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Título: Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen, por Jaume D'Urgell- Enlace 1

Texto del artículo:


Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen





¡Despierta! Ha llegado el momento de hacer por los afganos lo que te gustaría que éstos hicieran por ti si la situación fuera justo al revés. ¡Bienvenido al mundo real! Convivimos no con uno sino con cincuenta guerras a la vez, y a nadie parece importarle...



Jaume d'Urgell (Kaosenlared) [07.08.2006 10:26]
















¡Despierta! Ha llegado el momento de hacer por los afganos lo que te gustaría que éstos hicieran por ti si la situación fuera justo al revés. ¡Bienvenido al mundo real! Convivimos no con uno sino con cincuenta guerras a la vez, y a nadie parece importarle, hasta que a ????? ???? ?????? ?????? se le antoje Lanzarote, con la aquiescencia de Francia y EEUU, y el asunto deje de parecernos tan lejano… porque esa lejanía siempre coincide con el domicilio particular de alguien. Aquí se exponen algunos de los métodos de manipulación de la opinión pública para preparar la sumisa aceptación de la guerra, como algo inevitable y bueno.
 
Como es sabido, este titular no es mío, es de uno de los políticos más honestos y coherentes de la Historia de la Humanidad, y no es algo que afirme a la ligera, sino que al proclamarlo, mido muy bien todas y cada una de mis palabras. “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”. Esa frase, a un tiempo serena y dramática, fue pronunciada en apenas cinco segundos, pero encierra la clave de toda una vida de firmeza y dolor.
 
El día antes de oírla, un grupo soldados abría fuego contra un edificio, a sabiendas de que en él se alojaban los periodistas llegados a Bagdad procedentes de todo el Mundo, fieles a su consigna profesional para informar acerca de un conflicto que, lejos de concluir, todavía hoy se mantiene activo, camino de convertirse en una Guerra Civil –una más–, agravando así el efecto provocado por más de tres años de resistencia a la invasión estadounidense.
 
Aquella jornada que marcaría un hito en la infamia de la Civilización: matar a la prensa para eliminar testigos incómodos… toda una declaración de intenciones. La guinda que coronaba un apestoso pastel preventivo, hecho en las Azores con receta tejana.
 
Guerras. Entre tácitas y declaradas, unilaterales y de desgaste, en este preciso instante se desarrollan cerca de medio centenar de ellas en todo el Mundo, y a pesar de los numerosos informes de organizaciones pacifistas, gran parte de la opinión pública desconoce aún información esencial, como que el 90% de todos los muertos en conflicto se producen entre la población civil, y de éstos, más de la mitad tiene a la infancia como protagonista. Por no hablar de los heridos, la destrucción de viviendas e infraestructuras públicas, el desplazamiento masivo de refugiados, el cataclismo humanitario, social, cultural, presupuestario, industrial, comercial…
 
Tampoco es novedad afirmar que la primera víctima de todo conflicto armado es la verdad. Desde el inicio de los tiempos, todos los gobiernos se han servido de las mismas técnicas para manipular la razón de la ciudadanía, y así poder llevar a cabo sus execrables fechorías: generar un estado de ánimo favorable a la contienda; ocultar toda la información real, particularmente la relacionada con los desencadenantes formales –o casus belli–, el recuento de daños y la estimación real sobre la capacidad operativa de cada contendiente, la utilización de armas o técnicas ilegítimas y la comisión de crímenes de guerra –deliberada, negligente o consentida–; también se suele construir una realidad coherente con el discurso que satisfaga el verdadero interés político que motiva la guerra; eliminar cualquier elemento discordante en territorio amigo, enemigo, aliado, neutral o ajeno; criminalizar al movimiento pacifista –usualmente tildándolo de pretexto para la cobardía–; minimizar el impacto moral de los daños sufridos –salvo cuando se busque instrumentalizar el dolor para amparar una reacción desproporcionada–; maximizar o fabular éxitos militares; glorificar a los propios combatientes; demonizar a la parte contraria, depreciar el carácter humano de la tropa y población civil enemiga; crear y propagar la existencia de iconos en los que la turba pueda proyectar su odio –el enemigo debe tener un rostro conocido, banderas, e instituciones desprestigiadas a las que luego profanar por televisión–; utilizar reclamos propios de la mercadotecnia religiosa, impedir o intervenir las comunicaciones enemigas; contratar a un buen número de ‘creadores de opinión’… y en resumen, todo cuanto facilite el que la guerra tenga lugar y se mantenga hasta que cese o se satisfagan los intereses que motivaron su aparición… en palabras del genial presidente Bush–, “esa mierda”.
 
En nuestros días, cuando buena parte de las sociedades occidentales parecen haberse puesto de acuerdo en simular la existencia de Estados de Derecho, se hace necesario gestionar la opinión pública de un modo especial, desconocido hasta mediados del Siglo XIX, pero que ha resultado ser compatible con la mayor parte de las técnicas de embuste militar preexistentes.
 
Asistimos a la puesta en escena de un espectáculo que no duda en infligir daños a los propios buques de guerra –como en el caso del USS Maine (La Habana, 1989) –, con tal de hallar motivos que justifiquen la entrada en conflicto;sin ir más lejos, recordar –ya en nuestros días–, los terribles ???????????????????????????????, ???????????, que como es bien sabido, desencadenaron ????????????????????; finalmente, elevando el listón de la ignominia, se ha llegado a recurrir a soluciones pueriles, como el intento de engaño al que el entonces secretario de Estado norteamericano Collin Powell sometió a los miembros del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, cuando informó de la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, para justificar su invasión.
 
Donde yo vivo, el 100% de la población es experta en fútbol. Todo el mundo aquí, sería capaz de arbitrar mejor que cualquier árbitro profesional de primera división y entrenar con más eficacia que la de un seleccionador nacional. En mi ciudad, los taxis están en manos de oradores que rivalizarían con Castelar, Cánovas o Sagasta. Y respecto al Gobierno… bueno, son muchos los bloggers y foreros que se sienten con fuerzas de llevar a cabo los sueños de Tomás Moro en lo que queda de legislatura… y todavía les iba a sobrar tiempo para inaugurar algo.
 
Quiero decir, que todo el mundo tiene su propia opinión… si por opinar fuera, opinan incluso quienes no votan por dejadez –no confundir con los abstencionistas activos–. En fin, ya se sabe, todo lo que es gratis… ¡y opinar lo es! Pero claro, no es lo mismo buscar fuentes alternativas, poner todo en tela de juicio y construirse una opinión subjetiva, que pasar a convertirse en un consumidor de memes prefabricados.
 
Sucede, que mucha gente piensa por subrogación, y lo que es peor: “los malos” lo saben, y lo explotan hasta la saciedad. ¿O acaso hace falta recordar que el voto de dos orates supone justo el doble que el de un obrero informado?
 
Los mecanismos de la negligencia en la conformación de una opinión política son muy complejos y variados: por un lado, están quienes opinan lo mismo que el resto de su familia –se suele tomar a la cabeza de familia como modelo a seguir–, también hay quien asume como propias las opiniones expresadas por los líderes del partido político al que suele votar –no importa cuan aberrante sea lo que digan, cuenta con el apoyo incondicional de un porcentaje de su clientela fija–, hay quien se deja llevar por el grado de credibilidad, impacto estético del candidato o incluso por apego a la sintonía electoral de algún partido… es decir, todo eso vale para los que son carne de meeting, pero luego están los indecisos, con sus circunstancias y sus miedos. ¡Ah el miedo, que gran filón! ¡Todo el mundo teme algo! El secreto está en encontrar ese algo, y utilizarlo en propio beneficio, o –si no hay por donde agarrarlo–, elaborar a tiempo un argumentario que neutralice la realidad, y difundirlo entre los mentideros oficiales.
 
Y así nos luce el pelo: estalla una guerra y ¡Boom! Se disparan las ventas de periódicos, millones de ojos morbosos, ávidos de carnaza buscan el dato emocional que asombre a la audiencia ante la máquina de fotocopias, o en el café. Dogma número uno de la desinformación: la mayoría prefiere solo leer a tener que pensar, y no por falta de capacidad, sino por simple dejadez intelectual… llamémoslo “comodidad”. Para nuestra desgracia, ocurre que prensa y gobierno tienen intereses paralelos y complementarios. Y si esto sucede con la prensa escrita, en el caso de la radio y televisión la cosa roza el límite de lo inelegante. Cuanto más sofisticada es la “experiencia de usuario”, más huecos imaginativos rellena el emisor, de modo que la posibilidad de que el receptor llegue a conclusiones inesperadas, tiende a cero. La mente del telespectador no tiene por qué imaginar nada, todo se le da hecho. No hay lugar para la cautela, la credibilidad es implícita… es lo más cercano a telecopiar directamente el contenido de unos cuantos milímetros cúbicos en el cerebro del elector.
 
Allí donde antaño se ponían marchas militares e inauguraban presas… hoy se sirven de reality shows y el creciente espectáculo de la prostitución de la vida privada, para anestesiar a la turba. Todo ello, sazonado de espacios informativos que son auténticas obras de ciencia ficción y tertulias donde se mezcla cotilleo, política, cocina y salud entre ponentes que luchan encarnizadamente por estar más y más de acuerdo entre sí.
 
En el mismo apartado que los medios de comunicación de masas se encuentra la religión, pero para este artículo prefiero saltarme el tema. Sobretodo por su escasa influencia real sobre la ciudadanía aquí, en la Península Ibérica, donde la tasa de alfabetización es muy elevada, y la gente se da cuenta en seguida del truco de los Reyes Magos… el palomo, y todo lo demás.
 
A la vista de semejante despliegue de detritus, el abanico de opciones de las que dispone un ciudadano de a pie para tratar de mejorar la sociedad que le rodea, es ciertamente reducido: ¿Votar? ¿No votar? ¿Hablar con la familia y amistades? ¿Manifestarse? ¿Invertir algo de vida en USENET, foros, correo, web, blogocosa? ¿Militar en algún partido y/o sindicato? ¿Alistarse en HazteOir? ¿Tirar la toalla?
 
¡No! Tirar la toalla, jamás. Como declaró hace unos meses el Consejo Nacional de la Resistencia (francés, por supuesto), y como yo mismo he repetido en más de una ocasión: ¡Es necesario crear! Porque en los tiempos que corren, crear es resistir, y resistir es crear. ¿Crear qué? ¡Crear opinión! Eso es lo que debemos hacer: desmontar mentiras, analizar lo que nos dejan saber, reflexionar con calma, comunicar lo que pensamos, intentar vivir con un mínimo de coherencia respecto a lo que somos, y no callar, porque demasiadas veces el silencio es cómplice de atrocidades que se adivinan.
 
¿Y qué es el Bien común? ¿Acaso otra expresión del neolenguaje, al estilo de “daños colaterales”, “inteligencia militar” o “guerra contra el terror”? ¡No! Por fortuna, el Bien común es muy fácil de definir y enunciar, y por ello mismo, resulta difícil tergiversarlo en su conjunto. El Bien común es un sutil equilibrio entre Libertad, Igualdad, Fraternidad, Pacifismo, Laicismo y Austeridad.
 
Sin duda, no faltará quien nos venga a decir que todo eso ya lo hemos conseguido, que ya vivimos en un mundo feliz, “merced al sufrimiento de nuestros mayores, a la ejemplar Transición hacia la Democracia, que obtuvimos de la mano de Su Majestad el rey Don Juan Carlos de Borbón y Borbón; gracias al Sol de España, al turismo, a la abnegada capacidad de trabajo que siempre ha caracterizado a la familia tradicional y católica de España; al maravilloso proceso de descentralización de las administraciones públicas, al Estado de las Autonomías, etc.”, y nos dirán que todo eso se llama “Estado del bienestar”; que su consecución y mantenimiento depende del grado de “libertad” que impere en nuestro País-Nación-Estado, una “libertad” que deberá conducir al más absoluto Mercado Libre imaginable, proporcionando un marco de negocios a escala global que resulte “atractivo para la inversión exterior”, donde prime la seguridad jurídica para las corporaciones trasnacionales, permitiéndoles operar en nuestro País-Nación-Estado, ajenas a cualquier rasgo de intervención gubernamental, y otorgándoles la gestión de más y más parcelas de nuestra vida pública, incluyendo la defensa, sanidad, financiación, correo postal, obras públicas, formación, industria, explotación de recursos naturales, transportes, cultura, entretenimiento, turismo y así, un interminable etc.
 
Ante eso, la respuesta es otra pregunta: ¿Qué clase de “Estado del bienestar” asiste a las personas que morirán hoy en Faluyah, Hebrón, Beirut y en algún punto marítimo entre ?????? y Santa Cruz de Tenerife?
 
Pero como todo no se puede abordar a la vez, concrentrémonos ahora en la parte que nos interesa: la defensa de la Paz a través del estudio y el análisis de los elementos comunicativos que rodean el fenómeno de la guerra.
 
¿Y qué hacer contra la guerra? ¿Llevar emblemas, chapas y pegatinas? Sí, en parte. En efecto, visibilizar la protesta es útil, porque mueve a otras personas a hacerse preguntas, y eso siempre resulta interesante. Habrá quien encuentre respuestas reflejas –de esas que no llegan a procesarse en el cerebro–, y nos diga lo primero que se le ocurra, pero no debemos rendirnos. Con todo, exteriorizar nuestro malestar respecto de las decisiones de los poderes públicos no basta, debemos agudizar nuestro ingenio para llevar a cabo cualquier tipo de acción no-violenta que genere la aparición de un estado de opinión favorable a la Paz.
 
Disponemos del poder de la palabra, del tejido asociativo, de la capacidad de hacer uso de aquellos elementos institucionales que se encuentren a nuestro alcance: Ararteko, Síndic de Greuges, Defensor del Pueblo, Cámaras Legislativas, Corporaciones Municipales, Juzgados y Tribunales, etc. Con astucia y valentía, todo medio pacífico cuenta, sin importar cual sea el éxito aparente. El objetivo real no es el inmediato, sino el hecho en sí de perseguir la Paz, en cualquier momento y situación.
 
Todo esto, que a primera vista pudiera antojársenos caótico e ineficaz, puede y debe articularse a través de grupos de presión, organizaciones no gubernamentales, asociaciones culturales, órganos de comunicación, y, en general, cualquier vía de encuentro entre personas concienciadas… incluso partidos políticos… hasta que nos den con un “hoy no toca”, en las narices. Recordemos la enorme repercusión mediática alcanzada en el pasado por campañas de protesta como la del “No a la guerra” –claro que en aquella ocasión, la ciudadanía concienciada contaba con el apoyo del principal partido de la oposición, más por interés electoral, que por una súbita conversión al pacifismo del partido de los amigos de Javier Solana–. Pero sea como sea, el esfuerzo llevó a una retirada de las tropas, puso de manifiesto los embustes del cuarteto de las Azores (que no eran tres sino cuatro, ved si no el botín abonado al anfitrión: El Dorado de los trepas a escala continental).
 
¿Qué más hacer? Abogar por la restauración de un marco legal inspirado en los valores de aquel en cuyo artículo número 6, se renunciaba explícitamente a la guerra como instrumento de política nacional. Con eso no pretendo retrotraerme sin más a la Constitución de 1931, la Humanidad ha avanzado mucho desde entonces, lo idóneo sería abrir un proceso constituyente, en el que la sociedad pudiera dotarse de un sistema democrático de derecho, que reconociera la soberanía popular efectiva, y defendiera los valores antes señalados de Libertad, Igualdad, Fraternidad, Pacifismo, Laicismo y Austeridad. Dicho sea de otro modo: Democracia de verdad, sin perversión de las palabras. De buena fe. Con arreglo al Derecho Internacional y optando por un modelo que asegure el equilibrio de poderes separados, auditables, finitos y participativos.
 
¿Y entretanto? Bueno… cualquier día es bueno para trabajar por la Paz. No es preciso esperar a Navidad, ni mucho menos correr a unos grandes almacenes para endeudarse hasta marzo… Es mucho más fácil, solo hay que moverse, llamar a alguien y contarle tu preocupación por el atropello a los Derechos Humanos de la indefensa población civil hebrea, palestina, siria, libanesa, afgana e iraquí. Envía correos electrónicos deseando Paz. No importa la fecha, importan el mensaje.
 
Tu esfuerzo no será inútil: en los próximos dos años, España elecciones generales, municipales y autonómicas. Crear opinión es hoy más necesario que nunca. Escucha con atención los diferentes programas electorales, reflexiona y actúa en conciencia.
 
Recuerda la limitación impuesta por la pereza: muchas personas jamás leerán un artículo tan extenso como el que tienes ante tu mirada. Pero la realidad es que esas personas también importan. Entonces… ¿Cómo llegar al corazón de la mayoría? Con valor y elocuencia, encontrando el mensaje adecuado para el público correcto. Muchas veces basta con una viñeta humorística para mover a la reflexión: apenas 5 segundos, como la genial frase de Julio, con la que encabezo esta disertación; apenas 5 segundos, lo que se tarda en introducir la papeleta en una urna electoral. ¡Y zas! Todo cambia.
 
Hay quien se resiste al debate, y hay quien no sale de él; quienes se limitan al insulto, o mirar hacia otro lado; están los interesados en uno y otro sentido; y quienes se creen a salvo de la realidad; hay gente con la que puedes hablar, y personas que no te escucharán; pero la mayoría se mostrará dispuesta a leer un pequeño decálogo –quizá por curiosidad–, algo en lo que no invertir más de un minuto, que parezca consistente, neutral y abierto a todo género de interpretaciones enriquecedoras:
 
DECÁLOGO CONTRA LA GUERRA

 

1. Todas las guerras son iguales: la prueba palpable del fracaso de la clase política.
 
2. Jamás se debe confiar en una noticia relacionada con la guerra.
 
3. Toda apología de la guerra es un crimen.
 
4. Fabricar, vender o almacenar armas es también un crimen y una peligrosa insensatez.
 
5. Todo grupo de personas armadas inspira terror, nunca respeto, honor o valentía.
 
6. Utilizar la violencia con fines políticos es terrorismo.
 
7. Iniciar una guerra para satisfacer objetivos económicos es delincuencia común a gran escala.
 
8. Los asuntos de la Cosa Pública deben permanecer alejados de todo credo religioso.
 
9. Toda parte en conflicto está obligada a dialogar hasta conseguir la Paz.


10. Siempre hay alternativas mejores a iniciar o mantener una guerra.

 

Estas diez reglas pueden resumirse en dos: recuerda que los demás también son personas; y si te lías o te lían, elige siempre la opción de la Paz.

 

¡Salud y raciocinio!

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 07/08/2006 - Modificar

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