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Secciones: Marxismo -  Documentos, opinión, debate

Título: ANTONIO GRAMSCI: AMOR Y REVOLUCIÓN, por Francisco Fernández Buey- Enlace 1

Texto del artículo:



Francisco Fernández Buey



En Viena enterraré mi alma en un álbum

con las fotografías y el musgo

y rendiré al flujo de tu belleza

mi cruz y mi violín barato.

Ay, amor, mi amor,

Toma este vals, toma este vals:

ahora es tuyo, es todo lo que queda.



LEONARD COHEN

canta el “Pequeño vals vienés”,

de Federico García Lorca





Epistolarios



La mejor manera de llegar a conocer al Gramsci íntimo es, desde luego, sumergirse en su epistolario. Quien quiera hacerlo con sensibilidad y respeto por la tragedia del hombre tendrá que solventar preliminarmente dos reservas del propio Gramsci.

La primera es que muchas de las cartas que escribió desde la cárcel tenían que pasar por la censura: él lo sabía; sabía que en cierto modo esto las hacía "públicas" y en consecuencia reduplicó durante esos años (1927-1933) su ya notable contención sentimental adoptando a veces el lenguaje de Esopo. Para descifrar ese lenguaje el estudioso y el lector atento tienen que acudir a veces a otras fuentes (testimonios de los familiares y amigos dentro y fuera de la cárcel).

La segunda reserva tiene que ver con la declaración del preso, explícita en alguna de las cartas desde la cárcel pero avanzada ya en otros momentos anteriores, según la cual él mismo sentía una invencible aversión a la epistolografía.

De estas dos cosas juntas el lector no alertado podría deducir apresuradamente que el material disponible será escaso y que en las cartas conservadas va a encontrar muy pocas referencias a la vida privada de un hombre cuya principal dedicación desde los veintitantos años fue la política. Pero en realidad no es así. Se han conservado alrededor de setecientas cartas de Antonio Gramsci. De ellas casi doscientas están escritas entre sus años de estudiante (en Cagliari y en Turín) y el otoño de 1926, momento en que fue detenido por la policía fascista. Otras quinientas fueron redactadas desde las distintas cárceles y sanatorios por los que pasó como preso político hasta su muerte en 1937.

La gran mayoría de las cartas escritas por Gramsci desde Cagliari y Turín, entre 1908 y 1914, están dirigidas a familiares: a los padres y hermanas. Entre 1914 y 1919 esa correspondencia decae y sus cartas a la familia se hacen muy esporádicas. Del bienio revolucionario de 1919-1921 se han conservado poquísimas cartas. Probablemente en esos años de gran actividad política Gramsci tuvo a su lado a la mayoría de las personas con las que quería comunicarse: consejistas y compañeros de L´Ordine Nuovo. Pero es seguro que escribió más cartas que las que se han conservado, sobre todo de contenido político y sindical. En cualquier caso, el epistolario se hace mucho más denso y mucho más interesante a partir de su estancia en Moscú, en 1922, donde conoció a Julia Schucht, durante los cinco meses que vivió en Viena trabajando para la partido comunista de Italia en la Internacional Comunista y luego, ya de regreso a Italia, en Roma (desde mayo de 1923 hasta noviembre de 1926). La correspondencia desde Moscú (noviembre de 1922 a noviembre de 1923) y sobre todo desde Viena (hasta mayo de 1924) y Roma (1924-1926) suma aproximadamente dos tercios de todas las cartas que Gramsci escribió antes de ser detenido y encarcelado.

Se han conservado casi quinientas cartas escritas por Gramsci desde noviembre de 1926 hasta 1937, pocos meses antes de su muerte. Aunque estas cartas se conocen habitualmente con el nombre de “cartas de la cárcel” no todas ellas fueron escritas propiamente desde las distintas prisiones por las que Gramsci pasó desde su detención. Unas cuantas fueron redactadas desde el destierro en la isla de Ustica, lugar al que fue trasladado junto con otros militantes antifascistas a la espera del juicio y donde Gramsci vivió, vigilado, en una casa particular (diciembre de 1926 - enero de 1927). Otras muchas fueron escritas desde las clínicas a las que fue enviado, ya muy enfermo, desde finales del año 1933: la clínica del doctor Cusumano, en Formia (de diciembre de 1933 a agosto de 1935) y la clínica Quisisana, de Roma, en la que permaneció en libertad condicional desde esa última fecha hasta muy poco antes de morir, en abril de 1937. De estas casi quinientas cartas, la mayoría de las escritas desde la cárcel de Turi de Bari están dirigidas a la cuñada, Tatiana Schucht (una parte de ellas también para Julia o con la intención de que fueran conocidas por Piero Sraffa, el amigo economista que hacía de enlace con la dirección del partido comunista); muchas de ellas están dirigidas a la mujer, Julia Schucht, y a los hijos, Delio y Giuliano (los dos, con la madre, en Moscú). Un número mucho más reducido del epistolario de ese periodo está formado por cartas dirigidas a la madre (que murió en Ghilarza en diciembre de 1932, aunque Gramsci no lo supo hasta bastante tiempo después), al hermano Carlo y a otros parientes.

Por razones obvias (teniendo en cuenta la acusación por la que Gramsci había sido juzgado y encarcelado, y la ilegalización del partido comunista por el fascismo mussoliniano) Gramsci apenas podía escribir directamente desde la cárcel a los amigos políticos. Casi todas las cartas que escribió a éstos entre 1927 y 1935 se han perdido. A partir de 1934 el epistolario con su principal corresponsal, Tatiana Schucht, decae debido al hecho de que ésta y Piero Sraffa podían visitar periódicamente a Gramsci en la clínica, de manera que casi todas las cartas desde esa fecha hasta 1937 están dirigidas a los familiares que vivían en la URSS, a la mujer y a los hijos.

En estas cartas (y en numerosos testimonios) se han basado las dos biografías más completas de Antonio Gramsci publicadas hasta la fecha, la de Giuseppe Fiori y la de Aurelio Lepre.[i] El hermoso retrato que Fiori hizo en los años sesenta de la personalidad de Gramsci es tan preciso como sensible. Muy probablemente en su biografía está en lo esencial para captar el carácter de Gramsci y las circunstancias que modelaron este carácter. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que las ediciones que pueden considerarse ya prácticamente definitivas de la correspondencia de Gramsci se han publicado más tarde, en la década de los noventa, y que estas ediciones incorporan varias piezas relevantes para la mejor comprensión de algunos aspectos discutidos de la personalidad de Gramsci y sobre su relación con las personas a las que más quiso y con el grupo dirigente del partido comunista desde 1926 a 1937. La biografía de Lepre tiene en cuenta estas novedades e incorpora los resultados del trabajo de investigación llevado a cabo por otros autores (Paolo Spriano, Valentino Gerratana, Antonio A. Santucci y Aldo Natoli, principalmente)[ii] sobre los últimos años de la vida de Gramsci. El propio Fiori, en ensayos publicados en las últimas décadas, ha matizado y actualizado algunas conjeturas de su biografía tanto en lo relativo a las opiniones de Gramsci sobre la política comunista posterior a 1926 como en lo que hace a la complicada y a veces agria relación que desde la cárcel mantuvo con sus íntimos.[iii]



De 1908 a 1926



La recopilación más completa de las cartas escritas por Antonio Gramsci hasta 1926 apareció a principios de los años noventa.[iv] El editor de este epistolario, Antonio A. Santucci, hacía observar en esa fecha el número relativamente reducido de las mismas para un periodo que comprende casi veinte años, sobre todo si este número se compara con el de las escritas en los diez años que siguieron a la detención. Naturalmente, esta diferencia se explica, en gran parte por el cambio de circunstancias en la vida de Gramsci: no se escriben tantas cartas cuando uno está estudiando, o metido en la vorágine de los acontecimientos políticos, como las que se escriben cuando uno está solo y aislado en la cárcel. Por otra parte, parece que hay que hacerse a la idea de que algunas de las cartas escritas por Gramsci sobre todo en el periodo de L´Ordine Nuovo semanal, entre 1919 y 1920, se han perdido definitivamente, pues de ese periodo sólo se conoce una, escrita a Serrati en febrero de 1920. Algo parecido puede decirse de algunas de las cartas redactadas entre 1922 y 1923, mientras Gramsci vivió en Moscú y en Viena.

Hay lagunas de importancia en este epistolario, sobre todo para los años que van de 1914 a 1926. Santucci pensaba, hace diez años, que algunas de esas lagunas, las correspondientes al periodo de 1922 a 1926, tal vez podían colmarse investigando en las archivos de la antigua Unión Soviética, pero no parece que hasta el momento hayan sido descubiertas piezas muy sustanciales a este respecto. Y, por otra parte, las cartas del Gramsci estudiante (en Cagliari y, sobre todo, en Turín) no dicen mucho sobre la formación de su carácter y de su personalidad. Hasta 1913 esas cartas son, mayormente, un memorial de quejas al padre (y a la familia en general); quejas de un estudiante pobre, que depende de una beca y de la ayuda de los suyos para su subsistencia, que pasa frío y hambre en la ciudad industrial, que se ve obligado a cambiar de pensión por falta de medios, que sufre constantes dolores de cabeza, al que le cuesta mucho adaptarse al ambiente, que necesita ayuda y no la encuentra. La impresión que se saca al leer este epistolario es que el joven Gramsci tenía un importante vínculo afectivo con la madre y que, quejas aparte, sólo encuentra un hilo que le una con los que han quedado en la isla: la lengua, el interés por las palabras y su historia, reforzado por las sugerencias que está recibiendo en Turín del profesor Matteo Bartoli sobre el dialecto sardo. De manera que cuando en Turín Gramsci encuentra otros vínculos, político-culturales, en las proximidades de la universidad, la correspondencia con los familiares, ya tensa antes, se interrumpe.

Sólo hay una carta de esos años, fechada en 1916 y dirigida a la hermana Grazietta, en la que Gramsci se desnuda. Esta carta, escrita después de un larguísimo silencio, permite hacerse una idea de la dimensión de la crisis por la que el universitario ha pasado entre 1913 y 1915: “Durante un par de años he vivido fuera del mundo, casi como en un sueño. He dejado que se fueran rompiendo uno a uno todos los hilos que me unían al mundo y a los hombres. He vivido exclusivamente para el cerebro sin dejar nada para el corazón. Y seguramente eso ha ocurrido porque mi cerebro sufría mucho, siempre me estaba doliendo la cabeza, y he acabado por no pensar más que en ella”.[v] Aparecen ahí giros y expresiones sobre el propio carácter que Gramsci reiteraría luego muchas veces, en su correspondencia con Julia y Tatiana Schucht, el sentirse, por dentro y por fuera, como un oso en la caverna, como un lobo en su cueva, que reacciona ante el dolor físico y la soledad sumergiéndose en el trabajo intelectual y político.

Resulta evidente, por lo que escribió en las varias publicaciones socialistas en que colaboró entre 1914 (después de renunciar a los estudios universitarios) y 1920, así como por algunas reflexiones autobiográficas posteriores, que, en esos años, Gramsci encontró su ambiente, salió parcialmente del aislamiento en que al principio vivió en Turín e hizo amigos (algunos de los cuales, como Piero Sraffa, para lo que le quedaba de vida). Pero de eso apenas hay rastro en las pocas cartas que han quedado. La actividad periodística y política no le dejan tiempo, ya entonces, para la comunicación epistolar de los sentimientos. De manera que para saber cómo creció el hombre Gramsci durante los años de la primera guerra mundial el epistolario es muy insuficiente. Hay que acudir a los testimonios de aquellos que estuvieron cerca de él en Turín y/o establecer conjeturas a partir de algunos pasos de sus colaboraciones en en Il Grido del Popolo, en Avanti, en La città futura y en L’Ordine Nuovo.

La cosa cambia a partir del viaje de Gramsci a Moscú en diciembre de 1922. Comparativamente, las cartas que escribe desde entonces hasta 1926 son muchas más. Y esto por dos factores muy determinantes. El primero fue la relación sentimental con Julia Schucht, el nacimiento del amor. El segundo que, estando en Viena como liberado político, en una ciudad que le era ajena y con un trabajo de organización pensado para Italia, Gramsci dispuso de mucho tiempo para escribir cartas: unas, amorosas, para consolidar la relación naciente con Julia; otras para cumplir con el mandato político que le había llevado allí. Así pues, a la hora de estudiar la relación entre lo público y lo privado en Gramsci durante ese periodo, aunque haya algunas lagunas en la correspondencia, aunque se hayan perdido algunas cartas por la clandestinidad de unos y la vida de saltafronteras de otros, el epistolario de Moscú y Viena, y las cartas enviadas desde Roma entre 1924 y 1926 son suficientes. Precisamente en ese periodo Gramsci inicia una reflexión sobre amor y revolución, sobre política y sentimientos, que constituye una clave para la mejor comprensión de lo que fue el hombre. Lo esencial de esa reflexión está en las Lettere a Julka, recopiladas por Mimma Paulesu Quercoli en 1987[vi] e incluidas también en el epistolario editado por Santucci. No parece que el descubrimiento de nuevos documentos para ese periodo vaya a cambiar ya la idea de Gramsci que el lector atento puede hacerse a partir del epistolario ahora disponible.



De 1926 a 1937



Una parte importante de la correspondencia de Gramsci entre 1926 y 1937 fue dada a conocer por primera vez poco después de acabar la segunda guerra mundial, en 1947, con el título de Lettere dal carcere. Aquella edición, cuyo valor literario fue reconocido con la concesión del Premio Viareggio, incluía 218 textos, algunos de ellos expurgados de los pasos que el entonces grupo dirigente del PCI, encabezado por Palmiro Togliatti, consideró inconveniente hacer públicos, bien porque en ellos se aludía a cuestiones familiares delicadas, bien a controversias políticas sobre las que no se quería volver en aquel momento. Muchas de las cartas no publicadas en 1947 fueron recuperadas en una nueva edición preparada para Einaudi por Sergio Caplioglio y Elsa Fubini en 1965. Este volumen, que en los años siguientes fue traducido a numerosas lenguas, contenía ya 428 cartas de Gramsci, 119 de las cuales inéditas por entonces. Además, se restauraron en él los pasos que el primer editor había considerado inconvenientes. Esta edición de Fubini y Caprioglio ha sido la habitualmente manejada en la época de mayor auge de los estudios gramscianos en Europa, desde la segunda mitad de la década de los sesenta hasta finales de la década de los setenta, época que coincidió también con la conversión del partido comunista en la organización política más importante de Italia.

Pero ya en los años setenta el diario L´Unità, el semanario Rinascita y otras publicaciones periódicas italianas fueron dando a conocer algunas piezas más del epistolario gramsciano de los años de la cárcel. Después de la muerte de Julia Schucht, la mujer de Gramsci, en 1980, su hijo Giuliano hizo donación al Partido Comunista Italiano de las últimas cartas inéditas que había conservado la familia en Moscú y éstas, a su vez, incluidas en diversas recopilaciones prologadas o comentadas por Valentino Gerratana, Nicola Badaloni, Paolo Spriano, Mimma Paulesu Quercioli, Aldo Natoli, Giuseppe Fiori y Antonio A. Santucci.

Una nueva edición de las cartas de la cárcel, sin duda la más completa hoy disponible, apareció en 1996, al cuidado también de Antonio A. Santucci.[vii] La edición de Santucci incluye un total de 478 cartas, cincuenta más que la edición Fubini-Caprioglio. Teniendo en cuenta las particulares circunstancias en que fueron escritas las cartas gramscianas de la cárcel y los complicados vericuetos por las que algunas de ellas llegaron a sus destinatarios tampoco se puede descartar del todo que aún queden algunas por conocer; pero, aun así, en lo que hace a este periodo, la opinión más extendida entre los estudiosos es que la investigación posible está prácticamente concluida y que el trabajo llevado a cabo por Santucci puede considerarse prácticamente definitivo.

Sigue habiendo, eso sí, controversia sobre la interpretación de algunos pasos oscuros de estas cartas, sobre la fecha precisa de alguna de las escritas en Formia y en la clínica de Roma, sobre la relación existente entre algunos de esos pasos oscuros y ciertas notas de los Quaderni del carcere y, por supuesto, sobre cómo valorar, partiendo de lo que se dice en esas cartas y de otros documentos, la relación entre Gramsci y Togliatti después de 1926.[viii] En los últimos diez años se han escrito también varios ensayos polémicos acerca de este último extremo y la relación sentimental de Antonio Gramsci con Julia Schucht y con las hermanas de ésta, Tatiana y Eugenia. Alguno de estos ensayos ha tenido bastante eco periodístico en Italia, donde, paradójicamente, no era ya nada fácil encontrar en librerías la edición crítica de los Quaderni preparada por Valentino Gerratana.

Ya esto último sugiere que la orientación actual de los medios de comunicación dominantes (y no sólo en Italia), inclinados a suscitar el morbo facilón o la politiquería inmediatista en la sociedad del espectáculo, cuadra poco, o nada, con el rigor filológico e historiográfico de las personas que, a lo largo de cuarenta años, más han hecho por poner a disposición del público culto toda la documentación disponible de y sobre Gramsci. Especulaciones y actitudes morbosas aparte, prácticamente todo lo que hay que saber para valorar lo que fue el hombre Gramsci entre 1926 y 1937 está ya en las ediciones de Gerratana y Santucci, que han sido la base para una reciente y excelente edición anotada, en inglés, preparada por Joseph Buttigieg. Casi todo lo demás son detalles. Y no creo exagerar si digo que, desde el punto de vista de la filología y de la historiografía —dos cosas que Gramsci apreciaba—, sólo la búsqueda inmoderada de la originalidad puede sustituir la visión de conjunto, nada hagiográfica por lo demás, fundada en años de estudio, por el detalle funcional a los intereses politicistas del hoy.

En lo que sigue me voy a referir esencialmente a la reflexión de Gramsci sobre la relación entre lo público y lo privado a partir de su encuentro con Julia Schucht en Moscú. Este es un tema inicialmente suscitado en Italia en los márgenes de los estudios gramscianos, a mediados de los años setenta, por Adele Cambria con una representación teatral titulada Nonostante Gramsci (1975) y con un libro, basado en ciertas piezas del epistolario, de intención polémica pero sugerente en muchos de sus pasos: Amore como rivoluzione[ix] . Este libro prestaba una atención preferente, por primera vez, a la otra parte del epistolario: las cartas que nos han llegado de Julia y Tatiana Schucht.

No es casual el que la atención preferente a la reflexión de Gramsci sobre la relación entre público y privado surgiera en el ámbito de la literatura feminista de la época y se haya mantenido en ella durante algún tiempo, pues, además de que, en general, romper con esa dualidad, o debilitarla, ha sido un tema central de la filosofía moral y política del feminismo contemporáneo, debe reconocerse que los estudios gramscianos de las décadas anteriores apenas se habían ocupado del análisis de la personalidad de las mujeres a las que Gramsci amó o con las que tuvo una relación intensa (Julia y Tatiana Schucht, principalmente), lo cual tiene que ser visto como un déficit notable por toda persona sensible que se proponga entender simpatéticamente las oscilaciones del pensamiento del propio Gramsci en Viena, en Roma, en las cárceles y en las clínicas, cuando la introspección, la expresión de los sentimientos o de los estados de ánimo y las conjeturas sobre el carácter, la personalidad y el sentir de los seres queridos se mezclan e interrelacionan constantemente con el discurso político, con los planes de trabajo intelectual y con la forma en que realmente progresan, planes aparte, los Cuadernos de la cárcel.

He dicho ya que la mejor manera de leer a Gramsci hoy es hacerlo desde el trasfondo de los célebres versos de Bertolt Brecht a los hombres del futuro[x]. Esta afirmación tiene aún más sentido cuando se trata de los epistolarios, pues en ellos Gramsci reflexiona de manera abierta sobre la relación existente (y por establecer) entre lo público y lo privado. Hay tres intuiciones contenidas en aquellos versos de Brecht que la correspondencia de Antonio Gramsci con Julia y Tatiana Schucht ejemplifican tal vez como ningún otro epistolario contemporáneo. La primera es la conciencia —aguda en los revolucionarios de la época del fascismo y del nazismo— de estar viviendo “en tiempos sombríos” (en un mundo grande y terrible, repetirá Gramsci). La segunda es el reconocimiento de hasta qué punto, en tiempos de desorden pero también de rebeldía, el hombre rebelde se ve constreñido, aun sin quererlo, al desorden amoroso y a contemplar la naturaleza con impaciencia. La tercera es la observación trágica de que aquellos hombres que querían preparar el camino para la amistad no pudieron ser amables porque, como dejó dicho el poeta, “también la ira contra la injusticia pone ronca la voz”.

Tratar este tema con ecuanimidad no es nada fácil. Y el asunto se complica muchísimo cuando hay que atender al detalle del epistolario gramsciano de los años 1928 a 1936. Se complica por los cambios en los estados de ánimo del preso (motivados por su enfermedad y la de Julia Schucht), por los efectos psicológicos de la “carcelitis”, por sus sospechas políticas (fundadas o infundadas), por las interrupciones en la correspondencia, por la inhibición que produce en Gramsci el tener que escribir sobre un sentimiento amoroso a través de persona interpuesta (de la que depende en muchas cosas esenciales, a la que quiere pero a la que no quiere herir), por los equívocos reales y por la interpretación subjetiva, a posteriori, de esos mismos equívocos. Al abordar este nudo vital de Gramsci con la distancia que da el tiempo transcurrido, quien pretenda intentarlo con sensibilidad se sentirá sin duda molesto ante las reducciones meramente politicistas de aquel drama personal. Pero tampoco basta a este respecto con la afirmación genérica (frente a la manera institucional de entender la política) de que “también lo personal, lo privado, es político”. Se necesita algo más. Se necesita respeto, comprensión en el sentido amplio de la palabra y, desde luego, cierta compasión para con los personajes que entran en el nudo.



Captatio benevolentiae...



Sólo en unos pocos casos, como es precisamente el de Antonio Gramsci —o el de Rosa Luxemburg, cuyo asesinato en 1919 recordaban todavía hace poco los jóvenes en Alemania, después de lustros de olvido— se atreve todavía uno a juntar en un título dos palabras tan hermosas y tan gastadas como “amor” y “revolución”. Y hacerlo sin por ello empezar a sentir la garra del malestar que se te instala en el cerebro para acabar bajando y saliendo afuera, hasta la cara, en forma de rubor, sobre todo en tiempos como éstos, en los que la deriva imparable hacia la mercantilización integral de los sentimientos corre pareja con la afirmación (casi excluyente de todo lo demás) del derecho a la privacidad, y cuando la conversión interesada de todos los derivados de la palabra “revolución” en mero eslogan para promocionar cualquier novedad técnica invita a los insumisos a dar de lado tan nobles vocablos en la vida cotidiana, o, no habiendo otro remedio, a utilizarlos con doble cautela, con ironía o con sarcasmo.

Tal vez lo que en este caso hace que al escribir juntas las dos grandes palabras no sienta uno la vergüenza del inminente ridículo, o la sospecha de estar entrando en el bosque sombrío de los anacronismos, sea la solidez de una convicción que el que escribe supone compartida: la convicción, esto es, de que todo aquel lector que se haya decidido a seguir hasta el final la biografía de Antonio Gramsci habrá acabado con un nudo en garganta.[xi]

Pues tal es, en efecto, el estado de ánimo con el que las personas sensibles (lo que es tanto como decir, hoy en día, “revolucionarias”, en la medida en que la revolución de los sentimientos es siempre y al mismo tiempo conservación cultural) suelen asimilar aquella permanente pasión suya por la veracidad, aquel admirable esfuerzo por seguir pensando —con independencia, con criterio, con punto de vista autónomo— a pesar del fascismo y del embrutecimiento psicológico y moral que acaba representando la cárcel, su lucha tenaz contra la propia enfermedad mediante el análisis introspectivo tan intenso como puntilloso, o, finalmente, sus intermitentes iniciativas para volver a anudar un vínculo amoroso obstaculizado y deteriorado por la distancia, por la ausencia de noticias de la persona amada, por el aislamiento en la prisión, por la depresión de los propios interlocutores, por la piedad de los familiares que él considera falsa y, sobre todo, por la incomparable huella del tiempo, por el transcurrir de ese tiempo psicológico que, en la soledad y en la ausencia, acabaría convirtiéndose para nuestro hombre en mero pseudónimo de la vida misma y para Julia Schucht en motivo definitivo de cansancio psicosomático constante.

Por fuerte que sea la convicción aludida, y por compartida que estuviera, ésta no cierra del todo, sin embargo, el argumento nuestro, el cual, al juntar “amor” y “revolución” en Gramsci, pone las amorosas y claras razones del corazón al lado de la pasión política razonada con la intención de explicar desde ellas, entrelazadas y como categorías centrales, lo que fue la tragedia de aquellas vidas.

Para cerrar ese argumento con coherencia y terminar de paso la justificación iniciada en los párrafos anteriores habría que añadir todavía una opinión que no se refiere sólo a Gramsci sino que pretende tener un sentido más general, aunque tal añadido lo sea únicamente a título de simple sugerencia, de esas sugerencias que hay que creerse o aceptar bajo palabra: que ya sólo los nudos en la garganta —cuando hay suerte de que se formen en ella— nos libran hoy del rubor y de la vergüenza que produce la manipulación postmoderna de las palabras grandes y hermosas de nuestra infancia y de nuestra adolescencia (de la infancia y de la adolescencia de la humanidad, por supuesto). De modo que es probable —sigo escribiendo hipotética y dubitativamente— que sea esa disponibilidad restante para la emoción, esa visceral permeabilidad, culturalmente reformada, que aún nos queda para la formación del nudo en la garganta, ante tanta desgracia vivida con tanta voluntad de resistencia, lo que hace de Antonio Gramsci en este momento de crisis de la cultura comunista —cuando los lobos de la publicidad venden pieles de cordero fabricadas con la tradición obrera— el pensador marxista más internacionalmente apreciado, el más traducido, el más leído por las jóvenes generaciones y releído también por aquellas otras generaciones que, al decir del poeta, no pudieron ser amables.

Pero quien no comparta la afición por el modo de decir del poeta comunista ni los tonos satírico-asermonados de horaciana memoria, quien esté convencido, por el contrario, de que nosotros somos, precisamente, aquellos “por nacer” en quienes pensaba Brecht, y de que, por tanto, ha llegado ya la hora de ser amables y de cambiar la retórica y las metáforas —“quién quiera tener razón y tenga una lengua la tendrá”, decía Mefistófeles a Fausto— por el análisis desapasionado, tiene todavía otra vía para llegar, en el caso de Gramsci, a una conclusión semejante: la filológica. Pues ningún otro pensador revolucionario ha tratado de vincular tan estrechamente lo privado y lo público, lo personal y lo político, el amor y la actividad revolucionaria, en suma, como lo hizo Gramsci en una carta dirigida a Julia Schucht y fechada en Viena el 6 de marzo de 1924:



Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante?, ¿no iba a esterilizar y reducir a mero hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad revolucionaria?[xii]



Amor que a nada ha amado amar perdona



Es posible que Antonio Gramsci haya tenido relación sentimental íntima con alguna otra mujer antes de conocer a Julia Schucht en Moscú. Alguna de las personas que estuvieron cerca de él en Turín, en la época de L´Ordine Nuovo, así lo ha testimoniado, e incluso ha dado el nombre de la amiga.[xiii] Pero, si así fue, de aquella relación sentimental no ha quedado eco alguno en el epistolario. No es extraño que no lo haya en el epistolario de esos años puesto que, como he dicho, las cartas de entonces que han quedado son poquísimas. En las cruzadas con Julia en Moscú, poco después de conocerse, y desde Viena y Roma, cuando el amor se ha declarado, no hay recuerdo de un amor anterior. Ni mención en ninguna de las cartas escritas desde la cárcel. Naturalmente, cuando se sabe de la contención sentimental de Gramsci este dato no quita verdad al otro testimonio, aunque es raro que en el momento inicial de las declaraciones y de las confesiones recíprocas, cuando en el caso de Julia sí aparece alguna alusión a otra relación sentimental, el varón Gramsci no diga nada al respecto, sobre todo si, como parece, no había pasado demasiado tiempo de su otra relación. La única alusión, por lo demás genérica, a relaciones eróticas anteriores está, que yo sepa, en una carta que escribió a Julia al poco de conocerla en Moscú. Dice así: “He tratado incluso de convencerme a mí mismo de que le había recitado a usted una comedia, como he hecho otras veces (porque de verdad lo he hecho otras veces) cuando, convencido de que no podía ser amado (¿se acuerda usted de una discusión sobre cierto verso de Dante?), me proponía conseguir granjearme las manifestaciones externas del amor...”.[xiv]

Respetemos, por tanto, el pudor de los dos. Y de sus familiares.

Antonio Gramsci conoció a Julia Schucht durante el verano de 1922. En junio de ese año Gramsci estaba en Moscú para participar en la segunda Conferencia del Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista. De ella salió como dirigente de la III Internacional. Gramsci había llegado a Moscú con una fuerte depresión, tenía temblores, tics y a veces convulsiones, por lo que inmediatamente después de la Conferencia tuvo que ser internado en el sanatorio de Serebriani bor [El bosque de plata], en el que por entonces estaba alojada también Eugenia Schucht recuperándose de un agotamiento psicofísico. Antonio estableció allí relación con Julia a través de Eugenia. Las hermanas Schucht habían vivido durante algún tiempo en Italia y hablaban italiano.[xv] Seguramente esto fue determinante para un hombre como Gramsci de quien Pier Paolo Pasolini dejó dicho que era un tímido al que la timidez empujaba a vivir siempre impersonalmente.

La relación que estableció con Julia fue inicialmente, durante algunos meses, esporádica y de camaradería. Los dos primeros billetes de Antonio a Julia que se han conservado van encabezados con un “querida compañera”. El tratamiento es de usted y respetuoso. Gramsci propone en ellos citas en Moscú y en el sanatorio (en las proximidades de Moscú) para visitar a Eugenia; juega con la (aparente) complicidad de la hermana y se despide de Julia con las fórmulas “afectuosamente” y “con afecto”. Una viñeta familiar, humorística, que se ha conservado, fechada el 16 de octubre de 1922, sugiere la existencia de una relación sentimental en ciernes: la hermana Eugenia es el objeto activo de la broma que al mismo tiempo facilita la comunicación entre los otros dos.

Los primeros encuentros con Julia en Serebriani bor han dejado en Gramsci una huella imborrable. Una carta que la escribe desde Roma un par de años después, cuando ya la relación se ha hecho estable, desvela, para nosotros, el contexto y el sentido de la discusión en Serebriani bor sobre “un cierto verso de Dante”. Este dice: Amor que a nada ha amado amar perdona. La escena, en una habitación del sanatorio con una sola cama, habla de las dificultades de ambos para decidir allí la relación. Antonio dirá luego: “Me acuerdo de todos los detalles porque creo que aquella noche fue muy importante para nosotros y que luego, durante mucho tiempo, estuvimos jugando a la gallina ciega. ¡Qué horror!”[xvi].



El peso desequilibrante del cerebro



Los acontecimientos en curso en Italia (las consecuencias de la marcha fascista sobre Roma que se produjo en octubre) retrasaron el regreso de Gramsci. Pudo entonces asistir al IV Congreso de la III Internacional (noviembre-diciembre) en el que tuvo la oportunidad de escuchar a un Lenin muy pesimista sobre el futuro de la revolución. Aquel discurso se le quedó grabado y está en el origen de su reflexión sociopolítica posterior, en los Quaderni, sobre la revolución en occidente. Muy probablemente Gramsci fue el dirigente comunista occidental que mejor entendió el mensaje del viejo Lenin. Pero por entonces, a finales de 1922, su corazón estaba en otra parte. Mientras espera en Moscú el desarrollo de los acontecimientos en Italia y se entera de la agresión que se ha sufrido su hermano Gennaro, herido por los fascistas en Turín, la relación sentimental con Julia progresa hacia el amor entre enero y febrero de 1923. En enero todavía mantiene el tratamiento de respeto y aún sigue jugando con la excusa de visitar a Eugenia para propiciar un nuevo encuentro con Julia y consolidar los lazos, pero Antonio ha pasado ya al “queridísima” y la siguiente carta, que escribe el 13 de febrero, es una declaración de amor.

La primera declaración de amor de Gramsci, al menos por escrito, es complicada y preludia otras muchas complicaciones que habían de venir. Dice a Julia varias veces en esa carta que la quiere y que tiene la certeza de que ella le quiere a él, pero en seguida se enreda en una discusión sobre lo “sencillos” que son ambos, y en particular él mismo, contra las apariencias. Con el amor, Antonio empieza una batalla por dejar de ser el que sentimentalmente fue: “Es verdad que desde hace muchos, muchos años me he acostumbrado a pensar que existe una imposibilidad absoluta, casi fatal, para que yo pueda ser amado”. Gramsci alude aquí a su deformidad física (que, según todos los testimonios, acomplejaba ya en Turín su vida sentimental) y recuerda seguramente las huellas de una infancia y de una adolescencia de sufrimientos, sacrificios y debilidad física; pero se extraña, o dice que se extraña, a su vez, de que Julia note en él “contracciones nerviosas”, tics y “pequeños arrebatos marginales”. E inmediatamente después, en la misma carta, aparece el Gramsci volitivo y persuasivo. Nada de “demasiado pronto” para consolidar la relación, como dice ella, nada de enredos, ni de intrigas psicológicas almibaradas: “Yo no soy un místico ni usted es una virgen bizantina”[xvii].

Gramsci no era, desde luego, un místico. Julia Schucht tenía entonces veintiséis años, cinco menos que él. Había nacido en Ginebra, donde sus padres estaban exiliados, en 1896. Su padre, de origen finlandés, antizarista, había conocido la deportación en Siberia; tuvo que salir de Rusia en 1890 y vivió con la familia en Francia, Suiza e Italia. En Roma, Julia se había diplomado como violinista en 1915 y en el otoño de ese año salió hacia Rusia para encontrarse con los suyos que ya vivían en Moscú. Empezó a trabajar como profesora en un liceo musical a cien kilómetros de la capital. Su familia tenía cierta relación con Lenin y ella misma estaba afiliada al partido bolchevique desde 1917. Cuando Gramsci la conoció trabajaba en la sección local del partido en Ivanovo Vosnessiensk, un centro textil al que llamaban “el Manchester de Rusia”. Por su formación y por su trabajo Julia era, en 1922, una mujer de carácter, independiente pero a la vez muy sensible y ligada a la familia, a los padres y a las hermanas.

Se conserva un paso de una carta de Julia Schucht, escrita cuando tenía veinte años, que hace pensar en lo que pudo acercarla sentimentalmente a Gramsci, en sus afinidades y diferencias. Dice así: “Hay algo extraño en mi vida que me impide vivir como yo querría. No me gusta hablar de esta vida que no es como yo quiero. Me pregunto cuál de las dos personas que hay en mí será la auténtica, si la que quiero ser o la que soy. Y ese pensamiento me impide ser yo misma. Hay algo que me molesta, algo que es parte de mi, y ese algo es mi cerebro. No sé ‘ser’; se ver, pensar, alguna veces sentir...”[xviii].

Así, pues, la casualidad quiso que se hayan encontrado en Moscú dos adultos, ideológicamente afines, comunistas y revolucionarios, que en su juventud han sentido el peso desequilibrante de lo que llamaban “el cerebro” y la angustia de no llegar a saber ser: él, en Turín, profundamente afectado por persistentes dolores de cabeza, o por lo que dice ser “anemia cerebral”, se refugia primero en el estudio y salta luego a la vorágine de la actividad política huyendo de la soledad; ella, primero en Roma y luego en Moscú, se siente dividida, tiene una profesión, podría ser independiente, pero sabe que hay algo en su “cerebro” que se la impone también como un dolor, aunque no sólo físico, y se siente como perdida al observar introspectivamente que lo que sabe (ver, sentir, pensar) es una constricción que la impide llegar a lo que querría ser. Ambos, él y ella, querrían ser “simples”, pero hay algo en su interior que les dice que no lo son. Están tratando de superar “complicaciones psicológicas” que seguramente, desde el punto de vista clínico, son algo más que las triviales complicaciones ordinarias del normópata cotidiano. Buscan ahora en el amor lo que no acaban de encontrar en la actividad profesional ni en la vida política. No todo es azar, pues, en este primer encuentro: Serebriani bor, el bosque de plata, sería para ellos, con el tiempo, algo más que un nombre, muchas veces recordado y otras muchas aludido precisamente en relación con las depresiones, el malestar y las complicaciones psicológicas.

Mientras tanto, la situación en Italia se ha ido agravado por la detención de varios de los principales dirigentes comunistas y socialistas del momento. Eso es tema del intercambio epistolar de Gramsci con Julia en los meses siguientes: por lo que representaba desde el punto de vista político (Gramsci era entonces uno de los tres miembros comunistas en la comisión formada para una eventual fusión con los socialistas revolucionarios) y porque, evidentemente, el aplazamiento que aquella situación suponía para su regreso significaba, por otra parte, la ocasión para multiplicar los encuentros en Moscú y anudar la relación sentimental. En una de las cartas de Moscú, sin fecha pero muy probablemente de finales de febrero de 1923, aquella misma en que se alude genéricamente a algún otro contacto erótico, Antonio Gramsci insiste autobiográficamente en el tema del “antes” y el “después” del amor. Quiere salir del “erial”, del “frío páramo”, que ha sido su vida hasta entonces y declara estar convencido, sin comedia, de que precisamente eso es lo que le está ocurriendo después de haber conocido a Julia. Que el propósito no era fácil lo prueba el tono con el que, después de otro encuentro, escapándose a escondidas del hotel Lux, en el que residía, reconoce haber sido “un bruto”, haber hecho daño a Julia “demasiado brutalmente”, y que aún necesita quemar muchas cosas de sí mismo.[xix]

No se han conservado (o no se han publicado) las cartas de Julia Schucht en Moscú, a las que alude el epistolario de Gramsci, ni tampoco las escritas por éste, si es que las hubo, desde marzo a finales de noviembre de 1923, fecha esta última en que Gramsci partió para Viena. Lo más probable, a juzgar por el contenido y el tono de las escritas ya desde Viena (en las que destaca el dolor por la ausencia de la amada y el reiterado deseo de volver a estar juntos) es que entre marzo y noviembre de 1923 no haya habido cartas justamente porque la relación amorosa se había consolidado y no hacía falta escribir lo que se podía decir con la presencia. Queda el testimonio de Vincenzo Bianco, encargado por Gramsci de ayudar a Julia en Moscú después de su partida, que, con algún lapso de memoria, confirma esta suposición.[xx]



Viena: el mundo grande y terrible



Antonio Gramsci vivió en Viena desde principios de diciembre de 1923 hasta mediados de mayo de 1924, apenas un invierno y media primavera. Los recuerdos que nos ha dejado, en las cartas a Julia, de aquel “mundo grande y terrible, y encima en manos de los burgueses”, son, por lo general, melancólicos, muy mediatizados por el sentimiento de la ausencia. Durante aquellos meses su actividad político-organizativa fue muy intensa, pero no llegó a congeniar ni con los propietarios de las casas en que allí vivió ni con sus colaboradores más próximos, como el argentino Mario Codovilla. En Viena le visitaron, con encargos políticos varios, camaradas italianos; y desde Viena escribió Gramsci muchas cartas, algunas de ellas interesantísimas para entender el ambiente político de los revolucionarios sin revolución: a Umberto Terracini, PalmiroTogliatti, Ruggero Grieco, Alfonso Leonetti y otros destacados comunistas italianos.[xxi]

En Viena tuvo Gramsci la oportunidad de conocer de cerca no sólo las dificultades del trabajo organizativo y periodístico realizado lejos de los lugares en que uno tiene puestos el corazón y la cabeza, sino también de reconocer las debilidades y miserias del sectarismo de algunos de los próximos. Refiriéndose a la mujer de Joseph Frey, secretario general entonces del partido comunista austríaco, en cuya casa vivía, escribe poco después de llegar a Viena: “Maldice continuamente al partido que la obliga a tener en casa a personas tan molestas y antipáticas como yo... pero conserva el carnet del partido porque, si no, la fracción dirigida por su marido en este desgraciadísimo partido perdería el uno por ciento de sus afiliados. También este ‘fenómeno’ me ha puesto bruscamente ante viejas cosas conocidas que se me habían olvidado un poco al cabo de año y medio de alejamiento”.

Desde esta primera carta, escrita el 16 de diciembre de 1923, Gramsci se queja, una vez más, de su soledad y del aislamiento: soledad sentimental y aislamiento político. En seguida pide a Julia que vaya a Viena a trabajar con él, pensando, sin duda, que esta sería la forma de ahondar una relación estable entre revolucionarios. Y, mientras Julia sigue en Moscú, el motivo principal de la correspondencia será precisamente la posible colaboración en el trabajo ideológico y político. Así, invita a Julia a emprender juntos la traducción al italiano de la edición del Manifiesto comunista preparada por Riazanov; le requiere continuamente información sobre el desarrollo de los acontecimientos en Rusia; y trata de contrastar con su opinión las informaciones que le llegan acerca de las primeras discusiones, serias ya, que se estaban produciendo en el núcleo dirigente del PCUS. Sobre ese fondo una constante: la melancolía por la ausencia de la amada que sólo muy parcialmente puede paliar la actividad política y organizativa.

La sensación de rutina, la pésima impresión que le produce la desorganización, el desconcierto y el pesimismo que observa entre los compañeros italianos que ve en Viena, las noticias que le llegan de Italia y de Alemania deprimen nuevamente a Gramsci. Trata de salir del hoyo, como lo había hecho ya en otras circunstancias parecidas, a base de voluntad y recurriendo al humor. De este humor, que le lleva a distanciarse moderadamente de algunas de las cosas serias que se trae entre manos, hay muestras recurrentes en el epistolario de Viena. Así, en la carta a Julia del primero de enero de 1924 se pregunta Gramsci qué les deparará, a él y a su amor, el nuevo año, y luego escribe: “¿Podremos estar juntos un poco de tiempo disfrutando mutuamente con la presencia del otro y riéndonos de todos y de todo, con excepción, por supuesto, de las cosas serias que, de todas formas, son muy pocas en este mundo grande y terrible?”.

Durante semanas el trabajo central de Gramsci en Viena ha sido precisamente redactar cartas para recuperar las relaciones en el partido italiano y preparar la publicación de L´Ordine Nuovo quincenal. Pero también estas cartas —le dice a Julia— “se están convirtiendo en mi pesadilla”. Casi no sale de casa: lee y escribe. No se aclimata a las costumbres del lugar: pasa frío y traduce. Describe su vida en Viena como “simple y transparente” y recuerda una frase Rimbaud. Eso es todo. Quiere, en cambio, que Julia vaya a Viena y que le informe del debate que se está produciendo en el PCUS. No hay duda de que este debate le inquieta. Al principio, por las noticias que le llegan, sus simpatías parecen estar con Trotsky para el que, en Moscú, había escrito algo sobre la evolución de los futuristas italianos. Pide uno de los libros de éste y cuenta a Julia que no sabe cómo explicarse el ataque de Stalin contra Trotski, que eso le parece muy irresponsable y peligroso, pero que no ha podido ver todavía los papeles y que quizás el desconocimiento del material puede hacerle juzgar mal. Eso está escrito el 13 de enero de 1924. En la misma carta busca la complicidad personal de Julia: “Para evitar cualquier peligro relacionado con la dispersión tendrías que escribirme en forma cifrada”.

“Dispersión” es aquí un eufemismo para nombrar un ambiente, el del reflujo revolucionario, que estaba incubando sospechas y maniobras inesperadas en la nueva Internacional. Escribir en forma cifrada no es una idea personal de Gramsci. Era relativamente habitual en aquel ambiente y ha seguido siéndolo en situaciones de clandestinidad o semiclandestinidad. Umberto Terracini se lo ha sugerido a Gramsci y Gramsci refuerza el vínculo político-sentimental sugiriéndoselo a Julia. Al mismo tiempo, a medida que comprueba la “dispersión” que le rodea, su requerimiento a Julia se va haciendo más apremiante y más amoroso: “No puedo estar sin ti. Eres una parte de mi mismo y siento que no puedo estar lejos de mi mismo. Estoy como suspendido en el aire, como alejado de la realidad. Pienso siempre, con infinita emoción, en el tiempo que hemos pasado juntos, en aquella intimidad, en aquella tan grande expansión de nosotros mismos”[xxii].



Amor y filología



Una de las cosas que probablemente han dificultado más la relación sentimental de Antonio Gramsci con Julia Schucht fue la forma que él tenía de leer las cartas de ella. Éstas eran, por lo general, cortas y estaban escritas en un italiano claro y sencillo, de manera que el obstáculo principal en la comunicación no parece haber sido la diferencia lingüística, aunque es verdad que la diversidad cultural también cuenta por debajo de las identidades ideológicas y políticas. Pero más que eso cuenta, en este caso, la atención, a veces exasperante, con que Gramsci escrutaba cada párrafo de las cartas íntimas para captar en ellas la más mínima variación en los estados de ánimos de la mujer a la que amaba.

Este constante cribar, que también practicó introspectivamente, desde luego, llegaría a convertírsele con el tiempo en una auténtica obsesión. Al final de su vida confiesa a Julia que lee sus cartas varias veces: la primera vez —dice— como se leen las cartas de las personas a las que queremos, “desinteresamente, por así decirlo”; luego —añade— vuelve a leerlas “críticamente”, para tratar de adivinar cómo estaba Julia el día en que le escribió, para observar atentamente cómo es su escritura, la mayor o menor seguridad de la mano ese día, y sacar así de las cartas “todas las indicaciones y significados posibles”[xxiii]. Esto último está dicho cuando la enfermedad y las penalidades sufridas en las cárceles por las que ha pasado habían deteriorado mucho el humor y el carácter de Gramsci. Pero ya en el epistolario de Viena aquel hombre que acaba de enamorarse y que quiere cambiar su vida deja algunas señales inequívocas de su ansiedad. Casi a renglón seguido de la propuesta de pasar al lenguaje cifrado para hablar de las cosas de la política, escribe a Julia:



Tu última carta me ha hecho una impresión extraña, me ha dejado un poco inquieto. No consigo entender del todo tu estado de ánimo. Me parece que estás un poco inquieta y desorientada. ¿Depende eso solamente del no tener todavía una casa, del estar obligada a una vida de zíngara, del cansancio que supone un trabajo sin descanso? Espero que sea así, pero me da la impresión de que no puede, o no debe, ser únicamente eso. Me parece que hay en ti una ansiedad que te debilita más que la fatiga. Tienes que escribírmelo todo, tienes que decirme todo lo que sientes para que yo tenga al menos la ilusión de tenerte cerca de mí.[xxiv]





Incluso después de saber que Julia espera un hijo suyo y que esto va a anudar aún más las relaciones, ante una frase de ella que dice “crece una sombra: ¿te encontraré todavía?”, Gramsci responde abruptamente, a finales de marzo, que no ha entendido nada, “absolutamente nada”, de esa carta y después de encadenar una serie de suposiciones a cual más inconveniente sobre el significado de estas palabras (si ella ha vuelto a ver “al otro”, si no habrá sido ella más que un agente de la Cheka para probar su corruptibilidad o si se trata tal vez de una manifestación más de la célebre “alma eslava”), repite, ya en serio, que sigue sin entender nada, y advierte de forma solemne que no quiere alusiones entre ellos para acabar exigiendo por dos veces “claridad total, absoluta, aunque haya que sangrar”.

Y todavía en un momento en que la relación sentimental se ha consolidado definitivamente, cuando Julia anuncia que va a viajar a Italia con su primer hijo para encontrarse allí con Antonio, éste, en un tono ya muy cordial, ironiza con oficio de filólogo. “Empleas —dice a Julia— la palabra ‘quiero’ junto a estas otras palabras: ‘estar cerca de ti’. Esta voluntad tuya me ha producido una gran impresión.” Pero para el filólogo que pudo ser Gramsci doblado de político volitivo también el querer, o más que nada el querer, tiene que precisarse. Así que después de narrar sus propias andanzas y de recordar con melancolía que el hijo, Delio, e incluso su propio amor, ha sido “como una estrella fugaz en la noche de san Lorenzo”, Gramsci acaba la carta con esta broma: “Tendrás que explicarme el significado exacto de la palabra quiero: Tatiana está segura de que vendrás en septiembre [como realmente ocurrió] y ya está preparando las habitaciones en que viviremos”[xxv].

Es, sin embargo, casi siempre entre dos momentos malos, a los pocos días de haber expresado una sospecha o de haberse ejercitado en un puntillismo más propio del filólogo que del varón que quiere hacer algo positivo por su relación sentimental, cuando Gramsci escribe las cartas íntimas más hermosas, justamente al reflexionar sobre lo que le está costando adquirir el equilibrio emocional necesario. Así, por ejemplo, cuando después de casi tres semanas sin noticias de Moscú empieza a pensar que, en efecto, las condiciones de salud de Julia eran graves y recibe la noticia de que ella está embarazada: “Me ha dado un vuelco el corazón al leer tu carta. Ya sabes por qué. Pero tu alusión es vaga y yo me consumo, porque querría abrazarte y sentir también yo una nueva vida que une las nuestras más de lo que ya lo están, amor mío tan querido”.

Esta es la carta en la que escribe el párrafo —ya mencionado— que vincula la lucha revolucionaria y el amor a una colectividad con la necesidad de amar profundamente a criaturas humanas individuales. En ella Gramsci narra a Julia la vida solitaria que ha llevado desde la infancia, la enorme complicación de sus relaciones con los otros, su necesidad de estar siempre ocultando los sentimientos más íntimos, incluso en el marco de las relaciones familiares.[xxvi] Esta declaración viene motivada, naturalmente, por uno de los acontecimientos que más conmueven en la vida y por el deseo, que la noticia suscita, de volver a estar con la persona amada. Pero hay ahí algo más. Es como si Gramsci hubiera intuido en esa circunstancia que en los caracteres fuertes, y en situaciones emocionales así, es precisamente el reconocimiento recíproco de ciertas debilidades compartidas lo que más une. Pues en la misma carta del 6 de marzo de 1924 desliza también una aguda premonición que no se puede pasar por alto.



Pesimismo de la inteligencia,

optimismo de la voluntad



Gramsci cuenta a Julia que ha recibido desde Italia una misiva de una compañera rusa que estuvo con Rosa Luxemburg en Alemania y que también ella, que no es precisamente “de temperamento italiano”, le escribe descorazonada y desilusionada. En ese contexto confiesa que “le están pidiendo demasiado” y que eso le “impresiona de una forma siniestra”. De manera que el hombre que por entonces está escribiendo en la prensa del partido “contra el pesimismo” de los otros se siente solo, no acaba de superar la enfermedad, siente que algo se ha roto en su interior y necesita unas fuerzas que sólo le pueda dar, espiritualmente, la mujer, una mujer de la que, por otra parte, él mismo sospecha que está algo más que fatigada.

Si no se quiere trivializar la conocida frase pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad —tantas veces repetida a cuenta de Gramsci y fuera de contexto— conviene atender a este trasfondo psicológico y sentimental que es propiamente lo que da vida a la misma. Su artículo “contra el pesimismo”, publicado en el número 2 de L´Ordine Nuovo quincenal (15 de marzo de 1923) es realmente un artículo contra el pesimismo de la voluntad, contra el escepticismo existente en las propias filas sobre el futuro político y sobre el papel del partido comunista en formación; es un artículo contra el fatalismo y el determinismo, contra la vuelta a un estado de necesidad del que el propio Gramsci participó un años antes.[xxvii]

La diferencia entre lo que se dice en él y lo que Gramsci está diciendo por esos mismos días a Julia está en el hecho de que en el plano público, político, la reafirmación de la voluntad, del optimismo de la voluntad, tiene que quedar deslindada del equilibrio sentimental de los sujetos que han de actuar. Y, sin embargo, al acentuar la crítica política al pesimismo de la voluntad es evidente que quien lo hace, el propio Gramsci, no sólo asume sino que reafirma una responsabilidad para la que, privadamente, reconoce no tener fuerzas suficientes. De donde resulta, paradójicamente, que estas fuerzas, la reafirmación de la voluntad necesaria para combatir el pesimismo político, tienen que venir de la debilidad del otro, de la otra, que es la que da el equilibrio de la relación sentimental.

Es propio de las personalidades volitivas hacerse psicológicamente fuertes ante los demás en los momentos de mayor dificultad. Ese era también el caso de Antonio Gramsci. Y lo fue particularmente en Viena. De la acumulación de dificultades el rebelde sardo, que en la época universitaria no ha querido convertirse en un pingo almidonado (o sea, en un académico sin más), que por eso mismo ha dado todo lo que tenía en las jornadas revolucionarias de 1919-1920 en Turín, vuelve a sacar fuerzas de flaqueza para remontar. Por eso dice a Julia que los compañeros le piden fe, entusiasmo, voluntad y fuerza, y que es él quien trata de infundir voluntad, entusiasmo y una fuerza que no tiene a los compañeros que están en Italia. ¿De dónde sacarla? De la anudación del vínculo entre vida política y vida sentimental. Por eso Gramsci insistirá tanto a Julia en sus últimas cartas desde Viena (y luego desde Roma) en juntar el amor y la camaradería.



Amor y camaradería, una colaboración de quehaceres



La declaración más explícita en ese sentido la hace Gramsci justo el mismo día en que aparecía su artículo contra el pesimismo: “Te aseguro que si sólo se hubiera tratado de nuestro amor yo no habría insistido como lo he hecho. Pero nuestro amor es y debe ser algo más: una colaboración de quehaceres, una unión de energías para la lucha, además de búsqueda de nuestra propia felicidad. Hasta es posible que la “felicidad consista precisamente en eso”[xxviii]. Lo que más conmueve en esta solicitud de “colaboración de quehaceres” es que el hombre que la hace ha asumido ya una responsabilidad política peligrosa, y lo sabe; se siente viejo como el chino Lao-tsé, nacido a los ochenta años, y sabe, además, que continúa su lucha con el propio “cerebro”, con “las cucarachas se le pasean” por él, con “la araña que le chupa el cerebro”, con los fantasmas, las sombras y “las gotas de metal fundido en la carne”.

En abril de 1924 Gramsci fue elegido diputado por el Véneto en las listas del partido comunista. Comunica a Julia la noticia y al mes siguiente regresa a Italia. Han pasado dos años desde su viaje a Moscú y aquel viaje le ha cambiado la vida. El retorno lo hace sabiendo que Julia tendrá un hijo a los pocos meses y teniendo que renunciar, sin embargo, tanto a su propuesta de encontrarse en Viena para trabajar juntos como a la posibilidad de viajar él mismo, de nuevo, a Moscú.

A pesar de ello, no hay duda de que el sentimiento de la próxima paternidad y la vuelta a Italia, a un ambiente políticamente adverso pero que conoce, han tranquilizado psicológicamente a Gramsci. En las cartas escritas desde Italia entre mayo y agosto de 1924 Gramsci no deja de mencionar la persistencia de los dolores de cabeza y la tristeza que le produce la encrucijada en que están: él querría ir Moscú para encontrarla pero no puede; propone insistentemente que ella vaya a Italia pero no obtiene respuesta. Siente que “una inmensa muralla de espacio y tiempo les separa”. Pero, aún así, cuando aborda la relación sentimental, es más paciente e incluso las bromas domésticas que hay en estas cartas (sobre la discusión familiar acerca del nombre que habrían de poner al niño, sobre la reconocida limitación de su propio papel en esto y sobre la decantación del amor) no son inquietantes; son bromas cariñosas y revelan un estado de ánimo mucho más equilibrado que durante los meses de Viena.

En una de estas primeras cartas enviadas a Julia desde Italia, mientras sufre de insomnio y se siente débil en una tórrida noche veraniega romana, Gramsci vuelve al tema de la relación entre actividad política y vida sentimental para establecer una generalización que afecta a su personalidad: “No podemos dividirnos y dedicarnos a una actividad única, puesto que la vida es unitaria y cada actividad sale reforzada con la otra”. Se pregunta entonces si el amor no refuerza toda la vida al crear un equilibrio y dar una intensidad mayor a las otras pasiones y a los otros sentimientos, aunque, paradójicamente, enseguida añade que no quiere ponerse doctrinario.[xxix]

En estas cartas que Gramsci escribe desde Roma a Julia Schucht hasta marzo de 1925, fecha en la que volverían a encontrarse en Moscú y en la que él conocería a su primer hijo, predomina el tema político. Es natural que un hombre que está dedicando gran parte de las horas de su vida al trabajo de organización antifascista haya buscado en las cartas que escribe a la persona amada la complicidad política. Pero la solicitud de colaboración de quehaceres pasa a segundo plano por razones obvias: Julia está ya en avanzado estado de gestación y la situación en Italia, sobre todo después del asesinato de Mateotti, tampoco permite seguir insistiendo en el trabajo intelectual compartido.[xxx]



Política y paternidad



En agosto de 1924 nació el primer hijo de Julia y Antonio. Después de discutir entre bromas sobre varios nombres simbólicos (Ninel, Lev) le pusieron Delio a propuesta de Antonio. Éste tuvo que renunciar a estar presente en Moscú en el momento del nacimiento.[xxxi] Su actividad política en Italia se había hecho desbordante. El nacimiento del hijo coincidió con el momento en que Gramsci empieza a actuar como secretario general del Partido Comunista. Quiso, en cambio, ayudar materialmente a los suyos enviando algún dinero a Moscú través de amigos italianos, aunque tampoco acertó con la forma adecuada, lo cual provocó un malentendido con Julia, que se sintió ofendida, y una disculpa inmediata de Antonio que contiene una reflexión notable:



Creo que es un recuerdo de mi vida infantil, ligada a las penurias materiales y a las estrecheces... que crea vínculos de solidaridad y afecto que nadie podrá destruir. ¿Crees tú que la mejor de las sociedades comunistas podrá modificar de manera fundamental estos condicionamientos de las relaciones individuales? Yo creo que, al menos por algún tiempo, seguro que no. Y me parece que tales sentimientos son propios de las clases explotadas, no de la burguesía.[xxxii]



Durante los meses que siguieron, Gramsci, además de mostrar a Julia su alegría por el nacimiento del hijo, del que asegura que va a unirles mucho más, y de expresar su malestar por no poder ayudar como querría, confiesa cierta confusión a la hora de hacerse una idea concreta de lo que significa la paternidad reciente: “Pienso en los niños en general, en su peso, en su debilidad, en los peligros que les amenazan a cada momento, pero no consigo pensar en nuestro niño vivo como individuo concreto”. Pide fotografías pero sabe que “la objetividad no es la vida, sino una fría caricatura fotográfica de la vida”; escribe pero sabe que las cartas no pueden sustituir la presencia. Sigue habiendo entonces algunas dificultades en la comunicación con Julia, pero éstas son mayormente externas: retrasos en la correspondencia, esperadas cartas que no llegan, desconfianza en el funcionamiento de los correos y sensación de que estos motivos externos deterioran a veces la relación sentimental. El 18 de septiembre de 1924 Gramsci escribe a Julia: “Hay un montón de cosas que no puedo escribirte porque no me fío del correo”. Dos semanas después confiesa que no es sólo la desconfianza en el correo: “Siento pena cuando no puedo enviarte una carta y tengo que superar un montón de obstáculos psicológicos cuando me pongo a escribirte. Me parece —y creo que tú has tenido la misma impresión— que el papel empobrece todos nuestros sentimientos y se convierte en un filtro a la inversa, o sea, en algo que enturbia lo que es limpio y claro” [xxxiii].

En lo sentimental, Gramsci oscila ahora entre la manifestación de la ternura que le produce la maternidad de Julia, la expresión de la preocupación por su salud, la contención de sus ironías privadas para no hacer daño, cierta perplejidad ante una paternidad para la que no parece sentirse particularmente preparado y la mala conciencia que le produce el estar ausente y lejos en un momento decisivo: “No soy capaz de estimar mi amor por ti: me parece distinto de lo que era hace un año. Tampoco sé imaginar la impresión que tendré al ver al niño vivo y real en lugar de la leve impresión de la cartulina fotográfica”[xxxiv]. Narra a Julia sus actividades, sus viajes por Italia y sus impresiones sobre la situación política y social del momento. Pasa constantemente de la anécdota (una conversación escuchada, las impresiones de un viaje, la estancia en una ciudad) a la categoría, al análisis de lo que entonces hay socialmente en Italia y de lo que puede llegar a haber en el próximo futuro.

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