ESTADOS UNIDOS continúa atacando Irak

La guerra infame- Boletín Nº 27


Sumario
 

1.     ¿Tenía razón Husein?¿Son los norteamericanos los nuevos mongoles del Medio Oriente?, por Wayne Madden
2.     El genio malvado del imperio: ¿podrá Irak renacer?, por James Petras
3.     Discurso de un “traidor” a la nación, por Tim Robbins
4.     Una guerra estúpida, por Edward W. Said
5.     Por debajo de toda crítica, por Robert Kurz
6.   Hacia una sociedad psicopática, por Andreu Martín
 

1-¿Tenía razón Husein?¿Son los norteamericanos los nuevos mongoles del Medio Oriente?, por Wayne Madden
A principios de año, Saddam Hussein llamó a la gente de su país a derrotar a los «nuevos mongoles», la expresión con la que designaba al ejército norteamericano listo para atacar Irak. Hussein parece no haberse equivocado en su pronóstico relativo a los efectos de una invasión norteamericana a Irak. En 1248, las fuerzas del caudillo mongol Hulagu Khan invadieron y devastaron la ciudad.
Las reliquias históricas de Sumeria, Babilonia, Mesopotamia, Asiria, Nínive, la Arabia islámica y otras de la historia iraquí fueron destruidas por los invasores mongoles. El sistema de irrigación de Bagdad también fue destruido y las consecuencias de esa acción sobre la población del país duraron más de un siglo.
Al comparar la invasión de Hulagu Khan en 1248 y la invasión norteamericana de 2003, surgen rápidamente unas similitudes absolutas. Al igual que los mongoles, los Estados Unidos han interrumpido severamente el sistema de abastecimiento de agua de Bagdad. Esto ha afectado de modo dramático la salud pública, la atención médica y las medidas sanitarias en una ciudad de más de cinco millones de habitantes. Si semejante calamidad ocurriese en una ciudad de tamaño semejante a causa de un desastre natural, la ayuda internacional llegaría velozmente. Sin embargo, los Estados Unidos bloquean los esfuerzos internacionales para aliviar la situación de Irak, a menos que puedan controlar a los trabajadores humanitarios y administrar la distribución de la asistencia.
Y como los mongoles, las tropas de EE. UU. permanecieron impasibles mientras las turbas saqueaban y destrozaban las obras de arte del Museo Nacional de Irak en Bagdad. También se informó de saqueadores organizados que atacaban otros lucrativos objetivos, como edificios públicos, tiendas o domicilios privados. El régimen de Bush ignoró los pedidos de Koichiro Matsura, director de la UNESO, quien exhortó a los Estados Unidos a que protegiera los museos iraquíes. Sus reclamos, como los de los gobiernos de Jordania, Rusia o Grecia, no fueron escuchados por los funcionarios de guerra del régimen de Bush. El saqueo y la perversa destrucción del museo de Bagdad no sólo merecen la condena internacional, sino que también entran perfectamente dentro de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional para llevar a cabo una investigación completa y someter a juicio a los perpetradores, tanto iraquíes como norteamericanos.
Podemos sentir el dolor que experimentó la directora delegada del museo cuando, llena de lágrimas, dijo a los periodistas occidentales que 170.000 invalorables obras de arte que se remontan miles de años hasta la cuna de la civilización en el valle del Tigris y el Éufrates, el lugar fabuloso del Jardín del Edén, fueron saquedas o destruidas. Señaló que un tanque y uno o dos soldados norteamericanos habrían sido suficientes para proteger el museo de los vándalos. Pero en lugar de ello, las tropas norteamericanas permanecieron indiferentes mientras se arrasaban 7.000 años de historia iraquí. Incluso fueron destruidos irreemplazables archivos arqueológicos y discos de computadoras. Los empleados del museo culparon de la carnicería a las tropas de EE. UU. Parece que el régimen de Bush quiere reconstruir Irak en el mismo sentido en que está convirtiendo a la democracia norteamericana en una entidad corporativa fascista.
El hecho de que se permita que los saqueadores destruyan y quemen textos islámicos únicos en el momento en que los miembros de la ayuda cristiana fundamentalista están a punto de llegar a Irak con agua y Biblias revisionistas, plantea la posibilidad de un sangriento choque de religiones futuro. El dar rienda suelta a los misioneros cristianos fundamentalistas que trabajan para gente como Pat Robertson o Jerry Falwell, con el pleno respaldo de una futura administración civil neoconservadora de los EE. UU. liderada por el pro-Likud israelí general retirado del ejército norteamericano Jay Garner, despierta en mucha gente la terrorífica impresión de que las pasadas referencias de George W. Bush a las «cruzadas» podría estar determinando, en parte, las actuales guerras de los EE. UU. en Afganistán e Irak, así como las posibles guerras futuras en Siria, Palestina y Líbano.
Entre las obras de arte que podrían haber caído en manos de los saqueadores figuran las tabletas que contienen el Código de Hammurabi y «El Carnero en la Maleza» [o «macho cabrío trepador», en oro y lapislázuli], de Ur, de 4.600 años de antigüedad. El busto de un rey acadio de 4.300 años de antigüedad fue destruido por los vándalos. Lo que no fue destruido por los mongoles en 1248, los norteamericanos permitieron que se destruya en 2003. Han desaparecido las obras de arte de las antiguas Sumeria, Asiria, Babilonia, Mesopotamia, Nínive y Ur.
Consideremos hasta qué punto se han degradado los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Norteamérica lanzó el Programa Safehaven [Refugio Seguro] para recuperar el arte europeo saqueado por los nazis. Hoy, los Estados Unidos ayudan e instigan el saqueo del arte y de tesoros miles de años más antiguos que al arte europeo, a cuya salvación contribuyeron hace cerca de sesenta años. En el pasado, el ejército y los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, incluyendo la Oficina de Servicios Estratégicos, predecesora de la CIA, ayudaron a recobrar y restituir los tesoros históricos saqueados por individuos de la calaña de un Herman Goering o un Alfred Rosenberg. Generales norteamericanos como Dwight Einsenhower, Omar Bradley o George Patton, Jr., supervisaron personalmente la recuperación y el retorno de las obras de arte secuestradas por los nazis.
Si se confronta a aquellos auténticos jefes militares profesionales con los generales Tommy Franks o Vincent Brooks, quienes se encogieron de hombros ante el saqueo de los museos iraquíes, uno empieza a entender lo que Saddam Hussein quería decir cuando comparaba a las actuales fuerzas armadas de los Estados Unidos con las hordas mongoles. Para colmo de males, Brooks mintió en un informe del Comando Central cuando declaró a los medios informativos de todo el mundo que «estamos comprometidos con la preservación de la rica cultura y la herencia del pueblo iraquí». Si Brooks hubiera dicho la verdad, lo que no era el caso, se hubiesen puesto en práctica planes de emergencia para proteger los centros de arte y de antigüedades iraquíes desde el mismo momento en que las tropas entraron en Bagdad.
Está claro que, al ayudar e instigar el saqueo del arte y de las antigüedades iraquíes, el ejército de los Estados Unidos violó el artículo 33 del Cuarto Acuerdo de Ginebra de 1949 y el artículo 2 (g) del Protocolo Opcional I de 1977 al Acuerdo de Ginebra de 1949. El Tribunal Penal Internacional de La Haya debe iniciar procedimientos para determinar si acusa o no al ejército de los Estados Unidos y a los funcionarios del gobierno de violar criminalmente la ley internacional que prohíbe la destrucción premeditada de la herencia cultural. Los Estados Unidos y Gran Bretaña siempre han mostrado desdén por la protección de esta última. Las dos son una de las pocas naciones del mundo que se han negado a firmar la Convención de La Haya sobre protección de la herencia cultural durante las hostilidades. Irónicamente, esta convención fue ratificada por Francia, Alemania, Canadá, Rusia, Bélgica, Grecia, Turquía, Noruega, Finlandia, Bielorrusia, Austria, China, India, Irán, Indonesia, Cuba, Brasil, México, Siria y otros países que se negaron a formar parte de la «coalición de los dispuestos» de Bush. Y para empeorar aún más las cosas, la Convención de La Haya fue ratificada también por el gobierno de Saddam Hussein, haciendo que el llamado «Carnicero de Bagdad» estuviera legalmente comprometido con la protección de la herencia cultural más que los norteamericanos o los británicos.
Interpol, que ya tiene una orden de captura contra Ahmed Chalabi, el candidato del Pentágono para convertirse en el futuro líder de Irak, debe publicar inmediatamente una lista de todos los objetos culturales iraquíes robados. La Unesco, Interpol y la Unión Europea deben coordinar sus actividades para identificar tales objetos, que podrían caer en manos de norteamericanos, británicos, israelíes u otros.
La transformación norteamericana del sitio de Bagdad en el pillaje de Bagdad tiene que ser condenada por todos los países y personas. El estudio de la historia humana, en realidad, los derechos de nacimiento de la humanidad, han recibido un golpe terrible de parte del régimen de Bush. Ninguna suma de dinero proveniente de las ganancias del petróleo compensará jamás al pueblo iraquí, a la nación árabe y al mundo por la pérdida de un registro crucial de la civilización mundial. El régimen de Bush y sus modernos vándalos tendrán que rendir cuentas por sus crímenes contra la humanidad.
14 de abril de 2003
El autor es periodista de investigación y columnista. Escribió la introducción del libro colectivo Forbidden Truth. US-Taliban Secret Oil Diplomacy and the Failed Hunt for Bin Laden. Vive en Washington, DC. Puede ser contactado en: Wmadsen777@aol.com
Fuente: «Counterpunch»
Tomado de  Pimienta negra. Traducción Round Desk
 

2-El genio malvado del imperio: ¿podrá Irak renacer?, por James Petras*

 

Millones de ciudadanos estadunidenses protestaron antes de la guerra, pero tan pronto la maquinaria bélica de su país lanzó la agresión para conquistar Irak el movimiento decayó, el número de participantes en las manifestaciones disminuyó en miles y quedó integrado sólo por activistas muy comprometidos. En cambio, cientos de miles de banderas estadunidenses empezaron a verse en antenas de autos y en fachadas. Las encuestas indicaron que casi tres cuartas partes de la población aprobaron la forma en que George W. Bush manejó la guerra.
Está claro que la rápida conquista militar y la destrucción en Irak produjeron una patriotera e irracional ola de apoyo a Bush y la guerra. Una multitud de estadunidenses está rindiendo culto a la diosa arpía del triunfo e incluso al genocidio "triunfal". Esta situación trae consigo muchas preguntas dolorosas y difíciles sobre la naturaleza del movimiento antibélico estadunidense y los sentimientos populares.
Está claro que se equivocaron los intelectuales que elogiaron a los opositores a la guerra y afirmaron que éstos constituían una "nueva fuerza moral" en ascenso. Muchos disidentes que rechazaban la guerra cambiaron de postura y la apoyaron una vez que comenzó. Una multitud todavía mayor salió a ondear banderas después de que Irak fue derrotado, su sociedad destruida y su población humillada.
La guerra no dio mayor impulso a la oposición, como esperaban muchos intelectuales progresistas; los éxitos militares disminuyeron las protestas y estimularon los sentimientos chovinistas. Más aún, Bush, Rumsfeld, Wolfowitz y demás permitieron que saqueadores y pandillas organizadas perpetraran pillaje contra toda una sociedad, acción que no recibió prácticamente la menor condena popular. Sólo algunos arqueólogos y curadores se quejaron por la pérdida que sufrió la humanidad.
¿De qué nos habla la renuncia del movimiento pacifista estadunidense, e incluso la aceptación entusiasta a la guerra en algunos sectores de oposición, particularmente en momentos en que Bagdad era pulverizada y conquistada?
El factor individual más importante fue la transformación de los mensajes oficiales, que dejaron de hablar de un "ataque letal" iraquí y comenzaron a mencionar la "garantizada" conquista estadunidense, que se hizo tangible con la invasión de Bagdad. En otras palabras, muchos opositores a la guerra no estaban motivados por principios morales o por la solidaridad, sino porque temían que su sociedad y las tropas de su país sufrieran efectos negativos.
Una vez que quedó claro que no había posibilidad alguna de que Irak respondiera los ataques (Bush supo mucho antes de iniciar la invasión que el país árabe, en efecto, estaba desarmado) y que el ejército estadunidense tenía todo bajo control, cambiaron sus lealtades y decidieron cerrar filas en torno de los caudillos. Los medios de comunicación presentaron los éxitos militares y la conquista de Bagdad como resultado de la genialidad estratégica de los líderes militares y civiles de Estados Unidos. Dijeron que cada rendición y cada humillación sufrida por los iraquíes era un elemento más que reducía "la amenaza" sobre soldados y civiles estadunidenses. Que no hubiera un solo ataque iraquí con armas de destrucción masiva, así como las imágenes de los estadunidenses que tomaron los principales pozos petroleros y palacios del régimen, fueron notas que se presentaron de manera reiterada. Los reportes fueron muy bien recibidos, para vergüenza de la mayoría de ciudadanos estadunidenses. En la sique de muchos de ellos la ausencia de peligro desató una orgía de patrioterismo y admiración por los genios del mal.
Los ideólogos de la guerra y sus admiradores promovieron nuevos conflictos bélicos de forma más agresiva. Quienes dudaban, al igual que los ciudadanos más críticos, se pusieron a la defensiva. Algunos incluso se sintieron desmoralizados ante el pillaje masivo y la muerte de iraquíes. Protestaron contra la ocupación y se alarmaron por la conducta extrema y egoísta de sus vecinos y compañeros de trabajo, que no manifestaban la más mínima preocupación porque Irak se convirtiera en un despoblado en llamas.
De la misma forma, a nadie preocupó que las imágenes de "masas" iraquíes que supuestamente daban "la bienvenida" a los "libertadores" estadunidenses en realidad mostraban a unos cuantos cientos en una ciudad de 5 millones de habitantes. Tampoco causó alarma que el derribo de una estatua de Saddam fuera precedido por el izamiento de una bandera estadunidense, ni que los soldados que destruyeron el monumento estuvieran acompañados por sólo un puñado de iraquíes.
En Mosul, Bagdad, Najaf, Nasiriya y otras ciudades miles de iraquíes valientes desafiaron a la artillería, los tanques y los helicópteros estadunidenses para exigir ser liberados tanto de Estados Unidos y sus cómplices de la oposición iraquí en el exilio como de Saddam Hussein. Pero la ciudadanía estadunidense siguió exaltando con orgullo a sus "héroes conquistadores", a "nuestros valientes soldados", quienes asesinaron a manifestantes pacíficos que impugnaban a sus tiranos pasados y a sus amos militares actuales.
Al grueso de la población estadunidense no le perturba que un general de su país gobierne a más de 23 millones de iraquíes. Los periódicos parecen absolutamente fascinados de ver al general Franks celebrando la ocupación desde su nuevo puesto de gobernante militar. Casi 80 por ciento de los estadunidenses creen que la guerra valió la pena, pese a la conquista, la destrucción y el ultraje cultural de Irak. Los ciudadanos veneran a los generales y a la administración que llevaron a cabo esta guerra "honorable", pese a que se ha demostrado que todas las justificaciones oficiales son mentiras. No se encontraron armas de destrucción masiva ni vínculos del régimen iraquí con Al Qaeda; tampoco se capturó a Hussein ni se protegió a la población civil y los hospitales.
Muy por el contrario, las fuerzas de ocupación estadunidenses permitieron que los hospitales fueran atacados y los medicamentos y equipos robados, mientras miles de niños, mujeres, ancianos y soldados, heridos y mutilados, aullaban de dolor. Los más afortunados perecieron en los pisos de los hospitales, en charcos de sangre, a causa de heridas tratables.
Contra lo que piensan los progresistas más optimistas, la gran mayoría de los estadunidenses no tiene interés alguno en el sufrimiento que provoca a los iraquíes el saqueo perpetrado por vándalos y ladrones apoyados por Estados Unidos. Algunos curadores indignados protestaron, pero en la mayor parte de ciudades y poblados los ciudadanos preparan celebraciones de "bienvenida a nuestros valientes hombres y mujeres de armas". Puedo escuchar esa recepción en todos los salones de fiestas de la Legión Americana y de los veteranos de guerras extranjeras. También escucho las voces bien moduladas y amenazadoras de los líderes de las principales organizaciones judías, haciendo eco a su verdadero presidente, Ariel Sharon.
Esta no fue una "guerra" contra un dictador, ni siquiera una simple y horrible masacre de un pueblo: es la destrucción deliberada de una civilización, perpetrada por bárbaros modernos, quienes combinan armas de destrucción masiva de alta tecnología que pueden dirigirse contra hogares, fábricas, oficinas, plantas de tratamiento de agua e instalaciones públicas. Bárbaros que cuentan con vándalos y fuerzas paramilitares que destruyen el legado de 5 mil años de civilización y tres décadas de la historia moderna de un Estado árabe laico.
Los vándalos fueron dejados en libertad de incinerar los archivos de la nación, sus bibliotecas, sus institutos de investigación, para robarse de su más famoso museo arqueológico antigüedades invaluables y joyas del arte islámico. Destruyeron universidades, archivos de escuelas, hospitales y documentos que detallaban los más importantes aspectos tanto de la vida iraquí moderna como de su historia. Se trata de la destrucción sistemática de todo aquello que permite que un pueblo exista dentro de una nación reconocida.
No cabe duda de que el pillaje a cargo de vándalos fue una política estadunidense deliberada. El Pentágono fue informado con anticipación del peligro que corrían los preciados archivos históricos iraquíes. Pese a ello, Washington decidió reunirse en enero con corredores de antigüedades con el fin de "liberar" las normas de venta para explotar el arte robado. Perlstein y otros representantes de los corredores estadunidenses de arte exigieron a su país abolir la política "retencionista" en cuanto a la conservación de antigüedades.
Durante la ocupación, los militares estadunidenses obligaban a marcharse de los sitios saqueados a los ciudadanos iraquíes que les suplicaban proteger museos, oficinas, archivos y hospitales. Cuando dichos ciudadanos defendían sus hogares y negocios de los vándalos, eran acusados por los marines de ser simpatizantes de Hussein y se les disparaba.
El mayor criminal de guerra, Rumsfeld, empleó su habitual tono, a la vez cínico y ridículo, para absolver a los vándalos: "Siempre hay pillaje después de la guerra". Agregó: "No había nada que pudiéramos hacer (...) la libertad significa ser libre de hacer cosas malas".
Las fuerzas armadas estadunidenses -con 200 mil efectivos- ocuparon las principales ciudades, protegieron los pozos petroleros, tomaron los palacios presidenciales, patrullaron las principales calles en centros urbanos; tenían helicópteros, ametralladoras y tanques por doquier. ¿Y así el ejército más poderoso del mundo no pudo detener a cientos de criminales e incendiarios muy mal armados que se paseaban delante de sus narices?
Uno tendría que ser estúpido sin remedio para atribuir esto a la simple torpeza. Cuando hay desmanes y saqueos en los supermercados de Estados Unidos, a los reservistas se les ordena "tirar a matar" y obedecen, disparando principalmente contra negros y latinos, pero no sobre vándalos que se roban el patrimonio de la humanidad.
El pillaje es fiel a la lógica imperialista de Estados Unidos. Primero se imponen sanciones para empobrecer al país y atacar así la salud de las nuevas generaciones; luego se lanza una guerra que destruye el fundamento de la economía y la infraestructura. A esto sigue el pillaje a cargo de grupos paramilitares para borrar la memoria histórica, los símbolos y las huellas de una civilización. Finalmente se procederá a repartir el país entre una colección de jeques, mullahs, lacayos desprestigiados y exiliados, tiranos tribales y gánsters locales, que estarán todos bajo la dirección de un generalísimo** estadunidense y de los marines, así como bajo la protección de una policía y funcionarios locales sumisos que sólo servirán al regente extranjero.
El uso que Estados Unidos hizo de vándalos y golpeadores sigue el ejemplo sentado por la invasión israelí a Líbano y el uso de milicias maronitas para robar y asesinar a los refugiados palestinos en Sabra y Chatila. La destrucción de hospitales, escuelas, centros de salud y educación, así como de archivos sobre la propiedad de la tierra y sedes culturales, es similar a lo que se ha hecho en Jenin, Ramallah y Nablus, pero a escala nacional. Los bárbaros imperialistas emplean vándalos locales para completar su "solución final": convertir a una nación con un orgulloso pasado histórico en una serie de feudos fragmentados y primitivos, gobernados por vasallos serviles y tiránicos.
Los bárbaros imperialistas, ebrios de poder, eufóricos por el apoyo popular y azuzados por Ariel Sharon y los miembros pro israelíes de la administración Bush, se preparan ya para nuevas conquistas en Siria e Irán, que emprenderán de inmediato, reciclando el método que usaron para invadir y destruir Irak.
Un ex analista de alto nivel de la CIA ya lo dijo muy claramente en la radio pública nacional: "Después de Irak, los políticos estadunidenses tiene cifradas sus esperanzas en que cambien los regímenes de Siria e Irán y que ello garantice que Israel será la superpotencia incuestionada de la región".
El "genio malvado" del imperio estadunidense ha infectado al país; un rasguño se convirtió en gangrena. La convicción de que Estados Unidos puede lanzar guerras de conquista, con éxito y sin perder soldados, ya se ha extendido entre las masas de este país. Los bárbaros de alta tecnología del imperio están sueltos.
A los consternados críticos que preguntan: "¿Por qué la destrucción y el pillaje?", Rumsfeld responde: "¿Por qué no? Nosotros ganamos y ellos perdieron".
Rumsfeld, Sharon, los generales y los emisarios de Israel en Washington no han derrotado de manera definitiva al pueblo iraquí. Los vasallos, los falsos "primeros ministros", los administradores designados por el imperio ya son vistos con recelo o son abiertamente rechazados. Las fuerzas estadunidenses de ocupación se asustan de cualquier "extraño" que ven en las calles, puesto que son el primer ejército de conquista que jamás luchó (las bombas lo hicieron todo).
Al encarar a decenas de miles de iraquíes que los rechazan, sienten pánico y disparan a matar, pero la presión de los civiles aumenta. Su consigna "Ni Saddam ni Estados Unidos" puede no ser un programa completo para la democracia y el desarrollo... pero es un principio. El pueblo iraquí está resurgiendo de las cenizas una vez más, y continúa así su historia de 5 mil años de civilización, conquista y liberación nacional.
* Profesor de la Universidad Estatal de Nueva York
** En español en el original
 
 

 
3-Discurso de un “traidor” a la nación, Tim Robbins *
 
 Gracias y gracias por la invitación. Originalmente me habían pedido que hablara aquí sobre la guerra y la actual situación política, pero en cambio elegí aprovechar la oportunidad y hablar sobre el béisbol y el show business. No, sólo bromeaba. O algo así. No les puedo decir cómo me conmovió el abrumador apoyo que recibí de los diarios de todo el país en estos pasados días. Los necesitamos, a ustedes, la prensa, ahora más que nunca. A pesar de la tragedia del 11 de septiembre, hubo un breve período posterior en el que tuve una gran esperanza. Me aferré a un atisbo de esperanza de que algo bueno pudiera salir de eso. Me imaginé a nuestros líderes aprovechando este momento de unidad en Estados Unidos, este momento en que nadie quería hablar sobre demócratas versus republicanos, blancos versus negros o cualquiera de las ridículas divisiones que dominan nuestro discurso público. Imaginé un liderazgo que tomara la energía, la generosidad de espíritu y creara una nueva unidad en Estados Unidos nacida del caos y la tragedia del 11 de septiembre, que enviara un mensaje a los terroristas del mundo: con sus ataques inhumanos en contra nuestro, ustedes fortalecerán nuestro compromiso con la justicia y la democracia; como un Fénix salido del fuego, renaceremos. Y luego vino el discurso: O están con nosotros o están en contra. Y los bombardeos comenzaron. Y el viejo paradigma se restauró mientras nuestros líderes nos alentaban a mostrar nuestro patriotismo yendo de compras y presentándonos como voluntarios para unirnos a grupos que entregarían a sus vecinos por cualquier conducta sospechosa. En los 19 meses desde el 11 de septiembre hemos visto cómo se comprometía nuestra democracia por el temor y el odio. Los derechos inalienables básicos, los procesos debidos, la santidad del hogar se han visto rápidamente comprometidos por un clima de temor. Un público norteamericano unificado se dividió amargamente, y una población mundial que sentía una profunda simpatía y apoyo por nosotros, se ha vuelto desconfiada y despreciativa, viéndonos como en una época veíamos a la Unión Soviética, como un Estado paria. La semana pasada, Susan y yo y nuestros tres hijos fuimos a Florida a una reunión familiar de deportes. Y en el medio del baile y la música, se habló de la guerra. Y lo más impresionante del fin de semana fue la cantidad de veces que la gente nos agradecía por hablar en contra de la guerra, porque el individuo sólo pensaba que era inseguro hacerlo en su propia comunidad, en su propia vida. Sigan hablando, dijeron; yo no pude abrir la boca. Un pariente me dice que el maestro le dice a su hijo de 11 años, un sobrino mío, que Susan Sarandon está poniendo en peligro a las tropas por su oposición a la guerra. Otro pariente me cuenta la decisión de la comisión de la escuela de cancelar un evento cívico que proponía un minuto de silencio por aquellos muertos en la guerra, porque los estudiantes incluían a los civiles iraquíes muertos en sus oraciones silenciosas. Han aparecido amenazas de muerte en los frentes de las casas de prominentes activistas antibélicos, por sus opiniones. Parientes nuestros han recibido amenazadores e-mails y llamadas telefónicas. Susan y yo hemos sido incluidos en la lista como traidores, como partidarios de Saddam y varios otros epítetos por la prensa amarilla de chimentos de Australia que se disfraza de periódicos y por sus justos y equilibrados primos de los medios electrónicos. Dos semanas atrás, United Way canceló una aparición de Susan en una conferencia sobre el liderazgo de las mujeres. Y a los dos nos dijeron la semana pasada que ambos y la Primera Enmienda no éramos bienvenidos al Salón de la Fama de Baseball. Un famoso rockero me llamó la semana pasada para agradecerme que hablara contra la guerra, ya que él no podía hacerlo porque teme las repercusiones de Clear Channel. Y aquí en Washington, Helen Thomas se encuentra olvidada en el fondo de la habitación después de haberle preguntado a Ari Fleisher si al mostrar nosotros los prisioneros de guerra en Guantánamo por televisión no estábamos violando la Convención de Ginebra. Un viento helado está soplando en esta nación. Se está enviando un mensaje a través de la Casa Blanca y sus aliados en programas de radio, y Clear Channel y Cooperstown. Si uno se opone a esta administración, puede haber y habrá sanciones. Todos los días, las ondas de aire están llenas de advertencias, amenazas veladas y no veladas, injurias y odio dirigidas a cualquier voz disidente. Y el público, se sienta mudo de temor. Recuerdo que cuando ocurrieron los disparos en el colegio Columbine, el presidente Clinton criticó a Hollywood por contribuir a esta terrible tragedia, como si estuviéramos lanzando bombas sobre Kosovo. ¿No serían las acciones violentas de nuestros líderes las que contribuyeron en parte a las violentas fantasías de nuestros adolescentes? Recuerdo haber hablado sobre esto en la prensa y curiosamente nadie me acusó de ser poco patriótico por criticar a Clinton. Y la misma gente que tolera la violencia real no quiere ver el resultado de ella en los noticieros de la noche. A diferencia del resto del mundo, nuestra cobertura de noticias de esta guerra es higiénica, sin una gota de sangre sobre nuestros soldados o las mujeres y niños de Irak. La violencia como concepto, como abstracción, es muy rara. Y en medio de toda esta locura, ¿dónde está la oposición política?, ¿a dónde se fueron todos los demócratas? Con las disculpas a Robert Byrd, debo decir que es bastante embarazoso vivir en un país donde un comediante bajito tiene más pelotas que la mayoría de los políticos. Necesitamos líderes que puedan entender la Constitución, congresistas que no abdiquen su poder más importante, el derecho a declarar la guerra al empresariado en un momento de temor. En este momento cuando una ciudadanía aplaude la liberación de un país mientras vive en temor por su propia libertad, cuando la gente de todo el país teme la represalia si usan su derecho a la libre expresión, es el momento de enojarse. Mi sobrino de 11 años, que mencioné antes, un chico tímido que nunca habla en clase, se enfrentó a su maestra que cuestionaba el patriotismo de Susan. “Usted está hablando de mi tía. Cállese.” Y el asombrado maestro retrocedió y comenzó a balbucear cumplidos. Los periodistas en este país pueden luchar contra aquellos que reescribirían nuestra Constitución en “Patriota, Acto II”, o “Patriota, La Secuela” como la llamaríamos en Hollywood. Contamos con usted para comenzar esa película. Los periodistas deben insistir en que no tienen que ser usados como publicistas por esta administración. Y se debe luchar contra cualquier instancia de intimidación de la libertad de expresión. Ustedes tienen, les guste o no, una enorme responsabilidad y un inmenso poder: el destino del discurso, la salud de este república está en sus manos, escriban para la izquierda o para la derecha. Este es su momento, y el destino que eligieron. Nuestra facultad para disentir, y nuestro derecho inherente a cuestionar a nuestro líderes y criticar sus acciones definen quiénes somos. Permitir que se nos quiten estos derechos por temor, castigar a la gente por sus creencias, limitar el acceso en los medios noticiosos a opiniones que difieren, es reconocer el fracaso de nuestra democracia. Estos son tiempos desafiantes. Hay una ola de odio que busca dividirnos, derecha e izquierda, pro guerra y anti guerra. En nombre de mi sobrino de 11 años y de todas las víctimas anónimas de este hostil ambiente de temor, tratemos de encontrar nuestra base común como nación. Celebremos este grande y glorioso experimento que sobrevivió 227 años. Y para hacerlo debemos honrar y luchar vigilantemente por las cosas que nos unen, como la libertad, la Primera Enmienda y sí, el béisbol.
 
* Extractos de un discurso pronunciado por el actor en el National Press Club en Washington, DC. el 15 de abril de 2003.Traducción: Celita Doyhambéhère
 
 

4-Una guerra estúpida, por Edward W. Said
Lleno de contradicciones, mentiras descaradas y afirmaciones sin fundamento, el espeso torrente mediático de informaciones y comentarios sobre la guerra contra Irak (que todavía continúa librando un ente llamado "la coalición", cuando es una guerra de Estados Unidos con algo de ayuda británica) ha oscurecido la estupidez criminal de su preparación, propaganda y justificación a manos de expertos políticos y militares. Durante las dos últimas semanas, he viajado por Egipto y Líbano, al tiempo que intentaba mantenerme al día del interminable volumen de noticias y desinformaciones procedentes de Irak, Kuwait, Qatar y Jordania, en muchos casos erróneamente optimistas, pero en otros, de un dramatismo espantoso tanto en sus consecuencias como en su realidad inmediata. Los canales árabes por satélite, de los que el más famoso y eficiente es hoy Al Yazira, han ofrecido una visión de la guerra totalmente opuesta al material oficial suministrado por los periodistas incrustados -con las especulaciones sobre iraquíes a los que habían asesinado por no luchar, levantamientos de masas en Basora, cuatro o cinco "caídas" de Um Qasr y Fao-, que han dado una mugrienta imagen de sí mismos, tan perdidos como los soldados de habla inglesa con los que convivían. Al Yazira ha contado con enviados en Mosul, Bagdad, Basora y Nasiriya, uno de ellos, el admirable Taysir Aloni, un curtido periodista veterano de la guerra de Afganistán, y han presentado un relato mucho más detallado y preciso de la escalofriante realidad de los bombardeos que han destrozado Bagdad y Basora, además de la extraordinaria resistencia y la indignación de la población iraquí, ésa que se suponía que no era más que un triste puñado de gente ansiosa por ser liberada y arrojar flores a unos imitadores de Clint Eastwood.
Veamos sin más tardar qué es lo que tiene esta guerra de estúpido y mediocre, dejando aparte, por el momento, su ilegalidad y su vasta impopularidad, para no hablar de lo devastadoras, humanamente inaceptables y completamente destructivas que han sido las guerras estadounidenses del último medio siglo. En primer lugar, nadie ha demostrado de forma convincente que Irak posea armas de destrucción masiva capaces de ser una amenaza inminente para Estados Unidos. Nadie. Irak es un Estado tercermundista, enormemente debilitado, y gobernado por un régimen despótico al que todos aborrecen: sobre este aspecto no existe ninguna discrepancia, y mucho menos en el mundo árabe e islámico. Ahora bien, pensar que es una amenaza para alguien en su actual estado de asedio es ridículo, una idea que ninguno de los periodistas de altísimos sueldos que pululan alrededor del Pentágono, el Departamento de Estado y la Casa Blanca se ha molestado jamás en investigar.
Sin embargo, en teoría, Irak podría haber desafiado a Israel en el futuro, puesto que es el único país árabe con los recursos humanos, naturales y de infraestructuras necesarios para hacer frente, no tanto a la arrogante brutalidad de Estados Unidos como a la de los israelíes. Por eso la fuerza aérea de Begin llevó a cabo bombardeos preventivos contra Irak en 1981. Conviene destacar, por tanto, hasta qué punto se han reproducido de forma inquietante las hipótesis y tácticas israelíes (todas ellas, como voy a demostrar, plagadas de importantes fallos) en los planes y las acciones de Estados Unidos dentro de su campaña actual derivada del 11-S, su guerra preventiva. Qué lástima que los medios de comunicación se hayan mostrado timoratos y no hayan investigado cómo se está apoderando poco a poco el Likud del pensamiento militar y político de Estados Unidos sobre el mundo árabe. Existe tanto miedo a la acusación de antisemitismo que circula temerariamente por ahí, aireada incluso por el rector de Harvard, que el dominio de la política estadounidense por parte de los neoconservadores, la derecha cristiana y los halcones civiles del Pentágono se ha convertido en una especie de realidad que obliga a todo el país a adoptar una actitud de beligerancia absoluta y hostilidad sin cortapisas. Cualquiera podría pensar que, si no hubiera sido por el dominio mundial de Estados Unidos, nos habríamos encaminado hacia otro holocausto.
En segundo lugar, tampoco tenía sentido, desde el punto de vista humano, pensar que la población de Irak fuera a dar la bienvenida a las fuerzas estadounidenses que entraron en el país después de unos bombardeos aéreos aterradores. Pero el hecho de que esa idea absurda se convirtiera en uno de los ejes de la política de Estados Unidos es prueba de las patrañas que habían contado a la Administración los componentes de la oposición iraquí (muchos de cuyos miembros no tenían ni idea de lo que ocurría en su país y estaban deseosos de impulsar su situación en la posguerra a base de convencer a los estadounidenses de que la invasión iba a ser muy fácil) y los dos acreditados expertos en Oriente de los que se sabe hace tiempo que son los que más influyen en la política de Estados Unidos para Oriente Próximo, Bernard Lewis y Fouad Ajami.
Lewis, ahora casi nonagenario, llegó a Estados Unidos hace aproximadamente 35 años para enseñar en Princeton, donde su ferviente anticomunismo y su sarcástica desaprobación de todo lo relacionado con el islam y los árabes modernos (excepto Turquía) le colocaron en primera línea del frente pro-israelí durante los últimos años del siglo XX. Es un orientalista de la vieja escuela, que pronto quedó sobrepasado por los avances en las ciencias sociales y las humanidades con los que se formó una nueva generación de estudiosos que trataban el islam y a los árabes como sujetos vivos y no como unos nativos atrasados. Para Lewis, las grandes generalizaciones sobre todo el islam y el atraso de "los árabes" en materia de civilización eran vías lógicas para llegar a una verdad que sólo estaba al alcance de un experto como él. El sentido común sobre la experiencia humana había quedado anticuado, y se pusieron de moda los pronunciamientos sonoros sobre el choque de civilizaciones (Huntington descubrió su lucrativo concepto en uno de los ensayos más estridentes de Lewis sobre "el regreso del islam"). Lewis, un generalista e ideólogo que recurría a la etimología para subrayar sus argumentos sobre el islam y los árabes, halló un nuevo público en el lobby sionista estadounidense, al que dirigía sus pontificaciones tendenciosas en publicaciones como Commentary y, más tarde, The New York Review of Books, unas afirmaciones que servían para reforzar, en definitiva, los estereotipos negativos existentes sobre árabes y musulmanes.
Lo que hacía que las consecuencias de la labor de Lewis fueran tan espantosas era que, a falta de otras opiniones que contrarrestaran las suyas, los estadounidenses (en especial los responsables políticos) se las creyeron. Esto, unido al frío aire de distanciamiento y su actitud desdeñosa, hizo de Lewis una "autoridad" a pesar de que hacía décadas que no había visitado el mundo árabe, ni mucho menos vivido en él. Su último libro, What Went Wrong?, ha sido un éxito de ventas tras el 11 de septiembre, y me han dicho que es lectura obligada en el ejército de Estados Unidos, a pesar de su superficialidad y sus afirmaciones sin fundamento -y normalmente a partir de datos equivocados- sobre los árabes durante los últimos 500 años. Al leer el libro, se piensa que los árabes son unas gentes primitivas, atrasadas e inútiles, más fáciles de atacar y destruir que nunca.
Lewis formuló asimismo la tesis, también fraudulenta, de que en Oriente Próximo hay tres círculos concéntricos: los países con población y Gobierno proamericanos (Jordania, Egipto y Marruecos), los que tienen población proamericana y Gobierno antiamericano (Irak e Irán) y los que tienen población y Gobierno antiamericanos (Siria y Libia). Como se vería después, todo esto fue deslizándose gradualmente en la estrategia del Pentágono, sobre todo a medida que Lewis seguía ofreciendo sus fórmulas simplistas en televisión y en artículos para la prensa de derechas. Los árabes no iban a luchar, no saben cómo, nos iban a dar la bienvenida y, sobre todo, eran totalmente susceptibles a cualquier poder que pudiera ejercer Estados Unidos.
Ajami es un chií libanés, educado en Estados Unidos, que se hizo famoso como comentarista pro-palestino. A mediados de los años ochenta era ya profesor John Hopkins y se había convertido en un ferviente ideólogo nacionalista y antiárabe, por lo que fue rápidamente adoptado por el lobby sionista de extrema derecha (en la actualidad trabaja para gente como Martin Peretz y Mort Zuckerman) y grupos como el Consejo de Relaciones Exteriores. Le gusta definirse como un Naipaul de no ficción y citar a Conrad, aunque consigue que parezca tan malo como Khalil Jibran. Además, Ajami es aficionado a las frases pegadizas, perfectas para televisión, pero no para un pensamiento profundo. Es autor de dos o tres libros mal informados y tendenciosos y ha adquirido influencia porque, al ser un "informador nativo", puede soltar su veneno a los espectadores televisivos y condenar a los árabes a la condición de criaturas infrahumanas, cuyo mundo y cuya realidad no interesan a nadie. Hace 10 años empezó a utilizar el "nosotros" como una colectividad justa e imperial que, en compañía de Israel, nunca hace nada mal. Los árabes tienen la culpa de todo y, por consiguiente, merecen "nuestro" desprecio y "nuestra" hostilidad.
Irak ha sido especial objeto de su veneno. Fue uno de los primeros partidarios de la guerra de 1991 y, en mi opinión, ha engañado de forma deliberada al pensamiento estratégico estadounidense, fundamentalmente ignorante, y le ha hecho creer que "nuestra" fuerza puede arrreglar las cosas. Dick Cheney, en un importante discurso del pasado mes de agosto, citó como suya la frase de que los iraquíes iban a "darnos" la bienvenida a los liberadores en "las calles de Basora", unas calles en las que, cuando escribo estas líneas, todavía se está luchando. Como Lewis, Ajami no vive en el mundo árabe desde hace años, aunque se rumorea que tiene una estrecha relación con los saudíes, a quienes ha calificado razonablemente de modelos para la forma futura de gobernar el mundo árabe.
Si Ajami y Lewis son las principales figuras intelectuales de la estrategia estadounidense sobre Oriente Próximo, da escalofríos pensar en cómo otros personajillos del Pentágono y la Casa Blanca, todavía más superficiales e ignorantes, han transformado esas ideas en el guión de una operación rápida en un Irak amistoso. El Departamento de Estado, después de una larga campaña sionista contra sus presuntos "arabistas", ha quedado limpio de cualquier opinión contraria, y Colin Powell -conviene recordarlo- no es más que un fiel servidor del poder. Con todo ello, y en vista de que el Irak de Sadam tenía posibilidades de crear problemas para Israel, se decidió acabar con el país política y militarmente, sin tener en cuenta su historia, lo complejo de su sociedad, su dinámica interna ni sus contradicciones. Paul Wolfowitz y Richard Perle lo expresaron exactamente en esos términos cuando asesoraron a Benjamín Netanyahu en su campaña para las elecciones de 1996. Sadam Husein, desde luego, es un tirano espantoso, pero no hay que olvidar que, por ejemplo, la mayoría de los iraquíes han sufrido terriblemente debido a las sanciones de Estados Unidos y no estaban, ni mucho menos, dispuestos a aceptar más castigos por la lejana posibilidad de que fueran a "liberarlos". Después de semejante liberación, ¿qué perdón puede haber? Al fin y al cabo, pensemos en la guerra contra Afganistán, que también tuvo bombas y sándwiches de mantequilla de cacahuete. Es verdad que Karzai ocupa ahora un poder muy incierto, pero los talibanes, los servicios secretos paquistaníes y los campos de amapolas han regresado, igual que los señores de la guerra. No es precisamente un modelo ideal para Irak, que, en cualquier caso, no se parece demasiado a Afganistán.
La oposición iraquí en el exilio ha sido siempre un grupo variopinto. Su dirigente, Ahmad Chalabi, es un hombre brillante al que se busca en Jordania por malversación de fondos y que no tiene verdaderos apoyos fuera del despacho de Paul Wolfowitz en el Pentágono. Sus colaboradores y él (por ejemplo, el siniestro Kanan Makiya, que ha dicho que los despiadados bombardeos desde gran altura lanzados por Estados Unidos contra su tierra natal son "música para mis oídos"), junto con unos cuantos ex baazistas, clérigos chiíes y otros, han dado también al Gobierno norteamericano gato por liebre al hablar de guerras rápidas, soldados desertores y multitudes jubilosas, asimismo sin respaldarlo con pruebas ni experiencias vividas. Como es natural, no se puede criticar a estas personas por querer librar al mundo de Sadam Husein: todos estaríamos mejor sin él. El problema ha consistido en la falsificación de la realidad y la creación de panoramas ideológicos o metafísicos para que unos estrategas políticos estadounidenses, fundamentalmente ignorantes y descontrolados, se los endilgaran de manera antidemocrática a un presidente fundamentalista y un público muy poco informado. Al final, ha sido como si Irak fuese la Luna, y el Pentágono y la Casa Blanca, la Academia de Lagado de Swift.
Otras ideas racistas en las que se basa la campaña de Irak son las alucinantes afirmaciones sobre la capacidad de redibujar el mapa de Oriente Próximo, el propósito de poner en marcha un "efecto dominó" al llevar la democracia a Irak y la insistencia en suponer que el pueblo iraquí es una especie de tábula rasa sobre la que se pueden inscribir las ideas de William Kristol, Robert Kagan y otros profundos pensadores de extrema derecha. Como decía en un artículo anterior para la LRB, el primero que puso a prueba tales ideas fue Ariel Sharon en Líbano, durante la invasión de 1982, y ha vuelto a hacerlo después en Palestina desde que asumió su cargo, hace dos años. El resultado ha sido mucha destrucción, pero poco más en materia de seguridad, paz y conformidad. No importa: las fuerzas especiales estadounidenses, con todo su entrenamiento, han practicado y perfeccionado la irrupción en hogares civiles con los soldados israelíes en Yenín. Es difícil creer, a medida que avanza esta guerra en Irak, tan mal concebida, que las cosas vayan a ser muy distintas a ese otro episodio sangriento, pero, con la intervención de otros países como Siria e Irán, más problemas todavía para los regímenes ya inestables y la indignación general de los árabes en plena ebullición, no se puede pensar que la victoria en Irak vaya a parecerse a ninguno de los ingenuos mitos postulados por Bush y su camarilla.
Lo que resulta verdaderamente extraño es que la ideología reinante en Estados Unidos siga apoyándose en la opinión de que el poder norteamericano es fundamentalmente benévolo y altruista. Ésa es la razón de que se indignen los expertos y funcionarios estadounidenses porque los iraquíes tienen la osadía de presentar resistencia o de que, cuando capturan a soldados de Estados Unidos, les exhiban en la televisión iraquí. Es una costumbre mucho peor que a) bombardear mercados y ciudades enteras y b) enseñar cómo se obliga a filas enteras de prisioneros iraquíes a arrodillarse o tenderse boca abajo en la arena. De pronto, se menciona el Convenio de Ginebra, no a propósito del campamento Rayos X, sino de Sadam, y, cuando sus soldados se esconden en el interior de las ciudades, eso es trampa, mientras que arrasar una ciudad con bombas lanzadas desde 10.000 metros de altura es juego limpio.
Ésta es la guerra más estúpida e insensata de los tiempos modernos. Es ejemplo de una arrogancia imperial que no sabe nada del mundo, no tiene las trabas de la competencia o la experiencia, no se inmuta ante la historia ni la complejidad humana y no se arrepiente de recurrir a una violencia brutal y crueles aparatos electrónicos. Decir que es "cuestión de fe" es dar a la fe una fama todavía peor de la que tiene. Con sus cadenas de abastecimiento demasiado largas y vulnerables, su salto de la labia analfabeta a la ciega agresión militar, sus defectos de planificación logística y sus cínicas y elocuentes explicaciones, la guerra de Estados Unidos contra Irak queda encarnada, casi a la perfección, en los esfuerzos del pobre George Bush para mantenerse al día y estar al tanto de los textos que le preparan y que tanto le cuesta leer, y en la palabrería petulante de Rummy Rumsfeld, que envía a montones de jóvenes soldados a morir o matar a cuantos más, mejor. Es casi imposible pensar las repercusiones que tendrá ganar -o perder- esta guerra. Pero pobres iraquíes, que todavía tienen que sufrir mucho más antes de poder ser, por fin, "liberados".
Tomado de El País

5-POR DEBAJO DE TODA CRÍTICA, por Robert Kurz
La izquierda, la guerra y la ontología capitalista
Abril 2003
Después de la guerra es como decir antes de la guerra, dado que el capitalismo significa, en su esencia, agresión, destrucción y autodestrucción. El fin de la guerra fría no trajo los Dividendos de la Paz (ya la expresión misma revela una ilusión en cuanto al carácter del terror económico), sino que marcó el punto de partida histórico de la barbarie global, de la decadencia social y de las brutales guerras de ordenamiento mundial llevadas a cabo por una policía mundial bajo la égida de la última potencia mundial, los EE. UU. La fenomenología de los hechos es inequívoca, pero las interpretaciones difieren, toda vez que el aparato conceptual clásico se ha convertido en obsoleto. No en último término, esto se aplica a las reacciones de lo que queda de la izquierda en todo el mundo. La irresistible tendencia hacia el «pragmatismo político» y el falso inmediatismo del deseo de eficacia en el nivel social, sin que se haya procedido previamente a una clarificación de los propios supuestos, llevan en línea recta a la parálisis del pensamiento y de la actuación críticos del capitalismo. Lo que se hace necesario, por ello, es un debate teórico de principios, una reevaluación de la historia de la modernización, una renovación de la crítica radical de la economía política y de la teoría política de las crisis.
La modernización y la crítica abusivamente simplificada del capitalismo
El moderno sistema productor de mercancías, conocido también como capitalismo, no constituye una identidad inequívoca, sino que se desmultiplica en contradicciones estructurales e históricas. Lejos de ser un estado, representa más bien un proceso irreversible. Es por ello por lo que el capitalismo se encuentra permanentemente en conflicto consigo mismo. La competencia universal también se presenta como el combate entre polaridades inmanentes y como la lucha de unas condiciones nuevas contra otras antiguas que se desarrolla, sin embargo, en el ámbito de un sistema de referencias común. En la crítica del capitalismo podemos distinguir, bajo este aspecto, dos paradigmas históricos.
Aproximadamente desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX, desde las guerras campesinas hasta los luditas, los movimientos sociales lucharon, sobre la base de consideraciones tradicionales propias de las sociedades agrarias en torno de una «economía moral» (E. P. Thompson) y muchas veces bajo apariencias religiosas, contra su integración a la fuerza en las nuevas condiciones de impertinencia del «trabajo abstracto» (Marx). Por aquellos tiempos no existía aún un concepto que designase al capitalismo, que sólo se encontraba entonces en un estado embrionario de formación y, por eso, tampoco había ninguna perspectiva de una emancipación que apuntase más allá de la Modernidad productora de mercancías.
Más o menos a partir de mediados del siglo XIX, la propia crítica del capitalismo comenzó a moverse en el terreno del «trabajo abstracto», convertido mientras tanto en un objeto firme a fuerza de la intensa educación e interiorización, y de las categorías formales del moderno sistema productor de mercancías (forma del valor, forma del sujeto, economía industrial, forma general del dinero, mercado, estado, nación, democracia, política). La filosofía de la llamada Ilustración, que había suministrado la legitimación ideológica fundamental a la forma del sujeto burguesa, se convirtió también en el fundamento positivo de la historia de las ideas de la izquierda. La izquierda y los movimientos sociales empezaron a actuar en el «corset de hierro» (Max Weber) de las categorías capitalistas como sujetos burgueses. A esto se unió la adopción de la «disociación sexual» (R. Scholz) de todos los momentos de la vida que no encajan en la forma del valor, sin los cuales la relación del capital ni siquiera podría existir. Las mujeres fueron transformadas en las «mujeres de los escombros» de la reproducción y de la historia capitalista; en la medida en que desde siempre estuvieron también simultáneamente activas, por medio de una «socialización doble» (R. Becker-Schmidt), en las formas predominantes del «trabajo abstracto», en la política, etc., se mantuvieron como subalternas. El carácter estructuralmente «masculino» del sujeto competitivo burgués se reprodujo en la izquierda de la modernización.
En la misma medida en que la crítica del capitalismo adoptó, de esta forma, el modo de ser general de la burguesía y la generalizada forma del sujeto burguesa, se podría hablar del apego a una ontología capitalista. La «crítica», en este caso, ya sólo se refiere a las modalidades de la forma capitalista. Al mismo tiempo, la izquierda tomó nota de determinados polos de la estructura capitalista (la política frente a la economía, el sujeto por oposición a la objetivación), sin adquirir conciencia de la identidad de estos contrarios. No obstante, la izquierda se convirtió sobre todo en el «motor» del «progreso» capitalista, por oposición a las fuerzas recalcitrantes. Su papel fue esencial en el contexto de la «modernización a posteriori». En Occidente, el movimiento obrero combatía, sobre la base de categorías capitalistas ya desarrolladas, más allá de las mejoras sociales, por un pleno reconocimiento de los trabajadores asalariados como sujetos jurídicos burgueses (libertad de asociación, derecho de voto, etc.). En el Este y en el Sur, los movimientos de liberación socialistas y nacionales luchaban por su independencia y por su reconocimiento como sujetos nacionales del mercado mundial, para que el «trabajo abstracto» y las formas que lo acompañan tuvieran que ser impuestas aún a las respectivas sociedades.
Lo único que estos últimos aprovecharon de la teoría de Marx fueron los elementos compatibles con la subjetividad burguesa, con la ideología ilustrada y con una acepción positivista de la «economía política» (marxismo del movimiento obrero), resumidos en lo que la fraseología democrática tiene de más trivial. En este lote se encuadran también la ontología positiva del «trabajo» y la llamada lucha de clases que, según la propia expresión, no es más que una forma de la competencia en el seno de las categorías capitalistas (el capital y el trabajo como dos estados de agregación de la valorización del valor).
De lado quedó toda la teoría de Marx que fuese más allá de la ontología capitalista (en especial la crítica del fetiche). Aunque el deseo emancipatorio de la izquierda y de los movimientos sociales tuviesen sus «momentos de exuberancia», aquellos no lograron escapar a la fuerza gravitatoria de la forma del sujeto burguesa, interiorizada a pesar de la inexistencia del concepto correspondiente.
El fin del movimiento de la modernización
La reevaluación crítica aquí esbozada de la historia de la modernización es necesaria para que podamos entender, en contraste con ella, las condiciones de crisis contemporáneas posteriores al cambio de épocas. En la tercera revolución industrial de la microelectrónica, el desarrollo capitalista alcanza sus límites históricos. La mano de obra se convierte en superflua en una medida que ya no puede ser compensada. Con ello, el propio capital va derritiendo la sustancia de su acumulación. En Occidente, la racionalización microelectrónica conduce a un desempleo masivo estructural e irreversible; los sistemas de seguridad social y las respectivas infraestructuras se desmontan. Paralelamente a este desarrollo, el capital se refugia en la acumulación aparente de las burbujas financieras. En el Este y en Sur, economías nacionales y regionales enteras entran en colapso, precisamente porque, ante la falta de capacidad financiera, no pueden efectuar el «upgrade» microelectrónico de su producción y, así, se deslizan hacia una posición más acá de los padrones de productividad y de rentabilidad del mercado mundial. En paralelo, se desarrolla una economía de saqueo que se apodera de las ruinas de la reproducción en decadencia.
Lo que se designa como globalización es el resultado de este desarrollo. El proceso global de cierre de capacidades de producción excedentarias y que dejaron de ser rentables crea zonas de miserabilización y de barbarie de crisis, mientras la reproducción capitalista se diluye en cadenas transnacionales de creación de riqueza. La tradicional exportación de capitales es sustituida por el outsourcing [literalmente, «búsqueda de recursos fuera»: delegación de trabajos de una empresa a otra, cuando éstos ya no son rentables para la primera] de funciones en el ámbito de la economía industrial, comandado por el igualmente trasnacional capital de las burbujas financieras. Los espacios funcionales y reguladores de las economías nacionales son destruidos y, aun en los centros, el estado renuncia a su papel tradicional como «capitalista colectivo ideal». Lo que le queda, en el ámbito de la «desregulación», es ir sacrificando paso a paso sus competencias regulativas y proseguir su mutación funcional en dirección a la represiva y exclusiva administración de la crisis. El principio territorial de la soberanía entró en erosión porque se volvió obsoleto considerar a las poblaciones en su conjunto como «mano de obra colectiva». Cada vez son mayores las partes de las funciones internas de la soberanía, sin exceptuar al aparato de violencia, que son «privatizadas» o asumidas por bandas de malhechores, señores de la guerra, príncipes del terror, etc.
De un lado, por esta vía todo «desarrollo nacional» se ha convertido en una broma de mal gusto. La lógica de los «movimientos de liberación nacional» de la periferia pierde cualquier perspectiva de éxito. También la «lucha de clases» en el terreno de la ontología capitalista se ha vuelto obsoleta, en paralelo con la decadencia del «trabajo abstracto». La subjetividad jurídica burguesa del trabajo asalariado pierde su sustancia. La relación de disociación sexual que la acompaña da lugar a un posmoderno «embrutecimiento del patriarcado» (R. Scholz), en cuyo ámbito todo el peso de la crisis es descargado sobre las mujeres y, en especial, sobre las que habitan las zonas de miserabilización y los segmentos más pobres de las sociedades, en tanto que una violencia masculina sin norte se va hinchando hasta el terror practicado por adolescentes.
Por otro lado, el mismo desarrollo hace como que la competencia imperial en torno de la división territorial del mundo quedase sin efecto. El lugar de las viejas potencias nacionales expansionistas es ocupado por un imperialismo securitario y exclusionista colectivamente democrático y liderado por la última potencia mundial, EE. UU., que actúa como potencia protectora del imperativo global de la valorización. La finalidad consiste en mantener el mundo sujeto a toda costa al control de las categorías capitalistas, aunque éstas hayan perdido su capacidad de reproducción.
Las guerras de ordenamiento mundial organizadas hasta la fecha, desde la caída de la Unión Soviética, contra Irak y lo que queda de Yugoslavia, los mega-atentados terroristas del 11 de septiembre, la campaña militar en Afganistán y las masivas «guerras de desestatización» llevadas a cabo en vastas partes del mundo demuestran que el imperialismo securitario global ya sólo puede alcanzar victorias a lo Pirro, teniendo que fracasar en última instancia, puesto que es él mismo el que acaba por reproducir, una y otra vez, los fantasmas de la crisis de su propio sistema. Al mismo tiempo, con la finalización de la coyuntura de las burbujas financieras de los años 90, existe la amenaza de una depresión mundial inducida por la hiperendeudada economía central de los EE. UU., que arrastraría detrás de sí a todo Occidente y, simultáneamente, llevaría al final de la capacidad de financiación de la máquina militar apoyada en la alta tecnología.
Hasta qué punto la situación se encuentra madura se puede deducir del hecho de que, en el seno del imperialismo global democrático, se han hecho evidentes ciertas contradicciones legitimadoras e incluso reacciones de pánico, como sucedió durante los largos prolegómenos de las más reciente campaña contra Irak. La última potencia mundial, sin ninguna competencia a nivel militar, está dispuesta a optar por la fuga hacia adelante en compañía de algunos vasallos, a fin de instaurar un régimen militar global inmediato que arroje por la borda los fundamentos de legitimación del mundo capitalista establecidos después de 1945 por los propios EE. UU.
(ONU, derecho internacional, etc.) La «vieja Europa» de los Schröeder, Chirac y otros insiste en esa misma legitimación, sobre todo por falta de medios de poder y control propios y, en consecuencia, por miedo a perder el control sobre los desarrollos futuros. Sin embargo, la dinámica de la crisis mundial, incluyendo los procesos de barbarización, ya no puede ser detenida en el marco del sistema vigente. El hecho de que la actuación de la administración Bush se caracterice, en gran medida, por rasgos irracionales se inserta plenamente en esa misma dinámica. La negación de la «soberanía» es una parte lógica de este cuadro clínico, y vuelve caducas, como un todo, las relaciones contractuales burguesas.
La crisis del capitalismo como crisis de la izquierda
La crítica convencional al capitalismo se ve paralizada por este desarrollo, toda vez que no logra liberarse de su apego a las formas del moderno sistema productor de mercancías. Si el marxismo del movimiento obrero, en la historia del ascenso del sistema, había justificado aún su pretensión de un control y de una regulación políticos, junto a una «economía política» simplificada abusivamente por un abordaje positivista y a análisis desarrollistas del movimiento histórico de acumulación basados en la misma, todo este complejo, sin embargo, fue arrumbado en el depósito de los hierros viejos como «economicista». El terror de las categorías ha quedado reducido, en el seno del discurso de la izquierda, a un ruido de fondo irreflexivo. Lo que queda de la izquierda se revela complacientemente, en su ignorancia, como el estiércol restante de la burguesa forma del sujeto, reducida al apoliticismo, al culturalismo y a la «crítica ideológica» desprovista de cualquier fundamento en términos de crítica de la forma y de análisis real. En esta deplorable condición, ya no es capaz de explicar las nuevas guerras de ordenamiento mundial.
Observado desde un punto de vista superficial, el resultado consiste en una polarización irreductible entre una amplia corriente de antiimperialistas tradicionales, por un lado, y una minoría sectaria de belicistas pro-occidentales, por otro. Ambas proceden a una retroproyección anacrónica de los fenómenos de la crisis actual sobre la época de las guerras mundiales, aunque unos prefieren el modelo de la primera y los otros el de la segunda guerra mundial. Ambos escamotean la existencia de una crisis y de un límite de la reproducción del capitalismo mundial, sin hacer el más mínimo esfuerzo por ofrecer una justificación teórica. Unos simpatizan con un feminismo «nacionalista» de sangre y tierra; otros, por falta de reflexión sobre el vínculo entre la forma del valor y la lógica de la disociación, reducen la relación entre los sexos a un problema secundario de orden empírico-sociológico. Unos critican la globalización dentro de moldes reaccionarios porque, en su opinión, ésta subyuga a las «naciones» y a las respectivas «culturas»; los otros posan, en gran medida, como «escamoteadores de la globalización», al suponer, a contracorriente de los hechos, que el mundo después del fin de la guerra fría habría regresado a la competencia de potencias nacional-imperialistas en torno de la redistribución territorial. Más allá de la cuestión actual de la guerra, las diferencias y las semejanzas demuestran que esta izquierda está condenada a rumiar hasta la extenuación las contradicciones del sujeto burgués en los límites del capitalismo dentro de los corsets de su propio horizonte intelectual clausurado.
Ambos invocan con la misma ingenuidad acrítica los tópicos esenciales relacionados con el hecho de que la ontología y la metafísica real capitalistas se encontraron fundamentados en la filosofía ilustrada. Los antiimperialistas retornados a un ordinario leninismo de taberna alucinan con el regreso de una asociación entre la lucha de clases obrera y la «liberación nacional». Tal como en su tiempo el régimen de desarrollo nacional de Vietnam se dedico con toda candidez a copiar la Constitución de los EE. UU., y la burocracia de la RDA se hartó de remover el «legado» de la Ilustración prusiana, éstos pretenden, en su loca compulsión repetitiva, enarbolar los podridos ideales burgueses desde la perspectiva clasista y tercermundista contra el fantasma de las burguesías occidentales nacional-imperialistas.
Los antiimperialistas regresivos confieren un relieve inesperado al hecho, nunca aclarado de forma crítica, de que ya la ideología de la «modernización a posteriori» de inspiración marxista entroncaba bien, y de ellas estaban llenas a más no poder, con legitimaciones «nacionalistas» y del kitsch etno-cultural, tal como, incluso en las versiones originales del siglo XVIII, la anti-Ilustración fue un producto de la propia Ilustración y un momento de la autocontradicción burguesa. El racismo y el antisemitismo declarados del iluminista-mayor Kant y de la mayoría de sus primos intelectuales del Occidente europeo tenían sus orígenes en el campo de inmanencia lógica del sujeto ilustrado. Tanto más nítida es la degradación nacionalista y antisemita de todos los proyectos residuales de un «desarrollo nacional» pregonados en las condiciones de su improcedencia histórica y secundados por una asistencia seudo-leninista, cuanto menos se les han sobrepuesto de cualquier manera, como hierbas dañinas, ideologías pos-religiosas de locura y asesinato a título de una continuación de la competencia por otros medios.
No es menor el desvarío de los belicistas tanto hard como softcore que ahora paradójicamente retroproyectan la misma promesa profundamente errada de los ideales iluministas del capitalismo sobre el imperialismo occidental de crisis y securitario. Después que el «desarrollo a posteriori» hubiera sucumbido irremediablemente en el choque con el mercado mundial, es precisamente la máquina militar de la última potencia mundial capitalista la que se supone traerá la liberación de los sufrimientos de los regímenes que administran tras su caída.
La frase hecha del democratismo primario está en alza, como si la democracia no fuese un espectáculo poblado por sujetos del mercado y del dinero y como si las occidentales condiciones de zona peatonal (aun las que ya se encuentran en erosión) pudiesen reenviarse, independientemente de la correspondiente capacidad de resistir al mercado mundial, a través de bombardeos de alta tecnología como si se tratase e-mails. Cualquier joven de las luchas antifascistas recién convertido a las virtudes del prooccidentalismo y del eurocentrrismo, y que todavía ayer ignoraba lo que sería el contexto formal de una sociedad, se consume las neuronas preocupado por la cuestión de si, en Irak, las «formas de relación burguesas» podrían ser instauradas por la infantería de los EE. UU. –como si Irak viviese tal vez en condiciones «preburguesas», como si la médula de la forma legal y, así, de la forma de relación burguesa no fuese desde siempre la violencia pura y dura, y como si Irak, o Afganistán, la ex Yugoslavia, etc., no fuesen ejemplos escolares de las «formas de relación burguesas» en las condiciones de imposibilidad de la reproducción capitalista.
¿Oportunismo de movimentos, insultos a movimentos, o ruptura con la ontología capitalista?
El estado poco apetitoso de un radicalismo de izquierda que, de ambos lados de la polarización inmanente, se desmiente a sí mismo, no debería confundirse con los movimientos de masas en gestación contra la guerra, la globalización capitalista y el desmontaje del sistema social. Aunque éstos no son «inocentes», sino que, al igual que la conciencia general de la sociedad, están impregnados por las interpretaciones de crisis de la ideología burguesa, no se encuentran comprometidos con las mismas, ni se hallan tan enredados en patrones anacrónicos como la izquierda residual. El camino que será seguido por el verdadero movimiento se mantiene abierto. En todo caso, las falsas alternativas del discurso retrógrado de izquierda no tienen con qué contribuir a una orientación emancipatoria.
El oportunismo del movimiento de los antiimperialistas tradicionales ignora las corrientes de fondo de cariz «nacionalista» y antisemita o incluso, en una actitud de una cierta degeneración ideológica, él mismo las asimila como algo positivo. La actitud inversa, que consiste en los insultos a los movimientos de parte de los belicistas de izquierda, desacredita completamente la crítica necesaria, por sus referencias procapitalistas y proimperiales. Las mismas falsas alternativas que en la cuestión de la guerra amenazan con reproducirse en la cuestión de la lucha contra el desmontaje del sistema social, en la medida en que unos se comportan de una forma oportunista o positiva frente a formulaciones «etno-políticas» de la cuestión social, al tiempo que los otros denuncian cualquier esbozo de un movimiento de cariz social como siendo sospechoso a priori de antisemitismo.
En este contexto, es cierto que la disolución moral y teórica del marxismo del movimiento obrero y del antiimperialismo en productos de descomposición de la ideología ilustrada, enriquecidos con elementos nacionalistas y antisemitas, constituye la tendencia principal. Sin embargo, una tendencia contraria, crítica y emancipadora, se encuentra bloqueada precisamente por el hecho de que los agitadores pro-occidentales en favor de las «formas de relación burguesas» se han atrincherado en gran parte de los desconcertados medios de izquierda, y su volumen de voz, su presencia publicitaria y su turismo de congresos evolucionan en proporción inversa a su sustancia teórica. Tienen la caradurez de acusar a los movimientos de una «crítica al capitalismo abusivamente simplificada», como si su propia apología de la forma burguesa del sujeto y del capitalismo metropolitano de vacas gordas en disolución acelerada no estuviese desde hace tiempo por debajo de toda crítica. La izquierda radical perderá su lucha contra las tendencias nacionalistas y antisemitas y regresivamente nacional-keynesianistas dentro de los movimientos, si no despide de su discurso a los operadores ideológicos de las baterías antiaéreas del imperialismo de crisis y a los lobistas del complejo humanitario e industrial apostados detrás de los frentes de batalla de las guerras de ordenamiento mundial.
Un paradigma nuevo de la crítica radical, no obstante, sólo podrá encontrarse cuando la izquierda logre saltar por encima de su sombra histórica, a fin de liberarse de la ontología y de la forma del sujeto capitalista. Sería necesaria una Anti-Modernidad emancipatoria que, en su actual estado de obsolescencia, es tan esencialmente inviable como los viejos movimientos del «trabajo abstracto»; sin embargo, ésta, después del pasaje por la historia de la modernización, podría destacarse por primera vez por un enfoque que fuese más allá del sistema productor de mercancías de la lógica de la valorización.
El «corset de hierro» de las categorías capitalistas tiene que ser quebrado, y no en último lugar en lo que se refiere a su lógica fundamental de una relación de disociación sexual. La meta puede consistir únicamente en una sociedad autogestionaria o de consejos más allá de toda masculinidad y feminidad, más allá de las formas de la mercancía y del dinero, más allá del mercado y del estado, más allá de la política y de la economía. A fin de poder concretar semejante determinación de metas, la crítica, desde ya, tiene que contemporizarse con el desarrollo de la crisis del capitalismo, o sea, tiene que volverse conscientemente, por su lado y de forma transnacional, contra cualquier soberanía y «desarrollo nacional». Será sólo en ese contexto que también el campo de la inmanencia podrá recibir nuevamente una connotación movilizadora, desde la anulación global de las deudas y la reforma agraria, etc., hasta la resistencia consecuente contra las guerras de ordenamiento mundial y la «lucha de la cultura social» contra la concepción de mano de obra barata de las administraciones de crisis.
Original alemán: «Unter aller kritik» 
http://www.giga.or.at/others/krisis/r-kurz_unter-aller-kritik.html
en: www. krisis. org Traducción alemán-portugués: Lumir Nahodil http://planeta.clix.pt/obeco/ Traducción del portugués para Pimienta negra: Round Desk

6-Hacia una sociedad psicopática, por Andreu Martín
 Mentir, manipular y burlar para obtener los fines propios, sin ningún freno ético, es la enfermedad mental emergente, individual y colectiva
En toda sociedad, pasada, presente y futura, existen psicóticos, neuróticos, psicópatas y hasta personas semisanas normales, pero cada época ha tenido una tendencia mental dominante, una sociopatología que rige el comportamiento global. Desde hace muchos años, la competencia y la competitividad impuestas por el capitalismo radical han ido ejerciendo, tanto sobre el individuo como sobre la sociedad, una presión excesiva. Cuando el que vale, vale y el que no, es un fracasado (y eso es lo peor que se puede ser); cuando los beneficios económicos de la empresa privan sobre los derechos y deberes de las personas; cuando el ciudadano tiene por encima de todo la obligación de triunfar y dominar a los demás, la angustia y el estrés terminan generando una actitud paranoica. Es el temor del corredor a ser adelantado por quien le sigue, el temor a que los competidores hagan trampas, la culpabilidad de la falta de preparación. Vivíamos en una sociedad paranoica que tendía a inculpar, a exculpar o a disculparse, siempre con una concepción ética en la que se daba por supuesto que lo bueno era estar en el bando de los buenos.
PERO EXISTE otra forma de respuesta a los traumas. Es cuando el individuo se blinda, rompe amarras con los compromisos éticos que puedan unirle al entorno y estorbar su progreso y se centra únicamente en su interés personal. Decide dejar de ser víctima acosada y amedrentada para pasar a la acción y conseguir sus objetivos pasando por encima de lo que haga falta. Es el psicópata. Es el que ignora temores, culpas y posiciones éticas, el que margina los sentimientos para no sufrir, el que juzga su entorno con total frialdad y actúa con despiadado pragmatismo. Y, sobre todo y en consecuencia, es el que nunca revelará sus auténticas intenciones porque son esencialmente codiciosas. De manera que miente y manipula y burla para salirse con la suya, porque a él la obtención del fin le hace olvidar los métodos. Ésa sería la enfermedad mental hoy emergente. El ejecutivo esforzado pasó a ser agresivo, el egoísmo se convirtió en virtud esencial del hombre y necesaria para triunfar, y la mentira, un arma tan lícita como cualquier otra. Es conveniente y plausible que el hombre sea lobo para el hombre, el mundo es arena de gladiadores y quien golpea primero golpea dos veces. Cuando estrenaron la obra de teatro Chicago, en 1926, era una denuncia de la manipulación de la prensa y la corrupción de la justicia. Cuando hoy el mismo musical se ha convertido en superproducción de Hollywood, su mensaje ya no es una denuncia, sino una advertencia. Ya no quiere escandalizar al público, se limita a constatar una verdad: "El mundo es así, no lo he inventado yo". Lo que está ocurriendo últimamente, desde la aparición en nuestro país del psicópata asesino de la baraja (el asesino en serie: fenómeno genuinamente estadounidense) hasta el comportamiento ilícito y descarado de los invasores de Irak nos delatan este preocupante cambio de sociopatología. George W. Bush reconoció que tenía un departamento de intoxicación informativa, Tony Blair fue pillado con un informe falso en las manos y José María Aznar acusó a una veintena de detenidos de pertenecer a Al Qaeda antes de que éstos comparecieran ante el juez. Y, cuando las mentiras fueron desenmascaradas, no se dignaron justificarse o disculparse. Seguramente pensaron y piensan que, una vez concluida la destrucción de Irak, cuando llegue el reparto del botín de guerra y baje el precio del petróleo y suban las bolsas, el mundo callará conformado.
EN ESTADOS Unidos (espejo mágico donde desgraciadamente Aznar se mira y admira), los ideólogos ya están proclamando que sólo el débil y el fracasado apelan al derecho. El triunfador (pronúnciese con brillante sonrisa de yo quiero ser así) no se somete a ninguna ley, sino que, bien al contrario, somete las leyes a su voluntad. Ése es el psicópata. Es el héroe solitario del western, sobreviviente en un mundo que sólo admite a los menos escrupulosos y a los más atrevidos, más astutos, más agresivos, en definitiva, más psicópatas. Insensibles al dolor ajeno ante la perspectiva de pingües beneficios.

 A los que también quieren leer este boletín en inglés, les  ofrecemos como alternativa los siguientes sitios en ese idioma, en los que pueden encontrar una visión diferente de la oficial:
http://www.counterpunch.org/
http://www.yellowtimes.org/

http://www.zmag.org/weluser.htm

http://www.michaelmoore.com/

http://free.freespeech.org/americanstateterrorism/AmericanStateTerrorism.html

http://www.gernika.tk/ 
http://www.marchforjustice.com/

 

 

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