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Sección: Rusia, URSS, Centenario Revolución Soviética

Título: La experiencia rusa - Propiedad privada y propiedad colectiva - (Internationalisme, 1946)

Texto del artículo:

La experiencia rusa
Propiedad privada y propiedad colectiva
(Internationalisme, 1946) Introducción de la CCI
El artículo que aquí traducimos fue publicado originalmente por el grupo de la
Izquierda comunista de Francia (GCF) en el número 10 de la revista
lnternationalisme (mayo 1946). Internationalisme se sitúa políticamente como
continuación de Bilan y Octobre, publicaciones de la Izquierda comunista
internacional antes del estallido de la Primera Guerra mundial. Pero
Internationalisme no es una simple continuación, sino un enriquecimiento y
desarrollo respecto a Bilan.
La cuestión rusa va a estar en el centro de los debates y las preocupaciones del
medio político proletario desde principios de los años 30, y estos debates se irán
intensificando durante la guerra y los primeros años de la posguerra. En líneas
generales, pueden despejarse cuatro análisis divergentes de estos debates.
1) Aquellos que niegan cualquier carácter proletario a la Revolución de Octubre de
1917 y al Partido bolchevique, y para los que la Revolución rusa no fue más que
una revolución burguesa. Los principales defensores de este análisis fueron los
grupos partidarios del movimiento consejista, en particular Pannekoek y la
Izquierda holandesa.
2) En el extremo opuesto encontramos a la Oposición de izquierda de Trotski, para
la que, a pesar de toda la política contrarrevolucionaria del estalinismo, Rusia
guarda las conquistas fundamentales de la revolución proletaria de Octubre:
expropiación de la burguesía, paso a la planificación estatal de la economía,
monopolio del comercio exterior; y consecuentemente, el régimen en Rusia sigue
siendo un Estado-obrero, eso sí, en degeneración, y como tal debe ser defendido
cada vez que entre en conflicto armado con otras potencias; y el deber del
proletariado ruso y mundial es defenderlo incondicionalmente.
3) Una tercera posición "anti-defensista" estaba basada en un análisis del régimen
en Rusia según el cual este régimen y su Estado no eran "ni capitalista, ni
obrero", sino un "régimen colectivista burocrático". Este análisis pretendía ser
un complemento a la alternativa marxista (barbarie capitalista o revolución
proletaria por una sociedad socialista), añadiendo una tercera vía, la de una
nueva sociedad - no prevista por el marxismo -, la sociedad burocrática
anticapitalista ([1]). Esta nueva corriente encontrará sus adeptos en las filas
del trotskismo antes y durante la guerra, y, en 1948, romperá con el trotskismo
para alumbrar el grupo Socialismo o barbarie bajo la "honorable" dirección de
Chaulieu-Castoriadis ([2]).
4) La Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional combatirá
enérgicamente esta teoría aberrante de una "tercera alternativa", que pretendía
aportar una "corrección", una "innovación" al marxismo. Pero al no llegar a hacer
un análisis propio adecuado de la realidad de la evolución del capitalismo
decadente, preferirá -en espera de ese análisis- atenerse a la tierra firme de la
fórmula clásica: capitalismo = propiedad privada, limitación de la propiedad
privada = marcha hacia el socialismo, que se traducía por lo que respecta al
régimen ruso en esta otra fórmula: persistencia del Estado obrero degenerado con
una política contrarrevolucionaria y no defensa de Rusia en caso de guerra.
Esta fórmula contradictoria, híbrida y que abre la puerta a toda clase de
confusiones peligrosas, ya había suscitado críticas en el seno de la Fracción
italiana en vísperas de la guerra, pero estas críticas se vieron suplantadas por
una cuestión mucho más urgente, a saber: la perspectiva del estallido de una
guerra imperialista generalizada, que la dirección de la Fracción (tendencia
Vercesi) negaba ([3]).
La discusión sobre la naturaleza de clase de la Rusia estalinista fue reanudada,
durante la guerra, por la Fracción italiana reconstituida en el sur de Francia en
1940 (reconstitución que se hizo sin la tendencia Vercesi que negaba toda
posibilidad de existencia y de vida de una organización revolucionaria en nombre
de la teoría de la desaparición social del proletariado durante esa guerra). Esta
discusión rechazó rápida y categóricamente todas las ambigüedades y los sofismas
contenidos en la posición sobre el Estado obrero degenerado defendida por la
Fracción antes de la guerra, y enunció el análisis del Estado estalinista como
capitalismo de Estado ([4]).
Pero fue sobre todo la GCF la que, a partir de 1945, en su revista
Internationalisme, profundizó y amplió la noción de capitalismo de Estado en
Rusia, integrándola en una visión global de una tendencia general del capitalismo
en su período de decadencia.
El artículo que aquí publicamos, forma parte de los numerosos textos de
Internationalisme dedicados al problema del capitalismo de Estado.
El artículo dista mucho de zanjar la cuestión por sí solo, pero al publicarlo
queremos mostrar, además de su interés innegable, la continuidad y el desarrollo
del pensamiento y de la teoría en el movimiento de la Izquierda comunista
internacional, del que nos reivindicamos.
Internationalisme terminó definitivamente con el "misterio" del Estado estalinista
en Rusia, al poner en evidencia la tendencia histórica general hacia el
capitalismo de Estado, de la que el estalinismo formaba parte.
Igualmente puso en evidencia las especificidades del capitalismo de Estado ruso
que, lejos de expresar "una transición de la dominación formal a la dominación
real del capitalismo", como estúpidamente pretenden nuestros disidentes de la
FECCI ([5]), tiene sus raíces en el hecho de haber surgido del triunfo de la
contrarrevolución estalinista después de que la Revolución de Octubre hubiera
aniquilado a la antigua clase burguesa.
Pero Internationalisme no tuvo tiempo de llevar más lejos su análisis del
capitalismo de Estado, y particularmente sobre los límites objetivos de esa
tendencia. Incluso si Internationalisme pudo escribir: "La tendencia económica
hacia el capitalismo de Estado, aún no pudiéndose consumar en una socialización y
una colectivización en la sociedad capitalista, es sin embargo una tendencia bien
real..." (Internationalisme, n° 9), eso no significa que llevara el análisis hasta
las razones, hasta los límites que impiden que "se pueda consumar". A la CCI le ha
tocado abordar esta cuestión en el marco trazado por Internationalisme.
Nos corresponde demostrar que el capitalismo de Estado, lejos de resolver las
contradicciones insuperables del período de decadencia, no hace sino añadir nuevas
contradicciones, nuevos factores que agravan finalmente la situación del
capitalismo mundial. Uno de estos factores es la creación de una masa cada vez más
pletórica de capas improductivas y parasitarias, una irresponsabilización
creciente de los agentes del Estado que, paradójicamente, son los encargados de
dirigir, orientar y gestionar la economía.
El hundimiento reciente del bloque estalinista, la multiplicación de los
escándalos de corrupción que reinan en todos los aparatos de Estado del mundo
entero, aportan la confirmación del parasitismo de toda la clase dominante. Es
absolutamente necesario proseguir ese trabajo de investigación y de puesta en
evidencia de la tendencia al parasitismo, a la irresponsabilidad de todos los
altos funcionarios, tendencia acelerada con el régimen de capitalismo de Estado.
M. C.
La experiencia rusa
Internationalisme n° 10 - Gauche communiste de France, 1946
N
o puede ya quedar ninguna duda: la primera experiencia de revolución proletaria,
tanto por sus adquisiciones positivas, pero más todavía por las enseñanzas
negativas que comporta, está en la base de todo el movimiento obrero moderno. En
tanto no se haga el balance de esta experiencia y sus enseñanzas salgan a la luz y
se asimilen, la vanguardia revolucionaria y el proletariado estarán condenados a
marcar el paso sin avanzar.
Incluso suponiendo lo imposible, es decir que el proletariado se haga con el
poder, por un juego de circunstancias milagrosamente favorables, no podría
mantenerlo en esas condiciones. En un lapso muy corto perdería el control de los
acontecimientos y la revolución no tardaría en encarrilarse en las vías de vuelta
al capitalismo.
Los revolucionarios no pueden contentarse simplemente con tomar posición respecto
a la Rusia de hoy. El problema de la defensa o la no-defensa de Rusia ya hace
tiempo que ha dejado de ser un debate en el campo de la vanguardia.
La guerra imperialista de 1939-45 en la que Rusia ha demostrado ser, a la vista de
todo el mundo, una potencia imperialista, la más rapaz, la mas sanguinaria, ha
transformado definitivamente a los defensores de Rusia, cualesquiera que sean las
formas como se presenten, en agencias y prolongaciones políticas del Estado
imperialista ruso entre el proletariado; del mismo modo que la guerra imperialista
de 1914-18 reveló la integración definitiva de los partidos socialistas en los
Estados capitalistas nacionales.
No se trata de volver sobre esa cuestión en este estudio. Ni tampoco sobre la
naturaleza del Estado ruso, que la tendencia oportunista en el seno de la
Izquierda comunista internacional aún intenta representar como "una naturaleza
proletaria con función contrarrevolucionaria", como un "Estado obrero degenerado".
Creemos haber terminado con este sofisma sutil de una pretendida oposición que
existiría entre la naturaleza proletaria y la función contrarrevolucionaria del
Estado ruso, y que, en lugar de aportar el menor análisis y explicación sobre la
evolución de Rusia, lleva directamente al refuerzo del estalinismo, del Estado
capitalista ruso y del capitalismo internacional. Podemos constatar además que
después de nuestro estudio y polémica contra esa concepción, en el nº 6 del
Boletín internacional de la Fracción italiana en junio de 1944, los defensores de
esa teoría no han osado volver a la carga abiertamente. La Izquierda comunista de
Bélgica ha hecho saber
oficialmente que rechaza esa concepción. El PCInt de Italia parece que aún no ha
tomado posición. Aunque no encontramos una defensa abierta metódica de esa
concepción errónea, tampoco encontramos un rechazo explícito. Lo que explica que en
las publicaciones del PCInt de Italia encontremos constantemente los términos de
"Estado obrero degenerado" cuando se trata del Estado capitalista ruso.
Es evidente que no se trata de una simple cuestión de terminología, sino de la
subsistencia de un falso análisis de la sociedad rusa, de una falta de precisión
teórica que encontramos igualmente en otras cuestiones políticas y programáticas.
El objeto de nuestro estudio se dirige exclusivamente a sacar lo que nos parece
que son las enseñanzas fundamentales de la experiencia rusa. No es una historia de
los acontecimientos que se desarrollaron en Rusia lo que nos proponemos hacer,
cualquiera que sea su importancia. Un trabajo semejante exige un esfuerzo que está
más allá de nuestra capacidad. Lo que queremos es intentar un ensayo sobre esa
parte de la experiencia rusa que, más allá del marco de una situación histórica
contingente, muestra una enseñanza válida para todos los países y el conjunto de
la revolución social por venir. Con ello queremos participar y aportar nuestra
contribución al estudio de cuestiones fundamentales cuya solución no puede venir
sino del esfuerzo de todos los grupos revolucionarios a través de una discusión
internacional.
Propiedad privada y propiedad colectiva
El concepto marxista según el cual la propiedad privada de los medios de
producción es el fundamento de la producción capitalista, y por tanto, de la
sociedad capitalista, parecía contener la otra formula: la desaparición de la
propiedad privada de los medios de producción equivaldría a la desaparición de la
sociedad capitalista También encontramos en toda la literatura marxista la fórmula
de la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción como
sinónimo de socialismo. Ahora bien, el desarrollo del capitalismo, o más
exactamente el capitalismo en su fase decadente, nos presenta una tendencia más o
menos acentuada, pero igualmente generalizada en todos los sectores, hacia la
limitación de la propiedad privada de los medios de producción, hacia su
nacionalización.
Pero las nacionalizaciones no son el socialismo, y no nos detendremos aquí para
demostrarlo. Lo que nos interesa es la tendencia misma y su significado desde el
punto de vista de clase.
Si concebimos que la propiedad privada de los medios de producción es la base
fundamental de la sociedad capitalista, toda constatación de una tendencia hacia
la limitación de esa propiedad nos conduce a una contradicción insuperable, a
saber: el capitalismo atenta contra su propia condición, se dedica él mismo a
sabotear su propia base.
Sería vano jugar con las palabras y especular sobre las contradicciones inherentes
al régimen capitalista. Cuando hablamos por ejemplo de la contradicción mortal del
capitalismo, a saber: que éste, para desarrollar su producción, necesita
conquistar nuevos mercados, pero que a medida que adquiere esos nuevos mercados y
los incorpora a su sistema de producción, está destruyendo el mercado sin el cual
no puede vivir, señalamos una contradicción real, que surge del desarrollo
objetivo de la producción capitalista, independiente de su voluntad e insoluble
para el capitalismo. Es lo mismo cuando citamos la guerra imperialista y la
economía de guerra, en la que el capitalismo, por sus contradicciones internas,
produce su autodestrucción.
Y así para todas las contradicciones objetivas en las que evoluciona el régimen
capitalista.
Pero es diferente respecto a la propiedad privada de los medios de producción,
pues en ello no vemos qué fuerzas obligarían al capitalismo a implicarse,
deliberada y conscientemente, en la formación de una estructura que representaría
un atentado contra su naturaleza, contra su esencia misma.
En otros términos, al declarar la propiedad privada de los medios de producción
como naturaleza del capitalismo, se está proclamando al mismo tiempo que fuera de
esa propiedad privada el capitalismo no puede subsistir, y de este modo lo que se
está afirmando es que toda modificación para limitar esa propiedad privada,
significaría limitar el capitalismo, modificándolo en un sentido no capitalista,
opuesto al capitalismo, anticapitalista. Una vez más, no se trata del tamaño de
esta limitación; no se trata de refugiarse en cálculos cuantitativos o que quieran
demostrar que de lo que se trata es únicamente de una pequeña limitación sin
importancia; eso seria esquivar la cuestión. Y encima sería falso, puesto que
bastaría citar la amplitud de la tendencia a la limitación en los países
totalitarios y en Rusia, en donde afecta a todos los medios de producción, para
convencerse. De lo que se trata, no es del tamaño, sino de la naturaleza misma de
la tendencia.
Si la tendencia a la liquidación de la propiedad privada significase realmente una
tendencia anticapitalista, llegaríamos a la sorprendente conclusión de que, ya que
tal tendencia se opera bajo la dirección del Estado, el propio Estado capitalista
acabaría siendo agente de su propia destrucción.
A esta teoría del Estado capitalista-anticapitalista se apuntan todos los
protagonistas "socialistas" de las nacionalizaciones, del dirigismo económico, y
todos los hacedores de "planes", que sin ser agentes conscientes del reforzamiento
del capitalismo, sí son, sin embargo, reformadores al servicio del capital.
Los trotskistas, cuyas seseras también carecen de raciocinio, están evidentemente
a favor de esta limitación de la propiedad privada, pues todo aquello que se opone
a la naturaleza capitalista, debe ser forzosamente de carácter proletario. Son
quizás un poco escépticos, pero consideran criminal descartar cualquier
posibilidad. Las nacionalizaciones son, para ellos, en todo caso, un
debilitamiento de la propiedad privada capitalista. Aunque no las califiquen -como
hacen estalinistas y socialistas- de "islotes de socialismo" en régimen
capitalista, están sin embargo convencidos de que son "progresistas". Tan astutos
como ellos son, cuentan con que sea el Estado capitalista quien se encargue de lo
que le correspondería hacer al proletariado tras la revolución. "Mira, algo ya
hecho y que nos evitamos hacer", se dicen, frotándose las manos, satisfechos de
haber timado al Estado capitalista.
Pero "¡eso es reformismo!" clama el comunista de izquierda, tipo Vercesi. Y en
plan "marxista", el comunista de izquierda estilo Vercesi, se pone no a explicar
el fenómeno, sino a negarlo simple y llanamente, demostrando, por ejemplo, que las
nacionalizaciones ni existen, ni pueden existir, y que no son más que una
invención, una mentira demagógica de los reformistas.
Pero, ¿a qué viene esta indignación, a primera vista, sorprendente? ¿por qué esa
obstinación en la negación? Pues porque su punto de partida es común con los
reformistas, dado que en él reside toda su teoría del carácter proletario de la
sociedad rusa. Y puesto que comparten el mismo criterio para apreciar la
naturaleza de clase de la economía, el reconocimiento de tal tendencia en los
países capitalistas les lleva al reconocimiento de una transformación evolutiva
del capitalismo al socialismo.
No por que se atengan a la fórmula "marxista" sobre la propiedad privada, sino por
que, precisamente, se encuentran aprisionados por esa fórmula, o más exactamente,
por su caricatura extrema. Es decir, que la idea de que la ausencia de propiedad
privada de los medios de producción es el criterio que determina la naturaleza
proletaria del Estado ruso, no les deja más salida que negar la tendencia y la
posibilidad de la limitación de la propiedad privada de los medios de producción
en el régimen capitalista. En vez de observar el desarrollo objetivo y real del
capitalismo y su tendencia hacia el capitalismo de Estado, y rectificar su
posición sobre la naturaleza del Estado ruso, prefieren aferrarse a la fórmula y
salvar su teoría de la naturaleza proletaria de Rusia, desdeñando la realidad. Y
dado que la contradicción entre la fórmula y la realidad es insuperable, se niega
llanamente ésta, y la jugada está hecha.
Una tercera tendencia intentará encontrar la solución, negando el marxismo. Esta
doctrina -dicen- era justa cuando se aplicaba a la sociedad capitalista, pero lo
que Marx no había previsto, y por lo que el marxismo está ya "superado", es que ha
surgido una nueva clase que se apodera gradual y, en parte, pacíficamente (!) del
poder político y económico de la sociedad, a expensas del capitalismo y del
proletariado. Esta nueva (?) clase sería, para unos la burocracia, para otros la
tecnocracia, incluso para otros la "sinarquía".
Abandonemos todas estas elucubraciones y volvamos a lo que nos interesa. Resulta
innegable que existe una tendencia a la limitación de la propiedad privada de los
medios de producción, y que esta tendencia se acentúa día tras día, y en todos los
países. Tal tendencia se concreta en la formación general de un capitalismo
estatal, gerente de las principales ramas de la producción y de la vida económica
del país. El capitalismo de Estado, no es patrimonio de una fracción de la
burguesía, ni de una escuela ideológica en particular. Lo vemos instaurarse tanto
en la América democrática como en la Alemania hitleriana; en la Inglaterra
"laborista", como en la Rusia "soviética".
No nos podemos permitir, en el marco de este estudio, el exponer a fondo el
análisis del capitalismo de Estado, de las condiciones y causas históricas que
determinan esta forma. Señalaremos, simplemente, que el capitalismo de Estado es
la forma que corresponde a la fase decadente del capitalismo, al igual que el
capitalismo monopolista corresponde a su fase de desarrollo pleno. Otro rasgo que
nos parece característico del capitalismo de Estado es su desarrollo más acentuado
en relación directa con los efectos de la crisis económica permanente en los
diferentes países capitalistas desarrollados. Pero el capitalismo de Estado no
implica, en absoluto, la negación del capitalismo, y aún menos la transformación
gradual de éste en el socialismo, como pretenden los reformistas de las distintas
escuelas.
El miedo a caer en el reformismo, por reconocer la tendencia al capitalismo de
Estado, se fundamenta en una incomprensión sobre la naturaleza del capitalismo.
Este no está determinado por la posesión privada de los medios de producción - lo
que en realidad no es más que una forma, propia de un período dado del
capitalismo, el del capitalismo liberal - sino por la separación existente entre
los medios de producción y el productor.
El capitalismo representa la separación entre el trabajo ya realizado, acumulado
en manos de una clase, y el trabajo vivo de otra clase explotada y dominada por la
primera. En realidad, poco importa cómo reparte la clase poseedora la porción que
corresponde a cada uno de sus miembros. En el régimen capitalista, ese reparto se
modifica continuamente por medio de la lucha económica o la violencia militar. Por
importante que sea el estudio de dicho reparto, desde el punto de vista de la
economía política, no es eso lo que ahora nos interesa aquí.
Cualesquiera que sean las modificaciones que se operan en la clase capitalista en
las relaciones entre las distintas capas de la burguesía, desde el punto de vista
del sistema social, de las relaciones entre las clases, la relación de la clase
poseedora con la clase productora sigue siendo capitalista.
Que la plusvalía extraída a los obreros durante el proceso de producción se
reparta de un modo u otro, que sea más o menos grande la parte correspondiente al
capital financiero, comercial, industrial..., no influye ni modifica la naturaleza
misma de la plusvalía. Para que exista producción capitalista, es completamente
indiferente que haya propiedad privada o colectiva de los medios de producción. Lo
que determina el carácter capitalista de la producción es la existencia de
capital, es decir, de trabajo acumulado en manos de unos, que impone el traspaso
del trabajo vivo de otros para la producción de plusvalía. La transferencia de
capital de manos privadas individuales a manos del Estado no es una modificación,
no es un cambio del capitalismo al no-capitalismo, sino estrictamente una
concentración de capital para asegurar más racionalmente, con mayor perfección, la
explotación de la fuerza de trabajo.
Lo que está en juego, no es pues el concepto marxista, sino, exclusivamente, su
comprensión obtusa, su interpretación estrecha y formal. Lo que otorga carácter
capitalista a la producción no es la propiedad privada de los medios de
producción. La propiedad privada y la de los medios de producción existían
igualmente tanto en la sociedad esclavista como en la feudal. Lo que hace que la
producción sea una producción capitalista es la separación de los medios de
producción de los productores, su transformación en medios de adquisición y
dominio del trabajo vivo con objeto de hacerle producir un excedente, la
plusvalía. Es decir, la transformación de los medios de producción, los cuales, al
perder su carácter de simple instrumento en el proceso de producción, se
transforman y existen como capital.
La forma bajo la cual existe el capital - privada o concentrada (trust, monopolio
o estatal) - no determina tampoco su existencia, al igual que la amplitud o las
formas que pueda tomar la plusvalía (beneficios, rentas de bienes raíces...)
tampoco determinan la de ésta. Las formas no son sino la manifestación de la
existencia de lo sustancial, y no hacen más que expresarlo de diversas maneras.
En la época del capitalismo liberal, el capital tomó esencialmente la forma del
capitalismo privado individual. Por eso, los marxistas podían servirse, sin
demasiadas pegas, de la fórmula que representaba fundamentalmente la forma para
presentar y explicar su contenido.
Para la propaganda ante las masas, esta fórmula tenía además la ventaja de
traducir una idea algo abstracta, en una imagen concreta, viva, más fácilmente
comprensible. "Propiedad privada de los medios de producción = capitalismo" y
"ataque a la propiedad privada = socialismo" resultaron ser fórmulas impactantes,
pero sólo parcialmente justas. El inconveniente surge cuando la forma tiende a
modificarse. La costumbre de representar el contenido mediante la forma, puesto
que en un momento dado se correspondieron plenamente, deja paso a una
identificación que ya no es tal, y que conduce al error de sustituir el contenido
por la forma. Este error es plenamente identificable en la Revolución rusa.
El socialismo exige un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas que
sólo es concebible a través de una gran concentración y centralización de las
fuerzas de producción.
Esta concentración se realiza por la desposesión al capital privado de los medios
de producción. Pero tal desposesión, al igual que la concentración a escala
nacional o incluso internacional de las fuerzas productivas, no es más que una
condición - tras el triunfo de la revolución proletaria - de la evolución hacia el
socialismo. Pero no representa en absoluto, todavía, el socialismo.
La más amplia expropiación, puede, como mucho, hacer desaparecer a los
capitalistas como individuos, que se benefician de la plusvalía, pero no hace
desaparecer la producción de plusvalía, es decir el capitalismo.
Esta afirmación puede parecer a primera vista, una paradoja, pero un atento examen
de la experiencia rusa nos revelará su certeza. Para que exista socialismo, o
incluso simplemente tendencia al socialismo, no basta con que haya expropiación.
Es necesario, además, que los medios de producción dejen de existir como capital.
En otros términos, es necesario acabar con el principio capitalista de la
producción.
El principio capitalista de preponderancia del trabajo acumulado sobre el trabajo
vivo, con vistas a la producción de plusvalía, debe ser sustituido por el
principio del trabajo vivo dominante sobre el trabajo acumulado, con el objeto de
producir objetos de consumo que satisfagan las necesidades de los miembros de la
sociedad.
El socialismo reside en este principio y solo en él.
El principio del socialismo
El error de la Revolución rusa y del Partido bolchevique fue el de insistir en la
condición (la expropiación) que en sí misma no es todavía socialismo, ni siquiera
el factor determinante de la orientación en un sentido socialista de la economía,
y haber descuidado y relegado a un segundo plano el principio mismo de una
economía socialista.
Nada más instructivo en ese sentido que la lectura de los numerosos discursos y
textos de Lenin en favor de la necesidad de un desarrollo creciente de la
industria y la producción en la Rusia soviética. Lenin empleó habitualmente, y
casi sin la debida distinción, los términos capitalismo de Estado y socialismo de
Estado. Fórmulas como las de "cooperativas más electricidad: eso es el socialismo"
y otras por el estilo revelan la confusión y las vacilaciones de los dirigentes de
la Revolución de Octubre del 17, en este terreno.
Resulta significativo que Lenin se preocupara tanto por el sector privado y la
pequeña propiedad agraria, sectores que, según él, podían tener un mayor peso en
la amenaza de una evolución de la economía rusa hacia el capitalismo, y desdeñase,
en cambio, el peligro mucho más patente y decisivo que representaba la industria
estatalizada.
La historia ha desmentido totalmente el análisis de Lenin sobre esta cuestión. La
liquidación de la pequeña propiedad campesina podía significar en Rusia, no el
reforzamiento de un sector socialista, sino más bien de un sector estatalizado, en
provecho de un apuntalamiento del capitalismo de Estado.
Es cierto que las dificultades que tuvo que encarar la Revolución rusa, tanto por
el aislamiento como por el estado atrasado de su economía, estarán muy atenuadas
en una revolución a escala internacional. Sólo a esta escala es posible un
desarrollo socialista de la sociedad y de cada país. Pero no es menos cierto que,
incluso a escala internacional, el problema fundamental no reside en la
expropiación sino en el principio mismo de la producción.
No sólo en los países atrasados, también en aquellos en los que el capitalismo ha
alcanzado un mayor desarrollo, subsistirá, durante cierto tiempo y en determinados
sectores de la producción, la propiedad privada, la cual sólo podrá ser
reabsorbida tras un proceso lento y gradual.
Sin embargo, el riesgo de una vuelta al capitalismo no provendrá de este sector,
pues la sociedad en evolución hacia el socialismo no puede retroceder hacia un
capitalismo en su forma más primitiva y que él mismo ha superado.
La temible amenaza de una vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector
estatalizado. Y tanto más por cuanto el capitalismo encuentra en ese sector su
forma más impersonal, o por así decirlo etérea. La estatificación puede servir
para camuflar por largo tiempo un proceso opuesto al socialismo.
El proletariado no superará este peligro más que en la medida en que rechace la
identificación entre expropiación y socialismo, que sepa distinguir entre la
estatificación, incluso con adjetivo "socialista", y el principio socialista de la
economía.
La experiencia rusa nos enseña y nos recuerda que no son los capitalistas los que
hacen el capitalismo. Más bien al contrario el capitalismo engendra a los
capitalistas. Los capitalistas no pueden existir sin capitalismo. Pero la
afirmación recíproca no es cierta.
El principio capitalista de la producción puede existir tras la desaparición
jurídica, incluso efectiva de los capitalistas beneficiarios de la plusvalía. En
tal caso, la plusvalía, al igual que bajo el capitalismo privado, será invertida
de nuevo en el proceso de producción con miras a la extracción de una masa todavía
mayor de plusvalía.
A corto plazo, la existencia de plusvalía engendrará a los hombres que formen la
clase destinada a apropiarse del usufructo de esa plusvalía. La función crea el
órgano. Ya sean los parásitos, la burócratas o los técnicos, ya sea que la
plusvalía se reparta de manera directa o indirecta por medio del Estado mediante
salarios elevados o dividendos proporcionales a las acciones y préstamos de Estado
(como ocurre en Rusia), todo ello no cambia para nada el hecho fundamental de que
nos hallamos ante una nueva clase capitalista.
El punto central de la producción capitalista se encuentra en la diferencia
existente entre el valor de la fuerza de trabajo - determinado por el tiempo de
trabajo necesario - y la fuerza de trabajo que reproduce más que su propio valor.
Ello se expresa en la diferencia entre el tiempo de trabajo que el obrero necesita
para reproducir su propia subsistencia y que le es remunerado, y el tiempo de
trabajo que hace de más y que no le es pagado, constituyendo la plusvalía de la
que se adueña el capitalismo. La distinción de la producción capitalista respecto
a la socialista reside, pues, en la relación entre el tiempo de trabajo remunerado
y el no remunerado.
Toda sociedad necesita un fondo de reserva económico para poder asegurar la
continuidad de la producción y de la producción ampliada. Este fondo está formado
por el trabajo sobrante indispensable. Por otra parte, es necesaria una cantidad
de trabajo sobrante para subvenir a las necesidades de los miembros improductivos
de la población. La sociedad capitalista, antes de desaparecer, tenderá a destruir
la masa enorme de trabajo acumulado sobre la base de la explotación feroz del
proletariado.
Tras la revolución, el proletariado victorioso se encontrará ante ruinas, y ante
una situación económica catastrófica legada por la sociedad capitalista. Habrá
pues que reconstruir el fondo de reserva económico.
Es decir que la parte de trabajo sobrante que deberá añadir el proletariado será
quizás, al principio, tan grande como bajo el capitalismo. El principio económico
socialista no se distinguirá en ese momento por la dimensión inmediata de la
relación entre trabajo remunerado y el no remunerado. Sólo la tendencia, la
creciente aproximación de ambos trabajos, servirá de indicador de la evolución de
la economía, y constituirá el barómetro que indique la naturaleza de clase de la
producción.
El proletariado y su partido de clase tendrán entonces que ser muy vigilantes. Las
mejores conquistas industriales (incluso aquellas en las que los obreros obtienen
más en términos absolutos, aunque sean menores relativamente) podrían significar
el regreso al principio capitalista de la producción.
Todas las sutiles demostraciones de la inexistencia del capitalismo, desposeído a
través de las nacionalizaciones de los medios de producción, no deberán ocultar
esa realidad.
Sin dejarse llevar por ese sofisma, interesado en la perpetuación de la
explotación del obrero, el proletariado y su partido deberán implicarse
inmediatamente en una lucha implacable para frenar esa orientación de retorno a la
economía capitalista, imponiendo por todos los medios su política económica hacia
el socialismo.
En conclusión y para ilustrar y resumir nuestra posición, citaremos el siguiente
pasaje de Marx:
"La gran diferencia entre los principios capitalista y socialista de la producción
es siguiente: ¿Se encuentran los obreros ante los medios de producción como
capital, sin poder disponer de ellos más que para aumentar el sobreproducto y la
plusvalía en provecho de sus explotadores, o bien, en lugar de estar ocupados por
esos medios de producción, los emplean para producir riqueza en su propio
beneficio".
Internationalisme, 1946


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[1]) Entre los primeros defensores de esta teoría cabe citar a Albert Treint,
quien en 1932 había publicado dos fascículos titulados l'Enigme russe (el Enigma
ruso). Con esa posición había roto con el grupo conocido por el nombre de Grupo
de Bagnolet. Albert Treint, antiguo secretario general del PCF, antiguo
dirigente del grupo de Oposición de izquierda l'Unité léniniste (la Unidad
leninista), en 1927, y del Redressement communiste (Reconstrucción comunista) de
1928 a 1931, tras haber roto con aquel grupo, había « evolucionado », como
tantos otros, adhiriéndose al Partido socialista en 1935 y a la Resistencia
durante la guerra. Y en 1945, se le encuentra no sólo integrado en el ejército
sino incluso al mando de un batallón de ocupación en Alemania con la graduación
de comandante...
[2]) Hay que señalar que los consejistas de la Izquierda holandesa, y para empezar
el mismísimo Pannekoek, compartirán las grandes líneas de ese brillante análisis
de una tercera alternativa (véase la correspondencia Chaulieu-Pannekoek en
Socialisme ou barbarie).
[3]) Vercesi fue hasta la Segunda Guerra mundial el representante más destacado de
la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia, creado en 1927 en
Pantin (barrio suburbano de París) que se denominó Fracción italiana de la
Izquierda comunista en 1935. Su contribución en el desarrollo teórico y político
de la Fracción fue considerable, como lo atestiguan numerosos textos suyos
publicados en Bilan, revista de la Fracción. Sin embargo, empezó a desarrollar a
partir de 1938 una teoría sobre la "economía de guerra como solución a la crisis
del capitalismo", cuya consecuencia era la negación de la amenaza de guerra
mundial. La Fracción estuvo desorientada y paralizada políticamente cuando de
hecho estalló la guerra, y Vercesi teorizó entonces la necesidad de su disolución
debido a "la inexistencia del proletariado durante la guerra". Eso no impidió que
varios miembros de la sección, entre ellos nuestro compañero MC, la
reconstituyeran en el Sur de Francia. En cuanto
a Vercesi, se manifestó en Bruselas a finales de la guerra animando un Comité de
coalición antifascista, que publicaba la revista L'Italia di domani (La Italia del
mañana), cuyo nombre ya es todo un programa, y de la que fue el principal redactor
hasta que se adhirió al Partito comunista internacionalista que se había
constituido en 1943 en el Norte de Italia en torno a Onorato Damen. Ese grupo
volvió a fundarse en 1945 con la llegada de otros elementos y grupos (los elementos
del Sur en torno a Bordiga, los que rompieron con la Fracción italiana en 1938
sobre la Guerra de España, etc.) y hoy sigue existiendo como rama italiana del Buró
internacional para el Partido revolucionario (BIPR). El PCInt publica Battaglia
comunista y la revista Prometeo, y su homologo británico, la Communist Worker's
Organisation, publica Revolutionary Perspectives.
[4]) En 1945, con la constitución ad-hoc del Partido comunista internacional en
Italia, la disolución precipitada de la Fracción, la llegada de Bordiga con sus
teorías sobre la "invariación" del marxismo, la "revolución doble", el "apoyo a
las liberaciones nacionales", las distinciones de "áreas geográfica", la
proclamación del "enemigo número 1, el imperialismo USA", etc., significan una
patente regresión de ese nuevo partido sobre la naturaleza de clase del régimen
estalinista, y una negación de la noción de decadencia y de su expresión política,
el capitalismo de Estado.
[5]) Fracción externa de la CCI (Fecci) : se trata de una escisión en 1985 de
nuestra organización que consideró que la CCI estaba en vías de "traicionar" su
plataforma y que se dio como objetivo ser su "verdadero defensor". Ese grupo, que
publica Perspective internationaliste, ha seguido una trayectoria hacia el
consejismo abandonando progresivamente sus referencias a la Plataforma de la CCI
hasta cuestionar particularmente uno de sus ejes esenciales, el análisis de la
decadencia del capitalismo.

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