ESTADOS
UNIDOS continúa atacando Irak
La guerra infame- Boletín Nº 27
Sumario
1.
¿Tenía razón Husein?¿Son los
norteamericanos los nuevos mongoles del Medio Oriente?, por Wayne Madden
2.
El genio malvado del imperio: ¿podrá Irak
renacer?, por James Petras
3.
Discurso de un “traidor” a la nación,
por Tim Robbins
4.
Una guerra estúpida, por Edward W. Said
5.
Por debajo de toda crítica, por Robert Kurz
6.
Hacia una sociedad psicopática,
por Andreu Martín
1-¿Tenía razón Husein?¿Son
los norteamericanos los nuevos mongoles del Medio Oriente?, por Wayne Madden
A principios de año, Saddam Hussein llamó a la
gente de su país a derrotar a los «nuevos mongoles», la expresión con la
que designaba al ejército norteamericano listo para atacar Irak. Hussein
parece no haberse equivocado en su pronóstico relativo a los efectos de una
invasión norteamericana a Irak. En 1248, las fuerzas del caudillo mongol
Hulagu Khan invadieron y devastaron la ciudad.
Las reliquias históricas de Sumeria, Babilonia,
Mesopotamia, Asiria, Nínive, la Arabia islámica y otras de la historia iraquí
fueron destruidas por los invasores mongoles. El sistema de irrigación de
Bagdad también fue destruido y las consecuencias de esa acción sobre la
población del país duraron más de un siglo.
Al comparar la invasión de Hulagu Khan en 1248
y la invasión norteamericana de 2003, surgen rápidamente unas similitudes
absolutas. Al igual que los mongoles, los Estados Unidos han interrumpido
severamente el sistema de abastecimiento de agua de Bagdad. Esto ha afectado
de modo dramático la salud pública, la atención médica y las medidas
sanitarias en una ciudad de más de cinco millones de habitantes. Si semejante
calamidad ocurriese en una ciudad de tamaño semejante a causa de un desastre
natural, la ayuda internacional llegaría velozmente. Sin embargo, los Estados
Unidos bloquean los esfuerzos internacionales para aliviar la situación de
Irak, a menos que puedan controlar a los trabajadores humanitarios y
administrar la distribución de la asistencia.
Y como los mongoles, las tropas de EE. UU.
permanecieron impasibles mientras las turbas saqueaban y destrozaban las obras
de arte del Museo Nacional de Irak en Bagdad. También se informó de
saqueadores organizados que atacaban otros lucrativos objetivos, como
edificios públicos, tiendas o domicilios privados. El régimen de Bush ignoró
los pedidos de Koichiro Matsura, director de la UNESO, quien exhortó a los
Estados Unidos a que protegiera los museos iraquíes. Sus reclamos, como los
de los gobiernos de Jordania, Rusia o Grecia, no fueron escuchados por los
funcionarios de guerra del régimen de Bush. El saqueo y la perversa destrucción
del museo de Bagdad no sólo merecen la condena internacional, sino que también
entran perfectamente dentro de la jurisdicción del Tribunal Penal
Internacional para llevar a cabo una investigación completa y someter a
juicio a los perpetradores, tanto iraquíes como norteamericanos.
Podemos sentir el dolor que experimentó la
directora delegada del museo cuando, llena de lágrimas, dijo a los
periodistas occidentales que 170.000 invalorables obras de arte que se
remontan miles de años hasta la cuna de la civilización en el valle del
Tigris y el Éufrates, el lugar fabuloso del Jardín del Edén, fueron
saquedas o destruidas. Señaló que un tanque y uno o dos soldados
norteamericanos habrían sido suficientes para proteger el museo de los vándalos.
Pero en lugar de ello, las tropas norteamericanas permanecieron indiferentes
mientras se arrasaban 7.000 años de historia iraquí. Incluso fueron
destruidos irreemplazables archivos arqueológicos y discos de computadoras.
Los empleados del museo culparon de la carnicería a las tropas de EE. UU.
Parece que el régimen de Bush quiere reconstruir Irak en el mismo sentido en
que está convirtiendo a la democracia norteamericana en una entidad
corporativa fascista.
El hecho de que se permita que los saqueadores
destruyan y quemen textos islámicos únicos en el momento en que los miembros
de la ayuda cristiana fundamentalista están a punto de llegar a Irak con agua
y Biblias revisionistas, plantea la posibilidad de un sangriento choque de
religiones futuro. El dar rienda suelta a los misioneros cristianos
fundamentalistas que trabajan para gente como Pat Robertson o Jerry Falwell,
con el pleno respaldo de una futura administración civil neoconservadora de
los EE. UU. liderada por el pro-Likud israelí general retirado del ejército
norteamericano Jay Garner, despierta en mucha gente la terrorífica impresión
de que las pasadas referencias de George W. Bush a las «cruzadas» podría
estar determinando, en parte, las actuales guerras de los EE. UU. en Afganistán
e Irak, así como las posibles guerras futuras en Siria, Palestina y Líbano.
Entre las obras de arte que podrían haber caído
en manos de los saqueadores figuran las tabletas que contienen el Código de
Hammurabi y «El Carnero en la Maleza» [o «macho cabrío trepador», en oro
y lapislázuli], de Ur, de 4.600 años de antigüedad. El busto de un rey
acadio de 4.300 años de antigüedad fue destruido por los vándalos. Lo que
no fue destruido por los mongoles en 1248, los norteamericanos permitieron que
se destruya en 2003. Han desaparecido las obras de arte de las antiguas
Sumeria, Asiria, Babilonia, Mesopotamia, Nínive y Ur.
Consideremos hasta qué punto se han degradado
los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Norteamérica
lanzó el Programa Safehaven [Refugio Seguro] para recuperar el arte europeo
saqueado por los nazis. Hoy, los Estados Unidos ayudan e instigan el saqueo
del arte y de tesoros miles de años más antiguos que al arte europeo, a cuya
salvación contribuyeron hace cerca de sesenta años. En el pasado, el ejército
y los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, incluyendo la Oficina
de Servicios Estratégicos, predecesora de la CIA, ayudaron a recobrar y
restituir los tesoros históricos saqueados por individuos de la calaña de un
Herman Goering o un Alfred Rosenberg. Generales norteamericanos como Dwight
Einsenhower, Omar Bradley o George Patton, Jr., supervisaron personalmente la
recuperación y el retorno de las obras de arte secuestradas por los nazis.
Si se confronta a aquellos auténticos jefes
militares profesionales con los generales Tommy Franks o Vincent Brooks,
quienes se encogieron de hombros ante el saqueo de los museos iraquíes, uno
empieza a entender lo que Saddam Hussein quería decir cuando comparaba a las
actuales fuerzas armadas de los Estados Unidos con las hordas mongoles. Para
colmo de males, Brooks mintió en un informe del Comando Central cuando declaró
a los medios informativos de todo el mundo que «estamos comprometidos con la
preservación de la rica cultura y la herencia del pueblo iraquí». Si Brooks
hubiera dicho la verdad, lo que no era el caso, se hubiesen puesto en práctica
planes de emergencia para proteger los centros de arte y de antigüedades
iraquíes desde el mismo momento en que las tropas entraron en Bagdad.
Está claro que, al ayudar e instigar el saqueo
del arte y de las antigüedades iraquíes, el ejército de los Estados Unidos
violó el artículo 33 del Cuarto Acuerdo de Ginebra de 1949 y el artículo 2
(g) del Protocolo Opcional I de 1977 al Acuerdo de Ginebra de 1949. El
Tribunal Penal Internacional de La Haya debe iniciar procedimientos para
determinar si acusa o no al ejército de los Estados Unidos y a los
funcionarios del gobierno de violar criminalmente la ley internacional que
prohíbe la destrucción premeditada de la herencia cultural. Los Estados
Unidos y Gran Bretaña siempre han mostrado desdén por la protección de esta
última. Las dos son una de las pocas naciones del mundo que se han negado a
firmar la Convención de La Haya sobre protección de la herencia cultural
durante las hostilidades. Irónicamente, esta convención fue ratificada por
Francia, Alemania, Canadá, Rusia, Bélgica, Grecia, Turquía, Noruega,
Finlandia, Bielorrusia, Austria, China, India, Irán, Indonesia, Cuba, Brasil,
México, Siria y otros países que se negaron a formar parte de la «coalición
de los dispuestos» de Bush. Y para empeorar aún más las cosas, la Convención
de La Haya fue ratificada también por el gobierno de Saddam Hussein, haciendo
que el llamado «Carnicero de Bagdad» estuviera legalmente comprometido con
la protección de la herencia cultural más que los norteamericanos o los británicos.
Interpol, que ya tiene una orden de captura
contra Ahmed Chalabi, el candidato del Pentágono para convertirse en el
futuro líder de Irak, debe publicar inmediatamente una lista de todos los
objetos culturales iraquíes robados. La Unesco, Interpol y la Unión Europea
deben coordinar sus actividades para identificar tales objetos, que podrían
caer en manos de norteamericanos, británicos, israelíes u otros.
La transformación norteamericana del sitio de
Bagdad en el pillaje de Bagdad tiene que ser condenada por todos los países y
personas. El estudio de la historia humana, en realidad, los derechos de
nacimiento de la humanidad, han recibido un golpe terrible de parte del régimen
de Bush. Ninguna suma de dinero proveniente de las ganancias del petróleo
compensará jamás al pueblo iraquí, a la nación árabe y al mundo por la pérdida
de un registro crucial de la civilización mundial. El régimen de Bush y sus
modernos vándalos tendrán que rendir cuentas por sus crímenes contra la
humanidad.
14 de abril de 2003
El autor es periodista de investigación y
columnista. Escribió la introducción del libro colectivo Forbidden Truth. US-Taliban
Secret Oil Diplomacy and the Failed Hunt for Bin Laden. Vive en
Washington, DC. Puede ser contactado en: Wmadsen777@aol.com
Fuente: «Counterpunch»
Tomado de Pimienta negra. Traducción Round
Desk
2-El genio malvado del imperio:
¿podrá Irak renacer?, por James Petras*
Millones de ciudadanos estadunidenses protestaron antes
de la guerra, pero tan pronto la maquinaria bélica de su país lanzó la
agresión para conquistar Irak el movimiento decayó, el número de
participantes en las manifestaciones disminuyó en miles y quedó integrado sólo
por activistas muy comprometidos. En cambio, cientos de miles de banderas
estadunidenses empezaron a verse en antenas de autos y en fachadas. Las
encuestas indicaron que casi tres cuartas partes de la población aprobaron la
forma en que George W. Bush manejó la guerra.
Está claro que la rápida conquista militar y la
destrucción en Irak produjeron una patriotera e irracional ola de apoyo a
Bush y la guerra. Una multitud de estadunidenses está rindiendo culto a la
diosa arpía del triunfo e incluso al genocidio "triunfal". Esta
situación trae consigo muchas preguntas dolorosas y difíciles sobre la
naturaleza del movimiento antibélico estadunidense y los sentimientos
populares.
Está claro que se equivocaron los intelectuales que
elogiaron a los opositores a la guerra y afirmaron que éstos constituían una
"nueva fuerza moral" en ascenso. Muchos disidentes que rechazaban la
guerra cambiaron de postura y la apoyaron una vez que comenzó. Una multitud
todavía mayor salió a ondear banderas después de que Irak fue derrotado, su
sociedad destruida y su población humillada.
La guerra no dio mayor impulso a la oposición, como
esperaban muchos intelectuales progresistas; los éxitos militares
disminuyeron las protestas y estimularon los sentimientos chovinistas. Más aún,
Bush, Rumsfeld, Wolfowitz y demás permitieron que saqueadores y pandillas
organizadas perpetraran pillaje contra toda una sociedad, acción que no
recibió prácticamente la menor condena popular. Sólo algunos arqueólogos y
curadores se quejaron por la pérdida que sufrió la humanidad.
¿De qué nos habla la renuncia del movimiento pacifista
estadunidense, e incluso la aceptación entusiasta a la guerra en algunos
sectores de oposición, particularmente en momentos en que Bagdad era
pulverizada y conquistada?
El factor individual más importante fue la transformación
de los mensajes oficiales, que dejaron de hablar de un "ataque
letal" iraquí y comenzaron a mencionar la "garantizada"
conquista estadunidense, que se hizo tangible con la invasión de Bagdad. En
otras palabras, muchos opositores a la guerra no estaban motivados por
principios morales o por la solidaridad, sino porque temían que su sociedad y
las tropas de su país sufrieran efectos negativos.
Una vez que quedó claro que no había posibilidad alguna
de que Irak respondiera los ataques (Bush supo mucho antes de iniciar la
invasión que el país árabe, en efecto, estaba desarmado) y que el ejército
estadunidense tenía todo bajo control, cambiaron sus lealtades y decidieron
cerrar filas en torno de los caudillos. Los medios de comunicación
presentaron los éxitos militares y la conquista de Bagdad como resultado de
la genialidad estratégica de los líderes militares y civiles de Estados
Unidos. Dijeron que cada rendición y cada humillación sufrida por los iraquíes
era un elemento más que reducía "la amenaza" sobre soldados y
civiles estadunidenses. Que no hubiera un solo ataque iraquí con armas de
destrucción masiva, así como las imágenes de los estadunidenses que tomaron
los principales pozos petroleros y palacios del régimen, fueron notas que se
presentaron de manera reiterada. Los reportes fueron muy bien recibidos, para
vergüenza de la mayoría de ciudadanos estadunidenses. En la sique de muchos
de ellos la ausencia de peligro desató una orgía de patrioterismo y admiración
por los genios del mal.
Los ideólogos de la guerra y sus admiradores promovieron
nuevos conflictos bélicos de forma más agresiva. Quienes dudaban, al igual
que los ciudadanos más críticos, se pusieron a la defensiva. Algunos incluso
se sintieron desmoralizados ante el pillaje masivo y la muerte de iraquíes.
Protestaron contra la ocupación y se alarmaron por la conducta extrema y egoísta
de sus vecinos y compañeros de trabajo, que no manifestaban la más mínima
preocupación porque Irak se convirtiera en un despoblado en llamas.
De la misma forma, a nadie preocupó que las imágenes de
"masas" iraquíes que supuestamente daban "la bienvenida"
a los "libertadores" estadunidenses en realidad mostraban a unos
cuantos cientos en una ciudad de 5 millones de habitantes. Tampoco causó
alarma que el derribo de una estatua de Saddam fuera precedido por el
izamiento de una bandera estadunidense, ni que los soldados que destruyeron el
monumento estuvieran acompañados por sólo un puñado de iraquíes.
En Mosul, Bagdad, Najaf, Nasiriya y otras ciudades miles
de iraquíes valientes desafiaron a la artillería, los tanques y los helicópteros
estadunidenses para exigir ser liberados tanto de Estados Unidos y sus cómplices
de la oposición iraquí en el exilio como de Saddam Hussein. Pero la ciudadanía
estadunidense siguió exaltando con orgullo a sus "héroes
conquistadores", a "nuestros valientes soldados", quienes
asesinaron a manifestantes pacíficos que impugnaban a sus tiranos pasados y a
sus amos militares actuales.
Al grueso de la población estadunidense no le perturba
que un general de su país gobierne a más de 23 millones de iraquíes. Los
periódicos parecen absolutamente fascinados de ver al general Franks
celebrando la ocupación desde su nuevo puesto de gobernante militar. Casi 80
por ciento de los estadunidenses creen que la guerra valió la pena, pese a la
conquista, la destrucción y el ultraje cultural de Irak. Los ciudadanos
veneran a los generales y a la administración que llevaron a cabo esta guerra
"honorable", pese a que se ha demostrado que todas las
justificaciones oficiales son mentiras. No se encontraron armas de destrucción
masiva ni vínculos del régimen iraquí con Al Qaeda; tampoco se capturó a
Hussein ni se protegió a la población civil y los hospitales.
Muy por el contrario, las fuerzas de ocupación
estadunidenses permitieron que los hospitales fueran atacados y los
medicamentos y equipos robados, mientras miles de niños, mujeres, ancianos y
soldados, heridos y mutilados, aullaban de dolor. Los más afortunados
perecieron en los pisos de los hospitales, en charcos de sangre, a causa de
heridas tratables.
Contra lo que piensan los progresistas más optimistas,
la gran mayoría de los estadunidenses no tiene interés alguno en el
sufrimiento que provoca a los iraquíes el saqueo perpetrado por vándalos y
ladrones apoyados por Estados Unidos. Algunos curadores indignados
protestaron, pero en la mayor parte de ciudades y poblados los ciudadanos
preparan celebraciones de "bienvenida a nuestros valientes hombres y
mujeres de armas". Puedo escuchar esa recepción en todos los salones de
fiestas de la Legión Americana y de los veteranos de guerras extranjeras.
También escucho las voces bien moduladas y amenazadoras de los líderes de
las principales organizaciones judías, haciendo eco a su verdadero
presidente, Ariel Sharon.
Esta no fue una "guerra" contra un dictador, ni
siquiera una simple y horrible masacre de un pueblo: es la destrucción
deliberada de una civilización, perpetrada por bárbaros modernos, quienes
combinan armas de destrucción masiva de alta tecnología que pueden dirigirse
contra hogares, fábricas, oficinas, plantas de tratamiento de agua e
instalaciones públicas. Bárbaros que cuentan con vándalos y fuerzas
paramilitares que destruyen el legado de 5 mil años de civilización y tres décadas
de la historia moderna de un Estado árabe laico.
Los vándalos fueron dejados en libertad de incinerar los
archivos de la nación, sus bibliotecas, sus institutos de investigación,
para robarse de su más famoso museo arqueológico antigüedades invaluables y
joyas del arte islámico. Destruyeron universidades, archivos de escuelas,
hospitales y documentos que detallaban los más importantes aspectos tanto de
la vida iraquí moderna como de su historia. Se trata de la destrucción
sistemática de todo aquello que permite que un pueblo exista dentro de una
nación reconocida.
No cabe duda de que el pillaje a cargo de vándalos fue
una política estadunidense deliberada. El Pentágono fue informado con
anticipación del peligro que corrían los preciados archivos históricos
iraquíes. Pese a ello, Washington decidió reunirse en enero con corredores
de antigüedades con el fin de "liberar" las normas de venta para
explotar el arte robado. Perlstein y otros representantes de los corredores
estadunidenses de arte exigieron a su país abolir la política "retencionista"
en cuanto a la conservación de antigüedades.
Durante la ocupación, los militares estadunidenses
obligaban a marcharse de los sitios saqueados a los ciudadanos iraquíes que
les suplicaban proteger museos, oficinas, archivos y hospitales. Cuando dichos
ciudadanos defendían sus hogares y negocios de los vándalos, eran acusados
por los marines de ser simpatizantes de Hussein y se les disparaba.
El mayor criminal de guerra, Rumsfeld, empleó su
habitual tono, a la vez cínico y ridículo, para absolver a los vándalos:
"Siempre hay pillaje después de la guerra". Agregó: "No había
nada que pudiéramos hacer (...) la libertad significa ser libre de hacer
cosas malas".
Las fuerzas armadas estadunidenses -con 200 mil
efectivos- ocuparon las principales ciudades, protegieron los pozos
petroleros, tomaron los palacios presidenciales, patrullaron las principales
calles en centros urbanos; tenían helicópteros, ametralladoras y tanques por
doquier. ¿Y así el ejército más poderoso del mundo no pudo detener a
cientos de criminales e incendiarios muy mal armados que se paseaban delante
de sus narices?
Uno tendría que ser estúpido sin remedio para atribuir
esto a la simple torpeza. Cuando hay desmanes y saqueos en los supermercados
de Estados Unidos, a los reservistas se les ordena "tirar a matar" y
obedecen, disparando principalmente contra negros y latinos, pero no sobre vándalos
que se roban el patrimonio de la humanidad.
El pillaje es fiel a la lógica imperialista de Estados
Unidos. Primero se imponen sanciones para empobrecer al país y atacar así la
salud de las nuevas generaciones; luego se lanza una guerra que destruye el
fundamento de la economía y la infraestructura. A esto sigue el pillaje a
cargo de grupos paramilitares para borrar la memoria histórica, los símbolos
y las huellas de una civilización. Finalmente se procederá a repartir el país
entre una colección de jeques, mullahs, lacayos desprestigiados y exiliados,
tiranos tribales y gánsters locales, que estarán todos bajo la dirección de
un generalísimo** estadunidense y de los marines, así como bajo la protección
de una policía y funcionarios locales sumisos que sólo servirán al regente
extranjero.
El uso que Estados Unidos hizo de vándalos y golpeadores
sigue el ejemplo sentado por la invasión israelí a Líbano y el uso de
milicias maronitas para robar y asesinar a los refugiados palestinos en Sabra
y Chatila. La destrucción de hospitales, escuelas, centros de salud y educación,
así como de archivos sobre la propiedad de la tierra y sedes culturales, es
similar a lo que se ha hecho en Jenin, Ramallah y Nablus, pero a escala
nacional. Los bárbaros imperialistas emplean vándalos locales para completar
su "solución final": convertir a una nación con un orgulloso
pasado histórico en una serie de feudos fragmentados y primitivos, gobernados
por vasallos serviles y tiránicos.
Los bárbaros imperialistas, ebrios de poder, eufóricos
por el apoyo popular y azuzados por Ariel Sharon y los miembros pro israelíes
de la administración Bush, se preparan ya para nuevas conquistas en Siria e
Irán, que emprenderán de inmediato, reciclando el método que usaron para
invadir y destruir Irak.
Un ex analista de alto nivel de la CIA ya lo dijo muy
claramente en la radio pública nacional: "Después de Irak, los políticos
estadunidenses tiene cifradas sus esperanzas en que cambien los regímenes de
Siria e Irán y que ello garantice que Israel será la superpotencia
incuestionada de la región".
El "genio malvado" del imperio estadunidense ha
infectado al país; un rasguño se convirtió en gangrena. La convicción de
que Estados Unidos puede lanzar guerras de conquista, con éxito y sin perder
soldados, ya se ha extendido entre las masas de este país. Los bárbaros de
alta tecnología del imperio están sueltos.
A los consternados críticos que preguntan: "¿Por
qué la destrucción y el pillaje?", Rumsfeld responde: "¿Por qué
no? Nosotros ganamos y ellos perdieron".
Rumsfeld, Sharon, los generales y los emisarios de Israel
en Washington no han derrotado de manera definitiva al pueblo iraquí. Los
vasallos, los falsos "primeros ministros", los administradores
designados por el imperio ya son vistos con recelo o son abiertamente
rechazados. Las fuerzas estadunidenses de ocupación se asustan de cualquier
"extraño" que ven en las calles, puesto que son el primer ejército
de conquista que jamás luchó (las bombas lo hicieron todo).
Al encarar a decenas de miles de iraquíes que los
rechazan, sienten pánico y disparan a matar, pero la presión de los civiles
aumenta. Su consigna "Ni Saddam ni Estados Unidos" puede no ser un
programa completo para la democracia y el desarrollo... pero es un principio.
El pueblo iraquí está resurgiendo de las cenizas una vez más, y continúa
así su historia de 5 mil años de civilización, conquista y liberación
nacional.
* Profesor de la Universidad Estatal de Nueva York
** En español en el original
3-Discurso de un “traidor” a
la nación, Tim Robbins *
Gracias y gracias por la invitación. Originalmente
me habían pedido que hablara aquí sobre la guerra y la actual situación política,
pero en cambio elegí aprovechar la oportunidad y hablar sobre el béisbol y
el show business. No, sólo bromeaba. O algo así. No les puedo decir cómo me
conmovió el abrumador apoyo que recibí de los diarios de todo el país en
estos pasados días. Los necesitamos, a ustedes, la prensa, ahora más que
nunca. A pesar de la tragedia del 11 de septiembre, hubo un breve período
posterior en el que tuve una gran esperanza. Me aferré a un atisbo de
esperanza de que algo bueno pudiera salir de eso. Me imaginé a nuestros líderes
aprovechando este momento de unidad en Estados Unidos, este momento en que
nadie quería hablar sobre demócratas versus republicanos, blancos versus
negros o cualquiera de las ridículas divisiones que dominan nuestro discurso
público. Imaginé un liderazgo que tomara la energía, la generosidad de espíritu
y creara una nueva unidad en Estados Unidos nacida del caos y la tragedia del
11 de septiembre, que enviara un mensaje a los terroristas del mundo: con sus
ataques inhumanos en contra nuestro, ustedes fortalecerán nuestro compromiso
con la justicia y la democracia; como un Fénix salido del fuego, renaceremos.
Y luego vino el discurso: O están con nosotros o están en contra. Y los
bombardeos comenzaron. Y el viejo paradigma se restauró mientras nuestros líderes
nos alentaban a mostrar nuestro patriotismo yendo de compras y presentándonos
como voluntarios para unirnos a grupos que entregarían a sus vecinos por
cualquier conducta sospechosa. En los 19 meses desde el 11 de septiembre hemos
visto cómo se comprometía nuestra democracia por el temor y el odio. Los
derechos inalienables básicos, los procesos debidos, la santidad del hogar se
han visto rápidamente comprometidos por un clima de temor. Un público
norteamericano unificado se dividió amargamente, y una población mundial que
sentía una profunda simpatía y apoyo por nosotros, se ha vuelto desconfiada
y despreciativa, viéndonos como en una época veíamos a la Unión Soviética,
como un Estado paria. La semana pasada, Susan y yo y nuestros tres hijos
fuimos a Florida a una reunión familiar de deportes. Y en el medio del baile
y la música, se habló de la guerra. Y lo más impresionante del fin de
semana fue la cantidad de veces que la gente nos agradecía por hablar en
contra de la guerra, porque el individuo sólo pensaba que era inseguro
hacerlo en su propia comunidad, en su propia vida. Sigan hablando, dijeron; yo
no pude abrir la boca. Un pariente me dice que el maestro le dice a su hijo de
11 años, un sobrino mío, que Susan Sarandon está poniendo en peligro a las
tropas por su oposición a la guerra. Otro pariente me cuenta la decisión de
la comisión de la escuela de cancelar un evento cívico que proponía un
minuto de silencio por aquellos muertos en la guerra, porque los estudiantes
incluían a los civiles iraquíes muertos en sus oraciones silenciosas. Han
aparecido amenazas de muerte en los frentes de las casas de prominentes
activistas antibélicos, por sus opiniones. Parientes nuestros han recibido
amenazadores e-mails y llamadas telefónicas. Susan y yo hemos sido incluidos
en la lista como traidores, como partidarios de Saddam y varios otros epítetos
por la prensa amarilla de chimentos de Australia que se disfraza de periódicos
y por sus justos y equilibrados primos de los medios electrónicos. Dos
semanas atrás, United Way canceló una aparición de Susan en una conferencia
sobre el liderazgo de las mujeres. Y a los dos nos dijeron la semana pasada
que ambos y la Primera Enmienda no éramos bienvenidos al Salón de la Fama de
Baseball. Un famoso rockero me llamó la semana pasada para agradecerme que
hablara contra la guerra, ya que él no podía hacerlo porque teme las
repercusiones de Clear Channel. Y aquí en Washington, Helen Thomas se
encuentra olvidada en el fondo de la habitación después de haberle
preguntado a Ari Fleisher si al mostrar nosotros los prisioneros de guerra en
Guantánamo por televisión no estábamos violando la Convención de Ginebra.
Un viento helado está soplando en esta nación. Se está enviando un mensaje
a través de la Casa Blanca y sus aliados en programas de radio, y Clear
Channel y Cooperstown. Si uno se opone a esta administración, puede haber y
habrá sanciones. Todos los días, las ondas de aire están llenas de
advertencias, amenazas veladas y no veladas, injurias y odio dirigidas a
cualquier voz disidente. Y el público, se sienta mudo de temor. Recuerdo que
cuando ocurrieron los disparos en el colegio Columbine, el presidente Clinton
criticó a Hollywood por contribuir a esta terrible tragedia, como si estuviéramos
lanzando bombas sobre Kosovo. ¿No serían las acciones violentas de nuestros
líderes las que contribuyeron en parte a las violentas fantasías de nuestros
adolescentes? Recuerdo haber hablado sobre esto en la prensa y curiosamente
nadie me acusó de ser poco patriótico por criticar a Clinton. Y la misma
gente que tolera la violencia real no quiere ver el resultado de ella en los
noticieros de la noche. A diferencia del resto del mundo, nuestra cobertura de
noticias de esta guerra es higiénica, sin una gota de sangre sobre nuestros
soldados o las mujeres y niños de Irak. La violencia como concepto, como
abstracción, es muy rara. Y en medio de toda esta locura, ¿dónde está la
oposición política?, ¿a dónde se fueron todos los demócratas? Con las
disculpas a Robert Byrd, debo decir que es bastante embarazoso vivir en un país
donde un comediante bajito tiene más pelotas que la mayoría de los políticos.
Necesitamos líderes que puedan entender la Constitución, congresistas que no
abdiquen su poder más importante, el derecho a declarar la guerra al
empresariado en un momento de temor. En este momento cuando una ciudadanía
aplaude la liberación de un país mientras vive en temor por su propia
libertad, cuando la gente de todo el país teme la represalia si usan su
derecho a la libre expresión, es el momento de enojarse. Mi sobrino de 11 años,
que mencioné antes, un chico tímido que nunca habla en clase, se enfrentó a
su maestra que cuestionaba el patriotismo de Susan. “Usted está hablando de
mi tía. Cállese.” Y el asombrado maestro retrocedió y comenzó a
balbucear cumplidos. Los periodistas en este país pueden luchar contra
aquellos que reescribirían nuestra Constitución en “Patriota, Acto II”,
o “Patriota, La Secuela” como la llamaríamos en Hollywood. Contamos con
usted para comenzar esa película. Los periodistas deben insistir en que no
tienen que ser usados como publicistas por esta administración. Y se debe
luchar contra cualquier instancia de intimidación de la libertad de expresión.
Ustedes tienen, les guste o no, una enorme responsabilidad y un inmenso poder:
el destino del discurso, la salud de este república está en sus manos,
escriban para la izquierda o para la derecha. Este es su momento, y el destino
que eligieron. Nuestra facultad para disentir, y nuestro derecho inherente a
cuestionar a nuestro líderes y criticar sus acciones definen quiénes somos.
Permitir que se nos quiten estos derechos por temor, castigar a la gente por
sus creencias, limitar el acceso en los medios noticiosos a opiniones que
difieren, es reconocer el fracaso de nuestra democracia. Estos son tiempos
desafiantes. Hay una ola de odio que busca dividirnos, derecha e izquierda,
pro guerra y anti guerra. En nombre de mi sobrino de 11 años y de todas las víctimas
anónimas de este hostil ambiente de temor, tratemos de encontrar nuestra base
común como nación. Celebremos este grande y glorioso experimento que
sobrevivió 227 años. Y para hacerlo debemos honrar y luchar vigilantemente
por las cosas que nos unen, como la libertad, la Primera Enmienda y sí, el béisbol.
* Extractos de un discurso pronunciado por el actor en el
National Press Club en Washington, DC. el 15 de abril de 2003.Traducción:
Celita Doyhambéhère
4-Una guerra estúpida, por Edward W. Said
Lleno de contradicciones, mentiras descaradas y afirmaciones sin
fundamento, el espeso torrente mediático de informaciones y comentarios sobre
la guerra contra Irak (que todavía continúa librando un ente llamado
"la coalición", cuando es una guerra de Estados Unidos con algo de
ayuda británica) ha oscurecido la estupidez criminal de su preparación,
propaganda y justificación a manos de expertos políticos y militares.
Durante las dos últimas semanas, he viajado por Egipto y Líbano, al tiempo
que intentaba mantenerme al día del interminable volumen de noticias y
desinformaciones procedentes de Irak, Kuwait, Qatar y Jordania, en muchos
casos erróneamente optimistas, pero en otros, de un dramatismo espantoso
tanto en sus consecuencias como en su realidad inmediata. Los canales árabes
por satélite, de los que el más famoso y eficiente es hoy Al Yazira, han
ofrecido una visión de la guerra totalmente opuesta al material oficial
suministrado por los periodistas incrustados -con las especulaciones sobre
iraquíes a los que habían asesinado por no luchar, levantamientos de masas
en Basora, cuatro o cinco "caídas" de Um Qasr y Fao-, que han dado
una mugrienta imagen de sí mismos, tan perdidos como los soldados de habla
inglesa con los que convivían. Al Yazira ha contado con enviados en Mosul,
Bagdad, Basora y Nasiriya, uno de ellos, el admirable Taysir Aloni, un curtido
periodista veterano de la guerra de Afganistán, y han presentado un relato
mucho más detallado y preciso de la escalofriante realidad de los bombardeos
que han destrozado Bagdad y Basora, además de la extraordinaria resistencia y
la indignación de la población iraquí, ésa que se suponía que no era más
que un triste puñado de gente ansiosa por ser liberada y arrojar flores a
unos imitadores de Clint Eastwood.
Veamos sin más tardar qué es lo que tiene esta guerra de estúpido y
mediocre, dejando aparte, por el momento, su ilegalidad y su vasta
impopularidad, para no hablar de lo devastadoras, humanamente inaceptables y
completamente destructivas que han sido las guerras estadounidenses del último
medio siglo. En primer lugar, nadie ha demostrado de forma convincente que
Irak posea armas de destrucción masiva capaces de ser una amenaza inminente
para Estados Unidos. Nadie. Irak es un Estado tercermundista, enormemente
debilitado, y gobernado por un régimen despótico al que todos aborrecen:
sobre este aspecto no existe ninguna discrepancia, y mucho menos en el mundo
árabe e islámico. Ahora bien, pensar que es una amenaza para alguien en su
actual estado de asedio es ridículo, una idea que ninguno de los periodistas
de altísimos sueldos que pululan alrededor del Pentágono, el Departamento de
Estado y la Casa Blanca se ha molestado jamás en investigar.
Sin embargo, en teoría, Irak podría haber desafiado a Israel en el
futuro, puesto que es el único país árabe con los recursos humanos,
naturales y de infraestructuras necesarios para hacer frente, no tanto a la
arrogante brutalidad de Estados Unidos como a la de los israelíes. Por eso la
fuerza aérea de Begin llevó a cabo bombardeos preventivos contra Irak en
1981. Conviene destacar, por tanto, hasta qué punto se han reproducido de
forma inquietante las hipótesis y tácticas israelíes (todas ellas, como voy
a demostrar, plagadas de importantes fallos) en los planes y las acciones de
Estados Unidos dentro de su campaña actual derivada del 11-S, su guerra
preventiva. Qué lástima que los medios de comunicación se hayan mostrado
timoratos y no hayan investigado cómo se está apoderando poco a poco el
Likud del pensamiento militar y político de Estados Unidos sobre el mundo árabe.
Existe tanto miedo a la acusación de antisemitismo que circula temerariamente
por ahí, aireada incluso por el rector de Harvard, que el dominio de la política
estadounidense por parte de los neoconservadores, la derecha cristiana y los
halcones civiles del Pentágono se ha convertido en una especie de realidad
que obliga a todo el país a adoptar una actitud de beligerancia absoluta y
hostilidad sin cortapisas. Cualquiera podría pensar que, si no hubiera sido
por el dominio mundial de Estados Unidos, nos habríamos encaminado hacia otro
holocausto.
En segundo lugar, tampoco tenía sentido, desde el punto de vista
humano, pensar que la población de Irak fuera a dar la bienvenida a las
fuerzas estadounidenses que entraron en el país después de unos bombardeos aéreos
aterradores. Pero el hecho de que esa idea absurda se convirtiera en uno de
los ejes de la política de Estados Unidos es prueba de las patrañas que habían
contado a la Administración los componentes de la oposición iraquí (muchos
de cuyos miembros no tenían ni idea de lo que ocurría en su país y estaban
deseosos de impulsar su situación en la posguerra a base de convencer a los
estadounidenses de que la invasión iba a ser muy fácil) y los dos
acreditados expertos en Oriente de los que se sabe hace tiempo que son los que
más influyen en la política de Estados Unidos para Oriente Próximo, Bernard
Lewis y Fouad Ajami.
Lewis, ahora casi nonagenario, llegó a Estados Unidos hace
aproximadamente 35 años para enseñar en Princeton, donde su ferviente
anticomunismo y su sarcástica desaprobación de todo lo relacionado con el
islam y los árabes modernos (excepto Turquía) le colocaron en primera línea
del frente pro-israelí durante los últimos años del siglo XX. Es un
orientalista de la vieja escuela, que pronto quedó sobrepasado por los
avances en las ciencias sociales y las humanidades con los que se formó una
nueva generación de estudiosos que trataban el islam y a los árabes como
sujetos vivos y no como unos nativos atrasados. Para Lewis, las grandes
generalizaciones sobre todo el islam y el atraso de "los árabes" en
materia de civilización eran vías lógicas para llegar a una verdad que sólo
estaba al alcance de un experto como él. El sentido común sobre la
experiencia humana había quedado anticuado, y se pusieron de moda los
pronunciamientos sonoros sobre el choque de civilizaciones (Huntington
descubrió su lucrativo concepto en uno de los ensayos más estridentes de
Lewis sobre "el regreso del islam"). Lewis, un generalista e ideólogo
que recurría a la etimología para subrayar sus argumentos sobre el islam y
los árabes, halló un nuevo público en el lobby sionista estadounidense, al
que dirigía sus pontificaciones tendenciosas en publicaciones como Commentary
y, más tarde, The New York Review of Books, unas afirmaciones que servían
para reforzar, en definitiva, los estereotipos negativos existentes sobre árabes
y musulmanes.
Lo que hacía que las consecuencias de la labor de Lewis fueran tan
espantosas era que, a falta de otras opiniones que contrarrestaran las suyas,
los estadounidenses (en especial los responsables políticos) se las creyeron.
Esto, unido al frío aire de distanciamiento y su actitud desdeñosa, hizo de
Lewis una "autoridad" a pesar de que hacía décadas que no había
visitado el mundo árabe, ni mucho menos vivido en él. Su último libro, What
Went Wrong?, ha sido un éxito de ventas tras el 11 de septiembre, y me han
dicho que es lectura obligada en el ejército de Estados Unidos, a pesar de su
superficialidad y sus afirmaciones sin fundamento -y normalmente a partir de
datos equivocados- sobre los árabes durante los últimos 500 años. Al leer
el libro, se piensa que los árabes son unas gentes primitivas, atrasadas e inútiles,
más fáciles de atacar y destruir que nunca.
Lewis formuló asimismo la tesis, también fraudulenta, de que en
Oriente Próximo hay tres círculos concéntricos: los países con población
y Gobierno proamericanos (Jordania, Egipto y Marruecos), los que tienen
población proamericana y Gobierno antiamericano (Irak e Irán) y los que
tienen población y Gobierno antiamericanos (Siria y Libia). Como se vería
después, todo esto fue deslizándose gradualmente en la estrategia del Pentágono,
sobre todo a medida que Lewis seguía ofreciendo sus fórmulas simplistas en
televisión y en artículos para la prensa de derechas. Los árabes no iban a
luchar, no saben cómo, nos iban a dar la bienvenida y, sobre todo, eran
totalmente susceptibles a cualquier poder que pudiera ejercer Estados Unidos.
Ajami es un chií libanés, educado en Estados Unidos, que se hizo
famoso como comentarista pro-palestino. A mediados de los años ochenta era ya
profesor John Hopkins y se había convertido en un ferviente ideólogo
nacionalista y antiárabe, por lo que fue rápidamente adoptado por el lobby
sionista de extrema derecha (en la actualidad trabaja para gente como Martin
Peretz y Mort Zuckerman) y grupos como el Consejo de Relaciones Exteriores. Le
gusta definirse como un Naipaul de no ficción y citar a Conrad, aunque
consigue que parezca tan malo como Khalil Jibran. Además, Ajami es aficionado
a las frases pegadizas, perfectas para televisión, pero no para un
pensamiento profundo. Es autor de dos o tres libros mal informados y
tendenciosos y ha adquirido influencia porque, al ser un "informador
nativo", puede soltar su veneno a los espectadores televisivos y condenar
a los árabes a la condición de criaturas infrahumanas, cuyo mundo y cuya
realidad no interesan a nadie. Hace 10 años empezó a utilizar el
"nosotros" como una colectividad justa e imperial que, en compañía
de Israel, nunca hace nada mal. Los árabes tienen la culpa de todo y, por
consiguiente, merecen "nuestro" desprecio y "nuestra"
hostilidad.
Irak ha sido especial objeto de su veneno. Fue uno de los primeros
partidarios de la guerra de 1991 y, en mi opinión, ha engañado de forma
deliberada al pensamiento estratégico estadounidense, fundamentalmente
ignorante, y le ha hecho creer que "nuestra" fuerza puede arrreglar
las cosas. Dick Cheney, en un importante discurso del pasado mes de agosto,
citó como suya la frase de que los iraquíes iban a "darnos" la
bienvenida a los liberadores en "las calles de Basora", unas calles
en las que, cuando escribo estas líneas, todavía se está luchando. Como
Lewis, Ajami no vive en el mundo árabe desde hace años, aunque se rumorea
que tiene una estrecha relación con los saudíes, a quienes ha calificado
razonablemente de modelos para la forma futura de gobernar el mundo árabe.
Si Ajami y Lewis son las principales figuras intelectuales de la
estrategia estadounidense sobre Oriente Próximo, da escalofríos pensar en cómo
otros personajillos del Pentágono y la Casa Blanca, todavía más
superficiales e ignorantes, han transformado esas ideas en el guión de una
operación rápida en un Irak amistoso. El Departamento de Estado, después de
una larga campaña sionista contra sus presuntos "arabistas", ha
quedado limpio de cualquier opinión contraria, y Colin Powell -conviene
recordarlo- no es más que un fiel servidor del poder. Con todo ello, y en
vista de que el Irak de Sadam tenía posibilidades de crear problemas para
Israel, se decidió acabar con el país política y militarmente, sin tener en
cuenta su historia, lo complejo de su sociedad, su dinámica interna ni sus
contradicciones. Paul Wolfowitz y Richard Perle lo expresaron exactamente en
esos términos cuando asesoraron a Benjamín Netanyahu en su campaña para las
elecciones de 1996. Sadam Husein, desde luego, es un tirano espantoso, pero no
hay que olvidar que, por ejemplo, la mayoría de los iraquíes han sufrido
terriblemente debido a las sanciones de Estados Unidos y no estaban, ni mucho
menos, dispuestos a aceptar más castigos por la lejana posibilidad de que
fueran a "liberarlos". Después de semejante liberación, ¿qué
perdón puede haber? Al fin y al cabo, pensemos en la guerra contra Afganistán,
que también tuvo bombas y sándwiches de mantequilla de cacahuete. Es verdad
que Karzai ocupa ahora un poder muy incierto, pero los talibanes, los
servicios secretos paquistaníes y los campos de amapolas han regresado, igual
que los señores de la guerra. No es precisamente un modelo ideal para Irak,
que, en cualquier caso, no se parece demasiado a Afganistán.
La oposición iraquí en el exilio ha sido siempre un grupo variopinto.
Su dirigente, Ahmad Chalabi, es un hombre brillante al que se busca en
Jordania por malversación de fondos y que no tiene verdaderos apoyos fuera
del despacho de Paul Wolfowitz en el Pentágono. Sus colaboradores y él (por
ejemplo, el siniestro Kanan Makiya, que ha dicho que los despiadados
bombardeos desde gran altura lanzados por Estados Unidos contra su tierra
natal son "música para mis oídos"), junto con unos cuantos ex
baazistas, clérigos chiíes y otros, han dado también al Gobierno
norteamericano gato por liebre al hablar de guerras rápidas, soldados
desertores y multitudes jubilosas, asimismo sin respaldarlo con pruebas ni
experiencias vividas. Como es natural, no se puede criticar a estas personas
por querer librar al mundo de Sadam Husein: todos estaríamos mejor sin él.
El problema ha consistido en la falsificación de la realidad y la creación
de panoramas ideológicos o metafísicos para que unos estrategas políticos
estadounidenses, fundamentalmente ignorantes y descontrolados, se los
endilgaran de manera antidemocrática a un presidente fundamentalista y un público
muy poco informado. Al final, ha sido como si Irak fuese la Luna, y el Pentágono
y la Casa Blanca, la Academia de Lagado de Swift.
Otras ideas racistas en las que se basa la campaña de Irak son las
alucinantes afirmaciones sobre la capacidad de redibujar el mapa de Oriente Próximo,
el propósito de poner en marcha un "efecto dominó" al llevar la
democracia a Irak y la insistencia en suponer que el pueblo iraquí es una
especie de tábula rasa sobre la que se pueden inscribir las ideas de William
Kristol, Robert Kagan y otros profundos pensadores de extrema derecha. Como
decía en un artículo anterior para la LRB, el primero que puso a prueba
tales ideas fue Ariel Sharon en Líbano, durante la invasión de 1982, y ha
vuelto a hacerlo después en Palestina desde que asumió su cargo, hace dos años.
El resultado ha sido mucha destrucción, pero poco más en materia de
seguridad, paz y conformidad. No importa: las fuerzas especiales
estadounidenses, con todo su entrenamiento, han practicado y perfeccionado la
irrupción en hogares civiles con los soldados israelíes en Yenín. Es difícil
creer, a medida que avanza esta guerra en Irak, tan mal concebida, que las
cosas vayan a ser muy distintas a ese otro episodio sangriento, pero, con la
intervención de otros países como Siria e Irán, más problemas todavía
para los regímenes ya inestables y la indignación general de los árabes en
plena ebullición, no se puede pensar que la victoria en Irak vaya a parecerse
a ninguno de los ingenuos mitos postulados por Bush y su camarilla.
Lo que resulta verdaderamente extraño es que la ideología reinante en
Estados Unidos siga apoyándose en la opinión de que el poder norteamericano
es fundamentalmente benévolo y altruista. Ésa es la razón de que se
indignen los expertos y funcionarios estadounidenses porque los iraquíes
tienen la osadía de presentar resistencia o de que, cuando capturan a
soldados de Estados Unidos, les exhiban en la televisión iraquí. Es una
costumbre mucho peor que a) bombardear mercados y ciudades enteras y b) enseñar
cómo se obliga a filas enteras de prisioneros iraquíes a arrodillarse o
tenderse boca abajo en la arena. De pronto, se menciona el Convenio de
Ginebra, no a propósito del campamento Rayos X, sino de Sadam, y, cuando sus
soldados se esconden en el interior de las ciudades, eso es trampa, mientras
que arrasar una ciudad con bombas lanzadas desde 10.000 metros de altura es
juego limpio.
Ésta es la guerra más estúpida e insensata de los tiempos modernos.
Es ejemplo de una arrogancia imperial que no sabe nada del mundo, no tiene las
trabas de la competencia o la experiencia, no se inmuta ante la historia ni la
complejidad humana y no se arrepiente de recurrir a una violencia brutal y
crueles aparatos electrónicos. Decir que es "cuestión de fe" es
dar a la fe una fama todavía peor de la que tiene. Con sus cadenas de
abastecimiento demasiado largas y vulnerables, su salto de la labia analfabeta
a la ciega agresión militar, sus defectos de planificación logística y sus
cínicas y elocuentes explicaciones, la guerra de Estados Unidos contra Irak
queda encarnada, casi a la perfección, en los esfuerzos del pobre George Bush
para mantenerse al día y estar al tanto de los textos que le preparan y que
tanto le cuesta leer, y en la palabrería petulante de Rummy Rumsfeld, que envía
a montones de jóvenes soldados a morir o matar a cuantos más, mejor. Es casi
imposible pensar las repercusiones que tendrá ganar -o perder- esta guerra.
Pero pobres iraquíes, que todavía tienen que sufrir mucho más antes de
poder ser, por fin, "liberados".
Tomado de El País
5-POR DEBAJO DE TODA CRÍTICA, por Robert Kurz
La izquierda, la guerra y la ontología capitalista
Abril 2003
Después de la guerra es como decir antes de la guerra, dado que el
capitalismo significa, en su esencia, agresión, destrucción y autodestrucción.
El fin de la guerra fría no trajo los Dividendos de la Paz (ya la expresión
misma revela una ilusión en cuanto al carácter del terror económico), sino
que marcó el punto de partida histórico de la barbarie global, de la
decadencia social y de las brutales guerras de ordenamiento mundial llevadas a
cabo por una policía mundial bajo la égida de la última potencia mundial,
los EE. UU. La fenomenología de los hechos es inequívoca, pero las
interpretaciones difieren, toda vez que el aparato conceptual clásico se ha
convertido en obsoleto. No en último término, esto se aplica a las
reacciones de lo que queda de la izquierda en todo el mundo. La irresistible
tendencia hacia el «pragmatismo político» y el falso inmediatismo del deseo
de eficacia en el nivel social, sin que se haya procedido previamente a una
clarificación de los propios supuestos, llevan en línea recta a la parálisis
del pensamiento y de la actuación críticos del capitalismo. Lo que se hace
necesario, por ello, es un debate teórico de principios, una reevaluación de
la historia de la modernización, una renovación de la crítica radical de la
economía política y de la teoría política de las crisis.
La modernización y la crítica abusivamente simplificada del
capitalismo
El moderno sistema productor de mercancías, conocido también como
capitalismo, no constituye una identidad inequívoca, sino que se
desmultiplica en contradicciones estructurales e históricas. Lejos de ser un
estado, representa más bien un proceso irreversible. Es por ello por lo que
el capitalismo se encuentra permanentemente en conflicto consigo mismo. La
competencia universal también se presenta como el combate entre polaridades
inmanentes y como la lucha de unas condiciones nuevas contra otras antiguas
que se desarrolla, sin embargo, en el ámbito de un sistema de referencias común.
En la crítica del capitalismo podemos distinguir, bajo este aspecto, dos
paradigmas históricos.
Aproximadamente desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX, desde
las guerras campesinas hasta los luditas, los movimientos sociales lucharon,
sobre la base de consideraciones tradicionales propias de las sociedades
agrarias en torno de una «economía moral» (E. P. Thompson) y muchas veces
bajo apariencias religiosas, contra su integración a la fuerza en las nuevas
condiciones de impertinencia del «trabajo abstracto» (Marx). Por aquellos
tiempos no existía aún un concepto que designase al capitalismo, que sólo
se encontraba entonces en un estado embrionario de formación y, por eso,
tampoco había ninguna perspectiva de una emancipación que apuntase más allá
de la Modernidad productora de mercancías.
Más o menos a partir de mediados del siglo XIX, la propia crítica del
capitalismo comenzó a moverse en el terreno del «trabajo abstracto»,
convertido mientras tanto en un objeto firme a fuerza de la intensa educación
e interiorización, y de las categorías formales del moderno sistema
productor de mercancías (forma del valor, forma del sujeto, economía
industrial, forma general del dinero, mercado, estado, nación, democracia,
política). La filosofía de la llamada Ilustración, que había suministrado
la legitimación ideológica fundamental a la forma del sujeto burguesa, se
convirtió también en el fundamento positivo de la historia de las ideas de
la izquierda. La izquierda y los movimientos sociales empezaron a actuar en el
«corset de hierro» (Max Weber) de las categorías capitalistas como sujetos
burgueses. A esto se unió la adopción de la «disociación sexual» (R.
Scholz) de todos los momentos de la vida que no encajan en la forma del valor,
sin los cuales la relación del capital ni siquiera podría existir. Las
mujeres fueron transformadas en las «mujeres de los escombros» de la
reproducción y de la historia capitalista; en la medida en que desde siempre
estuvieron también simultáneamente activas, por medio de una «socialización
doble» (R. Becker-Schmidt), en las formas predominantes del «trabajo
abstracto», en la política, etc., se mantuvieron como subalternas. El carácter
estructuralmente «masculino» del sujeto competitivo burgués se reprodujo en
la izquierda de la modernización.
En la misma medida en que la crítica del capitalismo adoptó, de esta
forma, el modo de ser general de la burguesía y la generalizada forma del
sujeto burguesa, se podría hablar del apego a una ontología capitalista. La
«crítica», en este caso, ya sólo se refiere a las modalidades de la forma
capitalista. Al mismo tiempo, la izquierda tomó nota de determinados polos de
la estructura capitalista (la política frente a la economía, el sujeto por
oposición a la objetivación), sin adquirir conciencia de la identidad de
estos contrarios. No obstante, la izquierda se convirtió sobre todo en el «motor»
del «progreso» capitalista, por oposición a las fuerzas recalcitrantes. Su
papel fue esencial en el contexto de la «modernización a posteriori». En
Occidente, el movimiento obrero combatía, sobre la base de categorías
capitalistas ya desarrolladas, más allá de las mejoras sociales, por un
pleno reconocimiento de los trabajadores asalariados como sujetos jurídicos
burgueses (libertad de asociación, derecho de voto, etc.). En el Este y en el
Sur, los movimientos de liberación socialistas y nacionales luchaban por su
independencia y por su reconocimiento como sujetos nacionales del mercado
mundial, para que el «trabajo abstracto» y las formas que lo acompañan
tuvieran que ser impuestas aún a las respectivas sociedades.
Lo único que estos últimos aprovecharon de la teoría de Marx fueron
los elementos compatibles con la subjetividad burguesa, con la ideología
ilustrada y con una acepción positivista de la «economía política»
(marxismo del movimiento obrero), resumidos en lo que la fraseología democrática
tiene de más trivial. En este lote se encuadran también la ontología
positiva del «trabajo» y la llamada lucha de clases que, según la propia
expresión, no es más que una forma de la competencia en el seno de las
categorías capitalistas (el capital y el trabajo como dos estados de agregación
de la valorización del valor).
De lado quedó toda la teoría de Marx que fuese más allá de la
ontología capitalista (en especial la crítica del fetiche). Aunque el deseo
emancipatorio de la izquierda y de los movimientos sociales tuviesen sus «momentos
de exuberancia», aquellos no lograron escapar a la fuerza gravitatoria de la
forma del sujeto burguesa, interiorizada a pesar de la inexistencia del
concepto correspondiente.
El fin del movimiento de la modernización
La reevaluación crítica aquí esbozada de la historia de la
modernización es necesaria para que podamos entender, en contraste con ella,
las condiciones de crisis contemporáneas posteriores al cambio de épocas. En
la tercera revolución industrial de la microelectrónica, el desarrollo
capitalista alcanza sus límites históricos. La mano de obra se convierte en
superflua en una medida que ya no puede ser compensada. Con ello, el propio
capital va derritiendo la sustancia de su acumulación. En Occidente, la
racionalización microelectrónica conduce a un desempleo masivo estructural e
irreversible; los sistemas de seguridad social y las respectivas
infraestructuras se desmontan. Paralelamente a este desarrollo, el capital se
refugia en la acumulación aparente de las burbujas financieras. En el Este y
en Sur, economías nacionales y regionales enteras entran en colapso,
precisamente porque, ante la falta de capacidad financiera, no pueden efectuar
el «upgrade» microelectrónico de su producción y, así, se deslizan hacia
una posición más acá de los padrones de productividad y de rentabilidad del
mercado mundial. En paralelo, se desarrolla una economía de saqueo que se
apodera de las ruinas de la reproducción en decadencia.
Lo que se designa como globalización es el resultado de este
desarrollo. El proceso global de cierre de capacidades de producción
excedentarias y que dejaron de ser rentables crea zonas de miserabilización y
de barbarie de crisis, mientras la reproducción capitalista se diluye en
cadenas transnacionales de creación de riqueza. La tradicional exportación
de capitales es sustituida por el outsourcing [literalmente, «búsqueda de
recursos fuera»: delegación de trabajos de una empresa a otra, cuando éstos
ya no son rentables para la primera] de funciones en el ámbito de la economía
industrial, comandado por el igualmente trasnacional capital de las burbujas
financieras. Los espacios funcionales y reguladores de las economías
nacionales son destruidos y, aun en los centros, el estado renuncia a su papel
tradicional como «capitalista colectivo ideal». Lo que le queda, en el ámbito
de la «desregulación», es ir sacrificando paso a paso sus competencias
regulativas y proseguir su mutación funcional en dirección a la represiva y
exclusiva administración de la crisis. El principio territorial de la soberanía
entró en erosión porque se volvió obsoleto considerar a las poblaciones en
su conjunto como «mano de obra colectiva». Cada vez son mayores las partes
de las funciones internas de la soberanía, sin exceptuar al aparato de
violencia, que son «privatizadas» o asumidas por bandas de malhechores, señores
de la guerra, príncipes del terror, etc.
De un lado, por esta vía todo «desarrollo nacional» se ha convertido
en una broma de mal gusto. La lógica de los «movimientos de liberación
nacional» de la periferia pierde cualquier perspectiva de éxito. También la
«lucha de clases» en el terreno de la ontología capitalista se ha vuelto
obsoleta, en paralelo con la decadencia del «trabajo abstracto». La
subjetividad jurídica burguesa del trabajo asalariado pierde su sustancia. La
relación de disociación sexual que la acompaña da lugar a un posmoderno «embrutecimiento
del patriarcado» (R. Scholz), en cuyo ámbito todo el peso de la crisis es
descargado sobre las mujeres y, en especial, sobre las que habitan las zonas
de miserabilización y los segmentos más pobres de las sociedades, en tanto
que una violencia masculina sin norte se va hinchando hasta el terror
practicado por adolescentes.
Por otro lado, el mismo desarrollo hace como que la competencia imperial
en torno de la división territorial del mundo quedase sin efecto. El lugar de
las viejas potencias nacionales expansionistas es ocupado por un imperialismo
securitario y exclusionista colectivamente democrático y liderado por la última
potencia mundial, EE. UU., que actúa como potencia protectora del imperativo
global de la valorización. La finalidad consiste en mantener el mundo sujeto
a toda costa al control de las categorías capitalistas, aunque éstas hayan
perdido su capacidad de reproducción.
Las guerras de ordenamiento mundial organizadas hasta la fecha, desde la
caída de la Unión Soviética, contra Irak y lo que queda de Yugoslavia, los
mega-atentados terroristas del 11 de septiembre, la campaña militar en
Afganistán y las masivas «guerras de desestatización» llevadas a cabo en
vastas partes del mundo demuestran que el imperialismo securitario global ya sólo
puede alcanzar victorias a lo Pirro, teniendo que fracasar en última
instancia, puesto que es él mismo el que acaba por reproducir, una y otra
vez, los fantasmas de la crisis de su propio sistema. Al mismo tiempo, con la
finalización de la coyuntura de las burbujas financieras de los años 90,
existe la amenaza de una depresión mundial inducida por la hiperendeudada
economía central de los EE. UU., que arrastraría detrás de sí a todo
Occidente y, simultáneamente, llevaría al final de la capacidad de
financiación de la máquina militar apoyada en la alta tecnología.
Hasta qué punto la situación se encuentra madura se puede deducir del
hecho de que, en el seno del imperialismo global democrático, se han hecho
evidentes ciertas contradicciones legitimadoras e incluso reacciones de pánico,
como sucedió durante los largos prolegómenos de las más reciente campaña
contra Irak. La última potencia mundial, sin ninguna competencia a nivel
militar, está dispuesta a optar por la fuga hacia adelante en compañía de
algunos vasallos, a fin de instaurar un régimen militar global inmediato que
arroje por la borda los fundamentos de legitimación del mundo capitalista
establecidos después de 1945 por los propios EE. UU.
(ONU, derecho internacional, etc.) La «vieja Europa» de los Schröeder,
Chirac y otros insiste en esa misma legitimación, sobre todo por falta de
medios de poder y control propios y, en consecuencia, por miedo a perder el
control sobre los desarrollos futuros. Sin embargo, la dinámica de la crisis
mundial, incluyendo los procesos de barbarización, ya no puede ser detenida
en el marco del sistema vigente. El hecho de que la actuación de la
administración Bush se caracterice, en gran medida, por rasgos irracionales
se inserta plenamente en esa misma dinámica. La negación de la «soberanía»
es una parte lógica de este cuadro clínico, y vuelve caducas, como un todo,
las relaciones contractuales burguesas.
La crisis del capitalismo como crisis de la izquierda
La crítica convencional al capitalismo se ve paralizada por este
desarrollo, toda vez que no logra liberarse de su apego a las formas del
moderno sistema productor de mercancías. Si el marxismo del movimiento
obrero, en la historia del ascenso del sistema, había justificado aún su
pretensión de un control y de una regulación políticos, junto a una «economía
política» simplificada abusivamente por un abordaje positivista y a análisis
desarrollistas del movimiento histórico de acumulación basados en la misma,
todo este complejo, sin embargo, fue arrumbado en el depósito de los hierros
viejos como «economicista». El terror de las categorías ha quedado
reducido, en el seno del discurso de la izquierda, a un ruido de fondo
irreflexivo. Lo que queda de la izquierda se revela complacientemente, en su
ignorancia, como el estiércol restante de la burguesa forma del sujeto,
reducida al apoliticismo, al culturalismo y a la «crítica ideológica»
desprovista de cualquier fundamento en términos de crítica de la forma y de
análisis real. En esta deplorable condición, ya no es capaz de explicar las
nuevas guerras de ordenamiento mundial.
Observado desde un punto de vista superficial, el resultado consiste en
una polarización irreductible entre una amplia corriente de antiimperialistas
tradicionales, por un lado, y una minoría sectaria de belicistas
pro-occidentales, por otro. Ambas proceden a una retroproyección anacrónica
de los fenómenos de la crisis actual sobre la época de las guerras
mundiales, aunque unos prefieren el modelo de la primera y los otros el de la
segunda guerra mundial. Ambos escamotean la existencia de una crisis y de un límite
de la reproducción del capitalismo mundial, sin hacer el más mínimo
esfuerzo por ofrecer una justificación teórica. Unos simpatizan con un
feminismo «nacionalista» de sangre y tierra; otros, por falta de reflexión
sobre el vínculo entre la forma del valor y la lógica de la disociación,
reducen la relación entre los sexos a un problema secundario de orden empírico-sociológico.
Unos critican la globalización dentro de moldes reaccionarios porque, en su
opinión, ésta subyuga a las «naciones» y a las respectivas «culturas»;
los otros posan, en gran medida, como «escamoteadores de la globalización»,
al suponer, a contracorriente de los hechos, que el mundo después del fin de
la guerra fría habría regresado a la competencia de potencias
nacional-imperialistas en torno de la redistribución territorial. Más allá
de la cuestión actual de la guerra, las diferencias y las semejanzas
demuestran que esta izquierda está condenada a rumiar hasta la extenuación
las contradicciones del sujeto burgués en los límites del capitalismo dentro
de los corsets de su propio horizonte intelectual clausurado.
Ambos invocan con la misma ingenuidad acrítica los tópicos esenciales
relacionados con el hecho de que la ontología y la metafísica real
capitalistas se encontraron fundamentados en la filosofía ilustrada. Los
antiimperialistas retornados a un ordinario leninismo de taberna alucinan con
el regreso de una asociación entre la lucha de clases obrera y la «liberación
nacional». Tal como en su tiempo el régimen de desarrollo nacional de
Vietnam se dedico con toda candidez a copiar la Constitución de los EE. UU.,
y la burocracia de la RDA se hartó de remover el «legado» de la Ilustración
prusiana, éstos pretenden, en su loca compulsión repetitiva, enarbolar los
podridos ideales burgueses desde la perspectiva clasista y tercermundista
contra el fantasma de las burguesías occidentales nacional-imperialistas.
Los antiimperialistas regresivos confieren un relieve inesperado al
hecho, nunca aclarado de forma crítica, de que ya la ideología de la «modernización
a posteriori» de inspiración marxista entroncaba bien, y de ellas estaban
llenas a más no poder, con legitimaciones «nacionalistas» y del kitsch etno-cultural,
tal como, incluso en las versiones originales del siglo XVIII, la anti-Ilustración
fue un producto de la propia Ilustración y un momento de la autocontradicción
burguesa. El racismo y el antisemitismo declarados del iluminista-mayor Kant y
de la mayoría de sus primos intelectuales del Occidente europeo tenían sus
orígenes en el campo de inmanencia lógica del sujeto ilustrado. Tanto más nítida
es la degradación nacionalista y antisemita de todos los proyectos residuales
de un «desarrollo nacional» pregonados en las condiciones de su
improcedencia histórica y secundados por una asistencia seudo-leninista,
cuanto menos se les han sobrepuesto de cualquier manera, como hierbas dañinas,
ideologías pos-religiosas de locura y asesinato a título de una continuación
de la competencia por otros medios.
No es menor el desvarío de los belicistas tanto hard como softcore que
ahora paradójicamente retroproyectan la misma promesa profundamente errada de
los ideales iluministas del capitalismo sobre el imperialismo occidental de
crisis y securitario. Después que el «desarrollo a posteriori» hubiera
sucumbido irremediablemente en el choque con el mercado mundial, es
precisamente la máquina militar de la última potencia mundial capitalista la
que se supone traerá la liberación de los sufrimientos de los regímenes que
administran tras su caída.
La frase hecha del democratismo primario está en alza, como si la
democracia no fuese un espectáculo poblado por sujetos del mercado y del
dinero y como si las occidentales condiciones de zona peatonal (aun las que ya
se encuentran en erosión) pudiesen reenviarse, independientemente de la
correspondiente capacidad de resistir al mercado mundial, a través de
bombardeos de alta tecnología como si se tratase e-mails. Cualquier joven de
las luchas antifascistas recién convertido a las virtudes del
prooccidentalismo y del eurocentrrismo, y que todavía ayer ignoraba lo que
sería el contexto formal de una sociedad, se consume las neuronas preocupado
por la cuestión de si, en Irak, las «formas de relación burguesas» podrían
ser instauradas por la infantería de los EE. UU. –como si Irak viviese tal
vez en condiciones «preburguesas», como si la médula de la forma legal y,
así, de la forma de relación burguesa no fuese desde siempre la violencia
pura y dura, y como si Irak, o Afganistán, la ex Yugoslavia, etc., no fuesen
ejemplos escolares de las «formas de relación burguesas» en las condiciones
de imposibilidad de la reproducción capitalista.
¿Oportunismo de movimentos, insultos a movimentos, o ruptura con la
ontología capitalista?
El estado poco apetitoso de un radicalismo de izquierda que, de ambos
lados de la polarización inmanente, se desmiente a sí mismo, no debería
confundirse con los movimientos de masas en gestación contra la guerra, la
globalización capitalista y el desmontaje del sistema social. Aunque éstos
no son «inocentes», sino que, al igual que la conciencia general de la
sociedad, están impregnados por las interpretaciones de crisis de la ideología
burguesa, no se encuentran comprometidos con las mismas, ni se hallan tan
enredados en patrones anacrónicos como la izquierda residual. El camino que
será seguido por el verdadero movimiento se mantiene abierto. En todo caso,
las falsas alternativas del discurso retrógrado de izquierda no tienen con qué
contribuir a una orientación emancipatoria.
El oportunismo del movimiento de los antiimperialistas tradicionales
ignora las corrientes de fondo de cariz «nacionalista» y antisemita o
incluso, en una actitud de una cierta degeneración ideológica, él mismo las
asimila como algo positivo. La actitud inversa, que consiste en los insultos a
los movimientos de parte de los belicistas de izquierda, desacredita
completamente la crítica necesaria, por sus referencias procapitalistas y
proimperiales. Las mismas falsas alternativas que en la cuestión de la guerra
amenazan con reproducirse en la cuestión de la lucha contra el desmontaje del
sistema social, en la medida en que unos se comportan de una forma oportunista
o positiva frente a formulaciones «etno-políticas» de la cuestión social,
al tiempo que los otros denuncian cualquier esbozo de un movimiento de cariz
social como siendo sospechoso a priori de antisemitismo.
En este contexto, es cierto que la disolución moral y teórica del
marxismo del movimiento obrero y del antiimperialismo en productos de
descomposición de la ideología ilustrada, enriquecidos con elementos
nacionalistas y antisemitas, constituye la tendencia principal. Sin embargo,
una tendencia contraria, crítica y emancipadora, se encuentra bloqueada
precisamente por el hecho de que los agitadores pro-occidentales en favor de
las «formas de relación burguesas» se han atrincherado en gran parte de los
desconcertados medios de izquierda, y su volumen de voz, su presencia
publicitaria y su turismo de congresos evolucionan en proporción inversa a su
sustancia teórica. Tienen la caradurez de acusar a los movimientos de una «crítica
al capitalismo abusivamente simplificada», como si su propia apología de la
forma burguesa del sujeto y del capitalismo metropolitano de vacas gordas en
disolución acelerada no estuviese desde hace tiempo por debajo de toda crítica.
La izquierda radical perderá su lucha contra las tendencias nacionalistas y
antisemitas y regresivamente nacional-keynesianistas dentro de los
movimientos, si no despide de su discurso a los operadores ideológicos de las
baterías antiaéreas del imperialismo de crisis y a los lobistas del complejo
humanitario e industrial apostados detrás de los frentes de batalla de las
guerras de ordenamiento mundial.
Un paradigma nuevo de la crítica radical, no obstante, sólo podrá
encontrarse cuando la izquierda logre saltar por encima de su sombra histórica,
a fin de liberarse de la ontología y de la forma del sujeto capitalista. Sería
necesaria una Anti-Modernidad emancipatoria que, en su actual estado de
obsolescencia, es tan esencialmente inviable como los viejos movimientos del
«trabajo abstracto»; sin embargo, ésta, después del pasaje por la historia
de la modernización, podría destacarse por primera vez por un enfoque que
fuese más allá del sistema productor de mercancías de la lógica de la
valorización.
El «corset de hierro» de las categorías capitalistas tiene que ser
quebrado, y no en último lugar en lo que se refiere a su lógica fundamental
de una relación de disociación sexual. La meta puede consistir únicamente
en una sociedad autogestionaria o de consejos más allá de toda masculinidad
y feminidad, más allá de las formas de la mercancía y del dinero, más allá
del mercado y del estado, más allá de la política y de la economía. A fin
de poder concretar semejante determinación de metas, la crítica, desde ya,
tiene que contemporizarse con el desarrollo de la crisis del capitalismo, o
sea, tiene que volverse conscientemente, por su lado y de forma transnacional,
contra cualquier soberanía y «desarrollo nacional». Será sólo en ese
contexto que también el campo de la inmanencia podrá recibir nuevamente una
connotación movilizadora, desde la anulación global de las deudas y la
reforma agraria, etc., hasta la resistencia consecuente contra las guerras de
ordenamiento mundial y la «lucha de la cultura social» contra la concepción
de mano de obra barata de las administraciones de crisis.
Original alemán: «Unter aller kritik»
en: www. krisis. org Traducción alemán-portugués: Lumir Nahodil http://planeta.clix.pt/obeco/
Traducción del portugués para Pimienta negra: Round Desk
6-Hacia una sociedad
psicopática, por Andreu Martín
Mentir, manipular y burlar para obtener
los fines propios, sin ningún freno ético, es la enfermedad mental
emergente, individual y colectiva
En toda sociedad, pasada, presente y futura,
existen psicóticos, neuróticos, psicópatas y hasta personas semisanas
normales, pero cada época ha tenido una tendencia mental dominante, una
sociopatología que rige el comportamiento global. Desde hace muchos años, la
competencia y la competitividad impuestas por el capitalismo radical han ido
ejerciendo, tanto sobre el individuo como sobre la sociedad, una presión
excesiva. Cuando el que vale, vale y el que no, es un fracasado (y eso es lo
peor que se puede ser); cuando los beneficios económicos de la empresa privan
sobre los derechos y deberes de las personas; cuando el ciudadano tiene por
encima de todo la obligación de triunfar y dominar a los demás, la angustia
y el estrés terminan generando una actitud paranoica. Es el temor del
corredor a ser adelantado por quien le sigue, el temor a que los competidores
hagan trampas, la culpabilidad de la falta de preparación. Vivíamos en una
sociedad paranoica que tendía a inculpar, a exculpar o a disculparse, siempre
con una concepción ética en la que se daba por supuesto que lo bueno era
estar en el bando de los buenos.
PERO EXISTE otra forma de respuesta a los
traumas. Es cuando el individuo se blinda, rompe amarras con los compromisos
éticos que puedan unirle al entorno y estorbar su progreso y se centra únicamente
en su interés personal. Decide dejar de ser víctima acosada y amedrentada
para pasar a la acción y conseguir sus objetivos pasando por encima de lo que
haga falta. Es el psicópata. Es el que ignora temores, culpas y posiciones éticas,
el que margina los sentimientos para no sufrir, el que juzga su entorno con
total frialdad y actúa con despiadado pragmatismo. Y, sobre todo y en
consecuencia, es el que nunca revelará sus auténticas intenciones porque son
esencialmente codiciosas. De manera que miente y manipula y burla para salirse
con la suya, porque a él la obtención del fin le hace olvidar los métodos.
Ésa sería la enfermedad mental hoy emergente. El ejecutivo esforzado pasó a
ser agresivo, el egoísmo se convirtió en virtud esencial del hombre y
necesaria para triunfar, y la mentira, un arma tan lícita como cualquier
otra. Es conveniente y plausible que el hombre sea lobo para el hombre, el
mundo es arena de gladiadores y quien golpea primero golpea dos veces. Cuando
estrenaron la obra de teatro Chicago, en 1926, era una denuncia de la
manipulación de la prensa y la corrupción de la justicia. Cuando hoy el
mismo musical se ha convertido en superproducción de Hollywood, su mensaje ya
no es una denuncia, sino una advertencia. Ya no quiere escandalizar al público,
se limita a constatar una verdad: "El mundo es así, no lo he inventado
yo". Lo que está ocurriendo últimamente, desde la aparición en nuestro
país del psicópata asesino de la baraja (el asesino en serie: fenómeno
genuinamente estadounidense) hasta el comportamiento ilícito y descarado de
los invasores de Irak nos delatan este preocupante cambio de sociopatología.
George W. Bush reconoció que tenía un departamento de intoxicación
informativa, Tony Blair fue pillado con un informe falso en las manos y José
María Aznar acusó a una veintena de detenidos de pertenecer a Al Qaeda antes
de que éstos comparecieran ante el juez. Y, cuando las mentiras fueron
desenmascaradas, no se dignaron justificarse o disculparse. Seguramente
pensaron y piensan que, una vez concluida la destrucción de Irak, cuando
llegue el reparto del botín de guerra y baje el precio del petróleo y suban
las bolsas, el mundo callará conformado.
EN ESTADOS Unidos (espejo mágico donde
desgraciadamente Aznar se mira y admira), los ideólogos ya están proclamando
que sólo el débil y el fracasado apelan al derecho. El triunfador (pronúnciese
con brillante sonrisa de yo quiero ser así) no se somete a ninguna ley, sino
que, bien al contrario, somete las leyes a su voluntad. Ése es el psicópata.
Es el héroe solitario del western, sobreviviente en un mundo que sólo admite
a los menos escrupulosos y a los más atrevidos, más astutos, más agresivos,
en definitiva, más psicópatas. Insensibles al dolor ajeno ante la
perspectiva de pingües beneficios.
A los que también quieren leer
este boletín en inglés, les ofrecemos como alternativa los siguientes
sitios en ese idioma, en los que pueden encontrar una visión diferente
de la oficial:
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