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Título: CONTRIBUCION A LA CRITICA DE LA ECONOMIA POLITICA. Federico Engels- Enlace 1 - Enlace 2

Texto del artículo:

CARLOS MARX. CONTRIBUCION A LA CRITICA DE LA ECONOMIA POLITICA.
http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=21620

Por F. ENGELS

PRIMER FASCICULO, BERLIN,

FRANZ DUNKER, 1859 [1]

I

En todos los campos de la ciencia los alemanes han demostrado hace tiempo
que valen tanto, y en muchos de ellos más, que las otras naciones
civilizadas. No había más que una ciencia que no contase entre sus
talentos ningún nombre alemán: la Economía Política. La razón se alcanza
fácilmente. La Economía Política es el análisis teórico de la moderna
sociedad burguesa y presupone, por tanto, relaciones burguesas
desarrolladas, relaciones que después de las guerras de la Reforma y las
guerras campesinas [2] y sobre todo después de la guerra de los Treinta
años [3], no podían darse en Alemania antes de que pasasen varios siglos.
La separación de Holanda deI Imperio alemán [4] apartó a Alemania del
comereio mundial y redujo de antemano su desarrollo industrial a las
proporciones más mezquinas. Y, mientras los alemanes se reponían tan
fatigosa y lentamente de los estragos de las guerras intestinas, mientras
gastaban todas sus energías cívicas, que nunca fueron demasiado grandes,
en una lucha estéril contra las trabas aduaneras y las necias ordenanzas
comerciales que cada príncipe en miniatura y cada barón del Reich imponía
a la industria de sus súbditos; mientras las ciudades imperiales
languidecían entre la quincalla de los gremios y el patriciado, Holanda,
Inglaterra y Francia conquistaban los primeros puestos en el comercio
mundial, establecían colonia tras colonia y llevaban la industria
manufacturera a su máximo apogeo, hasta que, por último, Inglaterra, [522]
con la invención del vapor, que valorizó por fin sus yacimientos de hulla
y de hierro, se colocó a la cabeza del desarrollo burgués moderno.
Mientras hubiese que luchar contra restos tan ridículamente anticuados de
la Edad Media como los que hasta 1830 obstruían el progreso material
burgués de Alemania, no había que pensar en que existiese una Economía
Política alemana. Hasta la fundación de la Liga aduanera [5], los alemanes
no se encontraron en condiciones de poder entender, únicamente, la
Economía política. En efecto, a partir de entonces comienza a importarse
la Economía Política inglesa y francesa, en provecho de la burguesía
alemana. La gente erudita y los burócratas no tardaron en adueñarse de la
materia importada, aderezándola de un modo que no honra precisamente al
«espíritu alemán». De la turbamulta de caballeros de industria,
mercaderes, dómines y burócratas metidos a escritores, nació una
literatura económica alemana que, en punto a insipidez, superficialidad,
vacuidad, prolijidad y plagio, sólo puede parangonarse con la novela
alemana. Entre la gente de sentido práctico se ha formado en primer
término la escuela de los industriales proteccionistas, cuya primera
autoridad, List, sigue todavía siendo lo mejor que ha producido la
literatura económica burguesa alemana, aunque toda su obra gloriosa esté
copiada del francés Ferrier, padre teórico del sistema continental [6].
Frente a esta tendencia, apareció en la década del cuarenta la escuela
librecambista de los comerciantes de las provincias del Báltico, que
repetían balbuceando, con una fe infantil, aunque interesada, los
argumentos de los «freetraders» ingleses [7]. Finalmente, entre los
dómines y los burócratas, a cuyo cargo corría el lado teórico de esta
ciencia, tenemos áridos herboristas sin sentido crítico, como el señor
Rau, especuladores seudo-ingeniosos como el señor Stein, que se dedicaba a
traducir las tesis de los extranjeros al lenguaje indigerido de Hegel, o
espigadores literaturizantes dentro del campo de la «historia de la
cultura», como el señor Riehl. De todo esto salieron, por último, las
ciencias camerales [8], un potaje de yerbajos de toda especie, revuelto
con una salsa ecléctico-economista, que servía a los opositores para
ingresar en los escalafones de la Administración pública.

Mientras, en Alemania, la burguesía, los dómines y los burócratas se
esforzaban por aprenderse de memoria, como dogmas intangibles, y por
explicarse un poco los primeros rudimentos de la Economía política
anglo-francesa, salió a la palestra el partido proletario alemán. Todo el
contenido de la teoría de este partido emanaba del estudio de la Economía
Política, y del instante de su advenimiento data también la Economía
Política alemana, como ciencia con existencia propia. Esta Economía
Política alemana se basa sustancialmente en la concepción materialista
[523] de la historia, cuyos rasgos fundamentales se exponen concisamente
en el prólogo de la obra que comentamos. La parte principal de este
prólogo [*] se ha publicado ya en "Das Volk" [9] por lo cual nos remitimos
a ella. La tesis de que «el modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en
general», de que todas las relaciones sociales y estatales, todos los
sistemas religiosos y jurídicos, todas las ideas teóricas que brotan en la
historia, sólo pueden comprenderse cuando se han comprendido las
condiciones materiales de vida de la época de que se trata y se ha sabido
explicar todo aquello por estas condiciones materiales; esta tesis era un
descubrimiento que venía a revolucionar no sólo la Economía Política, sino
todas las ciencias históricas (y todas las ciencias que no son naturales,
son históricas). «No es la conciencia del hombre la que determina su ser,
sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia».
Es una tesis tan sencilla, que por fuerza tenía que ser la evidencia
misma, para todo el que no se hallase empantanado en las engañifas
idealistas. Pero esto no sólo encierra consecuencias eminentemente
revolucionarias para la teoría, sino también para la práctica: «Al llegar
a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales
de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción
existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las
relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta
allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones
se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución
social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos
rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella... Las
relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del
proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un
antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las
condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas
productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan,
al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este
antagonismo» [*]*. Por tanto, si seguimos desarrollando nuestra tesis
materialista y la aplicamos a los tiempos actuales, se abre inmediatamente
ante nosotros la perspectiva de una potente revolución, la revolución más
potente de todos los tiempos.

Pero, mirando las cosas de cerca, vemos también, inmediatamente, que esta
tesis, en apariencia tan sencilla, de que la conciencia del hombre depende
de su existencia, y no al revés, rechaza [524] de plano, ya en sus
primeras consecuencias, todo idealismo, aun el más disimulado. Con ella,
quedan negadas todas las ideas tradicionales y acostumbradas acerca de
cuanto es histórico. Toda la manera tradicional de la argumentación
política se viene a tierra; la hidalguía patriótica se revuelve,
indignada, contra esta falta de principios en el modo de ver las cosas.
Por eso la nueva concepción tenía que chocar forzosamente, no sólo con los
representantes de la burguesía, sino también con la masa de los
socialistas franceses que pretenden sacar al mundo de quicio con su
fórmula mágica de liberté, égalité, fraternité. Pero, donde provocó la
mayor cólera fue entre los voceadores democrático-vulgares de Alemania. Lo
cual no fue obstáculo para que pusiesen una especial predilección en
explotar, plagiándolas, las nuevas ideas, si bien con un confusionismo
extraordinario.

El desarrollar la concepción materialista aunque sólo fuese a la luz de un
único ejemplo histórico, era una labor científica que habría exigido
largos años de estudio tranquilo, pues es evidente que aquí con simples
frases no se resuelve nada, que sólo la existencia de una masa de
materiales históricos, críticamente cribados y totalmente dominados, puede
capacitarnos para la solución de este problema. La revolución de Febrero
lanzó a nuestro partido a la palestra política, impidiéndole con ello
entregarse a empresas puramente científicas. No obstante, aquella
concepción fundamental inspira, une como hilo de engarce, todas las
producciones literarias del partido. En todas ellas se demuestra, caso por
caso, cómo la acción brota siempre de impulsos directamente materiales y
no de las frases que la acompañan; lejos de ello, las frases políticas y
jurídicas son otros tantos efectos de los impulsos materiales, ni más ni
menos que la acción política y sus resultados.

Tras la derrota de la revolución de 1848-49, llegó un momento en que se
hizo cada vez más imposible influir sobre Alemania desde el extranjero, y
entonces nuestro partido abandonó a los demócratas vulgares el campo de
los líos entre los emigrados, única actividad posible de tales momentos.
Mientras aquéllos daban rienda suelta a sus querellas, arañándose hoy para
abrazarse mañana, y al día siguiente volver a lavar delante de todo el
mundo sus trapos sucios; mientras recorrían toda América mendigando, para
armar en seguida un nuevo escándalo por el reparto del puñado de monedas
reunido, nuestro partido se alegraba de encontrar otra vez un poco de
sosiego para el estudio. Llevaba a los demás la gran ventaja de tener por
base teórica una nueva concepción científica del mundo, cuya elaboración
le daba bastante que hacer, razón suficiente, ya de suyo, para que no
pudiese caer nunca tan bajo como los «grandes hombres» de la emigración.

El primer fruto de estos estudios es el libro que tenemos delante.

[525

II

Un libro como éste no podía limitarse a criticar sin ilación algunos
capítulos sueltos de la Economía Política, estudiar aisladamente tal o
cual problema económico litigioso. No; este libro tiende desde el primer
momento a una síntesis sistemática de todo el conjunto de la ciencia
económica, a desarrollar de un modo coherente las leyes de la producción
burguesa y del cambio burgués. Y como los economistas no son más que los
intérpretes y los apologistas de estas leyes, el desarrollarlas es, al
mismo tiempo, hacer la crítica de toda la literatura económica.

Desde la muerte de Hegel apenas se había intentado desarrollar una ciencia
en su propia conexión interna. La escuela hegeliana oficial sólo había
aprendido de la dialéctica del maestro la manipulación de los artificios
más sencillos, que aplicaba a diestro y siniestro, y además con una
torpeza no pocas veces risible. Para ellos, toda la herencia de Hegel se
reducía a un simple patrón por el cual podían cortarse y construirse todos
los temas posibles, y a un índice de palabras y giros que ya no tenían más
misión que colocarse en el momento oportuno, para encubrir con ellos la
ausencia de ideas y conocimientos positivos. Como decía un profesor de
Bonn, estos hegelianos no sabían nada de nada, pero podían escribir acerca
de todo. Y así era, en efecto. Sin embargo, pese a su suficiencia, estos
señores tenían tanta conciencia de su pequeñez que rehuían, en cuanto les
era posible, los grandes problemas; la vieja ciencia pedantesca mantenía
sus posiciones por la superioridad de su saber positivo. Sólo cuando vino
Feuerbach y dio el pasaporte al concepto especulativo, el hegelianismo fue
languideciendo poco a poco, y parecía como si hubiese vuelto a instaurarse
en la ciencia el reinado de la vieja metafísica, con sus categorías
inmutables.

La cosa tenía su explicación lógica. Al régimen de los diadocos [10]
hegelianos, que se había perdido en meras frases, siguió, naturalmente,
una época en la que el contenido positivo de la ciencia volvió a
sobrepujar su aspecto formal. Al mismo tiempo, Alemania, congruentemente
con el formidable progreso burgués conseguido desde 1848, se lanzaba con
una energía verdaderamente extraordinaria a las ciencias naturales; y, al
poner de moda estas ciencias, en las que la tendencia especulativa no
había llegado jamás a adquirir gran importancia, volvió a echar raíces
también la vieja manera metafísica de discurrir, hasta caer en la extrema
vulgaridad de un Wolff. Hegel había sido olvidado, y se desarrolló el
nuevo materialismo naturalista, que apenas se distingue en nada,
teóricamente, de aquél del siglo XVIII y que en la mayor parte de los
casos no le lleva más ventaja que la de poseer un material [526] de
ciencias naturales, y principalmente químico y fisiológico, más abundante.
La angosta mentalidad filistea de los tiempos prekantianos vuelve a
presentársenos, reproducida hasta la más extrema vulgaridad, en Büchner y
Vogt; y hasta el propio Moleschott, que jura por Feuerbach, se pierde a
cada momento, de un modo divertidísimo, entre las categorías más
sencillas. Naturalmente, el envarado penco del sentido común burgués se
detiene perplejo ante la zanja que separa la esencia de las cosas de sus
manifestaciones, la causa, del efecto; y, si uno va a cazar con galgos en
los terrenos escabrosos del pensar abstracto, no debe hacerlo a lomos de
un penco.

Aquí se planteba, por tanto, otro problema que, de suyo, no tenía nada que
ver con la Economía Política. ¿Con qué método había de tratarse la
ciencia? De un lado estaba la dialéctica hegeliana, bajo la forma
completamente abstracta, «especulativa», en que la dejara Hegel; de otro
lado, el método ordinario, que volvía a estar de moda, el método, en su
esencia metafísico, wolffiano, y del que se servían también los
economistas burgueses para escribir sus gordos e incoherentes libros. Este
último método había sido tan destruido teóricamente por Kant, y sobre todo
por Hegel, que sólo la inercia y la ausencia de otro método sencillo
podían explicar que aún perdurase prácticamente. Por otro lado, el método
hegeliano era de todo punto inservible en su forma existente. Era un
método esencialmente idealista, y aquí se trataba de desarrollar una
concepción del mundo más materialista que todas las anteriores. Aquel
método arrancaba del pensar puro, y aquí había que partir de los hechos
más tenaces. Un método que, según su propia confesión, «partía de la nada,
para llegar a la nada, a través de la nada» [11], era de todos modos
impropio bajo esta forma. Y no obstante, este método era, entre todo el
material lógico existente, lo único que podía ser utilizado. No había sido
criticado, no había sido superado; ninguno de los adversarios del gran
dialéctico había podido abrir una brecha en su airoso edificio; había
caído en el olvido, porque la escuela hegeliana no supo qué hacer con él.
Lo primero era, pues, someter a una crítica a fondo el método hegeliano.

Lo que ponía al modo discursivo de Hegel por encima del de todos los demás
filósofos era el formidable sentido histórico que lo animaba. Por muy
abstracta e idealista que fuese su forma, el desarrollo de sus ideas
marchaba siempre paralelamente con el desarrollo de la historia universal,
que era, en realidad, sólo la piedra de toque de aquél. Y aunque con ello
se invirtiese y pusiese cabeza abajo la verdadera relación, la Filosofía
nutríase toda ella, no obstante, del contenido real; tanto más cuanto que
Hegel se distinguía de sus discípulos en que no alardeaba, como [527]
éstos, de ignorancia, sino que era una de las cabezas más eruditas de
todos los tiempos. El fue el primero que intentó poner de relieve en la
historia un proceso de desarrollo, una conexión interna; y por muy
peregrinas que hoy nos parezcan muchas cosas de su filosofía de la
historia, la grandeza de la concepción fundamental sigue siendo todavía
algo admirable, lo mismo si comparamos con él a sus predecesores que si
nos fijamos en los que después de él se han permitido hacer
consideraciones generales acerca de la historia. En la "Fenomenología", en
la "Estética", en la "Historia de la Filosofía", en todas partes vemos
reflejada esta concepción grandiosa de la historia, y en todas partes
encontramos la materia tratada históricamente, en una determinada conexión
con la historia, aunque esta conexión aparezca invertida de un modo
abstracto.

Esta concepción de la historia, que hizo época, fue la premisa teórica
directa de la nueva concepción materialista, y ya esto brindaba también un
punto de partida para el método lógico. Si, ya desde el punto de vista del
«pensar puro», esta dialéctica olvidada había conducido a tales
resultados, y si además había acabado como jugando con toda la lógica y la
metafísica anteriores a ella, indudablemente tenía que haber en ella algo
más que sofística y pedantesca sutileza. Pero, el acometer la crítica de
este método, empresa que había hecho y hace todavía recular a toda la
filosofía oficial, no era ninguna pequeñez.

Marx era y es el único que podía entregarse a la labor de sacar de la
lógica hegeliana la médula que encierra los verdaderos descubrimientos de
Hegel en este campo, y de restaurar el método dialéctico despojado de su
ropaje idealista, en la sencilla desnudez en que aparece como la única
forma exacta del desarrollo del pensamiento. El haber elaborado el método
en que descansa la crítica de la Economía Política por Marx es, a nuestro
juicio, un resultado que apenas desmerece en importancia de la concepción
materialista fundamental.

Aun el método descubierto de acuerdo con la crítica de la Economía
Política podía acometerse de dos modos: el histórico o el lógico. Como en
la historia, al igual que en su reflejo literario, las cosas se
desarrollan también, a grandes rasgos, desde lo más simple hasta lo más
complejo, el desarrollo histórico de la literatura sobre Economía Política
brindaba un hilo natural de engarce para la crítica, pues, en términos
generales, las categorías económicas aparecerían aquí por el mismo orden
que en su desarrollo lógico. Esta forma presenta, aparentemente, la
ventaja de una mayor claridad, puesto que en ella se sigue el desarrollo
real de las cosas, pero en la práctica lo único que se conseguiría, en
[528] el mejor de los casos, sería hacerla más popular. La historia se
desarrolla con frecuencia a saltos y en zigzags, y habría que seguirla así
en toda su trayectoria, con lo cual no sólo se recogerían muchos
materiales de escasa importancia, sino que habría que romper muchas veces
la ilación lógica. Además la historia de la Economía Política no podría
escribirse sin la de la sociedad burguesa, con lo cual la tarea se haría
interminable, ya que faltan todos los trabajos preparatorios. Por tanto,
el único método indicado era el lógico. Pero éste no es, en realidad, más
que el método histórico, despojado únicamente de su forma histórica y de
las contingencias perturbadoras. Allí donde comienza esta historia debe
comenzar también el proceso discursivo, y el desarrollo ulterior de éste
no será más que la imagen refleja, en forma abstracta y teóricamente
consecuente, de la trayectoria histórica; una imagen refleja corregida,
pero corregida con arreglo a las leyes que brinda la propia trayectoria
histórica; y así, cada factor puede estudiarse en el punto de desarrollo
de su plena madurez, en su forma clásica.

Con este método, partimos siempre de la relación primera y más simple que
existe históricamente, de hecho; por tanto, aquí, partimos de la relación
económica con que nos encontramos. Luego, procedemos a analizarla. Ya en
el sólo hecho de tratarse de una relación, va implícito que tiene dos
lados que se relacionan entre sí. Cada uno de estos dos lados se estudia
separadamente, de donde luego se desprende su relación recíproca y su
interacción. Nos encontramos con contradicciones, que reclaman una
solución. Pero, como aquí no seguimos un proceso discursivo abstracto, que
se desarrolla exclusivamente en nuestras cabezas, sino una sucesión real
de hechos, ocurridos real y efectivamente en algún tiempo o que siguen
ocurriendo todavía, estas contradicciones se habrán planteado también en
la práctica y en ella habrán encontrado también, probablemente, su
solución. Y si estudiamos el carácter de esta solución, veremos que se
logra creando una nueva relación, cuyos dos lados contrapuestos tendremos
que desarrollar ahora, y así sucesivamente.

La Economía Política comienza por la mercancía, por el momento en que se
cambian unos productos por otros, ya sea por obra de individuos aislados o
de comunidades de tipo primitivo. El producto que entra en el intercambio
es una mercancía. Pero lo que le convierte en mercancía es, pura y
simplemente, el hecho de que a la cosa, al producto, vaya ligada una
relación entre dos personas o comunidades, la relación entre el productor
y el consumidor, que aquí no se confunden ya en la misma persona. He aquí
un ejemplo de un hecho peculiar que recorre toda la Economía [529]
Política y ha producido lamentables confusiones en las cabezas de los
economistas burgueses. La Economía Política no trata de cosas, sino de
relaciones entre personas y, en última instancia, entre clases; si bien
estas relaciones van siempre unidas a cosas y aparecen como cosas. Aunque
ya algún que otro economista hubiese vislumbrado, en casos aislados, esta
conexión, fue Marx quien la descubrió en cuanto a su alcance para toda la
Economía Política, simplificando y aclarando con ello hasta tal punto los
problemas más difíciles, que hoy hasta los propios economistas burgueses
pueden comprenderlos.

Si enfocamos la mercancía en sus diversos aspectos —pero la mercancía que
ha cobrado ya su pleno desarrollo, no aquella que comienza a desarrollarse
trabajosamente en los actos primigenios de trueque entre dos comunidades
primitivas—, se nos presenta bajo los dos puntos de vista del valor de uso
y del valor de cambio, con lo que entramos inmediatamente en el terreno
del debate económico. El que desee un ejemplo palmario de cómo el método
dialéctico alemán, en su fase actual de desarrollo, está tan por encima
del viejo método metafísico, vulgar y charlatanesco, por lo menos como los
ferrocarriles sobre los medios de transporte de la Edad Media, no tiene
más que ver, leyendo a Adam Smith o a cualquier otro economista oficial de
fama, cuántos suplicios les costaba a estos señores el valor de cambio y
el valor de uso, cuán difícil se les hacía distinguirlos claramente y
concebirlos cada uno de ellos en su propia y peculiar precisión, y
comparar luego esto con la clara y sencilla exposición de Marx.

Después de aclarar el valor de uso y el valor de cambio, se estudia la
mercancía como unidad directa de ambos, tal como entra en el proceso de
cambio. A qué contradicciones da lugar esto, puede verse en las págs. 20 y
21. Advertiremos únicamente que estas contradicciones no tienen tan sólo
un interés teórico abstracto, sino que reflejan al mismo tiempo las
dificultades que surgen de la naturaleza de la relación de intercambio
directo, del simple acto del trueque, y las imposibilidades con que
necesariamente tropieza esta primera forma tosca de cambio. La solución de
estas imposibilidades se encuentra transfiriendo a una mercancía especial
—el dinero— la cualidad de representar el valor de cambio de todas las
demás mercancías. Tras esto, se estudia en el segundo capítulo el dinero o
la circulación simple, a saber:

1) el dinero como medida del valor, determinándose en forma más concreta
el valor medido en dinero, el precio;

2) como medio de circulación, y

3) como unidad de ambios conceptos en cuanto dinero real, como
representación de toda la riqueza burguesa material.

[530] Con esto, terminan las investigaciones del primer fascículo,
reservándose para el segundo la transformación del dinero en capital.

Vemos, pues, cómo con este método el desenvolvimiento lógico no se ve
obligado, ni mucho menos, a moverse en el reino de lo puramente abstracto.
Por el contrario, necesita ilustrarse con ejemplos históricos, mantenerse
en contacto constante con la realidad. Por eso, estos ejemplos se aducen
en gran variedad y consisten tanto en referencias a la trayectoria
histórica real en las diversas etapas del desarrollo de la sociedad como
en referencias a la literatura económica, en las que se sigue, desde el
primer paso, la elaboración de conceptos claros de las relaciones
económicas. La crítica de las distintas definiciones, más o menos
unilaterales o confusas, se contiene ya, en lo sustancial, en el
desarrollo lógico y puede resumirse brevemente.

En un tercer artículo, nos detendremos a examinar el contenido económico
de la obra. [12]

Escrito por F. Engels del 3 Se publica de acuerdo con el

al 15 de agosto de 1859. texto del periódico.

Publicado en "Das Volk", Traducido del alemán.

en los números 14 y 16,

del 6 y 20 de agosto de 1859.
NOTAS
[1]

277. Este artículo de Engels es una reseña del libro de Carlos Marx
"Contribución a la Crítica de la Economía Política". Engels lo caracteriza
de eminente conquista científica del partido proletario e importante etapa
en la elaboración de la concepción científica proletaria del mundo. La
reseña quedó sin terminar. Se publicaron sólo sus dos primeras partes. La
tercera, en la que Engels se proponía ofrecer un análisis del contenido
económico del libro, no apareció impresa debido a que el periódico fue
suspendido; el manuscrito no se ha encontrado.— 521, 530.

[2] 278. Reforma: amplio movimiento social contra la Iglesia católica que
se extendió durante todo el siglo XVI por numerosos países europeos. En la
mayoría de los países, el movimiento de la Reforma fue acompañado de
grandes batallas entre las clases; la guerra campesina de 1524-1525 en
Alemania transcurrió bajo el signo ideológico de la Reforma.— 521

[3] 279. La guerra de los treinta años (1618-1648): guerra europea general
debida a la lucha entre protestantes y católicos. Alemania se hizo el
campo principal de esta lucha y objeto del merodeo y de las pretensiones
anexionistas de los beligerantes.— 521

[4] 280. En el período de 1477 a 1555 Holanda formaba parte del Sacro
Imperio Romano Germánico, después de cuyo división se vio bajo el dominio
de España. Al final de la revolución burguesa del siglo XVI, Holanda se
libró de la dominación española y se convirtió en República burguesa
independiente.— 521

[5] 166. Zollverein (La Liga aduanera), fundada en 1834 bajo los auspicios
de Prusia, agrupaba a casi todos los Estados alemanes; una vez establecida
una frontera aduanera común, contribuyó en lo sucesivo a la unión política
de Alemania.— 311, 522

[6] 15. El sistema continental, o bloqueo continental: prohibición,
declarada en 1806 por Napoleón I para los países del continente europeo de
comerciar con Inglaterra. El bloqueo continental cayó después de la
derrota de Napoleón en Rusia.— 36, 310, 522

[7] 149. Freetraders (Librecambistas): partidarios de la libertad de
comercio y de la no intervención del Estado en la vida económica. En los
años 40-50 del siglo XIX constituyeron un grupo político aparte que entró
posteriormente en el Partido Liberal.— 287, 364, 522

[8] 281. Ciencias camerales: curso de asignaturas de administración,
hacienda, economía y otras que se enseñaban en las universidades
medievales, y luego también en las burguesas, de una serie de países
europeos.— 522

[*] Véase el presente tomo, págs. 516-520 (N. de la Edit.)

[9] 282. Das Volk (El Pueblo): semanario que aparecía en alemán en Londres
desde el 7 de mayo hasta el 20 de agosto de 1859 con la colaboración
directa de Marx; desde comienzos de julio Marx fue, de hecho, su
director.— 523

[**] Véase el presente tomo, pág. 518 (N. de la Edit.)

[10] 283. Aquí, alusión irónica a los hegelianos de derecha que ocupaban
en los años 30 y 40 del siglo XIX numerosas cátedras de las universidades
alemanas y utilizaron su situación para atacar a los representantes de
otra dirección más radical en filosofía.

Diadocos: generales de Alejandro Magno que se enzarzaron al fallecer éste,
en enconada lucha por el poder. A lo largo de esta lucha (fines del siglo
IV y comienzos del siglo III a. de n. e.), la monarquía de Alejandro, que
era, en sí, una agrupación administrativo-militar efímera, se dividió en
varios Estados.- 525

[11] 284. Véase "La Ciencia de la Lógica" de Hegel, parte I, sección 2.

[12] 277. Este artículo de Engels es una reseña del libro de Carlos Marx
"Contribución a la Crítica de la Economía Política". Engels lo caracteriza
de eminente conquista científica del partido proletario e importante etapa
en la elaboración de la concepción científica proletaria del mundo. La
reseña quedó sin terminar. Se publicaron sólo sus dos primeras partes. La
tercera, en la que Engels se proponía ofrecer un análisis del contenido
económico del libro, no apareció impresa debido a que el periódico fue
suspendido; el manuscrito no se ha encontrado.— 521, 530.


http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe1/mrxoe116.htm

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