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Sección: Cine

Título: La excepción cultural y la nueva ley del cine / 1ª parte. Por Alberto Leal- Enlace 1 - Enlace 2

Texto del artículo:


Alberto Leal *

Tras más de dos años prometiendo una nueva ley del cine (la actual es del 2001 bajo mandato del PP), el PSOE, a través de su ministra Carmen Calvo, ha hecho público un borrador de ley que fue presentado a principios de enero a 18 asociaciones profesionales del mundo del cine y a 9 cadenas de televisión. La recepción profesional, mediática y política que este borrador ha tenido ha sido la siguiente: los profesionales de la industria se encuentran moderadamente satisfechos porque han visto reflejadas sus peticiones mínimas; los medios de comunicación, dependiendo del color político de sus páginas, la han calificado de intervencionista (los afines al PP) y de continuista o equilibrada (los afines al PSOE), mientras que para los portavoces de los partidos mayoritarios de la oposición el borrador es positivo (CIU), insuficiente en lo tocante a las exenciones fiscales previstas para los productores (PP), y no sabe no contesta en el caso de IU. Solamente los operadores de televisión se han mostrado abiertamente beligerantes respecto a un borrador que les obliga invertir un 6% (ahora están obligados a 5%) en cine español y hacerlo, además, en régimen de coproducción con los productores llamados independientes.

No es objeto de este escrito desgranar los pormenores estadísticos y técnicos de lo que hasta hoy es únicamente un borrador, pero lo que sí pretende este texto es constatar la desilusión que reina entre los aficionados al cine al constatar que el PSOE, una vez más, incumple sus promesas electorales de aplicar al cine español el modelo francés de excepcionalidad cultural. En cambio, el PSOE, con esta futura Ley Calvo, parece no sentir contradicción aparente abrazando la senda del liberalismo económico ya abierta por el propio PSOE en la década de los noventa, y apuntalada definitivamente por el PP en el año 2001 con la Ley Del Castillo.

El término de excepción cultural da para muchas e interesadas confusiones. Estudiemos a sus actores. Los primeros en apuntarse al carro de la confusión son los políticos democratacristianos, defensores a ultranza del mercado libre, que consideran la excepción cultural como una fórmula de intervencionismo estatal incompatible con la libre circulación de capitales, además de un diseñado método desde el poder para fomentar el apesebramiento de los cineastas políticamente agradecidos. Y los segundos interesados en aumentar la confusión son los propios sectores socialdemócratas, defensores de la excepción cultural desde la oposición, pero escapistas cuando llegan al gobierno, encargándose ellos mismos de confundir interesadamente a la opinión pública utilizando conceptos como diversidad cultural, sostenibilidad cultural, alianza de culturas, y otros términos parecidos como si fuesen equivalente a la mencionada excepción francesa.

La excepción cultural es un resquicio legal que los EE.UU tuvieron que incluir en sus acuerdos del GATT, a petición de los países árabes ricos en petróleo, para que éstos pudiesen adherirse a la firma de los mismos, ya que entendieron con acierto que la libre circulación de algunos bienes y mercancías (y la forma en la que lo harían) podía "herir" y menoscabar su cultura. Se referían esencialmente al alcohol, a la lencería, y a todo el erotismo que la publicidad destilaba ya en aquellos años. Pues bien, este resquicio legal fue esgrimido en 1981 por el ministro socialista de cultura Jack Lang para incluir al cine francés entre los bienes culturales que debían tener un tratamiento de excepción en la liberalización del comercio mundial de bienes y servicios. De esta forma, el gobierno socialista de F. Mitterrand conseguía que los norteamericanos tuviesen que consentirle al gobierno francés un tratamiento más intervencionista y proteccionista respecto a su industria cinematográfica que a la de otros países. Porque como dejó claro Viviane Reding, ex-comisaria de Cultura, Educación y Deporte de la Unión Europea: la excepción europea es solo la vía legal para conseguir nuestro objetivo, la mayor diversidad cultural posible.

Y es que la excepcionalidad cultural no es solamente, como tópicamente divulgan sus detractores, un acto de chovinismo en el que se defiende el mal cine nacional en detrimento del buen cine norteamericano. Nada más lejos de la realidad, porque en aras de la diversidad cultural mencionada, defender la excepción cultural significa trabajar para que los mejores cineastas puedan desarrollar su labor en otras partes del mundo. Y en este aspecto tienen mucha responsabilidad los productores del cine francés que, desde ilustres maestros como P. Braunberger, G. de Beauregard, o S. Silberman, pasando por los actuales M. Karmitz o A. Sarde, se han preocupado siempre, no solo de apoyar su cinematografía nacional, sino de coproducir con otros países para que directores no franceses de la talla de A. Kiarostami, R. Polanski, K. Kieslowski o T. Angelopoulos pudieran rodar películas en Irán, Polonia o Grecia. Excepción cultural significa educar a los ciudadanos más jóvenes en el amor por el cine, pero no presentando al cine como ñoño soporte de ilusiones y fantasías, sino como una vía de conocimiento y crecimiento humano que debe acompañar al hombre durante toda su vida.

Mientras que en España se lleva a los niños al cine para quitarles a los maestros dos horas de dolor de cabeza, en Francia se les lleva a festivales a ver películas como "Gato negro, gato blanco" (1998), de E. Kusturica, para luego, ayudado por los profesores, completar un cuaderno reflexivo sobre lo que han visto. Experiencia que presencié personalmente en el Festival de Toulouse, y que tiene su origen en los trabajos que el crítico Alain Bergala desarrolló para la comunidad infantil europea con el objetivo de formar espectadores de cine críticos con el contenido de los medios audiovisuales de nuestra sociedad actual.

No querría con esta enumeración relacionar la perfección de la aplicación de modelo cultural con su realidad francesa, pues como pude comprobar este verano en un seminario dirigido por el cineasta Andrés Linares dentro de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense, también los más brillantes directores franceses alertan sobre la involución que su propio modelo cinematográfico viene sufriendo de unos años hacia acá. Tras las elogiosas palabras dirigidas por el director español Santiago San Miguel al modelo francés, el cineasta galo Laurent Cantet tomó la palabra y expuso por qué la excepción cultural comenzaba a dar síntomas de rendición en su propio país, sin embargo, no dejó de reconocer que su situación de director francés-francófono le situaba, a él y sus colegas, en una posición de superioridad respecto al resto de directores del mundo. En este sentido, también son muy ilustrativas las recientes palabras del director de Cahiers du cinèma, Jean Michel Frodon, que se cuestiona el sistema de ayudas que privilegia el éxito en taquilla y ningunea a las películas pequeñas aunque sean artísticamente arriesgadas, que deberían ser, según él, candidatas preferentes a estas ayudas.

Sin embargo, y aunque vivamos en un mundo cada vez más capitalisticamente globalizado, la excepción francesa sigue gozando de muchas virtudes, y su aplicación por parte de los gobiernos conlleva resultados positivos no se hacen esperar. Por ejemplo, e independientemente de la opinión que tenga cada lector sobre la calidad del cine francés, lo que no deja lugar a dudas es que la cartelera de cine de la capital francesa es la más completa del mundo. En París, gracias entre otros factores a la excepción cultural, pueden verse los grandes bodrios norteamericanos, las grandes películas norteamericanas, los bodrios franceses, las grandes películas francesas, el cine asiático, el español, el africano, el sudamericano, el portugués, el japonés, el cine ya estrenado, los clásicos, el moderno, el periférico, el marginal, el comercial, el británico, el de aquí y el de más allá.

La consecuencia inmediata, y no baladí, es que esta deseada diversidad cultural posibilita que sigan siendo ellos quienes ejerzan la reflexión cinematográfica más inteligente de nuestros días. Tanto en el apartado de los estudios cinematográficos, como a la hora de poner en escena las películas más interesantes del momento. El espíritu innovador de los cinéfilos franceses de los años sesenta, caracterizado por su radicalismo estético, lejos de apagarse, se ha quedado sin competidores de peso en el resto del mundo. Mientras que en la Francia actual conviven en una feliz pugna intelectual las películas de viejos maestros como J.L Godard, J. Rivette, o A. Vardà con la de nuevos valores como A. Desplechain, B. Dumont, C. Denis, L. Cantet, o A. Jaoui, en el resto del mundo, la imposición del modelo estético cinematográfico actual, asociado a la inmediatez de la cultura de consumo, ha desplazado de las carteleras las películas de extraordinarios directores que no encuentran un hueco ni en su país de origen, como son el portugués Pedro Costa, el taiwanés Hou Hsiao Hsien o el español G. López Gallego. Lejos quedan, a la luz de esta bonanza cinematográfica que goza de un 40% de cuota de pantalla entre el público francés, las críticas que suelen verterse desde los sectores conservadores aduciendo que la excepción francesa sólo pretende amamantar a una serie de cineastas inútiles que no gozan del favor del público, o que solo son entendibles por una elite trasnochada.

La excepción cultural tampoco es la lucha de unas culturas minoritarias en decadencia (como argumentó nuestro ex-presidente José María Aznar en EEUU) frente al esplendoroso cine norteamericano, la excepción cultural es la lucha contra la estupidez, enarbole la bandera que enarbole. Porque ese es uno de los puntos a modificar en una superación del modelo francés dentro de una improbable aplicación en España de la ley: Francia cree en los cines nacionales porque ellos tienen un cine con unas señas muy consolidadas, pero en el resto de los países no hay conciencia de cine nacional, y si la hay, como es el caso de los EEUU, es de bajísima calidad. En las cinematografías del mundo no hay naciones, hay títulos sueltos. Muchas malas películas y unas pocas decentes.

Por eso sería conveniente que la excepción cultural perdiese en un futuro ese matiz nacionalista que los franceses suelen otorgarle para erigirse en una plataforma jurídica que los gobiernos progresistas del mundo entero aplicasen en aras de la defensa de la inteligencia, sin más remilgo y dicho a las claras. En ningún país donde, de alguna u otra manera, está vigente la aplicación de la excepción cultural, las películas más taquilleras, es decir, las norteamericanas, han visto mermada su exhibición y recaudación, ni han sufrido menos cabo de sus derechos. Y sin embargo, en nuestro país, por ejemplo, estamos desgraciadamente acostumbrados a que una película no norteamericana que está llevando público al cine y dando buenos resultados económicos, tenga que salir de cartelera para dejar paso a un bodrio norteamericano (que ni siquiera los propios norteamericanos consumen en su país), si próximamente el exhibidor quiere poner en su cine un previsible éxito de taquilla, como por ejemplo, "Superman returns" (2006), de Bryan Singer.

Porque para los que defienden el libre mercado y asocian entrada vendida con espectador satisfecho (un reduccionismo propio de estas mentes, como si no se pudiese ir al cine y salir disgustado) la película más vista es también la que más ha gustado. Y habría que recordarles a estos defensores del cine como mercancía industrial que cuando ese supuesto cine español (tan malo y poco querido por los espectadores) consigue la financiación suficiente para hacer grandes campañas de publicidad, véanse "Los Borgia" (2006), de Antonio Hernández, o "Alatriste" (2006), de Agustín Díaz Yanes, obtienen tanta recaudación como cualquier película de G. Lucas o S. Spielberg. Por lo tanto, y siempre según el criterio de estos defensores del no intervencionismo estatal y de la taquilla como termómetro de aceptación para la audiencia, "Alatriste" gusta tanto y es tan interesante como por ejemplo "La guerra de los mundos" (2005) de S. Spielberg. Y evidentemente estamos hablando de películas horribles de solemnidad, independientemente del número de entradas vendidas. Que el Real Madrid meta todos los domingos a 80.000 personas en un estadio no quiere decir que el Real Madrid juegue siempre el mejor partido de la jornada.

Parece claro entonces que la aplicación del modelo de excepción cultural tiene que ir siempre acompañado de una valoración más ajustada de la opinión del público sobre lo que se ayuda. Y para ello, hacen falta mejores criterios de análisis y observación que el simple y insulso taquillaje. Si el público estuviese satisfecho con las películas norteamericanas que consume masivamente, ¿por qué tiene tan mala imagen? ¿por qué existe al igual que "españolada" el termino "americanada"?

Por eso, la filosofía de la excepción cultural podría resumirse como el intento de fomentar la mayor diversidad cultural posible en respuesta a la necesidad vital de un público inteligentemente formado.

* Militante de la Agrupación de Profesionales y Técnicos del PCM y licenciado en Comunicación Audiovisual.

Artículo publicado en el nº 185 de Mundo Obrero correspondiente a febrero 2007

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: Javi C. - Fecha: 14/02/2007 - Modificar

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