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Título: Papá, ¿qué te hizo la guerra?

Texto del artículo:

EL 'CASO GÜNTER GRASS'
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Papá, ¿qué te hizo la guerra?
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Los casos del soldado Farr y el de Günter Grass abren una brecha entre Gran Bretaña y Alemania. Mientras unos buscan rehabilitar a los desertores, otros juzgan la moral de quienes fueron obligados a enrolarse en la misma maquinaria monstruosa de la guerra total
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NIALL FERGUSON

Papá, ¿qué hiciste en la guerra? Ésta es una pregunta que Gertrude Harris (nacida Farr) nunca pudo hacerle a su padre, Harry. Cuando su padre fue llamado a combatir en la Primera Guerra Mundial, ella tenía sólo siete días. Tras dos años pasados en el frente occidental, a Harry lo condenaron a muerte por «haber dado muestras de cobardía ante el enemigo». Recientemente, sin embargo, el ministro de Defensa británico, Des Browne, decidió rehabilitar a Farr y a otros 300 soldados que, entre 1914 y 1918, fueron condenados a muerte por infracciones a la disciplina militar. Si el Parlamento aprueba la propuesta, Harry Farr ya no habrá muerto por cobarde. Será promovido a «víctima de guerra», según palabras del propio Browne.


Papá, ¿qué hiciste en la guerra? Sin duda los hijos gemelos de Günter Grass le habrán hecho a menudo esta misma pregunta. Y, durante muchos años, el autor de El tambor de hojalata dio siempre la misma respuesta inocua. Contaba que, como otros muchos adolescentes alemanes, en los últimos días de la guerra había sido auxiliar en una unidad antiaérea, había sido herido y, al final, había sido hecho prisionero.

En una entrevista que ha levantado una enorme polvareda, Grass admitió, sin embargo, que, en realidad, había servido en la 10ª división de las SS, la Frundsberg. Efectivamente, el eminente literato de la izquierda alemana que, en 1985, denunció a Helmut Khol y a Ronald Reagan porque habían ido a visitar el cementerio de guerra de Bitburg, en el que están enterrados 24 oficiales de las SS, ha sido él mismo un SS, un miembro de la guardia pretoriana nazi, declarada organización criminal en Nuremberg e implicada en el Holocausto más que cualquier otra institución del Tercer Reich.

Esto no significa que Grass sea un criminal de guerra, dado que no es motivo suficiente para ser imputado como tal el haber sido un simple miembro de las Waffen SS. Según el testimonio del propio Grass, él no hizo nada más que intentar sobrevivir durante los últimos meses de la guerra, cuando su división intentaba en vano resistir al avance soviético.

No obstante, esta noticia sobre Grass (que, por otra parte, no perjudicó en absoluto a las ventas de su autobiografía) arroja sombras sobre su presunto papel de impulsor para que la Alemania posbélica «saldase sus cuentas con el pasado». «Günter Grass demostró que, desde que la literatura recuerda lo que la gente tiene prisa por olvidar, se ha convertido en una fuerza con la que es necesario confrontarse», dijo el representante de la Academia sueca que le entregó el Nobel en 1999.

De hecho, Vergangenheitsbewältigung (saldar cuentas con el pasado) es una expresión muy alemana, aunque se trata de una actividad común a todos. Pero estos dos casos ilustran uno de los problemas centrales que comporta el peligro de hacer juicios históricos basándose en un metro anacrónico. Éste es el error del que define las dificultades hindúes del siglo XIX como holocausto victoriano o de los que comparan el terror de Stalin con la campaña inglesa contra los Mau Mau en Kenia, en los años 50.

Examinemos más de cerca el caso del soldado Farr. Haría falta tener un corazón de piedra para no sentirse conmovido por su destino. Permaneció en un hospital durante cinco meses porque sufría el shock de la granada: las manos le temblaban hasta el punto de que no podía sostener un lapicero. Sin embargo, le volvieron a enviar a la trinchera y se hundió. «Si no vas al maldito frente, te hago saltar la tapa de los sesos», le dijo su sargento. «No consigo caminar», respondió Farr. Al tribunal militar le bastaron 20 minutos para condenarlo a ser fusilado.

Según los estándares actuales, el tratamiento reservado a Farr fue, sin duda alguna, una tremenda violación de los derechos humanos. Algunos dirían que los auténticos criminales fueron los que lo condenaron. Pero algo similar podría decirse de la mayor parte de las condenas a muerte. Y, si no de todas, al menos de muchas cometidas a la largo de la Historia.

Si se es contrario a la pena de muerte por principio, nos podemos preguntar por qué unos centenares de pobres diablos han sido elegidos para ser rehabilitados. En el siglo XVIII, por ejemplo, muchos de los crímenes por los que los jóvenes eran condenados a muerte eran sólo pequeños hurtos. Hoy, la mayoría de esos ladronzuelos sólo sufriría una pequeña admonición por comportamiento anticívico. ¿No deberíamos rehabilitar a todos los ladrones de ovejas ejecutados, sean quienes sean?

Durante la Primera Guerra Mundial, la justicia militar inglesa era severa incluso para los estándares de su tiempo. Más de 266 soldados británicos y coloniales fueron fusilados por deserción, 18 por cobardía, siete por haber abandonado su puesto y dos por haber tirado sus armas. En total, 293. Y ésta es sólo una pequeña parte de las 3.000 condenas a muerte sentenciadas por los tribunales militares, muchas de ellas no ejecutadas. En cambio, en Alemania, sólo se sentenciaron 150 condenas a muerte por violaciones similares y sólo fueron fusilados 18 soldados.

La situación en el Ejército alemán de la Segunda Guerra Mundial se situaba en el extremo opuesto en comparación con el ejército actual, integrado por voluntarios. Tras haber sido relativamente liberal en la Primera Guerra Mundial, en las fases finales de la Segunda la justicia militar alemana se volvió draconiana. La Wehrmacht ajustició a entre 15.000 y 20.000 hombres por el crimen político de deserción o Wehrkraftzsersetzung (debilitamiento de la capacidad defensiva) y condenó a muerte a otros muchos miles, asignándolos a batallones de castigo.

En este contexto hay que situar la experiencia de Günter Grass en las Waffen SS. En el mes de noviembre de 1944, cuando se enroló, la guerra estaba claramente perdida y las fuerzas alemanas estaban empeñadas en el desesperado intento de impedir que el país fuese conquistado por el Ejército Rojo. Para apuntalar la moral que se iba agrietando, los líderes nazis dejaron de lado cualquier escrúpulo a la hora de aplicar la pena de muerte. En esa época, incluso los alemanes estaban casi tan en peligro como las minorías étnicas, siempre en el punto de mira de los nazis.

Rehabilitar a los desertores de la Primera Guerra Mundial es, pues, un gesto vacío. Lo mismo que condenar a los obligados a participar en la Segunda. Harry Farr y Günter Grass eran sólo dos ruedecillas en el monstruoso engranaje de la guerra total. De ahí que la auténtica pregunta que los hijos deberían hacerles a los veteranos de guerra no es: «Papá, ¿qué hiciste en la guerra?», sino: «Papá, ¿qué te hizo la guerra?».

Niall Ferguson es profesor de Historia en la Universidad de Harvard.

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 30/08/2006 - Modificar

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