UN TEXTO OLVIDADO PUBLICADO EN LA REVISTA “NUEVA POLITICA” - Walsh y la “nueva izquierda” de los años ‘60. En diciembre de 1965 apareció el único número de una revista en la que participaban Ismael Viñas, su hermano David, Noé Jitrik y León Rozitchner. Rodolfo Walsh aportó un texto olvidado hasta hoy. Un rescate y un contexto de las ideas, quiebres y cambios de la izquierda de la época.
Por Eduardo Jozami ~ Página 12 - 21/03/04
A mediados de la década del ‘60, cuando la publicación de sus cuentos y
obras de teatro le generaban un importante reconocimiento, Rodolfo Walsh se
vinculó al Movimiento de Liberación Nacional, grupo político de la llamada
“nueva izquierda”. Fruto de esa colaboración es el texto adjunto, nunca
reeditado desde su aparición en la revista Nueva Política. La posterior
integración de escritor en la CGT de los Argentinos y su acercamiento al
peronismo revolucionario pondría en crisis aquella vinculación, como se
advierte en los cuestionamientos a Walsh recientemente formuladas por Ismael
Viñas, principal dirigente de aquel movimiento. El artículo que publicamos
vale como testimonio de esa relación política pero es también una prueba de
la recurrente inquietud de Walsh por las cuestiones militares y de la
originalidad de su escritura política.
En diciembre de 1965, aparecía en Buenos Aires el primer número –que habría
de ser también el único– de Nueva Política, publicación que se
presentaba como “una revista de coincidencias a partir de una perspectiva
nacionalista, revolucionaria y socialista”. En el Consejo de Redacción se
advertía la presencia dominante de Ismael Viñas: varios de los integrantes
–su hermano David, Noé Jitrik, León Rozitchner– lo habían acompañado años
atrás en Contorno y otros eran miembros del Movimiento de Liberación
Nacional del que Viñas era reconocido como dirigente principal. Pero había
otros componentes, como Juan Carlos Portantiero y el autor de esta nota,
disidentes del Partido Comunista, y también un escritor a quien podía
entonces calificarse de independiente: Rodolfo Walsh.
Eran los tiempos de la “nueva izquierda”. La revolución cubana parecía
abrir un rumbo revolucionario en América latina que los partidos
tradicionales de la izquierda habían clausurado de hecho, la perduración del
liderazgo de Perón llevaba a nuevas reflexiones sobre la “incomprensión”
por parte de socialistas y comunistas del “fenómeno peronista” y, por último,
la fuerte polémica entre los países socialistas quitaba credibilidad a la
proclamación de cualquier ortodoxia, estimulando la búsqueda de una
propuesta original. Así lo entendía Nueva Política, cuyo editorial, luego
de enumerar una copiosa agenda de cuestiones teóricas a resolver, reclamaba
un “camino nacional para la revolución socialista”.
Que la revista no constituía un fenómeno aislado lo evidencian otras
publicaciones de esos últimos meses de 1965. El sexto número de la Rosa
Blindada –que expresaba una importante disidencia de intelectuales
comunistas encabezada por José Luis Mangieri, Alberto Brocato, Juan Gelman y
Andrés Rivera– publicaba “El socialismo y el hombre en Cuba”, la carta
enviada por el Che Guevara al director de la revista Marcha de Montevideo que
habría de convertirse en el ideario ético de la nueva izquierda, pero también
las “Bases para una política cultural revolucionaria” de John William
Cooke, quien luego de varios años de estadía en La Habana, ejercía una
influencia importante entre muchos militantes peronistas, estimulando la
apertura al pensamiento de izquierda. En Córdoba, José Aricó dirigía desde
dos años atrás Pasado y Presente, otra publicación de los excluidos del PC,
abierta tanto al debate teórico sobre “los caminos de la revolución”
como a los nuevos desarrollos de un marxismo que no excluía el diálogo con
el estructuralismo o el psicoanálisis.
Pero no sólo florecen las publicaciones sino que surgen grupos militantes. En
la Universidad (y hasta en ciertos sectores sindicales) la nueva izquierda, a
veces vinculada con grupos del peronismo revolucionario, comienza a tener
presencia. Sin embargo, para no exagerar su real influencia política, es
conveniente recurrir a otra publicación, Literatura y Revolución, cuyo número
inicial aparecía en octubre del mismo año, dirigida por Sergio Camarda y
Ricardo Piglia. “En Argentina, en 1965, los intelectuales de izquierda somos
inofensivos. Dispersos, cada tanto enfrentados en disputas retóricas,
dulcemente encariñados con nuestras capillas, ejercemos una cuidadosa
inoperancia. Demostramos sí una admirable buena voluntad: firmamos
manifiestos, viajamos a los países socialistas, nuestros libros son
valientes”, sentenciaba Piglia en el editorial, para concluir señalando
entre tantas limitaciones la más difícil de aceptar: “Padecemos la
justificada indiferencia de la única clase a la que confiamos nuestra
liberación. Están allí, ajenos como los bosques”.
La estancia en Cuba, como periodista de Prensa Latina, había acentuado en
Walsh la radicalización de su pensamiento iniciada con Operación Masacre,
pero el escritor no tuvo en los años anteriores a la revista que comentamos
ninguna actuación política. Es más, desde 1961, cuando publicó tres artículos
sobre la situación Cubana en la revista Che –que también puede
considerarse un antecedente de la nueva izquierda–, Walsh se impuso un
silencio que sólo será quebrado en 1965 con la edición de Un kilo de oro,
recopilación de sus cuentos, y La Granada y La Batalla, sus obras de teatro.
Cuando se acerca al grupo de Ismael Viñas, Walsh ya es un escritor de
prestigio. Esa colaboración con el MLN se prolongará hasta 1968, según lo
prueba la presencia de Walsh en Problemas del Tercer Mundo, la siguiente
iniciativa editorial de Viñas, integrando un Consejo de Redacción en el que
también participaban Roberto Cossa, Ricardo Piglia, Andrés Rivera, Jorge
Rivera, León Rozitchner y Francisco Urondo. Sin embargo, la ausencia de
textos de Walsh en los dos números de la revista corrobora las informaciones
sobre las diferencias que comenzaban a separarlo de quien fungía, de hecho,
como orientador de la publicación. A comienzos de 1968, de retorno de La
Habana, Walsh se entrevista en Madrid con Perón y Raimundo Ongaro, y poco
después asume la dirección del periódico CGT, órgano de la nueva central
sindical combativa, la CGT de los Argentinos.
El manifiesto lanzado el 1º de mayo de ese mismo año, escrito por Walsh, es
un vibrante alegato contra la dictadura y la convocatoria para un muy amplio
frente de oposición. Sin embargo, en esos tiempos de acelerada
radicalización del discurso político, no todos compartirían las apelaciones
a los empresarios nacionales, “para que abandonen la suicida política de
sumisión a un sistema cuyas primeras víctimas serán ellos mismos”. La
“izquierda socialista” fue muy crítica de ese programa que no rompía con
el “nacionalismo burgués”. Convocado por Walsh –según testimonia Lilia
Ferreira–, Ismael Viñas estuvo entre esos críticos. Ya había iniciado el
camino que lo llevaría a cuestionar la misma idea de liberación nacional que
daba nombre a su movimiento.
Aunque no se hace mención expresa de esas discusiones, los artículos de Viñas
en Problemas del Tercer Mundo evidencian las diferencias de criterio. En el Nº
1 de abril de 1968, se interroga desde el título de su artículo “¿Existe
la burguesía nacional?”, y concluye que “no puede hacerse seguidismo
respecto de ninguna tendencia o sector burgués, si se pretende realmente
impulsar y realizar la revolución”. Otro texto, que escribe con José
Vazeilles en el Nº 2, de diciembre de 1968, relativiza en su análisis del
sindicalismo las diferencias entre las direcciones que intentan integrarse y
aquellas que intentan resistir: “esa diferencia, no es radical en ningún
caso”. Mal podía ese análisis fundar cualquier expectativa en la CGT de
los Argentinos.
Las diferencias entre Viñas y Walsh se acentuarían con la adhesión de éste
al peronismo revolucionario y su integración a la lucha armada, pero difícilmente
hoy se suscitaría esta cuestión de no haberse producido las recientes y
asombrosas declaraciones en que Viñas hace una muy particular caracterización
del autor de la Carta a la Junta Militar. Treinta y cinco años después de
aquellas discusiones sobre el programa de la CGT, en un documental sobre su
vida realizado por Diana Hutter y Eduardo Méndez Bradley, exhibido en 2003,
Viñas reitera que la Argentina no es una colonia o una semicolonia, en términos
leninistas, y por lo tanto mal puede hablarse de liberación nacional. Pero
también afirma que Walsh siguió teniendo un resto de “pensamiento de
derecha” y que si bien murió como un valiente, “su muerte no es la de un
revolucionario de izquierda”.
Claro que Walsh no es el único descalificado por Viñas en su arrebato
antisetentista: Salvador Allende, que llegó a creer en la profesionalidad de
las Fuerzas Armadas chilenas, habría sido, en verdad, “un provocador”;
Alicia Eguren –desaparecida en la Esma–, que actuó en su juventud en la
Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios, pese a acompañar la
militancia de su compañero John William Cooke, no habría superado nunca el
pensamiento de derecha, y a Pirí Lugones, la escritora que fue compañera de
Walsh en los ‘60, posteriormente desaparecida, ‘le daba lo mismo Fidel
Castro, Franco, cualquier cosa”. Cincuenta años atrás, las provocaciones
de Ismael Viñas en Contorno aportaron para abrir un sendero crítico en el
pensamiento argentino: éstas del hoy autoexiliado en Miami no parecen guiadas
por el mismo propósito.
“Juegos de guerra”, el texto que Walsh publicó en Nueva Política, se
diferencia claramente del resto de los materiales de la revista. El público
militante al que se destinaba la publicación habrá seguramente valorado la
presencia del autor de Operación Masacre, pero difícilmente haya concedido
al breve artículo de Walsh la misma importancia de otros que encaraban
cuestiones teóricas que entonces suscitaban acuciantes debates. “Viejo y
Nuevo Imperialismo”, del paquistaní Hamza Alavi, estudio de las nuevas
formas de dominación en la economía internacional, venía respaldado por su
previa publicación en Les Temps Modernes, y los textos de Portantiero e
Ismael Viñas –“Socialismo y Nación” y “Hora Cero de la
Izquierda”– tenían la pretensión de definir posturas y marcar rumbos en
el complejo debate doctrinario de la izquierda, algo que nunca estuvo entre
los propósitos de Walsh. “Soy lento: he tardado más de quince años en
pasar del mero nacionalismo a la izquierda”, escribe en un texto autobiográfico
publicado también en 1965 y, años más tarde (aunque puede sospecharse que
tanta modestia encubre también una mirada distinta), declarará en una
entrevista periodística: “Tengo que decir que soy marxista, pero un
mal marxista, leo muy poco: no tengo tiempo para formarme ideológicamente. Mi
cultura política es más bien empírica que abstracta”.
Escrito el mismo año en que se publican sus dos obras teatrales, “Juegos de
guerra” tiene mucho en común con La Granada, una historia de ejercicios
militares en los que un episodio impensado dispara la lógica del absurdo que
domina al mundo castrense. A Walsh siempre le fascinaron los juegos de
guerra y los problemas de inteligencia militar. Los consideraba temas serios
que debían ser analizados con rigor. Cambiando algunos nombres, su
advertencia sobre los peligros de su utilización por cerebros mediocres al
servicio de las grandes potencias resulta absolutamente actual.
Rodolfo Walsh
Revista Nueva Política*, julio de 1965.
El ejército soviético invade Alemania Occidental y la ocupa casi sin resistencia. Los estados mayores occidentales no prevén para este caso una respuesta atómica que devastaría Europa. El general De Gaulle prevé justamente esa respuesta. En consecuencia, intima a Moscú la retirada de sus tropas antes que lleguen a la frontera francesa. Moscú no responde. Veinte aviones franceses con sus cargas nucleares -la famosa force de frappe- despegan rumbo a la Unión Soviética. París prevé que quince de ellos serán derribados antes de alcanzar sus objetivos, pero los cinco restantes llegarán: a Moscú, Leningrado, Volgogrado, etc., y que antes de que eso ocurra la Unión Soviética cederá. Las previsiones se cumplen (siempre se cumplen, sobre el papel). Cuando las cinco máquinas están cerca de sus blancos, llega la noticia de que los rusos se retiran. Todo el mundo exclama "¡Uff!" y se enjuga el sudor de la frente. Se ordena el regreso de los aviones. Europa está salvada.
-¿Esto es todo lo que pueden ofrecernos en materia de planes de defensa? -pregunta un oficial.
-¿A usted se le ocurre algo mejor? -responde agriamente el director del ejercicio.
El oficial no alcanza a formular la pregunta que, supongo, está en su ánimo. ¿Qué pasa si ahora, cuando la force de frappe está diezmada, los rusos retoman sencillamente su avance?
Doctor Strangelove
La fruición de los juegos de guerra ha invadido las capitales occidentales hasta convertirse, casi, en un entretenimiento de sociedad. El último ha merecido su difusión simultánea durante el mes de junio en el US News and World Report, en el semanario uruguayo Marcha y en una revista petrolera local (Confirmado). Aparece bajo la forma de un reportaje a Herman Kahn, master estrategist del Departamento de Defensa y modelo vivo -según algunos- del cinematográfico doctor Insólito.
La palabra "juegos" no es peyorativa. Tiene un significado técnico preciso o, si se quiere, dos significados técnicos que se refuerzan. Al juego de guerra clásico se ha incorporado recientemente como método de análisis la teoría matemática de los juegos, elaborada a partir de 1928 por Von Neumann. Esto explica que el señor Kahn sea presentado como "matemático" e ilumina a giorno la terminología que usa. Por ejemplo: "En nuestros estudios estratégicos nos ponemos en lugar de China y nos ponemos en lugar de Rusia. Si jugamos a ser los rusos preguntamos ¿qué podemos hacer en Vietnam?".
Delirios vietnamitas
Y bien, ¿qué pueden hacer los norteamericanos en Vietnam? Mandar más tropas, dice el insólito señor Kahn. Con 10 a 20 divisiones es posible no sólo dominar al Vietcong sino ocupar todo Vietnam del Norte. China no reaccionaría porque teme los bombardeos. Rusia no reaccionaría porque tiene problemas con China.
Planteada de este modo, la hipótesis es de difícil refutación. Tal vez un método de abordarla consista en examinar otros productos más accesiblesdel mismo cerebro que elabora ese enunciado. Le preguntan al señor Kahn cómo haría para dominar a las guerrillas del Vietnam.
La fantástica respuesta dice:
"Tratar los problemas como si fueran, en parte, de tipo policial... La manera de crear una banda amotinada en una gran ciudad es capturar al jefe. Cuando lo reemplazan hay que capturar al reemplazante y así sucesivamente. Lo que podríamos hacer en muchas áreas es infiltrarnos en el movimiento del Vietcong por los métodos clásicos: informantes, agentes dobles, mujeres despechadas, coimas y amenazas... Tenemos gente que podría hacerlo, muchos miembros de nuestros departamentos de policía o de los servicios de Inteligencia..."
Nadie duda de que el método triunfaría si los guerrilleros vietnamitas operaran en los alrededores de Kansas City, y no en su propia tierra invadida. Otras afirmaciones en que el señor Kahn funda sus argumentos son un verdadero desafío a la semántica:
a) "Los rusos son prudentes"
b) "Los indochinos son antichinos"
c) "Por lo que respecta a los problemas prácticos de conducir una
guerra, Estados Unidos está en realidad más cerca de Vietnam que la
China"
d) "Para la mayoría de los vietnamitas, el Vietcong aparece como un títere
de los chinos"
e) "Los chinos son un pueblo muy cauteloso"
f) "Los alemanes son cautelosos"
g) "Los rusos no son un pueblo cobarde"
Creo que a partir de este tipo de frases totalmente desprovistas de sentido es más fácil juzgar la actividad mental del master estrategist y por ende el juego que se apoya en semejantes datos.
El caballo del coronel
La teoría matemática de los juegos es, por supuesto, una construcción seria. Su uso por cerebros mediocres puede dar resultados divertidos, que se vuelven peligrosos en cuanto se incorporan a la doctrina militar de una de las mayores potencias del mundo. Desde luego, el requisito esencial para que la aplicación de la teoría dé soluciones correctas es que las variables sean conocidas. No basta jugar a los chinos para convertirse en un chino. Pretender que los alemanes son "cautelosos" es burlarse de una historia reciente. Fingir que en Vietnam la delación puede funcionar a favor del invasor y no del invadido es, por lo menos, una idiotez.
En rigor, los norteamericanos han carecido de información, o la han evaluado erróneamente, en los tres episodios clave de los últimos quince años: la reacción china junto al Yalu, el primer sputnik, el caso Cuba. En Vietnam, los efectivos norteamericanos se acercan ya al nivel propuesto por Kahn. Eso no ha impedido una ofensiva cada vez más fuerte de la guerrilla.
Queda, por último, un punto que Kahn se cuida de mencionar. En alguno de los juegos con que entretiene sus ocios y gasta la plata del Departamento de Defensa y el tiempo de los periodistas, no aparece un saddle point, una solución unívoca. Según la teoría, la decisión se toma entonces introduciendo el azar mediante un simple golpe de dados.
Eso nos trae al mejor juego de guerra que yo conozco. Ocurrió hace ya varios años -cuando la caballería estaba compuesta por caballos y no por tanques- en nuestra escuela de guerra. Un victorioso coronel lanzaba sobre las últimas defensas enemigas una carga irresistible en el papel, cuando el árbitro suspendió el operativo y adjudicó el triunfo al enemigo.
-¿Qué pasa? -preguntó el indignado coronel.
-Su caballo acaba de rodar -sentenció inapelable el árbitro.
http://www.esfazil.com/kaos/
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