
de espíritu y el punto de vista de los comunistas jóvenes o de los obreros
ligados a las masas, que acaban de llegar al comunismo. Este estado de
espíritu es altamente consolador y valioso; es preciso saber apreciarlo y
sostenerlo, porque sin él habría que desesperar de la victoria de la
revolución proletaria en Inglaterra o en cualquier otro país. Hay que
conservar cuidadosamente y ayudar con toda clase de solicitud a los hombres
que saben reflejar ese estado de espíritu de las masas y suscitarlo (pues muy
a menudo yace oculto, inconsciente, sin despertarse). Pero, al mismo tiempo,
es menester decirles clara y sinceramente que ese espíritu por sí solo es
insuficiente para dirigir a las masas en la gran lucha revolucionaria, y que
estos o los otros errores en que pueden incurrir o en que incurren los hombres
más fieles a la causa revolucionaria, son susceptibles de perjudicarla. La
carta dirigida a la redacción por el camarada Gallacher muestra, en germen, de
un modo indudable todos los errores que cometen los comunistas "de izquierda"
alemanes y en que incurrieron los bolcheviques "de izquierda" rusos en 1908 y
1918.
El autor de la carta está imbuido del más noble odio proletario contra los
"políticos de clase" de la burguesía (odio comprensible y simpático, por otra
parte, no sólo a los proletarios, sino también a todos los trabajadores, a
todas las "pequeñas gentes", para emplear la expresión alemana). Este odio de
un representante de las masas oprimidas y explotadas es, a decir verdad, el
"principio de
toda sabiduría", la base de todo movimiento socialista y comunista y de su
éxito. Pero el autor no tiene en cuenta, por lo visto, que la política es una
ciencia y un arte que no cae del cielo, que no se obtiene gratis, y que si el
proletariado quiere vencer a la burguesía, debe formar sus "políticos de
clase", proletarios, y de tal altura, que no sean inferiores a los políticos
burgueses.
El autor ha comprendido admirablemente que no es el parlamento, sino sólo
los Soviets obreros, los que pueden proporcionar al proletariado el
instrumento necesario para conseguir sus objetivos, y, naturalmente, el que
hasta ahora no haya comprendido esto, es el peor de los reaccionarios, aunque
sea el hombre más ilustrado, el más experimentado político, el socialista más
sincero, el marxista más erudito, el ciudadano y padre de familia más honrado.
Pero hay una cuestión que el autor no plantea, que ni siquiera considera
necesario plantear: la de si se puede conducir a los Soviets a la victoria
sobre el parlamento sin hacer que los políticos "soviéticos" entren en este
último, sin descomponer el parlamento desde dentro, sin preparar en el
interior del parlamento el éxito de los Soviets, en el cumplimiento de la
tarea que ante ellos se plantea de acabar con el parlamento. Sin embargo, el
autor expresa una idea absolutamente exacta al decir que el Partido Comunista
inglés debe actuar sobre bases científicas. La ciencia exige, en primer lugar,
que se tenga en cuenta la experiencia de los demás países, sobre todo si estos
países, también capitalistas, pasan o han pasado recientemente por una
experiencia muy parecida; en segundo término, exige que se tengan en cuenta
todas las fuerzas, todos los grupos, partidos, clases y masas, que actúan en
el interior de dichos países, en vez de determinar la política únicamente
conforme a los deseos y opiniones, el grado de
conciencia y preparación para la lucha, de un solo grupo o de un solo partido.
Que los Henderson, Clynes, MacDonald, Snowcden son unos reaccionarios
incurables, es cierto. Y no lo es menos que quieren tomar el Poder en sus
manos (prefiriendo, dicho sea de paso, la coalición con la burguesía), que
quieren "gobernar" con las reglas burguesas del buen tiempo viejo y que, una
vez en el Poder, se conducirán inevitablemente como Scheidemann y Noske. Todo
ello es verdad, pero de esto no se deduce, ni mucho menos, que apoyarles
equivalga a traicionar la revolución, sino que, en interés de ésta, los
revolucionarios de la clase obrera deben conceder a estos señores un cierto
apoyo parlamentario. Para aclarar esta idea tomaré dos documentos políticos
ingleses de actualidad: 1) el discurso del primer ministro Lloyd George, del
18 de marzo de 1920 (según el texto del "The Manchester Guardian" del 19 del
mismo mes) y 2) los razonamientos de una comunista "de izquierda", la camarada
Sylvia Pankhurst, en el artículo más arriba citado.
Lloyd George polemiza en su discurso con Asquith (que había sido invitado
especialmente a la reunión, pero que se negó a asistir) y con los liberales
que quieren una aproximación al Partido Laborista y no la coalición con los
conservadores. (En la carta dirigida a la redacción por el camarada Gallacher
hemos visto ya citar el hecho de la entrada de algunos liberales en el Partido
Obrero Independiente). Lloyd George demuestra que es necesaria una coalición
de los liberales con los conservadores, e incluso una coalición estrecha, pues
de otro modo podría alcanzar la victoria el Partido Laborista, que Lloyd
George prefiere llamar "socialista" y que aspira a "la propiedad colectiva" de
los medios de producción. "En Francia esto se llamaba comunismo --
explicaba el jefe de la burguesía inglesa a sus auditores, miembros del
Partido Liberal parlamentario que, seguramente, hasta entonces lo ignoraban
--, en Alemania esto se llamaba socialismo; en Rusia esto se llama
bolchevismo". Para los liberales esto es inadmisible en principio -- explicaba
Lloyd George --, pues los liberales son por principio defensores de la
propiedad privada. "La civilización está en peligro" -- declaraba el orador --
y por eso los liberales y conservadores deben unirse. . .
". . . Si vais a los distritos agrícolas -- decía Lloyd George -- veréis,
lo reconozco, conservadas como antes las antiguas divisiones de partido; allí
está lejos el peligro, allí no existe el peligro. Pero, cuando llegue allí,
será tan grande como lo es hoy en algunos distritos industriales. Las cuatro
quintas partes de nuestro país se ocupan en la industria y el comercio; sólo
una quinta parte escasa vive de la agricultura. He aquí una de las
circunstancias que tengo siempre presente cuando reflexiono en los peligros
con que nos amenaza el porvenir. En Francia, la población es agrícola y
constituye por eso una base sólida de determinados puntos de vista, base que
no cambia tan rápidamente y que no es sencillo remover por el movimiento
revolucionario. En nuestro país, la cosa es muy distinta. Nuestro país es más
fácil de transformar que ningún otro en el mundo, y si empieza a vacilar, la
catástrofe será aquí, en virtud de las razones indicadas, más fuerte que en
los demás países".
El lector puede apreciar por estas citas que el señor Lloyd George, no
sólo es un hombre muy inteligente, sino que además ha aprendido mucho de los
marxistas. Tampoco nosotros haríamos mal en aprender de Lloyd George.
Es también interesante hacer notar el siguiente episodio de la discusión,
que tuvo lugar después del discurso de Lloyd George:
"G. Wallace : Quisiera preguntar cómo considera el primer ministro los
resultados de su política en los distritos industriales, por lo que se refiere
a los obreros industriales, muchos de los cuales son actualmente liberales y
nos prestan un apoyo tan grande. ¿No se puede prever un resultado que provoque
un aumento enorme de la fuerza del Partido Laborista por parte de estos mismos
obreros que nos apoyan hoy sinceramente?
El primer ministro : Tengo una opinión completamente distinta. El hecho de
que los liberales luchen entre sí empuja indudablemente a un buen número de
los mismos, llevados por la desesperación, hacia las filas del Partido
Laborista, donde hay ya un número considerable de liberales muy capaces que se
ocupan actualmente de desacreditar al gobierno. El resultado, evidentemente,
es un movimiento importante de la opinión pública en favor del Partido
Laborista. La opinión pública se inclina, no a los liberales que están fuera
del Partido Laborista, sino a éste, como lo muestran las elecciones
parciales".
Digamos de paso que estos razonamientos prueban sobre todo hasta qué punto
están desorientados y no pueden dejar de cometer irreparables desatinos los
hombres más inteligentes de la burguesía. Esto es lo que la hará perecer. Los
nuestros pueden incluso cometer necedades (es verdad, a condición de que no
sean muy considerables y sean reparadas a tiempo), y, sin embargo, acabarán
por triunfar.
El segundo documento político son las siguientes consideraciones de la
comunista "de izquierda", camarada Sylvia Pankhurst:
". . . El camarada Inkpin (secretario del Partido Socialista Británico)
llama al Partido Laborista 'la organización principal del movimiento de la
clase obrera'. Otro camarada del Partido Socialista Británico ha expresado
todavía con más relieve este punto de vista, en la Conferencia de la III
Internacional: 'Consideramos al Partido Laborista -- ha dicho -- como la clase
obrera organizada'.
"No compartimos esta opinión sobre el Partido Laborista. Este es muy
importante numéricamente, aunque sus miembros son considerablemente inertes y
apáticos; se trata de obreros y obreras que han entrado en las tradeuniones,
porque sus compañeros de taller son tradeunionistas y porque desean recibir
subsidios.
"Pero reconocemos que la importancia numérica del Partido Laborista
obedece también al hecho de que éste representa una manera de pensar cuyos
límites aun no ha sobrepasado la mayoría de la clase obrera británica, aunque
se preparan grandes cambios en el espíritu del pueblo que modificarán muy
pronto semejante situación. . ."
". . . El Partido Laborista Británico, como las organizaciones
socialpatriotas de los demás países, llegará inevitablemente al Poder por el
curso natural del desenvolvimiento social. El deber de los comunistas consiste
en organizar las fuerzas que derribarán a los socialpatriotas, y en nuestro
país no debemos retardar esta acción, ni vacilar.
"No debemos gastar nuestra energía en aumentar las fuerzas del Partido
Laborista; su advenimiento al Poder es
inevitable. Debemos concentrar nuestras fuerzas en la creación de un
movimiento comunista que venza a ese partido. Dentro de poco, el Partido
Laborista será gobierno; la oposición revolucionaria debe estar preparada para
emprender el ataque contra él. . ."
Así, pues, la burguesía liberal renuncia al sistema histórico, consagrado
por una experiencia secular y extraordinariamente ventajosa para los
explotadores, el sistema de los "dos partidos" (de los explotadores) por
considerar necesaria la unión de sus fuerzas con objeto de luchar contra el
Partido Laborista. Una parte de los liberales, como ratas de un navío que se
va a pique, corren hacia el Partido Laborista. Los comunistas de izquierda
consideran inevitable el paso del Poder a manos del Partido Laborista, y
reconocen que hoy la mayor parte de los trabajadores está en favor de dicho
partido. De todo esto sacan la extraña conclusión que la camarada Sylvia
Pankhurst formula del siguiente modo:
"El Partido Comunista no debe contraer compromisos. . . Debe conservar
pura su doctrina e inmaculada su independencia frente al reformismo; su misión
es ir adelante, sin detenerse ni desviarse de su camino, avanzar en línea
recta hacia la Revolución Comunista".
Al contrario, del hecho de que la mayoría de los obreros en Inglaterra
siga todavía a los Kerenski o Scheidemann ingleses, de que no haya pasado
todavía por la experiencia de un gobierno formado por esos hombres,
experiencia que ha sido necesaria tanto en Rusia como en Alemania para que los
obreros pasaran en masa al comunismo, se deduce de un modo indudable que los
comunistas ingleses deben parti-
cipar en el parlamentarismo, deben desde el interior del parlamento ayudar a
la masa obrera a ver en la práctica los resultados del gobierno de los
Henderson y los Snowden, deben ayudar a los Henderson y a los Snowden a vencer
a la coalición de los Lloyd George y Churchill. Proceder de otro modo
significa obstaculizar la obra de la revolución, pues si no se produce un
cambio en las opiniones de la mayoría de la clase obrera, la revolución es
imposible, y ese cambio se consigue a través de la experiencia política de las
masas, nunca de la propaganda sola. El lema "¡Adelante sin compromisos, sin
apartarse del camino!", es manifiestamente erróneo, si quien habla así es una
minoría evidentemente impotente de obreros que saben (o por lo menos deben
saber) que la mayoría, dentro de poco tiempo, en caso de que los Henderson y
Snowden triunfen sobre Lloyd George y Churchill, perderá la fe en sus jefes y
apoyará al comunismo (o, en todo caso, adoptará una actitud de neutralidad y
en la mayoría de los casos de neutralidad favorable con respecto a los
comunistas). Es lo mismo que si 10.000 soldados se lanzaran al combate contra
50.000 enemigos en el momento en que es preciso "detenerse", "apartarse del
camino" y hasta concertar un "compromiso" aunque no sea más que para esperar
la llegada de un refuerzo prometido de loo.ooo hombres, que no pueden entrar
inmediatamente en acción. Es una puerilidad propia de intelectuales y no una
táctica seria de la clase revolucionaria.
La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas ellas, y en
particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo
siguiente: para la revolución no basta con que las masas explotadas y
oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de vivir como antes y reclamen
cambios, para la revolución es necesario que los explotadores no puedan vivir
ni gobernar como antes. Sólo cuando las "capas bajas" no quieren lo viejo y
las "capas altas" no pueden sostenerlo al modo antiguo, sólo entonces puede
triunfar la revolución. En otros términos, esta verdad se expresa del modo
siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que
afecte a explotados y explotadores). Por consiguiente, para la revolución hay
que lograr, primero, que la mayoría de los obreros (o en todo caso, la mayoría
de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda
profundamente la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la
vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases gobernantes
atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las
masas más atrasadas (el síntoma de toda revolución verdadera es la
decuplicación o centuplicación del número de hombres aptos para la lucha
política, representantes de la masa trabajadora y oprimida, antes apática),
que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su derrumbamiento
rápido por los revolucionarios.
En Inglaterra vemos desarrollarse a ojos vistas, y precisamente el
discurso de Lloyd George lo demuestra, los dos factores de una revolución
proletaria victoriosa. Y los errores de los comunistas de izquierda son
especialmente peligrosos en la actualidad, precisamente porque observamos una
actitud poco razonada, poco atenta, poco consciente, poco reflexiva con
respecto a cada uno de estos factores, por parte de algunos revolucionarios.
Si somos el partido de la clase revolucionaria, y no un grupo revolucionario,
si queremos arrastrar a las masas (sin lo cual corremos el riesgo de no pasar
de simples charlatanes) debemos: primero, ayudar a Henderson o a Snowden a
vencer a Lloyd
George y Churchill (más exactamente: debemos obligar a los primeros a vencer a
los segundos, ¡pues los primeros tienen miedo de su propia victoria !);
segundo, ayudar a la mayoría de la clase obrera a convencerse por experiencia
propia de la razón que nos asiste, es decir, de la incapacidad completa de los
Henderson y Snowden, de su naturaleza pequeñoburguesa y traidora, de la
inevitabilidad de su bancarrota; y tercero, acercar el momento en que, sobre
la base del desencanto producido por los Henderson en la mayoría de los
obreros, se pueda, con grandes probabilidades de éxito, derribar de un solo
golpe el gobierno de los Henderson, que perderá la cabeza con tanto mayor
motivo si incluso Lloyd George, ese político inteligentísimo y solvente, no
pequeño, sino gran burgués, la pierde también y se debilita (con toda la
burguesía) cada día más, ayer con su "tirantez" con Churchill, hoy con su
"tirantez" con Asquith.
Hablaré de un modo más concreto. Los comunistas ingleses deben, a mi
juicio, reunir sus cuatro partidos y grupos (todos muy débiles y algunos
extraordinariamente débiles) en un Partido Comunista único, sobre la base de
los principios de la III Internacional y la participación obligatoria en el
parlamento. El Partido Comunista propone a los Henderson y Snowden un
"compromiso", una alianza electoral: marchemos juntos contra la coalición de
Lloyd George y los conservadores, repartámonos los puestos en el parlamento en
proporción al número de votos dados por los trabajadores al Partido Laborista
o a los comunistas (no en las elecciones generales, sino en una votación
especial), conservemos la libertad más completa de agitación, de propaganda,
de acción política. Sin esta última condición, naturalmente, es imposible
hacer el bloque, pues sería una traición: los comunistas ingleses deben
reivindicar para ellos
y conservar una libertad completa para desenmascarar a los Henderson y los
Snowden, de un modo tan absoluto como lo hicieron (durante 15 años, de 1903 a
1917) los bolcheviques rusos con respecto a los Henderson y Snowden de Rusia,
esto es los mencheviques.
Si los Henderson y Snowden aceptan el bloque en estas condiciones,
habremos ganado, pues lo que nos importa no es ni mucho menos el número de
actas, no es esto lo que perseguimos; en este punto seremos transigentes
(mientras que los Henderson y sobre todo sus nuevos amigos -- o sus nuevos
dueños -- los liberales que han ingresado en el Partido Obrero Independiente
corren más que nada a la caza de actas). Habremos ganado, porque llevaremos
nuestra agitación a las masas en el momento en que las habrá "irritado" Lloyd
George en persona y no sólo contribuiremos a que el Partido Laborista forme
más de prisa su gobierno, sino que ayudaremos a las masas a comprender mejor
toda nuestra propaganda comunista, que realizaremos contra los Henderson sin
ninguna limitación, sin silenciar nada.
Si los Henderson y los Snowden rechazan el bloque con nosotros en estas
condiciones, habremos ganado todavía más, pues habremos mostrado de un solo
golpe a las masas (tened en cuenta que aun en el interior del Partido Obrero
Independiente, puramente menchevique, completamente oportunista, las masas son
partidarias de los Soviets) que los Henderson prefieren su intimidad con los
capitalistas, a la unión de todos los trabajadores. Habremos ganado
inmediatamente ante la masa, la cual, sobre todo después de las explicaciones
brillantísimas, extremadamente acertadas y útiles (para el comunismo) dadas
por Lloyd George, simpatizará con la idea de la unión de todos los obreros
contra la coalición de Lloyd George con los conservadores. Habre-
mos ganado desde el primer momento, pues habremos demostrado a las masas que
los Henderson y Snowden tienen miedo de vencer a los Lloyd George, temen tomar
el Poder solos y aspiran a obtener en secreto el apoyo de Lloyd George, el
cual tiende abiertamente la mano a los conservadores contra el Partido
Laborista. Hay que advertir que en Rusia, después de la revolución del 27 de
febrero de 1917 (antiguo calendario), el éxito de la propaganda de los
bolcheviques contra los mencheviques y socialrevolucionarios (es decir, los
Henderson y Snowden rusos) se debió precisamente a las mismas circunstancias.
Nosotros decíamos a los mencheviques y a los socialrevolucionarios: tomad todo
el Poder sin la burguesía, puesto que tenéis la mayoría en los Soviets (en el
I Congreso de los Soviets de toda Rusia, celebrado en junio de 1917, los
bolcheviques no tenían más que el 13 por ciento de los votos). Pero los
Henderson y Snowden rusos tenían miedo de tomar el Poder sin la burguesía, y
cuando ésta aplazaba las elecciones a la Asamblea Constituyente, porque sabía
perfectamente que los socialrevolucionarios y los mencheviques tendrían la
mayoría* (unos y otros formaban un bloque político muy estrecho, representaban
prácticamente a la democracia pequeñoburguesa unida ), los
socialrevolucionarios y los mencheviques no tuvieron fuerza bastante para
luchar enérgicamente y hasta el fin contra estos aplazamientos.
* Las elecciones a la Constituyente rusa, en noviembre de 1917, según
informes que se refieren a más de 36 millones de electores, dieron el 25 por
ciento de los votos a los bolcheviques, el 13 por ciento a los distintos
partidos de los terratenientes y de la burguesía, el 62 por ciento a la
democracia pequeñoburguesa, es decir, a los socialrevolucionarios y
mencheviques junto con los pequeños grupos afines a ellos.
En caso de que los Henderson y Snowden se negaran a formar un bloque con
los comunistas, éstos saldrían ganando desde el punto de vista de la conquista
de la simpatía de las masas y el descrédito de los Henderson y Snowden. Poco
importaría entonces perder algunas actas por dicha causa. No presentaríamos
candidatos sino en una ínfima minoría de distritos absolutamente seguros; es
decir, donde la presentación de nuestros candidatos no diera la victoria a un
liberal contra un laborista. Realizaríamos nuestra campaña electoral
distribuyendo hojas en favor del comunismo e invitando en todos los distritos
en que no presentáramos candidato a que se votera por el laborista confra el
burgués. Se equivocan los camaradas Sylvia Pankhurst y Gallacher si ven en
esto una traición al comunismo o una renunciación a la lucha contra los
socialtraidores. Al contrario, es indudable que la causa del comunismo saldría
ganando con ello.
A los comunistas ingleses les es hoy frecuentemente muy difícil incluso
acercarse a las masas, hacer que éstas les escuchen. Pero si yo me presento
como comunista, y al mismo tiempo invito a que se vote por Henderson contra
Lloyd George, seguramente se me escuchará. Y podré explicar de modo accesible
a todos, no sólo por qué los Soviets son mejores que el parlamento y la
dictadura del proletariado mejor que la dictadura de Churchill (cubierta por
el pabellón de la "democracia" burguesa), sino también que yo querría apoyar a
Henderson con mi voto del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado; que la
aproximación de los Henderson a los puestos de su propio gobierno justificará
mis ideas, atraerá a las masas a mi lado, acelerará la muerte política de los
Henderson y Snowden,
tal como sucedió con sus correligionarios en Rusia y en Alemania.
Y si se me objeta que esta táctica es demasiado "astuta" o complicada, que
no la comprenderán las masas, que dispersará y disgregará nuestras fuerzas
impidiendo concentrarlas en la revolución soviética, etc., responderé a mis
contradictores "de izquierda": ¡no hagáis recaer sobre las masas vuestro
propio doctrinarismo! Es de suponer que en Rusia las masas no son más cultas,
sino, por el contrario, menos cultas que en Inglaterra y, sin embargo,
comprendieron a los bolcheviques; y a éstos, lejos de perjudicarles, les
favoreció el hecho de que en vísperas de la revolución soviética en septiembre
de 1917, hubieran compuesto listas de candidatos suyos al parlamento burgués
(a la Asamblea Constituyente) y de que al día siguiente de la revolución
soviética en noviembre de 1917, tomaran parte en las elecciones a esa misma
Constituyente, que fue disuelta por ellos el 5 de enero de 1918.
No puedo detenerme sobre la segunda divergencia entre los comunistas
ingleses, consistente en si deben o no adherirse al Partido Laborista. Poseo
pocos materiales sobre esta cuestión, sumamente compleja, dada la
extraordinaria originalidad del "Partido Laborista" Británico, muy poco
parecido, por su estructura, a los partidos políticos ordinarios del
continente europeo. Pero es indudable, primero, que comete también un error el
que deduce la táctica del proletariado revolucionario de principios como: "el
Partido Comunista debe conservar pura su doctrina e inmaculada su
independencia frente al reformismo, su misión es ir adelante sin detenerse ni
desviarse de su camino, avanzar en línea recta hacia la revolución comunista".
Pues semejantes principios no hacen más que repetir el error de los comuneros
blanquistas franceses, que en 1874 propagaban la "negación" de todo compromiso
y toda etapa intermedia. Segundo, en este punto la tarea consiste,
indudablemente, como siempre, en saber aplicar los principios generales y
fundamentales del comunismo a las peculiaridades de las relaciones entre las
clases y los partidos, a las peculiaridades en el desarrollo objetivo hacia el
comunismo, propias de cada país y que hay que saber estudiar, descubrir y
adivinar.
Pero hay que hablar de esto, no sólo en relación con el comunismo inglés,
sino con las conclusiones generales que se refieren al desenvolvimiento del
comunismo en todos los países capitalistas. Este es el tema que vamos a
abordar ahora.
X
ALGUNAS CONCLUSIONES
La revolución burguesa rusa de 1905 puso de manifiesto un viraje
extraordinariamente original de la historia universal: en uno de los países
capitalistas más atrasados se desarrollaba, por primera vez en el mundo, un
movimiento huelguístico de una fuerza y amplitud inusitadas. Sólo en el mes de
enero de 1905 el número de huelguistas fue diez veces mayor que el número
anual medio de huelguistas durante los diez años precedentes (1895-1904), y de
enero a octubre de 1905 las huelgas aumentaron constantemente y en
proporciones colosales. La Rusia atrasada, bajo la influencia de una serie de
factores históricos completamente originales, dio al mundo el primer ejemplo,
no sólo de un salto brusco de la actividad espontánea en época de revolución
de las masas oprimidas (cosa que ocurrió en todas las
grandes revoluciones), sino también de la significación de un proletariado que
desempeñaba un papel infinitamente superior a su importancia numérica en la
población; mostró por vez primera la combinación de la huelga económica y la
huelga política, con la transformación de ésta en insurrección armada, el
nacimiento de una nueva forma de lucha de masas y organización de las masas de
las clases oprimidas por el capitalismo, los Soviets.
Las revoluciones de febrero y octubre de 1917 determinaron el
desenvolvimiento de los Soviets hasta el punto de extenderse a todo el país,
y, después, su victoria en la revolución proletaria socialista. Menos de dos
años más tarde, se puso de manifiesto el carácter internacional de los
Soviets, la extensión de esta forma de lucha y organización al movimiento
obrero mundial, el destino histórico de los Soviets consistente en ser los
sepultureros, los herederos, los sucesores del parlamentarismo burgués, de la
democracia burguesa en general.
Aun más. La historia del movimiento obrero muestra hoy que éste está
llamado a atravesar en todos los países (y ha comenzado ya a atravesarlo) un
período de lucha del comunismo naciente, cada día más fuerte, que camina hacia
la victoria, ante todo y principalmente contra el "menchevismo" propio de cada
país, es decir, contra el oportunismo y el socialchovinismo, y, de otra parte,
como complemento, por decirlo así, contra el comunismo "de izquierda". La
primera de estas luchas se ha desarrollado en todos los países, sin excepción
al parecer, en forma de lucha entre la II Internacional (hoy prácticamente
muerta) y la Tercera. La segunda lucha se observa tanto en Alemania, como en
Inglaterra, en Italia, en los Estados Unidos (donde una parte al menos de "Los
Trabajadores Industriales del Mundo" y
las tendencias anarcosindicalistas sostienen los érrores del comunismo de
izquierda a la vez que reconocen de manera casi general, casi incondicional,
el sistema soviético) y en Francia (actitud de una parte de los
ex-sindicalistas con respecto al partido político y al parlamentarismo,
paralelamente también al reconocimiento del sistema de los Soviets), es decir,
que se observa, indudablemente, en una escala no sólo internacional, sino
universal.
Pero aunque la escuela preparatoria que conduce al movimiento obrero a la
victoria sobre la burguesía sea en todas partes idéntica en el fondo, su
desarrollo se realiza en cada país de un modo original. Los grandes países
capitalistas adelantados avanzan en este camino mucho más rápidamente que el
bolchevismo, el cual obtuvo en la historia un plazo de quince años para
prepararse, como tendencia política organizada, para la victoria. La III
Internacional, en un plazo tan breve como es un año, ha alcanzado un triunfo
decisivo, deshaciendo a la II Internacional, a la Internacional amarilla,
sociakhovinista, que hace unos meses era incomparablemente más fuerte que la
Tercera, parecía sólida y poderosa, y gozaba en todas las formas, directas e
indirectas, materiales (puestos ministeriales, pasaportes, prensa) y morales,
del apoyo de la burguesía mundial.
Lo que importa ahora es que los comunistas de cada país adquieran completa
conciencia, tanto de los principios fundamentales de la lucha contra el
oportunismo y el doctrinarismo "de izquierda", como de las particularidades
concretas que esta lucha toma y debe tomar inevitablemente en cada país
aislado, conforme a los rasgos originales de su economía, de su política, de
su cultura, de su composición nacional (Irlanda, etc.), de sus colonias, de
sus divisiones religiosas, etc., etc. Por todas partes se siente extenderse y
crecer el descontento contra la II Internacional por su oportunismo a la par
que por su inhabilidad e incapacidad para crear un núcleo realmente
centralizado y dirigente, apto para orientar la táctica internacional del
proletariado revolucionario, en su lucha por la República soviética universal.
Hay que darse perfectamente cuenta de que dicho centro dirigente no puede, en
ningún caso, ser formado con arreglo a un modelo establecido de una vez para
siempre, por medio de la igualación mecánica o uniformidad de las diversas
reglas tácticas de lucha. Mientras subsistan diferencias nacionales y
estatales entre los pueblos y los países -- y estas diferencias subsistirán
incluso mucho tiempo después de la instauración universal de la dictadura del
proletariado --, la unidad de la táctica internacional del movimiento obrero
comunista de todos los países exige, no la supresión de la variedad, no la
supresión de las particularidades nacionales (lo cual constituye en la
actualidad un sueño absurdo), sino una aplicación tal de los principios
fundamentales del comunismo (Poder de los Soviets y dictadura del
proletariado) que baga variar como es debido estos principios en sus
eplicaciones parciales, que los adapte, que los aplique acertadamente a las
particularidades nacionales y políticas de cada Estado. Investigar, estudiar,
descubrir, adivinar, comprender lo que hay de nacionalmente particular,
nacionalmente específico en la manera como cada país aborda concretamente la
solución de un mismo problema internacional: el triunfo sobre el oportunismo y
el doctrinarismo de izquierda en el seno del movimiento obrero, el
derrocamiento de la burguesía, la instauración de la República Soviética y la
dictadura del proletariado, es el principal problema del período histórico que
atraviesan actualmente todos los países adelantados (y no sólo los
adelantados). Lo principal --
naturalmente que no todo ni mucho menos, pero sí lo principal -- ya se ha
hecho para atraer a la vanguardia de la clase obrera, para ponerla al lado del
Poder de los Soviets contra el parlamentarismo, al lado de la dictadura del
proletariado contra la democracia burguesa. Ahora hay que concentrar todas las
fuerzas, toda la atención, en la acción inmediata, que parece ser y es
realmente, hasta cierto punto, menos fundamental, pero que, en cambio, está
prácticamente más cerca de la solución efectiva del problema, a saber: el
descubrimiento de las formas de abordar la revolución proletaria o de pasar a
la misma.
La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo
principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el
triunfo. Pero de esto al triunfo dista todavía bastante. Con sólo la
vanguardia, es imposible triunfar. Lanzar sólo a la vanguardia a la batalla
decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún
una posición de apoyo directo a esta vanguardia, o al menos de neutralidad
benévola con respecto a ella, que la incapacite por completo para defender al
adversario, sería no sólo una estupidez, sino además un crimen. Y para que en
realidad toda la clase, las grandes masas de los trabajadores y de los
oprimidos por el capital lleguen a ocupar semejante posición, son
insuficientes la propaganda y la agitación solas. Para ello es necesaria la
propia experiencia política de estas masas. Tal es la ley fundamental de todas
las grandes revoluciones, confirmada hoy, con una fuerza y un relieve
sorprendentes, no sólo en Rusia, sino también en Alemania. No sólo las masas
incultas de Rusia, frecuentemente analfabetas, sino también las masas muy
cultas, sin analfabetos, de Alemania, necesitaron experimentar en su propia
pelleja toda la impotencia, toda la falta de carácter,
toda la debilidad, todo el servilismo ante la burguesía, toda la infamia del
gobierno de los caballeros de la II Internacional, toda la ineluctabilidad de
la dictadura de los ultrarreaccionarios (Kornílov en Rusia; von Kapp y
compañía en Alemania) como única alternativa frente a la dictadura del
proletariado, para orientarse decididamente hacia el comunismo.
La tarea inmediata de la vanguardia consciente del movimiento obrero
internacional, es decir, de los partidos, grupos y tencdencias comunistas,
consiste en saber llevar a las amplias masas (hoy todavía, en su mayor parte,
soñolientas, apáticas, rutinarias, inertes, adormecidas) a esta nueva posición
suya, o, mejor dicho, en saber dirigir no sólo el propio partido, sino también
a estas masas, en la marcha encaminada a ocupar esa nueva posición. Si la
primera tarea histórica (atraer a la vanguardia consciente del proletariado al
Poder soviético y a la dictadura de la clase obrera) no podía ser resuelta sin
una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el
socialchovinismo, la segunda tarea que resulta ahora de actualidad y que
consiste en saber llevar a las masas a esa nueva posición capaz de asegurar el
triunfo de la vanguardia en la revolución, esta segunda tarea no puede ser
resuelta sin liquidar el doctrinarismo de izquierda, sin enmendar por completo
sus errores, sin desembarazarse de ellos.
Mientras se trate (como se trata aún ahora) de atraerse al comunismo a la
vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer término;
incluso los círculos, con todas las debilidades de la estrechez inherente a
los mismos, son útiles y dan resultados fecundos en este caso. Pero cuando se
trata de la acción práctica de las masas, de poner en orden de batalla -- si
es permitido expresarse así -- al ejército de
millones de hombres, de la disposíción de todas las fuerzas de clase de una
sociedad para la lucha final y decisiva, no conseguiréis nada con sólo las
artes de propagandista, con la repetición escueta de las verdades del
comunismo "puro". Y es que en este terreno, la cuenta no se efectúa por miles,
como hace en sustancia el propagandista miembro de un grupo reducido y que no
dirige todavía masas, sino por millones y decenas de millones. En este caso
tenéis que preguntaros no sólo si habéis convencido a la vanguardia de la
clase revolucionaria, sino también si están dispuestas las fuerzas
históricamente activas de todas las clases, obligatoriamente de todas las
clases de la sociedad sin excepción, de manera que la batalla decisiva se
halle completamente en sazón, de manera que 1) todas las fuerzas de clase que
nos son adversas estén suficientemente sumidas en la confusión,
suficientemente enfrentadas entre sí, suficientemente debilitadas por una
lucha superior a sus fuerzas; 2) que todos los elementos vacilantes,
versátiles, inconsistentes, intermedios -- es decir, la pequeña burguesía, la
democracia pequeñoburguesa, a diferencia de la burguesía -- , se hayan puesto
bastante al desnudo ante el pueblo, se hayan cubierto de ignominia por su
bancarrota práctica; 3) que en el proletariado empiece a formarse y a
extenderse con poderoso impulso un estado de espíritu de masas favorable a
apoyar las acciones revolucionarias más resueltas, más valientes y abnegadas
contra la burguesía. He aquí en qué momento está madura la revolución, he aquí
en qué momento nuestra victoria está segura, si hemos calculado bien todas las
condiciones indicadas y esbozadas brevemente más arriba y hemos elegido
acertadamente el momento.
Las divergencias entre los Churchill y los Lloyd George de una parte --
tipos políticos que existen en todos los países,
con particularidades nacionales ínfimas -- y entre los Henderson y los Lloyd
George de otra, no tienen absolutamente ninguna importancia, son
insignificantes desde el punto de vista del comunismo puro, esto es,
abstracto, incapaz todavía de acción política práctica, de masas. Pero desde
el punto de vista de esta acción práctica de las masas, estas divergencias son
de una importancia extraordinaria. Saber estimarlas, saber determinar el
momento en que están plenamente en sazón los conflictos inevitables entre esos
"amigos", conflictos que debilitan y hasta desarman a todos los "amigos"
tomados en conjunto, es la obra, es la misión del comunista que desee ser no
sólo un propagandista consciente, convencido e ideológico, sino un dirigente
práctico de las masas en la revolución. Es necesario unir la fidelidad más
abnegada a las ideas comunistas con el arte de admitir todos los compromisos
prácticos necesarios, las maniobras, los acuerdos, los zigzags, las retiradas,
etc., susceptibles de precipitar primero la subida al Poder de los Henderson
(de los héroes de la II Internacional para no citar individuos, de los
representantes de la democracia pequeñoburguesa que se llaman socialistas) y
su bancarrota en el mismo, para acelerar su quiebra inevitable en la práctica,
bancarrota que ilustrará a las masas precisamente en nuestro espíritu y las
orientará precisamente hacia el comunismo; para acelerar la tirantez, las
disputas, los conflictos, la escisión completa inevitables entre los
Henderson-Lloyd George-Churchill (entre los mencheviques y los
socialrevolucionarios -- los kadetes -- los monárquicos ¡ entre Scheidemann --
la burguesía -- los partidarios de von Kapp; etc.) y para elegir acertadamente
el momento en que llega a su grado máximo la disensión entre toclos esos
"pilares de la sacrosanta propiedad privada", a fin de deshacerlos de un
golpe, por medio de una ofensiva resuelta del proletariado, y conquistar el
Poder político.
La historia en general, la de las revoluciones en particular, es siempre
más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva, más
"astuta" de lo que se imaginan los mejores partidos, las vanguardias más
conscientes de las clases más adelantadas. Se comprende fácilmente, pues las
mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad, la pasión, la
imaginación de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la
hacen, en momentos de tensión y excitación especiales de todas las facultades
humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión, la imaginación de decenas de
millones de hombres aguijados por la lucha de clases más aguda. De aquí se
derivan dos conclusiones prácticas muy importantes: la primera es que la clase
revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas
y los aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social (dispuesta
a completar después de la conquista del Poder político, a veces con gran
riesgo e inmenso peligro, lo que no ha terminado antes de esta conquista); la
segunda es que la clase revolucionaria debe hallarse dispuesta a reemplazar de
un modo rápido e inesperado una forma por otra.
Todo el mundo convendrá que sería insensata y hasta criminal la conducta
de un ejército que no se dispusiera a utilizar toda clase de armas, todos los
medios y procedimientos de lucha que posee o puede poseer el enemigo. Pero
esta verdad es todavía más aplicable a la política que al arte militar. En
política se puede aún menos saber de antemano qué método de lucha será
aplicable y ventajoso para nosotros en tales o cuales circunstancias futuras.
Sin dominar todos los medios de lucha, podemos correr el riesgo de sufrir una
enorme derrota, a veces decisiva, si cambios independientes de nuestra
voluntad en la situación de las otras clases ponen a la orden del día una
forma de acción en la cual somos particularmente débiles. Si dominamos todos
los medios de lucha, nuestro triunfo es seguro, puesto que representamos los
intereses de la clase realmente avanzada, realmente revolucionaria, aun en el
caso de que las circunstancias no nos permitan hacer uso del arma más
peligrosa para el enemigo, del arma susceptible de asestar con la mayor
rapidez golpes mortales. Los revolucionarios inexperimentados se imaginan a
menudo que los medios legales de lucha son oportunistas, porque en este
terreno (sobre todo en los períodos llamados "pacíficos", en los períodos no
revolucionarios) la burguesía engañaba y embaucaba con una frecuencia
particular a los obreros, y que los procedimientos ilegales son
revolucionarios. Tal afirmación, sin embargo, no es justa. Lo justo es que los
oportunistas y traidores a la clase obrera, son los partidos y jefes que no
saben o no quieren (no digáis nunca: no puedo, sino: no quiero) aplicar los
procedimientos ilegales en una situación como la guerra imperialista de
1914-1918 por ejemplo, en que la burguesía de los países democráticos más
libres engañaba a los obreros con una insolencia y crueldad nunca vistas,
prohibiendo que se dijese la verdad sobre el carácter de rapiña de la guerra.
Pero los revolucionarios que no saben combinar las formas ilegales de lucha
con todas las formas legales son unos malos revolucionarios. No es difícil ser
revolucionario cuando la revolución ha estallado ya y se halla en su apogeo,
cuando todos y cada uno se adhieren a la revolución simplemente por
entusiasmo, por moda y a veces por interés personal de hacer carrera. Al
proletariado le cuesta mucho, le produce duras penalidades, le origina
verdaderos tormentos "deshacerse", después de su triunfo, de estos
"revolucionarios". Es infinitamente más difícil -- y
muchísimo más meritorio -- saber ser revolucionario cuando todavía no se dan
las condiciones para la lucha directa, franca, la verdadera lucha de masas, la
verdadera lucha revolucionaria, saber defender los intereses de la revolución
(mediante la propaganda, la agitación, la organización) en instituciones no
revolucionarias y a menudo sencillamente reaccionarias, en la situación no
revolucionaria entre unas masas incapaces de comprender de un modo inmediato
la necesidad de un método revolucionario de acción. Saber encontrar, percibir,
determinar exactamente la marcha concreta o el cambio brusco de los
acontecimientos susceptibles de conducir a las masas a la grande y verdadera
lucha revolucionaria final y decisiva, es en lo que consiste la misión
principal del comunismo contemporáneo en la Europa occidental y en América.
Ejemplo: Inglaterra. No podemos saber -- ni nadie se halla en estado de
determinarlo por anticipado -- cuándo estallará allí la verdadera revolución
proletaria y cuál será el motivo principal que despertará, inflamará, lanzará
a la lucha a las grandes masas, hoy aun adormecidas. Tenemos el deber, por
consiguiente, de realizar todo nuestro trabajo preparatorio teniendo herradas
las cuatro patas (según la expresión favorita del difunto Plejánov cuando
todavía era marxista y revolucionario). Quizá sea una crisis parlamentaria la
que "abra el paso", la que "rompa el hielo"; acaso una crisis que derive de
las contradicciones coloniales e imperialistas irremediablemente complicadas,
cada vez más inextricables y exasperadas; son posibles otras causas. No
hablamos del género de lucha que decidirá la suerte de la revolución
proletaria en Inglaterra (esta cuestión no sugiere duda alguna para ningún
comunista, pues para todos nosotros está firmemente resuelta), pero sí del
motivo que despertará a las
masas proletarias adormecidas hoy todavía, las pondrá en movimiento y las
conducirá a la revolución. No olvidemos que, por ejemplo, en la república
burguesa de Francia, en una situación que, tanto desde el punto de vista
internacional como del interior, era cien veces menos revolucionaria que la
actual, bastó una circunstancia tan "inesperada" y tan "mezquina" como el
asunto Dreyfus -- una de las mil hazañas deshonrosas de la banda militarista
reaccionaria -- para conducir al pueblo a dos dedos de la guerra civil.
En Inglaterra, los comunistas deben utilizar constantemente, sin descanso
ni vacilación, las elecciones parlamentarias y todas las peripecias de la
política irlandesa, colonial e imperialista mundial del gobierno británico,
como todos los demás campos, esferas y aspectos de la vida social, trabajando
en ellos con un espíritu nuevo, con el espíritu del comunismo, con el espíritu
de la Tercera, no de la Segunda Internacional. No dispongo de tiempo y espacio
para describir aquí los procedimientos "rusos", "bolcheviques" de
participación en las elecciones y en la lucha parlamentaria; pero puedo
asegurar a los comunistas de los demás países que no se parecían en nada a las
campañas parlamentarias corrientes en la Europa occidental. De aquí se saca a
menudo la siguiente conclusión: "Es que vuestro parlamentarismo no era lo
mismo que el nuestro". La conclusión es falsa. Para ello existen en el mundo
comunistas y partidarios de la III Internacional en todos los países, para
transformar en toda la línea, en todos los dominios de la vida, la vieja labor
socialista, tradeunionista, sindicalista y parlamentaria, en una labor nueva,
comunista. En nuestras elecciones hemos visto también, de sobra, rasgos
puramente burgueses, rasgos de oportunismo, de practicismo vulgar, de engaño
capitalista. Los comunistas de Europa occidental y de América deben
aprender a crear un parlamentarismo nuevo, poco comun, no oportunista, que no
tenga nada de arrivista; es necesario que el Partido Comunista lance sus
consignas, que los verdaderos proletarios, con ayuda de la masa de la gente
pobre, inorganizada y aplastada, extiendan y distribuyan octavillas, recorran
las viviendas de los obreros, las chozas de los proletarios del campo y de los
campesinos que viven en los sitios más recónditos (por ventura, en Europa los
hay mucho menos que en Rusia, y en Inglaterra apenas si existen), penetren en
las tabernas más concurridas, se introduzcan en las asociaciones, en las
sociedacdes, en las reuniones fortuitas de los elementos pobres, que hablen al
pueblo con un lenguaje sencillo (y no de un modo muy parlamentario), no
corran, por nada en el mundo, tras un "lugarcito" en los escaños del
parlamento, despierten en todas partes el pensamiento, arrastren a la masa,
cojan a la burguesía por la palabra, utilicen el aparato creado por ella, las
elecciones convocadas por ella, el llamamiento hecho por ella a todo el
pueblo, den a conocer a este último el bolchevismo como nunca habían tenido
ocasión de hacerlo (bajo el dominio burgués), fuera del período electoral (sin
contar, naturalmente, con los momentos de grandes huelgas, cuando ese mismo
aparato de agitación popular funcionaba en nuestro país con más intensidad
aún). Hacer esto en la Europa occidental y en América es muy difícil,
dificilísimo, pero puede y debe hacerse, pues las tareas del comunismo no
pueden cumplirse, en general, sin trabajo, y hay que esforzarse para resolver
los problemas prácticos cada vez más variados, cada vez más ligados a todos
los aspectos de la vida social y que van arrebatándole cada vez más a la
burguesía un sector, un campo de la vida social tras otro.
En esa misma Inglaterra es asimismo necesario organizar de un modo nuevo
(no de un modo socialista, sino de un modo comunista; no de un modo
reformista, sino de un modo revolucionario) la labor de propaganda, de
agitación y de organización en el ejército y entre las naciones oprimidas y
las que no gozan de la plenitud de derechos en "su " Estado (Irlanda, las
colonias). Pues todos estos sectores de la vida social, en la época del
imperialismo en general y sobre todo ahora, después de esta guerra que ha
atormentado a los pueblos y que les ha abierto rápidamente los ojos a la
verdad (la verdad de que decenas de millones de hombres han muerto o han sido
mutilados únicamente para decidir si serían los bandidos ingleses o los
bandidos alemanes los que saquearían más países), todos estos sectores de la
vida social se saturan particularmente de materias inflamables y dan origen a
muchos conflictos, a muchas crisis y a la exacerbación de la lucha de clases.
No sabemos ni podemos saber cuál de las chispas que, en enjambre, surgen ahora
por doquier en todos los países bajo la influencia de la crisis económica y
politica mundial, podrá originar el incendio, es decir, despertar de una
manera especial a las masas, y por lo tanto debemos, con nuestros nuevos
principios, nuestros principios comunistas, emprender la "preparación" de
todos los campos, sean de la naturaleza que sean, hasta los más viejos, los
más vetustos, y en apariencia los más estériles, pues en caso contrario no
estaremos a la altura de nuestra misión, faltaremos en algo, no dominaremos
todas las clases de armas, no nos prepararemos ni para la victoria sobre la
burguesia (la cual ha organizado la vida social en todos sus aspectos a la
manera burguesa y ahora la ha desorganizado de ese mismo modo) ni para la
reorganización comunista de toda la vida, que deberemos realizar una vez
obtenida la victoria.
Después de la revolución proletaria en Rusia, de las victorias de dicha
revolución en el terreno internacional, inesperadas para la burguesia y los
filisteos, el mundo entero se ha transformado y la burguesia es también en
todas partes otra. La burguesia está asustada por el "bolchevismo", está
irritada contra él casi hasta perder la razón, y precisamente por eso acelera,
por una parte, el desarrollo de los acontecimientos y, por otra, concentra la
atención en el aplastamiento del bolchevismo por la fuerza, debilitando con
ello su posición en otros muchos terrenos. Los comunistas de todos los países
adelantados deben tener en cuenta estas dos circunstancias para su táctica.
Cuando los kadetes rusos y Kerenski emprendieron una persecución furiosa
contra los bolcheviques -- sobre todo después de abril de 1917, y más aun en
junio y julio del mismo año --, "rebasaron los limites". Los millones de
ejemplares de los periódicos burgueses que gritaban en todos los tonos contra
los bolcheviques, nos ayudaron a conseguir que las masas valorasen el
bolchevismo y, aun sin contar con la prensa, toda la vida social, gracias al
"celo" de la burguesía, se impregnó de discusiones sobre el bolchevismo. En el
momento actual, los millonarios de todos los países se conducen de tal modo en
la escala internacional, que debemos estarles reconocidos de todo corazón.
Persiguen al bolchevismo con el mismo celo que lo perseguían antes Kerenski y
compañia, y, como éstos, "rebasan también los límites" y nos ayudan. Cuando la
burguesia francesa convierte al bolchevismo en el punto central de la campaña
electoral, injuriando por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados
o vacilantes; cuando la burguesía norteamericana, perdiendo completamente la
cabeza, detiene a miles y miles de inclividuos sospechosos de bolchevismo y
crea un ambiente de pánico propagancdo por doquier la nueva de conjuraciones
bolcheviques; cuando la burguesía inglesa, la más "sólida" de todas las
burguesías del mundo, con todo su talento y su experiencia, comete
inverosímiles tonterias, funda riquísimas "sociedades para la lucha contra el
bolchevismo", crea una literatura especial sobre este último, toma a su
servicio, para la lucha contra el bolchevismo, a un personal suplementario de
sabios, de agitadores, de curas, debemos inclinarnos y dar las gracias a los
señores capitalistas. Estos trabajan para nosotros, nos ayudan a interesar a
las masas en la cuestión de la naturaleza y la significación del bolchevismo.
Y no pueden obrar de otro modo, porque ya han fracasado en sus intentos de
"hacer el silencio" alrededor del bolchevismo y ahogarlo.
Pero, al mismo tiempo, la burguesía ve en el bolchevismo casi únicamente
uno de los aspectos de este último: la insurrección, la violencia, el terror;
por esto se prepara particularmente para resistir y rechazar al bolchevismo en
este terreno Es posible que en casos aislados, en algunos países, en tales o
cuales períodos breves lo consiga; hay que contar con esa posibilidad, que no
tiene para nosotros nada de temible. El comunismo "brota", literalmente, en
todos los aspectos de la vida social, se manifiesta decididamente por doquier,
el "contagio" (para emplear la comparación preferida de la burguesía y de la
policía burguesa, y la más "agradable" para ella) ha penetrado muy
profundamente en todos los poros del organismo y lo ha impregnado por
completo. Si se "obtura" con celo particular una de las salidas, el "contagio"
encontrará otra, a veces completamente inesperada; la vida triunfa por encima
de todo. Que la burguesía se sobresalte, se irrite hasta perder la cabeza, que
rebase los límites, que cometa necedades, que se vengue de antemano de los
bolcheviques y se esfuerce en aniquilar (en la India, en Hungría, en Alemania,
etc.) a centenares, a miles, a centenares de miles de bolcheviques de mañana o
de ayer ¡ al obrar así procede como han obrado todas las clases condenadas por
la historia a desaparecer. Los comunistas deben saber que, en todo caso, el
porvenir les pertenece, y por esto podemos (y debemos) unir el máximo de
pasión en la gran lucha revolucionaria con la consideración más fría y serena
de las furiosas sacudidas de la burguesía. La revolución rusa fue cruelmente
derrotada en 1905; los bolcheviques rusos fueron aplastados en julio de 1917;
más de 15.000 comunistas alemanes fueron aniquilados por medio de la
provocación artera y de las maniobras hábiles de Scheidemann y Noske, aliados
a la burguesía y los generales monárquicos; en Finlandia y en Hungría hace
estragos el terror blanco, pero en todos los casos y en todos los países, el
comunismo se está templando y crece; sus raíces son tan profundas que las
persecuciones no lo debilitan, no lo desarman, sino que lo refuerzan. Lo único
que hace falta para que marchemos hacia la victoria más firmemente y más
seguros, es que los comunistas de todos los países actuemos en todas partes y
hasta el fin, guiados por la convicción de la necesidad de una flexibilidad
máxima en nuestra táctica. Lo que actualmente hace falta al comunismo, que
crece magníficamente, sobre todo en los países adelantados, es esta conciencia
y el acierto para aplicarla en la práctica.
Podría (y debería) ser una lección útil lo ocurrido con unos eruditos
marxistas y unos jefes de la II Internacional tan fieles al socialismo como
Kautsky, Otto Bauer y otros. Estos tenían perfecta conciencia de la necesidad
de una táctica flexible, habían aprendido y enseñaban a los demás la
dialéctica marxista (y mucho de lo hecho por ellos en este
campo, será considerado siempre como una valiosa adquisición de la literatura
socialista); pero al aplicar esta dialéctica, han incurrido en un error de tal
naturaleza, se han mostrado en la práctica tan apartados de la dialéctica, tan
incapaces de tener en cuenta los rápidos cambios de forma y la rápida entrada
de un contenido nuevo en las antiguas formas, que su suerte no es más
envidiable que la de Hyndman, Guesde y Plejánov.
La causa fundamental de su bancarrota consiste en que se han dejado
"encandilar" por una forma determinada de crecimiento del movimiento obrero y
del socialismo, olvidándose de su unilateralidad; han tenido miedo a ver la
brusca ruptura, inevitable por las circunstancias objetivas, y han seguido
repitiendo las simples verdades aprendidas de memoria y a primera vista
indiscutibles: tres son más que dos. Pero la política se parece más al álgebra
que a la aritmética y todavía más a las matemáticas superiores que a las
matemáticas simples. En realidad, todas las formas antiguas del movimiento
socialista se han llenado de un contenido nuevo y un nuevo signo ha aparecido
por lo tanto delante de las cifras, el signo "menos", mientras nuestros sabios
seguían (y siguen) afirmando tenazmente a todo el mundo que "menos tres" es
mayor que "menos dos".
Hay que procurar que los comunistas no repitan el mismo error en el otro
sentido, o mejor dicho, que ese mismo error, cometido, aunque en un sentido
contrario, por los comunistas "de izquierda" sea corregido y curado con el
máximo de rapidez y el mínimo de dolor para el organismo. No sólo el
doctrinarismo de derecha constituye un error, también lo constituye el
doctrinarismo de izquierda. Naturalmente, el error del doctrinarismo de
izquierda en el comunismo es en el momento actual mil veces menos peligroso y
grave que el de
derecha (esto es, del socialchovinismo y de los kautskianos); pero esto se
debe únicamente a que el comunismo de izquierda es una tendencia novísima, que
acaba de nacer. Sólo por esto, la enfermedad puede ser, en ciertas
condiciones, fácilmente vencida y es necesario emprender su tratamiento con el
máximo de energía.
Las antiguas formas se han roto, pues ha resultado que su nuevo contenido
-- antiproletario, reaccionario -- ha adquirido un desarrollo inconmensurable.
Desde el punto de vista del desenvolvimiento del comunismo internacional,
poseemos hoy un contenido tan sólido, tan fuerte, tan potente, de nuestra
actividad (por el Poder de los Soviets por la dictadura del proletariado) que
puede y debe manifestarse en cualquier forma tanto antigua como nueva, que
puede y debe transformar, vencer, someter a todas las demás formas, no sólo
nuevas, sino también antiguas, no para conciliarse con ellas, sino a fin de
saber convertirlas todas, las nuevas y las viejas, en un arma para la victoria
completa y definitiva, decisiva e irremisible del comunismo.
Los comunistas deben consagrar todos sus esfuerzos a dirigir el movimiento
obrero y el desarrollo social en general por el camino más recto y rápido
hacia la victoria mundial del Poder soviético y de la dictadura del
proletariado. Es una verdad indiscutible. Pero basta dar un pequeño paso más
allá -- aunque parezca efectuado en la misma dirección --, para que esta
verdad se cambie en error. Basta con que digamos, como hacen los comunistas de
izquierda alemanes e ingleses, que no aceptamos más que un camino, el camino
recto, que no admitimos las maniobras, los acuerdos, los compromisos, para que
sea un error que puede causar, y que ha causado ya en parte y sigue causando,
los más serios perjuicios al comunismo. Los doctrinarios de derecha se han
obstinado en no admitir más que las formas antiguas, y han fracasado del modo
más completo por no haberse dado cuenta del nuevo contenido. Los doctrinarios
de izquierda se obstinan en rechazar incondicionalmente determinadas formas
antiguas, sin ver que el contenido nuevo se abre paso a través de toda clase
de formas y que nuestro deber de comunistas consiste en adueñarnos de todas
ellas, en aprender a completar con el máximo de rapidez unas con otras, en
sustituirlas unas por otras, en adaptar nuestra táctica a todo cambio de este
género, suscitado por una clase que no sea la nuestra o por unos esfuerzos que
no sean los nuestros.
La revolución mundial, que ha recibido un impulso tan poderoso y ha sido
tan intensamente acelerada por los horrores, las villanías y las abominaciones
de la guerra imperialista mundial, de la situación sin salida creada por la
misma, esa revolución se extiende y se ahonda con una rapidez tan
extraordinaria, con una riqueza tan magnífica de formas sucesivas, con una
refutación práctica tan edificante de todo doctrinarismo, que tenemos todos
los motivos para creer en una curación rápida y completa del "izquierdismo",
enfermedad infantil en el movimiento comunista internacional.
27 de abril de 1920.
APENDICE
Mientras las imprentas de nuestro país -- saqueado por los imperialistas
de todo el mundo en venganza por la revolución proletaria y al que siguen
saqueando y blogueando a pesar de todas las promesas dadas a sus obreros --
preparaban la edición de mi libro, han llegado del extranjero materiales
complementarios. Sin otra pretensión que la de trazar unas notas fugitivas de
publicista, trataré brevemente algunos puntos.
I
LA ESCISION DE LOS COMUNISTAS
ALEMANES
La escisión de los comunistas en Alemania es un hecho consumado. Los
"izquierdistas" u "oposición de principio" han constituido un "Partido
Comunista Obrero" aparte, opuesto al "Partido Comunista". En Italia, las cosas
conducen también, al parecer, a la escisión; y digo al parecer porque no poseo
más que dos números complementarios (los mú-
meros 7 y 8) del periódico de izquierda "Il Soviet", en el cual se discute
abiertamente la posibilidad y la necesidad de la escisión y se habla también
de uú congreso de la fracción de los "abstencionistas" (o boicotistas, es
decir adversarios de la participación en el parlamento), fracción que hasta
ahora forma parte del Partido Socialista Italiano.
Puede temerse que la escisión de los "izquierdistas", de los
antiparlamentarios (en parte también antipolíticos, adversarios de un partido
político y de la acción en los sindicatos) se convierta en un fenómeno
internacional, como la escisión de los "centralistas" (o kautskianos,
longuetistas, "independientes", etc.). Admitamos que sea así. Siempre es
preferible una escisión a una situación confusa que obstaculice el
desenvolvimiento ideológico, teórico y revolucionario del Partido, su
maduración y su trabajo práctico, armónico y realmente organizado, que prepara
realmente la dictadura del proletariado.
Dejemos a los "izquierdistas" que se pongan a prueba prácticamente en el
terreno nacional e internacional, dejémosles en libertad de preparar (y
después realizar) la dictadura del proletariado, sin un partido estrictamente
centralizado que tenga una disciplina férrea, sin saber dominar todos los
sectores, ramos y variedades de la actividad política y cultural. La
experiencia práctica les enseñará rápidamente.
Lo único que hay que hacer es consagrar todos los esfuerzos a que la
escisión de los "izquierdistas" no dificulte, o dificulte lo menos posible, la
fusión necesaria inevitable, en un futuro próximo, en un solo partido de todos
los que toman parte en el movimiento obrero y son partidarios sinceros y de
buena fe del Poder de los Soviets y de la dictadura del proletariado. En Rusia
ha sido una gran dicha para los bolcheviques el
que hayan podido disponer de quince años de lucha sistemática y acabada contra
los mencheviques (es decir, los oportunistas y "centristas") y contra los
"izquierdistas" mucho antes de la lucha directa de las masas por la dictadura
del proletariado. En Europa y América este trabajo hay que efectuarlo ahora "a
marchas forzadas". Algunos individuos, sobre todo entre los pretendientes
derrotados al papel de caudillos, pueden (si no tienen bastante espíritu de
disciplina proletaria y "franqueza consigo mismos") obstinarse largo tiempo en
sus errores; pero las masas obreras, cuando llegue el momento, se unirán fácil
y rápidamente y se agruparán con todos los comunistas sinceros en un partido
único, capaz de implantar el régimen de los Soviets y la dictadura del
proletariado*.
* Sobre la cuestión de la fusión futura de los comunistas "de izquierda",
de los antiparlamentarios, con los comunistas en general, haré notar lo que
sigue: En la medida en que me ha sido posible leer los periódicos de los
comunistas "de izquierda" y de los comunistas en general en Alemania, los
primeros tienen la ventaja de que saben realizar la agitación entre las masas
mejor que los segundos. Había observado algo análogo -- aunque en menores
proporciones y en algunas organizaciones locales aisladas, y no en todo el
país -- en la historia del Partido bolchevique. Por ejemplo, en 1907-1908 los
bolcheviques "de izquierda" en algunos sitios, a veces, llevaron a cabo su
agitación entre las masas con más éxito que nosotros. Esto se explica en parte
porque con una táctica de "simple" negación es más fácil abordar a las masas
en un momento revolucionario o cuando está todavía vivo el recuerdo de la
revolución. Sin embargo, esto no prueba la justeza de tal táctica. En todo
caso, es indudable que el partido comunista que quiera ser realmente el
destacamento avanzado, la vanguardia de la clase revolucionaria del
proletariado, y que quiera además aprender a dirigir a las amplias masas, no
sólo proletarias sino también no proletarias, a las masas de trabajadores y
explotados, debe saber realizar la propaganda y efectuar la organización y la
agitación del modo más accesible, más comprensible, más claro y vivo, tanto en
las barriadas obreras de las ciudades como en el campo.
II
COMUNISTAS E INDEPENDIENTES
EN ALEMANIA
He expresado en mi folleto la opinión de que un compromiso entre los
comunistas y el ala izquierda de los independientes es indispensable y útil
para el comunismo, pero que su realización no será fácil. Los periódicos que
he recibido después me han confirmado en estas dos opiniones. El número 32 de
"Bandera Roja", órgano del Comité Central del Partido Comunista de Alemania
("Die Rote Fahne", Zentralorgan der Kommun. Partei Deutschlands,
Spartacusbund,[22] del 26. III. 1920), contiene una "declaración" de dicho
Comité Central sobre la cuestión del "putch" (complot, aventura) militar
Kapp-Luttwitz y sobre el "gobierno socialista" La declaración es completamente
justa, tanto en lo que se refiere a las premisas fundamentales como desde el
punto de vista de las conclusiones prácticas. Las premisas fundamentales se
reducen a afirmar que, en el momento actual, no existe la "base objetiva" para
la dictadura del proletariado, pues la "mayoría de los obreros urbanos" está
por los independientes. Conclusión: promesa de una "oposición leal" (es decir,
renuncia a la preparación del "derrocamiento por la fuerza") al gobierno
"socialista, con exclusión de los partidos capitalistas burgueses".
Esta táctica indudablemente es justa en el fondo. Pero si no hay por qué
detenerse en menudas imprecisiones de fórmula, es imposible, no obstante,
pasar en silencio que no se puede llamar "socialista" (en una declaración
oficial del Partido Comunista) a un gobierno de socialtraidores, que no se
puede hablar de la exclusión "de los partidos capitalistas burgueses", cuando
los partidos de los Scheidemann y los Kautsky-Crispien son partidos
democráticos pequeñoburgueses, y en fin, que no hay derecho a escribir cosas
como las que se dicen en el párrafo IV de la declaración mencionada, donde
leemos:
". . . Para conseguir que las masas proletarias se adhieran a la causa del
comunismo es un elemento de importancia inmensa, desde el punto de vista del
desenvolvimiento de la dictadura del proletariado, que pueda ser utilizado
ilimitadamente el estado de cosas creado por la libertad política y que la
democracia burguesa no pueda manifestarse como dictadura del capital. . ."
Semejante estado de cosas es imposible. Los caudillos pequeñoburgueses,
los Henderson (los Scheidemann) y los Snowden (los Crispien) alemanes no salen
ni pueden salirse del marco de la democracia burguesa, la cual, a su vez, no
puede dejar de ser la dictadura del capital. De estas cosas, falsas en
principio y perjudiciales políticamente, no había por qué hablar desde el
punto de vista del resultado práctico que perseguía con toda justeza el Comité
Central del Partido Comunista. Para ello bastaba decir (si se quería emplear
la cortesía parlamentaria): mientras la mayoría de los obreros de las ciudades
siga a los independientes, nosotros, los comunistas, no podemos impedir que
estos obreros se libren de sus últimas ilusiones democráticas y
pequeñoburguesas (es decir, "burguesas-capitalistas" también) a base de la
experiencia de "su" gobierno. Esto es suficiente para justificar el
compromiso, que es realmente necesario y que debe consistir en renunciar por
cierto tiempo a toda tentativa de derribar por la fuerza a un gobierno que
goza de la confianza de la
mayoría de los obreros de las ciudades. Pero en la agitación cotidiana entre
las masas, que no tiene por qué hacerse con la cortesía parlamentaria oficial,
se podría, naturalmente, añadir: dejemos que esos canallas como Scheidemann,
esos filisteos como los Kautsky-Crispien pongan de manifiesto con sus obras
hasta qué punto están ellos mismos engañados y engañan a los obreros; su
gobierno "puro" efectuará "mejor que nadie" el trabajo de "limpiar" los
establos de Augias del socialismo, del socialdemocratismo y demás formas de la
socialtraición.
La verdadera naturaleza de los jefes actuales del "Partido Socialista
Independiente de Alemania" (de esos jefes de quienes se dice equivocadamente
que han perdido ya toda influencia, cuando en realidad son aún más peligrosos
para el proletariado que los socialdemócratas húngaros, que habían tomado el
nombre de comunistas y prometido "sostener" la dictadura del proletariado) se
ha puesto de manifiesto una vez más con ocasión de la aventura de los Kornílov
de Alemania, esto es, del golpe de Estado de von Kapp y Luttwitz*. Y tenemos
también una pequeña pero clara prueba de esto en los artículos de C. Kautsky
"Horas decisivas" ["Entscheidende Stunden"] en la "Freiheit" ["La Libertad",
órgano de los independientes] del 30 de marzo de 1920 y de Arturo Crispien:
"Sobre la situación política" (en el mismo periódico del 14 de abril de 1920).
Estos señores no saben en absoluto pensar y razonar como revolucionarios.
* Con extraordinaria claridad, concisión y exactitud, a la manera
marxista, se explica esto en el excelente periódico del Partido Comunista
Austríaco, "Bandera Roja", del 28 y 30 de marzo de 1920. ("Die Rote Fahne",
Wien, 1920, núms. 266 y 267; L. L.: "Ein neuer Abschnitt der deutschen
Revolution". ["Una nueva etapa de la revolución alemana" -- N. del R.]).
¡Son unos demócratas pequeñoburgueses llorones, mil veces más peligrosos para
el proletariado si se declaran partidarios del Poder de los Soviets y de la
dictadura del proletariado, pues, en realidad, en cada instante difícil y
peligroso cometerán inevitablemente una traición. . . quedando convencidos con
la "mayor sinceridad" de que ayudan al proletariado! Los socialdemócratas de
Hungría, que se bautizaron de comunistas, querían también "ayudar" al
proletariado, cuando, gracias a su cobardía y a su falta de carácter, juzgaron
desesperada la situación del Poder soviético en Hungría y empezaron a
lloriquear ante los agentes de los capitalistas y verdugos de la Entente.
III
TURATI Y COMPAÑIA EN ITALIA
Los números del periódico italiano "Il Soviet", que he indicado más
arriba, confirman plenamente lo que he dicho en mi folleto sobre el error del
Partido Socialista Italiano al tolerar en sus filas miembros semejantes y
hasta a un grupo parlamentario compuesto de esa gente. Pero confirma todavía
más eso un testigo tan desinteresado como el corresponsal en Roma del
periódico liberal burgués inglés "The Manchester Guardian", el cual, en el
número del 12 de marzo de 1920, publica una interviú con Turati.
". . . El señor Turati -- dice dicho corresponsal -- estima que el peligro
revolucionario en Italia no es tal que pueda suscitar temores, que carecen de
todo fundamento. Los maximalistas juegan con el fuego de las teorías
soviéticas, sólo para conservar a las masas en un estado de agitación
y excitación. En realidad, sin embargo, dichas teorías son concepciones
puramente legendarias, programas no maduros, que no valen para ser aplicados
prácticamente y que no sirven más que para mantener a las clases trabajadoras
en situación expectante. Esos mismos hombres que las emplean como atractivo
para deslumbrar al proletariado, se ven obligados a sostener una lucha diaria
para conquistar algunas mejoras económicas, a menudo insignificantes, a fin de
retardar el momento en que las clases trabajadoras pierdan su fe y sus
ilusiones en sus mitos favoritos. De aquí una larga etapa de huelgas de las
más diversas proporciones, provocadas por los motivos más diversos, hasta
llegar a las últimas de los empleados de correos y ferrocarriles, huelgas que
hacen aún más penosa la situación ya difícil del país.