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Secciones: Venezuela Bolivariana -  Cuba Socialista

Título: Entrevista a Hugo Chávez Frías: "Soy sencillamente un revoluci onario"

Texto del artículo:

ROSA MIRIAM ELIZALDE
LUIS BÁEZ*

Fragmentos de la entrevista concedida por el Presidente venezolano a
los periodistas Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, para el
libro "Chávez nuestro", que fuera presentado durante la reciente
visita a Cuba del presidente venezolano


Caracas (Venezuela)
4 de enero de 2005


Nos esperaba en Miraflores, a las diez de la noche. Poco antes, nos
habíamos encontrado con el candidato a la gobernación del Estado de
Miranda, Diosdado Cabello, quien salía de una reunión y estaba
enterado de que nos entrevistaríamos con el Presidente venezolano
Hugo Chávez Frías: "Prepárense, que seguramente será para largo".

Fueron seis horas de conversación que volaron debajo de un techo de
palmas, en el patiecito que queda a un costado de la oficina
presidencial, sin más testigos que el frío que en la madrugada
envuelve al valle caraqueño.

Sin embargo, con Chávez el tiempo de conversación nunca es demasiado.
La mayoría de los temas que llevábamos en nuestra agenda se quedaron
sin tocar, mientras otros aparecieron de forma inesperada y matizaron
de emoción un diálogo que pretendía seguir las pistas de algunas
historias truncas que compañeros, vecinos de la infancia y familiares
del Presidente nos revelaron en una peregrinación por Caracas y por
los Estados de Lara, Táchira y Barinas.

Queríamos rastrear los detalles que no aparecían en las numerosas -y
casi siempre extensas- entrevistas publicadas desde los días de la
rebelión militar del 4 de febrero de 1992. Más que reflexiones sobre
la historia convulsa de la Venezuela de las últimas décadas, sobre la
cual existe otra abundante bibliografía, nos interesaban los rasgos
vitales de una personalidad fuera de lo común, turbulenta y sensible.
Nos habíamos propuesto descubrir otras muchas facetas de este jefe de
Estado que rompe todas las convenciones: alguien que suele cantar a
mitad de los discursos, y a quien los venezolanos más humildes
sienten tan franco y familiar.

Sabíamos que, aun cuando se prolongara durante horas, esta sería una
entrevista incompleta con un ser humano que ha vivido muchísimo más
de lo que cabría esperar en alguien que acaba de cumplir 50 años de
edad. Con él no sentimos esa distancia protocolar, a veces fría, que
supone el encuentro con un jefe de Estado. Hugo Chávez nos recibió
despejado y animoso, vestido con camisa roja y jeans azul, y nos
esperó al pie del elevador, sonriente, con el bate que Sammy Sosa
utilizó el 25 de febrero de 1999 en un juego de exhibición en la
Ciudad Universitaria de Caracas. Ese día el Presidente ponchó al
pelotero dominicano y Sammy le respondió con seis jonrones. "Este no
es cualquier bate -dijo con picardía-. Con este les voy a conectar un
jonrón a los gringos el día del referendo. Ya lo verán".

Y así fue.

Todos los niños tienen un sueño
Todos los niños tienen sueños y yo no tuve uno, sino dos. El primero
nació uno de esos fines de año en que mi papá, quien acababa de
regresar de Caracas tras un curso de mejoramiento profesional del
magisterio, me regaló un ejemplar de la Enciclopedia Autodidacta
Quillet. Eran cuatro tomos grandes y gruesos, con muchas figuras y
gráficos. Me los bebí y viajé por el mundo a través de las
ilustraciones y las historias. Hasta un pequeño curso de alemán
traían aquellos libros, y me empeñé, con mi primo Adrián, en aprender
ese idioma. Adrián soñaba con ser torero, miraba una foto y
decía: "Cuando yo esté en la monumental de Valencia..." Ese era su
sueño, y el mío era ser pintor. Gracias a aquellos ejemplares empecé
a dibujar y, años más tarde, pasé unos cursos de pintura en Barinas,
durante el bachillerato. Salía del liceo por la tarde y me iba a la
escuela de pintura Cristóbal Rojas. Me daba clases una profesora bien
bonita que nos advertía: "Lo más difícil de pintar son las manos", y
nos ponía unos moldes para que las dibujáramos. Ella nos explicó la
técnica del claroscuro y la combinación de colores.

Mi otro gran sueño era el béisbol. Lo traía en el alma desde niño,
pero fue en Barinas donde se consolidó, cuando ingresamos en un
equipo organizado en 1967 ó 1968. Mi ídolo era Isaías "Látigo"
Chávez, magallanero, un muchacho de Chacao que no era familia
nuestra. A los 21 años estaba ya pitcheando en las Grandes Ligas. Le
decían Látigo porque lanzaba como si tuviera un látigo en la mano
derecha. Nunca lo vi porque televisión uno nunca veía -vine a verla
de cadete-, pero logré imaginarlo muy bien, gracias a un
extraordinario narrador que tuvimos en Venezuela, Delio Amado León.
Lo escuchaba por radio: "Se prepara Isaías Chávez, levanta una
pierna... El Juan Marichal venezolano lanza una recta...; strike, el
primero". Eso todavía lo tengo aquí, dentro de la cabeza.

El 16 de marzo de 1969, un domingo, me levanté un poco más tarde. Mi
abuelita Rosa estaba preparándome el desayuno, y encendió el radio
para oír música y de repente: "Ultima hora, urgente", y salió la
noticia, fue como si por un momento me hubiera llegado la muerte. Se
había desplomado un avión poco después de despegar del aeródromo en
Maracaibo y no había sobrevivientes. Entre ellos iba el "Látigo"
Chávez. Terrible. No fui a clases ni lunes ni martes. Me desplomé.
Hasta me inventé una oración que rezaba todas las noches, en la que
juraba que sería como él: un pitcher de las Grandes Ligas.

A partir de ahí, el sueño de ser pintor fue desplazado totalmente por
el de ser pelotero. Empecé a darme a conocer en el ambiente
beisbolero de Barinas, y al año siguiente estaba en un campeonato
zonal, como pitcher. Me decían que necesitaba fortalecer las piernas,
y me ponía a trotar. Corría todos los días. Mi abuelita: "Se va a
volver loco usted". Llegaba del liceo y empezaba a lanzar piedras y
cosas contra una lata que ponía junto a una palmera del patio. Hasta
construí un dispositivo muy rústico para batear limones y
perfeccionar los lanzamientos: "Usted me está acabando con los
limones" -decía Mamá Rosa.

Se me metió una idea fija, pero fija, fija, de que tenía que ser
pelotero profesional. Estuve tres años como pitcher abridor en
Barinas. Eso me hizo daño, porque, además de mi obsesión, que ya era
exagerada, me pusieron a pitchear en la categoría superior, como
relevo. El brazo no aguantó.

La academia militar
Desde niño me gustó la vida militar. Cuando miro hacia atrás, me veo
jugando a la guerra en el patio de Mamá Rosa. Inventamos unos fuertes
militares con latas de zinc y tablas, y nos lanzábamos a
conquistarlos. Primero, nos tirábamos frutas secas de almendras,
pero, después, piedras. Una vez le dimos una pedrada a mi hermano
menor y le rompimos el coco, y ahí se acabaron los juegos de guerra.

Cuando llegué a la Academia me encantó. Francamente, yo había querido
estudiar física y matemática, y además, ser pelotero profesional, con
los Magallanes. Esa era mi meta, a la que le dediqué mucho
entrenamiento, especialmente, a cómo se agarra la pelota, a la
técnica del pitcheo. Pero la vida militar me apasionó, hasta el punto
de que lo subordiné todo a ella.

Cuando entré en la Academia, Adán, que me lleva un año, ya estaba en
la Universidad de Los Andes, en Mérida. Le dije a mi papá que quería
estudiar lo mismo que mi hermano. En Barinas no había universidad. Mi
papá me dijo: "Bueno, nos vamos a Mérida a hablar con tu primo Angel
para el cupo". A mi padre y a mi madre tendremos que agradecerles
toda la vida que pudiéramos estudiar, aun siendo una familia sin
recursos. Ellos siempre nos dieron ese impulso, con miles de
sacrificios.

Pero en Mérida no se jugaba béisbol profesional, y le dije a mi
padre: "No, si no hay béisbol en Mérida, no voy". Estaba en ese
dilema, buscando la manera de irme a Caracas, cerca del Magallanes,
cuando nos llevaron a una conferencia en el Auditorio. Un teniente
del Fuerte de Tabacare, de Barinas, dio una charla sobre la Academia
Militar a todos los muchachos del quinto año del bachillerato. "Esta
es la mía, me voy para Caracas". Pensaba que luego podía pedir la
baja y quedarme en la capital, a tiempo completo en el béisbol. Era
como un tránsito, como un puente, y comencé a prepararme para los
exámenes físicos.

Tenía un gran amigo, Angarita, que en aquel momento estaba en el
primer año de la Academia. Cuando llegó a Barinas en Semana Santa,
hablé con él y me consiguió los folletos para presentarme a los
exámenes que se hicieron en Barinas y aprobé aquellas primeras
eliminatorias sin problemas.

Poco después trajeron un telegrama a la casa donde decía que me
presentara en la Academia: "¿Qué tú vas a hacer en Caracas en una
escuela militar?", y papá asombrado. "Yo presenté examen". "¿Cuándo?"
A mamá le gustaba la idea y me apoyó, finalmente, papá lo
aceptó: "Bueno, hijo, vaya pues". Me consiguió el pasaje del autobús,
y me vine solo, asustado, a presentarme al examen definitivo de la
Academia. Era la primera vez que venía a Caracas.

La pasión política
Adán fue uno de los que más influyó en mis actitudes políticas. El es
muy humilde y no lo dice expresamente, pero tiene una gran
responsabilidad en mi formación. Mi hermano estaba en Mérida y era
militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Yo no lo
sabía, solo me llamaba la atención que él y sus amigos iban todos de
pelo largo, algunos con barba. Aparentemente yo desentonaba con mi
cabello cortico, mi uniforme.

Estaba naciendo el Movimiento al Socialismo (MAS), y yo andaba por
ahí. Otros -Vladimir Ruiz y los hijos de Ruiz Guevara, un viejo
comunista- estaban fundando la Causa R. Eramos amigos, y me
aceptaron, con uniforme y todo. También hubo su discusión, claro.
Cierta vez uno de esos muchachos, un hombre joven, me dijo: "Este
uniformado debe ser uno de esos parásitos." Casi nos entramos a
golpes, pero el grupo me defendió. "Respeta, vale, que este es Hugo
Chávez, amigo nuestro."

Había una gran discusión política y muchas lecturas. Ahí me fui
interesando por el tema social, aunque si miro más atrás, siempre
tuve, desde niño, simpatías por los rebeldes. Esa zona de Sabaneta
fue una zona insurgente. De mi pueblo varios se fueron a la
guerrilla, y mi padre estuvo vinculado al Movimiento Electoral del
Pueblo (MEP), de tendencia socialista, dirigido por el viejo Luis
Beltrán Prieto Figueroa. Aunque tenía esa inclinación hacia la
izquierda y el camino abonado hacia las preocupaciones políticas,
nunca me incorporé a partido alguno. En una ocasión asistí con Adán a
una de sus reuniones, como oyente, vestido de civil.

Fueron dos los acontecimientos que dispararon en mí una vocación
política, que radicalizaron mi pensamiento. En primer lugar, el hecho
de haber formado parte de un experimento educativo en la Fuerza
Armada Nacional (FAN), conocido como el Plan Andrés Bello. Nos
hicieron exámenes muy rigurosos y, ya en la Academia, nos aplicaron
un filtro. Entramos 375 y nos graduamos 67. Hay un corte bastante
profundo entre la vieja escuela militar y la nueva, con un grupo de
oficiales de primera línea, entre ellos el director de la Academia,
que es nuestro actual embajador en Canadá, el general Jorge Osorio
García. También, Pérez Arcay, Betancourt Infante, Pompeyo Torralba....

Ese grupo de oficiales se dio a la tarea de forjar aquel ensayo a
conciencia. Incorporaron también a profesores civiles y se
preocuparon por darnos una formación humanista. Con ellos estudiamos
Metodología, Sociología, Economía, Historia Universal, Análisis,
Física, Química, Introducción al Derecho, Derecho Constitucional...
El Consejo Nacional de Universidades (CNU) exigía estudios superiores
para avalar la licenciatura.

El Plan Andrés Bello contribuyó enormemente a nuestra formación, aun
cuando no basta con él para entender lo que ha ocurrido en la FAN.
Hay otros muchos factores, porque también han salido de ahí unos
cuantos traidores. De mi promoción y de las que vinieron después he
recibido solidaridad y una compenetración mayor de las que imaginaba.
Sin duda, los que se prestaron al golpe de abril de 2002 fueron
graduados anteriores a nosotros, especialmente de la promoción
inmediatamente anterior, que ha sido la última línea de retaguardia
de la oligarquía, el último arañazo del fascismo y del anticomunismo.

El segundo acontecimiento, asociado a lo anterior, fue el
descubrimiento de Bolívar. Comencé a leer vorazmente de todo, pero en
particular sus propios textos y los materiales relacionados con su
pensamiento y su biografía. Noche tras noche me iba para las aulas a
estudiar, después del toque de silencio, a las nueve. Nos permitían
estar allí hasta las 11 de la noche, y a veces me quedaba. En
ocasiones me encontraron dormido encima de un pupitre y con un libro
abierto. Recuerdo a un brigadier colombiano, que hoy es general en su
país, quien un día me encontró así y pensé que me iba a castigar. Me
dijo: "No, no, lo felicito, cadete, por su espíritu de superación."

La primera vez que oí a Fidel
La palabra guerrilla, como les dije, nos era muy familiar. En algún
momento uno oyó el nombre de Fidel y el del Che, y no lo olvidó más.
En 1967 tenía 13 años y estaba en primer año de bachillerato, en
Barinas.

Recuerdo haber escuchado por radio que el Che estaba en Bolivia, y yo
me pregunté: "¿Por qué está solo?" Una vez se lo conté a
Fidel: "Fíjate como es la vida, Fidel. Yo tenía 13 años y oía por
radio que el Che estaba en Bolivia y lo tenían rodeado. Era un niño y
pregunté: ¿por qué Fidel no manda unos helicópteros a rescatarlo?" Me
imaginaba una película. ""Fidel tiene que salvarlo"." Cuando mataron
al Che: "¿Por qué Fidel no mandó un batallón, unos aviones?" Era
infantil, pero demostraba una identificación absoluta con ellos, un
punto de vista marcado por las simpatías que percibía en Barinas
hacia ambos líderes.

Varios años después, en 1973, estábamos en las montañas, cerca de
Caracas, en los entrenamientos con los aspirantes a cadetes que
llegaban a la Academia Militar. Para entretenernos, escuchábamos
noticias y música en los radios militares. Una de aquellas noches
había un frío de espanto. Estábamos en Charallave, a unos treinta
kilómetros de Caracas, y me acompañaban Pedro Ruiz Rondón -compañero
de mi pelotón-, y otro brigadier cuyo nombre no recuerdo. A
escondidas de los oficiales, empezamos a calibrar uno de esos viejos
radios GRS9 de tubo, que tenían una manigueta para cargar la energía.
De repente, se escuchó a alguien hablando, una voz que no conocíamos
y que denunciaba el golpe de Estado en Chile y la muerte de
Allende: "Esto está bueno" -dije yo-. Era Fidel, a través de Radio
Habana Cuba.

Se nos grabó una frase para siempre: "Si cada trabajador, si cada
obrero, hubiera tenido un fusil en sus manos, el golpe fascista
chileno no se da". Aquellas palabras nos marcaron tanto, que se
convirtieron en una consigna, en una especie de clave que solo
nosotros desentrañábamos. Cada vez que veía a Pedro Ruiz -amigo
entrañable que murió hace un año y medio-, uno de los dos empezaba
diciendo: "Si cada trabajador, si cada obrero..." El otro, completaba
la frase. Lo hacíamos dondequiera que nos veíamos. La última vez que
nos encontramos, en un avión, me repitió: "Si cada trabajador..."

Bolívar
A mi promoción le dieron el nombre de Bolívar. Ese fue para mí un día
de emoción y júbilo. Se oponían algunos viejos militares, quienes
argumentaban que el nombre de Bolívar era muy grande para un grupo,
que sería enorme el compromiso que llevaríamos, que ya había otra
promoción llamada de esa manera -la de 1940-. Aun así, nos dieron ese
nombre y a partir de entonces no fuimos otra cosa que "los
bolivarianos", y nos sentíamos como tales.

Desde la Academia, no solo impartía de vez en cuando algunas charlas
a los soldados sobre el pensamiento del Libertador, sino que cuando
me tocaba sancionar a los cadetes, jamás les imponía un esfuerzo
físico -dar vueltas al patio corriendo, que era lo que se hacía-,
sino que los paraba en grupitos frente a la estatua de Bolívar. Les
leía sus textos, o los llevaba a un salón de clases, a la hora del
casino y de la diversión, y les contaba pasajes de la Campaña
Admirable.

Esa pasión por Bolívar comenzó en aquellos años, estudiando la
Historia Militar con el general Jacinto Pérez Arcay y con el
comandante Betancourt Infante, que era otro excelente instructor de
Historia. Pérez Arcay les contó a ustedes el lío del cual me salvó,
luego de una conferencia en la casa natal de Bolívar, en la que me
enfrenté públicamente a alguien que dijo que el Libertador era un
tirano.

En mi intervención de ese día traté de argumentar la situación que
afrontó Bolívar. Sí, él gobernó realmente bajo dictadura; pero una
cosa es una dictadura por necesidad, por obligación, debido a la
anarquía, y otra, tiranizar a un pueblo. En una ocasión, le dijo a su
pueblo: "No me pidan que hable de libertad, ¿cómo hablar de libertad,
si he asumido la dictadura?".

Frente a aquella tendencia antibolivariana, de descrédito a su
figura, comencé a argumentar con datos históricos esa situación.
¡Ah!, entonces alguien dice -una mujer-: "Estos son unos pichones de
dictadores", le repliqué duro y se abrió el debate. Después se paró
un profesor de historia del MEP y defendió mi posición. La novedad
llegó a la Academia. Tuve que hacer un informe el domingo por la
noche y Pérez Arcay me salvó de aquel lío que hubiera podido costarme
la expulsión de la Academia por emitir opiniones políticas.

Cuando Carlos Andrés Pérez me entregó el sable de graduado en la
Academia, ya yo traía el acimut, la brújula perfectamente orientada.
El Hugo Chávez que entró allí fue un muchacho del monte, un llanero
con aspiraciones de jugador de béisbol profesional. Cuatro años
después, salió un subteniente que había tomado el rumbo del camino
revolucionario. Alguien que no tenía compromisos con nadie, que no
pertenecía a movimiento alguno, que no estaba enrolado en ningún
partido, pero sabía muy bien a dónde me dirigía. Como dijo José
Ortega y Gasset, "soy yo y mi circunstancia". Hugo Chávez ya era el
hombre y su circunstancia.

Los primeros signos de rebeldía
El dolor disparó en mí muchas cosas. El año 1982 fue de muerte y de
vida. Nació mi hijo Hugo. Ascendí a capitán. Fue, también, el año del
juramento del Samán de Güere. Ya estaba prácticamente consolidado
como militar, después de haber pasado por muchas dificultades, por
dudas: me quería ir, no me quería ir...

En la profesión militar, la Orden de Mérito es muy importante. Eres
de los primeros o eres de los últimos. Por tanto, ser de los primeros
es muy importante para el militar, particularmente para quienes hemos
tomado la carrera como un apostolado. Me gradué con el número siete
en la Academia, y éramos 67. Sin embargo, llegué a teniente entre los
últimos, porque tuve muchos problemas. Como vaticinaría mi abuela,
era rebelde pues.

Discutía con los superiores, nunca me quedaba callado. Tuve un lío
serio en un campo antiguerrillero, porque vi cómo torturaban a unos
campesinos, supuestos guerrilleros, prisioneros de guerra. Les
estaban pegando con un bate forrado en una cobija y daban unos gritos
tremendos. Se notaba que eran pobres gentes, casi muertos de hambre,
flaquitos. Me enfrenté al coronel: "No, yo no acepto esto aquí", y le
quité el bate y lo lancé lejos. Luego el coronel hizo un informe en
mi contra, acusándome de haber entorpecido el trabajo de
Inteligencia... Llegué incluso a pensar en irme para la guerrilla y
hasta fundé en 1977 un ejército: el Ejército de Liberación del Pueblo
de Venezuela. Ahora me río cuando lo recuerdo, porque sus miembros no
llegábamos a diez.

Después de graduarme en la Academia y pasar por Barinas, formé parte
de un batallón antisubversivo, primero en Cumaná y luego en San
Mateo, en Anzoátegui. Estudiamos lo que era la guerra subversiva,
pero ya yo me lo cuestionaba todo. Creo que desde que salí de la
Academia ya estaba orientado hacia un movimiento revolucionario.
Andaba muy inquieto, conversaba mucho con Adán y con otros compañeros
de la izquierda. A esta influencia, se unió la investigación
histórica sobre Maisanta. Todo ello fue alimentando mi sentimiento de
rebeldía. En esa etapa comencé a leer a Fidel, Che, Mao, Plejanov,
Zamora..., y libros como Los peces gordos, de Américo Martín; El
papel del individuo en la historia; ¿Qué hacer? Y, claro, ya había
empezado a estudiar profundamente a Bolívar.

Por cierto, algunos de aquellos libros aparecieron en la maletera de
un Mercedes Benz viejo y agujereado por los tiros, que encontramos
casualmente en un puesto antiguerrillero. El carro llevaba no sé
cuántos años allí, arrumado dentro del monte. Agarré aquel botín,
recompuse los libros, los mandé a empastar, me los leí y los guardé.
Creo que todavía conservo algunos por ahí. Por tanto, me hice un
hombre de izquierda a los 21 ó 22 años.

¿Cómo definir políticamente a una persona que se ha declarado
maoísta, guevariano, marxista, bolivariano, peronista...?

Sencillamente soy un revolucionario.

Un padre
Su hija María Gabriela nos dijo hace un rato: "Quiero a Fidel como a
un abuelo, porque él quiere a mi padre como a un hijo".

Es verdad. Fidel es como un padre. Así lo veo yo también, y una vez
hasta se lo escribí. Desde hace mucho tiempo, él ha sido para mí una
referencia obligada. En la cárcel leí mucho La historia me absolverá,
Un grano de maíz, sus discursos y entrevistas... ¿Saben qué le pedí a
Dios en la cárcel?: "Dios mío, quiero conocer a Fidel, cuando salga y
tenga la libertad para hablar, para decir quién soy y qué pienso."
Pensaba mucho en eso: en salir para conocernos.

Luego se produjo el encuentro en La Habana -ahora en diciembre se
cumplirán 10 años-. Esa reunión fue para mí maravillosa, y no
olvidaré aquel contacto, las primeras horas de conversación. A medida
que han pasado los años, Fidel se ha venido erigiendo como un padre.
Así lo vemos mis hijos y yo, y hasta el nieto Manuelito, que dicen
que se desternilló de la risa cuando vio a Fidel.

El día que él entró a la casita de la abuela en Sabaneta tuvo que
agacharse. La puerta es bajita y él, un gigante. Yo lo veía, ¿no?, y
le comenté a Adán, mirándolo allí, como si fuera un sueño: "Esto
parece una novela de García Márquez". Es decir, 40 años después de la
primera vez que escuché el nombre de Fidel Castro, él estaba entrando
en la casa donde nos criamos. Recuerdo aquel acto en la Plaza
Bolívar, que pusieron la tarima donde no era por un problema de
seguridad: ¡Ay, Dios mío! Esto es como una novela de esas que escribe
el Gabo, pero en vez de 500 años de soledad, nosotros tendremos 500
años de compañía.

Fidel para mí es un padre, un compañero, un maestro de la estrategia
perfecta. Algún día habrá qué escribir tantas cosas de todo esto que
estamos viviendo y de los encuentros que he tenido con él... Se ha
venido fraguando una relación tan profunda y tan espiritual, que
estoy convencido de que él siente lo mismo que yo: ambos tendremos
que agradecerle a la vida el habernos conocido


Rosa Miriam Elizalde
Luis Báez
Ambos son periodistas cubanos, columnistas de Gramma

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 07/01/2005 - Modificar

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