Texto del artículo:
LA VERDAD ES
5 NOVIEMBRE, 2017
Las empleadas de de
Bershka —cadena propiedad del grupo Inditex—, en la provincia de Pontevedra, han
estado dos semanas hasta conseguir ganar su batalla contra Inditex. Setenta y cuatro
mujeres, y un hombre, se han mantenido firmes frente a una empresa que es el
gigante español de la confección y la moda. Las trabajadoras de las tiendas de
esta marca orientada al público adolescente en Vilagarcía, Pontevedra y Vigo
han mantenido la huelga más larga que ha afrontado el grupo desde su nacimiento,
donde son muy poco habituales los paros, al margen de algunos celebrados en las
huelgas generales.
Esas mujeres, sin relevancia social, con empleos precarios y mal
pagados, situadas en la cola de la promoción laboral como corresponde a
dependientas cuya única labor es facilitar las prendas a las clientas y
cobrarles, se han atrevido a enfrentarse a la patronal española más fuerte del
país. Pero, como suele suceder, no han acaparado las portadas de los periódicos
ni sé que las televisiones les hayan dedicado sus preciosos espacios. Mientras
otros temas de “importancia” consumen el tiempo y las neuronas de periodistas,
políticos y tertulianos, las mujeres de Pontevedra, en su modestia y anonimato
han demostrado tener más valor que tantos otros trabajadores y no digamos
políticos.
Porque una huelga implica perder el magro salario que se ganan.
Pero, como todo trabajador sabe, la mayor pérdida no es la de los ingresos,
siempre necesarios en la economía familiar, sino el riesgo, muy cierto, de ser
incluidas en la lista negra que todas las grandes empresas guardan sobre los
trabajadores díscolos y protestones. Y eso puede suponer no acceder más a
ningún empleo no solo en la provincia, que no se caracteriza ni por su caudal
de habitantes ni por las oportunidades que ofrece a las mujeres que pretenden
acceder a un empleo asalariado, sino dada la potencia de Inditex, quizá en toda
España.
Las reclamaciones eran de elemental sentido de equidad y
proporcionalidad. Pretendían poner fin a la “doble discriminación” a la que las
empleadas han sido sometidas. De una parte, por percibir “salarios inferiores”
a sus compañeras de otras provincias que han conseguido firmar mejores
convenios laborales y, de otra, por “las diferencias entre las dependientas” de
los mismos comercios que trabajan a tiempo completo y las que tienen jornada
parcial.
Sin que se entienda cual es la causa y los objetivos que se
propone la empresa con esas discriminaciones, resulta que mientras las
empleadas de Santiago (A Coruña) tienen 39 días de lactancia, las de Vilagarcía
(Pontevedra) disponen de 21 y las primeras cobran además dos pluses, por
importe de casi 2.000 euros, que estas no han recibido. A la vez las empleadas
a media jornada “hacen los peores turnos y más fines de semana que las demás” así
como “horas complementarias que no computan para el descanso semanal” pese a
que, aseguran, hay volumen de trabajo suficiente para que la empresa les
aumente su jornada hasta un 65% o 75%.
Que nadie piense que el trabajo de una vendedora es simple y
divertido. Las empleadas tienen que permanecer en pie de 8 a 10 horas,
controlando a las clientas y las ventas, cuadrando la caja, reponiendo las
prendas en los colgadores y en las estanterías, arreglando el almacén, cargando
pesos cuando hay que mover enormes cajas de trajes y abrigos, y aguantando las
órdenes de la superioridad. La permanencia en pie supone la deformidad de los
pies, el descenso de la columna vertebral, con dolor de espalda, varices e
inflamación de las piernas, añadida a la inflamación de ovarios y de matriz.
Pero ninguna de estas patologías están contempladas como enfermedad profesional
en el vademecum de la Seguridad Social. Al fin y al cabo vender en una tienda
de moda es un placer para las mujeres a las que siempre les gustan los trapos.
En los años de grandes luchas
obreras y cuando las mujeres fueron sumadas a la fuerza de trabajo industrial,
en España se aprobó una curiosa ley, llamada la Ley de la Silla. El 29 de
febrero de 1912, el periódico El Imparcial publicaba
la noticia de que “En los almacenes, tiendas y oficinas, escritorios, y
en general en todo establecimiento no fabril, de cualquier clase que sea, donde
se vendan, artículos ú objetos al público ó se preste algún servicio
relacionado con él por mujeres empleadas, y en los locales anejos, será
obligatorio para el dueño o su representante particular ó Compañía tener
dispuesto un asiento para cada una de aquéllas. Cada asiento, destinado
exclusivamente á una empleada, estará en el local donde desempeñe su
ocupación…”
Recuerdo el relato que mi abuela, Regina de Lamo, anarquista,
sindicalista, cooperativista, me hacía de aquella peculiar lucha de las mujeres
para conseguir que en las tiendas o allí donde se preste cualquier servicio al
público, hubiese una silla donde las empleadas pudiesen descansar unos minutos,
entre cliente y cliente. Me explicaba precisamente las dificultades y
enfermedades que podía suponer para las mujeres la permanencia en pie todo el
día, durante largos años. Pero aquellos eran otros tiempos, en que no solo el
Movimiento Obrero era potente y estaba envalentonado por la inminencia de la
revolución soviética en Rusia, sino que el Movimiento Feminista, tras 70 años
de luchas ininterrumpidas en EEUU y Europa se encontraba en la víspera deTitulo
alcanzar su más sonada victoria: la consecución del sufragio femenino. Y con él
una serie de reformas legales que las acercaron más a su objetivo: ser
consideradas ciudadanas de su propio país.
La ley de la silla tuvo poco recorrido. Fundamentalmente porque
las empresas no la cumplieron y cuando algunas trabajadoras la reclamaron los
sindicatos no les hicieron ningún caso, caprichos de mujeres cuando había
tantas causas que defender. Y luego llegaron años peores en que ni las mujeres
pudieron acceder a empleos asalariados ni los dirigentes sindicales estaban
para defender minucias semejantes.
Ciertamente que estos son otros tiempos en que las mujeres no
solo podemos votar y ser votadas sino que también hemos alcanzado la igualdad
legal, pero hoy tampoco las vendedoras reclamarían la silla que conquistaron en
1912 cuando ni aún alcanzan la jornada completa, y las huelguistas de Bershka
no han conseguido las portadas de los periódicos ni las pantallas de
televisión.
Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 05/11/2017 - Modificar
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