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Título: Otro sistema es posible… Y necesario. Por José López Sánchez, Y réplicas- Enlace 1

Texto del artículo:

Respuesta de Santiago Gómez Crespo al autor del artículo:

Está usted total, absoluta y completamente equivocado desde la
primera hasta la última frase. Su texto no pasa de ser uno más de los muchos
y bienintencionados socialismos utópicos que se han diseñado a lo largo de
los tiempos, pero con el agravante de escribirlo en los tiempos presentes.
Con el desarrollo del saber social actual, estos escritos propios de otros
tiempos son totalmente inadmisibles. Me abstengo de criticárselo para no
repetir innecesariamente lo que ya está escrito. No me cabe la más mínima
duda de que usted no se ha leído El Manifiesto Comunista o de que si lo ha
hecho no lo ha entendido en modo alguno. Si se lo lee encontrará en esta
obra una magnífica, inapelable y demoledora crítica de todo lo escrito y
afirmado por usted. La tiene disponible en una versión ampliamente explicada
en la siguiente dirección:

http://www.profesionalespcm.org/Marxismo/ManifiestoComunista_MarxEngels_Prologado_Explicado_Anotado_Glosado_GomezCrespo_04nov2009.pdf

Espero su respuesta tras la durísima crítica que en esta obra le
hacen Marx y Engels a su texto o a cualquier otro parecido. No se lo tome a
mal. Me doy cuenta de que le mueve la buena fe, pero es inadmisible el
enviar un mero y vulgar socialismo utópico tan criticado por el marxismo,
precisamente a un foro de discusión marxista. Léase El Manifiesto Comunista
y entenderá entre otras muchas cosas la diferencia entre un socialismo
utópico más y el socialismo científico.




Réplica de Manuel M.Ll. al mismo artículo:


Lo he leído y no me he enterado de a dónde quieres ir. Es lícito y razonable
pensar que, si todos fuéramos buenos y benéficos, las cosas andarían mejor,
pero hace algunos siglos que se dejaron de escribir 'utopías' y 'ciudades
del sol' porque se vio que por el camino de la reforma moral -entendida en
el mejor sentido- no se llega a ningún lado.

Algunos ilustrados entrevieron por dónde iban las cosas y Marx las analizó
con rigor. No digo que no se puedan defender otras posiciones, pero deberían
al menos considerar todo lo que él y otros avanzaron. Porque de lo contrario
no salimos de los buenos deseos de crear un capitalismo con rostro humano y
desgraciada o afortunadamente ya sabemos a estas alturas cuál es el rostro
del capitalismo, por más cosméticos que use. MMLL



Otro sistema es posible… ... Y necesario. Por José López Sánchez

El cambio social se produce cuando se dan, por orden de importancia, estos cuatro
factores principales: necesidad, conciencia de dicha necesidad, conciencia de la
posibilidad de cambiar y estrategias que lleven a cabo los cambios. Las estrategias
son implementadas por organizaciones políticas capaces de liderar y coordinar los
cambios. Sin estrategia no hay revolución y sin organización no hay estrategia. Si
no se dan todos esos factores en cuantía suficiente, entonces el cambio es muy poco
probable, por no decir imposible. De esto hablo con mucho más detalle en mi libro La
causa republicana. En él explico por qué, en mi opinión, en España se dan
circunstancias favorables al cambio. Intento demostrar que nuestro país, no sin
esfuerzo, puede liderar cambios democráticos en Europa. Aquí tenemos necesidad de
cambio y cierta conciencia de la posibilidad de avanzar de forma concreta y a corto
plazo. La República representa una luz muy clara hacia la que dirigirse y puede
suponer el catalizador de la regeneración democrática así como del resurgimiento de
la auténtica izquierda. La República puede suponer mucho más que la posibilidad de
elegir democráticamente al jefe de Estado. El planteamiento de la causa republicana
puede suponer quitar el freno de mano e iniciar el desarrollo de la democracia en
nuestro país. Pero para que esto ocurra, lo primero de todo, lo más primordial, es
concienciarnos de la necesidad y de la posibilidad del cambio. En este artículo voy
a procurar aportar argumentos para aumentar dicha conciencia.

Cuando uno debate con gente de su entorno, que no conoce suficientemente la prensa
alternativa, siempre se suele encontrar con el mismo tipo de argumentos, a saber:
“las cosas siempre han sido así y siempre seguirán siendo así”, “no es posible otro
sistema”, “la gente no quiere cambiar”, “en cuanto se da un poco de libertad a la
gente ésta no sabe utilizarla”, etc. No es por casualidad que la mayoría de nuestros
conciudadanos piense así. Es precisamente de lo que se trata. De evitar que piense
de otra manera. El pensamiento único, el estoicismo, la inconciencia, la falsa
conciencia, los prejuicios, la banalización, la simplificación, la superficialidad,
la desinformación, entre otras, son las armas de quienes controlan el sistema e
intentan a toda costa evitar los cambios que pongan en peligro su statu quo. El
dominio ideológico de la derecha es absoluto. Las élites controlan la educación, los
medios de comunicación, el Estado, el sistema político, la economía, es decir,
controlan la sociedad. Una de las mejores formas de combatir el cambio es
impregnando en las mentes de las personas la idea de que no es necesario, o por lo
menos de que no es posible. Si la gente piensa que aun siendo necesario, no es
posible otro sistema, entonces no hay nada que hacer. Lo primero de todo, repito, es
concienciar a nuestros conciudadanos de que otro sistema es necesario y posible.
Cada vez la gente tiene más claro que es necesario. Pero, sin embargo, la gente aun
admitiendo que sea necesario, siempre se topa con el mismo obstáculo: ¿Qué
alternativas hay? La alternativa es más y mejor democracia. La alternativa es la
verdadera democracia. En mi artículo La importancia de la democracia explico por qué
es necesario otro sistema. No es posible otro gobierno, un gobierno que beneficie al
pueblo, a la mayoría, al servicio de sus votantes, mientras sigamos con la
oligocracia y no logremos una auténtica democracia. En este artículo me voy a
centrar en concienciar sobre la posibilidad de otro sistema.

El fracaso de los llamados sistemas comunistas ha hecho mucho daño. La gente no cree
en el comunismo, aunque no sepa en verdad qué es. Y esto ocurre porque los países
llamados comunistas se distanciaron mucho de sus principales postulados teóricos. En
vez de una sociedad sin clases e igualitaria, de una sociedad verdaderamente libre,
en dichos países se implantó un sistema totalitario cuyo capitalismo fue sustituido
por otro tipo de “capitalismo”, por un sistema económico que, si bien se distanció
del capitalismo propiamente dicho por cuanto el objetivo no era el beneficio puro y
duro, sin embargo, sustituyó el control de unos pocos empresarios privados por el
control de unos pocos burócratas de un partido único. En vez de implantar una
democracia económica, se sustituyó una dictadura económica por otra. El control de
la economía, de la sociedad, siguió en pocas manos. Sólo cambió de manos. Con el
agravante de que, además, en ciertos países llamados comunistas se retrocedió en
derechos políticos. Es cierto que se lograron ciertos logros económicos y sociales,
pero a un gran precio: al precio de perder libertad. El ser humano prefiere una
incertidumbre libre a una seguridad esclava. La libertad es también una necesidad
vital del ser humano. El ser humano necesita sentirse libre, aunque en verdad no lo
sea. Necesita percibir que es libre (por lo menos mínimamente libre).

Por esto, el capitalismo engaña mejor a los ciudadanos que el mal llamado comunismo
de los países estalinistas. Porque en el primer caso el ciudadano se cree libre,
aunque en verdad no lo sea tampoco. En el capitalismo, aunque haya más libertad
aparente, aunque no haya una represión tan explícita y agresiva como la existente en
cualquier totalitarismo político, la libertad está limitada de forma mucho más
sutil, los límites de la libertad son menos visibles, son menos explícitos, pero
existen, y, precisamente, su casi invisibilidad los hacen más eficaces, más
peligrosos. El capitalismo aparenta ser un régimen de libertades políticas por
cuanto se permite formalmente el pluripartidismo, auque incluso a veces, en
determinadas circunstancias, se repriman explícitamente ciertas formaciones
políticas. Y digo aparenta porque el diseño de la democracia capitalista está hecho
de tal forma que condena, de facto, a la marginalidad a cualquier formación
anticapitalista. De poco sirve tener un pluripartidismo formal si luego en la
práctica siempre gobiernan los mismos partidos, si al poder político acceden
sucesivamente uno u otro partido de la partitocracia, nunca ningún otro partido. La
aparente libertad política del capitalismo protege un totalitarismo aún más
demoledor y eficaz: la dictadura económica. El capitalismo se sustenta en el dominio
del capital. Las empresas funcionan de forma totalitaria. Los trabajadores sólo
pueden obedecer las órdenes que vienen de arriba. Sólo la lucha obrera ha puesto
límites al dominio del capital. No por casualidad cuando la conciencia de la clase
trabajadora está por los suelos, cuando la lucha obrera es casi sólo un recuerdo del
pasado, se producen retrocesos en derechos laborales. Cuando la iniciativa la lleva
el capital, como así ocurre en la actualidad, las empresas funcionan de forma cada
vez más dictatorial. Una sociedad no puede ser libre, si en la economía, en el motor
de la sociedad, no existe libertad, o si ésta es muy escasa.

El capitalismo se caracteriza por un régimen de libertad política formal, un régimen
pluripartidista, que, sin embargo, en la práctica, se convierte en un régimen de
pseudo-partido único. La democracia política capitalista se convierte, no por
casualidad, está de hecho diseñada para que así sea, en una oligocracia, en una
partitocracia dominada por dos partidos que defienden, en esencia, las mismas ideas
económicas. Ambos partidos políticos del bipartidismo son defensores a ultranza del
capitalismo. Algo que puede observarse especialmente bien en tiempos de crisis. Los
partidos “socialdemócratas” hacen una labor esencial en las democracias
capitalistas. Imponen reformas siempre favorables al capital que muchos partidos de
derechas, mejor dicho oficialmente de derechas, tendrían muy difícil de imponer. Los
trabajadores se dejan engañar muchas veces por las etiquetas, por las supuestas
ideologías de izquierda de los partidos llamados socialdemócratas, y aceptan
resignadamente, aunque no siempre, las medidas tomadas contra ellos. Por lo menos de
forma más resignada. Si dichas medidas vienen de un partido supuestamente de
izquierdas, reciben menos oposición que si vienen de un partido de la derecha
oficial. Y digo oficial, porque en verdad ambos partidos del bipartidismo
capitalista son de derechas en lo económico. En la “democracia” capitalista sólo
tienen posibilidad de “gobernar” los dos partidos financiados por el capital. El
capitalismo es en verdad un totalitarismo disfrazado, sutil, implícito. Por esto es
más eficaz el capitalismo que el “comunismo”. Cualquier dictadura, cualquier régimen
totalitario sin disfraz, perdura menos en el tiempo que un totalitarismo disfrazado.
Y cuanto más elaborado sea el disfraz, más tiempo perdura. Éste es el precio que
debe pagar en los tiempos actuales la oligarquía: debe elaborar cada vez más el
disfraz para sobrevivir.

El bipartidismo es más peligroso que el régimen de partido único donde el pueblo no
vota. En el bipartidismo capitalista, el régimen formalmente pluripartidista pero de
facto de partido único (dividido en dos facciones para aparentar cierta pluralidad),
el pueblo, suficientemente manipulado y controlado para que piense y haga lo que el
poder económico (el verdadero poder en la sombra) desea, vota entre uno u otro
partido. La democracia capitalista es un régimen de partido único camuflado, donde
el pueblo legitima dicho régimen en las urnas. Por esto, es tan peligroso el
capitalismo. Porque crea la falsa sensación de libertad. La dictadura económica está
protegida por una democracia formal, simbólica, que, en la práctica se convierte en
un régimen de partido único controlado por el capital. Una democracia política que
no sólo no avanza sino que incluso retrocede. En el capitalismo la democracia no
puede desarrollarse pues su desarrollo, algo de lo que son muy conscientes las
élites, pone en peligro de extinción al propio capitalismo. El desarrollo de la
democracia podría no sólo aumentar y mejorar la democracia política, sino que
también, lo cual es más peligroso para el poder económico, podría exportar la
democracia a todos los rincones de la sociedad, incluido el económico. El
capitalismo necesita evitar a toda costa la extensión de la democracia a la
economía. El capitalismo se sustenta en la dictadura económica, el control de la
economía por ciertas élites, por la oligarquía. La oligarquía sólo puede subsistir,
a largo plazo, si la democracia se evita, si subsiste la oligocracia. Sin
oligocracia, es decir con democracia, no hay oligarquía. Y con oligarquía,
inevitablemente, hay oligocracia. Cuando, en determinadas circunstancias, en las
democracias actuales, no es posible evitar el acceso al poder de fuerzas o personas
no controladas por el capital (algo cada vez más difícil, sobre todo en el “primer”
mundo) entonces el capital debe tomar medidas más drásticas para retomar la
situación. El poder en la sombra sale a la luz, se quita el disfraz, y conspira,
incluso se levanta en armas, para evitar a toda costa cambios estructurales que
pongan en peligro al capitalismo. Una vez puesto todo en “orden”, se “concede” de
nuevo el “poder” al pueblo, eso sí mejorando las técnicas de control del mismo. Una
dictadura no puede perpetuarse en el tiempo. Cumple una función básica de volver a
poner todo en “orden”, en el orden capitalista. Pero, una vez terminada su labor de
“limpieza”, debe ceder paso a la oligocracia. Ésta sí puede perpetuarse en el
tiempo, por lo menos puede durar mucho más tiempo que la dictadura.

En el capitalismo actual el control de la sociedad por parte de las élites es mucho
más elaborado que el ejercido en cualquier otro régimen. La “democracia” capitalista
ha llegado a un nivel muy grande de perfeccionamiento. Aunque, como todo en la vida,
no es perfecta. En el capitalismo la dictadura está suficientemente camuflada y, lo
que es peor, lo cual es aún mucho más peligroso, está suficientemente legitimada por
el pueblo en las urnas. La democracia capitalista es una dictadura realimentada en
las urnas por sus ciudadanos. El talón de Aquiles de tal “democracia” es la
abstención. Ésta junto con el peligro mínimo, pero no nulo, de que surja alguna
fuerza política anticapitalista capaz de romper el bipartidismo, son los dos
principales peligros para la oligarquía que gobierna mediante la oligocracia
disfrazada de democracia. El capitalismo es pues un totalitarismo mucho más
sofisticado y elaborado, y, por tanto, mucho más eficaz y peligroso. Remito al libro
Las falacias del capitalismo donde explico con más detenimiento todas estas ideas.

Tan es así que en los llamados países comunistas el ciudadano se sentía oprimido,
que el pueblo, los trabajadores, no lucharon por no perder los logros económicos o
sociales alcanzados, más bien al contrario. La prueba más palpable del fracaso del
llamado “socialismo real” es que el pueblo, los trabajadores, el proletariado, no lo
defendieron, incluso lucharon contra él. No podría hacerse mejor favor al
capitalismo y a sus “ideólogos”, mejor dicho profetas, que lo que se hizo en los
países detrás del telón de acero. Ahora estamos pagando las consecuencias de dicho
fracaso. El capitalismo se ha descontrolado hasta tales proporciones que la
socialdemocracia y hasta sus postulados teóricos originales, véase el liberalismo o
la democracia liberal, suenan progresistas en la actualidad. Ya no suena sólo
“radical” o “trasnochado” Marx, ahora también incluso Keynes. La involución
democrática es más que evidente. La democracia no sólo no avanza sino que retrocede.
Se necesita urgentemente cambiar la tendencia. El desarrollo democrático es cuestión
de necesidad vital para la sociedad humana, incluso para la supervivencia de su
hábitat.

Por tanto, quienes luchamos por el cambio, por el verdadero cambio, debemos
contribuir tenazmente a concienciar a nuestros conocidos, incluso a nuestros
conciudadanos en general mediante la poderosa arma de Internet, de la necesidad y de
la posibilidad del cambio. Es el primer y elemental paso para posibilitar el cambio.
Insisto en ello porque muchas veces la gente más concienciada piensa que es una
pérdida de tiempo. Y no es así. Si uno se aparta de los círculos afines, de las
páginas web de la prensa alternativa, de los foros republicanos, y “sale a la
calle”, “baja al ruedo”, se encuentra con que la mayoría de la gente no tiene tan
claras aquellas ideas que a nosotros nos parecen tan obvias. La gente piensa en
general que no es posible otro sistema. El pensamiento único capitalista ha
triunfado. Incluso en momentos tan duros como los actuales, la gente protesta (no
mucho), pero poco más. Y esto es así porque hay un gran vacío ideológico. La
izquierda aún está desaparecida en combate, aunque parece que poco a poco empieza a
despertar de su largo letargo. Sin embargo, en los últimos tiempos de oscuridad
ideológica ha surgido un nuevo hito en la humanidad que puede cambiar el derrotero
de la historia: Internet. Por primera vez en la historia, los ciudadanos (no todos
aún pero cada vez más) pueden acceder de forma democrática a todas las ideas e
informaciones posibles. La revolución tecnológica de las comunicaciones puede
facilitar la revolución política y social. Internet está rompiendo el monopolio
ideológico, está debilitando el pensamiento único que tanto se han trabajado las
élites del actual sistema. Las élites están empezando a perder el control por
Internet. Tienen miedo a Internet. Es el deber de todo ciudadano usar los medios a
su alcance para luchar por una sociedad mejor. En ello está, humildemente, el que
suscribe, como tantos otros.

Que otro sistema es necesario creo que es algo de lo que no hace falta extenderse
demasiado. Remito, a pesar de todo, al mencionado artículo La importancia de la
democracia. Debemos tener muy claro que no es posible otro tipo de gobierno mientras
no cambie el sistema, mientras el sistema político no cambie en profundidad.
Necesitamos montar la infraestructura política que posibilite otro tipo de
gobiernos. Dicha infraestructura, como no me cansaré de repetir aun a riesgo de ser
pesado, se llama democracia. Las grandes desigualdades sociales a nivel mundial (que
han crecido en los últimos tiempos, tanto en el interior de los países como entre
los países), el desastre ecológico evidente, las guerras que no desaparecen, la
violencia generalizada, el hambre, incluso la sed (cada vez se habla más de que las
futuras guerras van a ser las guerras por el agua), las enfermedades crónicas,
recientes e incluso inventadas, las crisis cada vez más recurrentes e intensas,
etc., etc., no pueden hacernos dudar de la necesidad de cambiar el sistema. Se puede
discutir hasta qué punto se necesitan cambios, pero es indudable que vamos por mal
camino. La sociedad debe reconducirse. Es imperativo cambiar la tendencia.

Centrándonos en nuestro país, el paro desorbitado, el terrorismo, el endeudamiento
escandaloso de las familias, los desahucios, el problema de la vivienda, la
violencia doméstica, la corrupción generalizada, la tortura que no desaparece, la
censura, la represión, son, entre otros, síntomas muy significativos de que nuestro
sistema no funciona o por lo menos tiene graves deficiencias. Los grandes problemas
que nos afectan cotidianamente a los ciudadanos son crónicos. Sufren altibajos pero
nunca desaparecen. Incluso se agravan. Esto demuestra el fracaso del sistema actual.
El capitalismo ha posibilitado cierto crecimiento económico, pero éste actualmente
se está volviendo contra la humanidad. De ser algo positivo se ha convertido en algo
negativo. De posibilitar la expansión de la humanidad ha pasado a amenazar su
existencia. Y esto es así porque ha impulsado el desarrollo tecnológico y científico
pero ha obstaculizado el desarrollo social y político. Hemos llegado a un punto en
que el desarrollo científico y tecnológico (que también está siendo restringido por
el capitalismo actualmente) no puede convivir con el subdesarrollo social y
político, han entrado en profunda contradicción. La combinación entre dicho
desarrollo y dicho subdesarrollo es explosiva y peligrosa para la subsistencia de la
civilización humana. Estamos en un momento histórico en que no se trata sólo de
luchar por una sociedad humana mejor sino que también por su propia supervivencia.
La necesidad de cambio, como decía, es evidente e ineludible.

De lo que se trata, por tanto, es de concienciar sobre todo de la posibilidad del
cambio. Hay que poner toda la carne en el asador para concienciarnos de que otro
sistema es posible.

El pensamiento único (a no confundir con el consenso) se sustenta en el monopolio
ideológico. Frente a la actual crisis, por ejemplo, el pensamiento único está siendo
cada vez más cuestionado (aunque dicho cuestionamiento no se ve suficientemente en
los grandes medios de comunicación). Para acercarse a cualquier verdad es
IMPRESCINDIBLE la libertad. Sin libertad no hay verdad. Sin un contraste libre entre
las ideas y entre la teoría y la práctica, no es posible acercarse a la verdad. En
la ciencia es primordial el debate libre y de igual a igual entre las distintas
ideas, entre las distintas teorías. Y la prueba del algodón de cualquier teoría es
la práctica, el experimento, la observación. Y esto vale para cualquier verdad de
cualquier universo objeto de estudio, incluida la sociedad humana. Sólo podremos
saber qué sistema funciona si tenemos la posibilidad de probar entre todos los
posibles, si podemos experimentar en la práctica las ideas, si, en primer lugar,
podemos confrontar las ideas unas contra otras en igualdad de condiciones. La verdad
no entiende de mayorías o minorías. Durante milenios la inmensa mayoría pensaba que
la Tierra era plana y estaba en el centro del Universo. La clave está pues en la
libertad. En la libertad de pensamiento, de expresión y de acción. Sin suficiente
libertad no podremos encontrar el sistema político, económico y social que funcione,
que nos dé garantías de futuro. Y un sistema social funciona cuando es estable,
cuando no existen grandes desequilibrios o contradicciones que amenazan con
estallar, cuando no se ve permanentemente amenazado por su autodestrucción, cuando
la mayoría de sus ciudadanos tiene una existencia digna, cuando todos tienen las
mismas oportunidades (o parecidas), cuando pueden realizarse como personas, ser
felices, ser plenamente humanos, satisfacer todas sus necesidades, físicas e
intelectuales.

Ésta es pues la idea clave. Como en cualquier ciencia, la verdad sólo puede
alcanzarse si se practica el pensamiento libre y crítico, si existen condiciones
concretas que lo posibiliten, si existe un contexto favorable. Por consiguiente, hay
que desechar de nuestras mentes la idea de que lo que se nos pregona es la verdad
absoluta, de que el sistema actual es el único posible. En la prensa alternativa
existen muchas ideas que cuestionan las establecidas. No es cierto que en la
economía exista un consenso. Al contrario, cada vez existen más economistas críticos
que cuestionan el dogmatismo neoliberal imperante. Además, cuando uno contrasta lo
que dicen los apologistas de lo establecido con lo que dicen los críticos, lo que
dicen estos últimos concuerda mucho más con el sentido común y con lo que uno puede
observar a su alrededor, con lo que uno vive. Nosotros también, los ciudadanos
corrientes, podemos y debemos practicar el método científico (cuyo pilar esencial es
el contraste) para alcanzar las verdades, o por lo menos para acercarnos lo más
posible a ellas. Debemos preguntarnos por qué no vemos en los medios de comunicación
más poderosos a aquellos intelectuales o expertos disidentes que sí podemos ver en
la prensa alternativa, que tan convincentes nos parecen. Y esto debe hacernos
sospechar del pensamiento único. Si tan seguros están los profetas de lo establecido
de sus ideas, ¿por qué no se someten al debate frente a los críticos, frente a
quienes cuestionan sus ideas en profundidad y no sólo en matices?

Recientemente en nuestro país un grupo de científicos e intelectuales ha firmado un
manifiesto reivindicando su derecho a expresar su opiniones públicamente (La Ciencia
y la Universidad reivindican el pensamiento crítico, Rebelión, 9 de junio de 2010;
Manifiesto por la libertad del pensamiento económico; Rebelión, 27 de mayo de 2010).
¿Por qué dichos intelectuales han visto la necesidad de escribir un manifiesto
reivindicando la libertad de expresión y de pensamiento? Uno siempre reivindica algo
cuando no lo tiene o no lo tiene suficientemente o cuando está en peligro. Por
consiguiente, podemos afirmar, rotundamente, que no todas las ideas fluyen
libremente por la sociedad. Aquellas ideas que cuestionan la ideología dominante son
marginadas, sólo son accesibles, por ahora, en Internet, la grieta del muro
ideológico del sistema. Esto nos lleva a la inevitable conclusión de que el
pensamiento único es, como mínimo, cuestionable. Simplemente porque no se deja
cuestionar. El pensamiento único es un pensamiento sospechoso. Sospechoso de no ser
una verdad o consenso al que se llega mediante el método científico, como resultado
del debate libre, sino, por el contrario, es sospechoso de ser una verdad impuesta
artificialmente, precisamente, evitando el debate científico. Toda verdad debe ser
siempre cuestionable en cualquier momento. Más, si cabe, si es impuesta.

Pero, además, si consideramos el contraste entre la teoría y la práctica, dicho
pensamiento no pasa la prueba del algodón. Lo que se pregona en la teoría no
concuerda con lo que ocurre en la práctica. La mayor parte de economistas no son
capaces de prever los acontecimientos futuros (ni siquiera a corto plazo), y apenas
son capaces de explicar los pasados. La ciencia económica tiene aún mucho camino por
delante. Es una de las ciencias más inexactas que hay. Lo cual, dicho sea de paso,
hace aún más sospechoso al pensamiento único. Porque todo científico sabe
perfectamente que la ciencia debe evolucionar, que las teorías hay que retocarlas en
función de lo observado. Sin embargo, los apologistas del neoliberalismo, los mismos
que no han sido capaces de prever ni de explicar convincentemente lo ocurrido, se
aferran a sus ideas e insisten en que hay que seguir aplicando las mismas políticas
que ya se aplicaban antes de la crisis. Ocurra lo que ocurra siempre pregonan lo
mismo. Da igual si el foco de la crisis es el mercado financiero. La solución
consiste en rescatar a los bancos (sin ni siquiera controlar el dinero regalado por
la sociedad) y en reformar urgentemente el mercado laboral. Cualquier científico de
cualquier ciencia se espanta ante tales “métodos científicos”. Es justo lo contrario
de lo que un científico auténtico debe hacer. La ciencia económica oficial es muy
poco científica porque imposibilita el debate libre, porque no considera la
práctica, porque se aferra a las ideas sin dar la más mínima posibilidad de
cuestionarlas, porque sustituye la verdad, que se alcanza libremente, sin
imposiciones, por el pensamiento único, impuesto de antemano, porque sustituye la
razón por la fe. La ciencia económica oficial es en verdad una religión económica.
Contradice los principios elementales de la ciencia, atenta contra el método
científico, contra el espíritu científico. No es de extrañar que sea tan inexacta.
No sólo por ser una ciencia humana (toda ciencia humana es inherentemente inexacta),
sino que también porque es muy poco científica.

Por consiguiente, podemos afirmar, con rotundidad, que quienes afirman que el
sistema actual es el único posible son, como mínimo, muy poco fiables. Como mínimo,
debemos dudar de tal aseveración. El sentido común, la capacidad de raciocinio, nos
dicen que algo no cuadra. Nos dicen que nos tomemos con mucha prudencia las verdades
que se nos proclama, especialmente las verdades que tienen que ver con el sistema
político y económico. Muchas cosas no cuadran. Las contradicciones les delatan. Su
forma de actuar les delata.

Y a esta conclusión llegamos exclusivamente observando lo que ocurre en la
actualidad. Llegamos a ella también porque ahora tenemos la posibilidad de
contrastar lo que se nos dice en los grandes medios de comunicación con lo que puede
verse en la prensa alternativa en Internet. Aunque, antes de poder hacer este
contraste, ya podíamos ver que algo no cuadraba. La teoría no cuadraba con la
práctica. Ya podíamos observar que el paro no desaparece nunca, que las
desigualdades no desaparecen, que aumentan, ya podíamos ver que los trabajadores
siempre pagamos los platos rotos, mientras otros se enriquecen, ya podíamos ver que
sea cual sea el partido gobernante los grandes problemas que nos afectan
cotidianamente siguen en esencia casi igual, son crónicos. La diferencia está en que
además de este contraste entre lo que se nos pregona y lo que vivimos, lo que
observamos en nuestra vida cotidiana, ahora, gracias a la Red de Redes, podemos
contrastar mejor las ideas entre sí. Ahora podemos acceder a muchas ideas
alternativas a las que antes no podíamos acceder o nos costaba mucho más. Ahora no
sólo podemos concienciarnos de que otro sistema es necesario, de que el sistema
actual no funciona o degenera, sino que además de que otro sistema es posible, otras
políticas económicas son posibles, otras salidas a las crisis son posibles. Internet
está posibilitando una gran expansión de la conciencia ciudadana. No es por
casualidad que la reciente reunión del club Bildelberg en Sitges haya tenido, por
primera vez en España, tal repercusión, incluso en los grandes medios. La prensa
alternativa está forzando, poco a poco, y hasta cierto punto, a la prensa oficial a
informar más y mejor. A ésta le va en ello su subsistencia. Si la televisión no
quiere seguir perdiendo credibilidad, debe ponerse las pilas. La gente se informa
cada vez más en Internet. La televisión debe seguir compitiendo por la audiencia.

Si, además, consideramos la historia, si accedemos a otras versiones de los hechos
del pasado, nos daremos cuenta de que el capitalismo no tiene más de cinco siglos,
apenas un instante en la historia de la humanidad. El ser humano ha vivido durante
mucho más tiempo en sistemas más parecidos al comunismo o al anarquismo que al
capitalismo. Si recordamos y observamos un poco, podemos preguntarnos: ¿por qué se
producen golpes de Estado cuando algún gobierno intenta cambiar el sistema?, ¿por
qué quienes afirman tan alegremente que no es posible otro sistema reprimen
cualquier intento de cambio?, si están tan seguros de que no puede funcionar el
socialismo o el anarquismo o el comunismo, ¿por qué lo reprimen explícitamente, por
qué no les dan ninguna opción? La historia, y no hace falta irse muy hacia atrás en
el tiempo, ni siquiera muy lejos espacialmente, está repleta de episodios de
represión, de involuciones, de intervenciones militares. En España sufrimos una dura
guerra civil porque aquí se intentaron cambios. Si tan seguros estaban de que no es
posible otro sistema, ¿por qué se alzaron y lucharon durante tres largos años contra
la resistencia popular para implantar una dictadura? Si, como dicen para justificar
el “glorioso alzamiento”, el problema era la persecución a la que se sometió a la
iglesia o la unidad de la patria, ¿por qué implantaron una dictadura y no
directamente una monarquía parlamentaria como la que tenemos ahora? Porque había que
limpiar España de “rojos”. Porque había que reprimir el movimiento revolucionario.
Porque los cambios eran una amenaza real (lo cual contradice sus afirmaciones de que
otro sistema no es posible). Había que impedir explícitamente los posibles cambios.
Y así se hizo. Bajo el régimen franquista, una vez terminada la guerra civil,
desaparecieron más de 100.000 personas (como mínimo, según las estimaciones más a la
baja) que siguen en paradero desconocido, enterradas en fosas comunes. Lo ocurrido
con Garzón recientemente les delata también. Como digo, la historia está repleta de
casos en que los cambios se reprimieron explícitamente por las mismas élites que nos
dicen que no es posible otro sistema.

La historia, los hechos del pasado y del presente, su forma de actuar, sus
contradicciones, les delata. Ellos que dicen tan pomposamente que el sistema actual
es el único posible, ¡bien que se guardan de dar ninguna oportunidad a ninguno otro!
Ellos que nos dicen que no hay alternativas, ¡tienen miedo a cualquier intento de
cambios, por pequeño y breve que sea! Ellos que nos intentan vender sus ideas como
científicas, como fiables, como verdades incuestionables, ¡bien que se guardan de
aplicar el método científico, incluso el más elemental espíritu científico, que
consiste en cuestionar, en seguir buscando la verdad, en no conformarse con las
verdades establecidas!, ¡bien que se guardan de someter sus ideas a debate! Ellos
que nos dicen que sus teorías son las serias y el resto no, no resisten el más
mínimo análisis serio.

Que haya habido intentos fracasados de cambiar las cosas no significa que no sean
posibles los cambios. Muy optimista había que ser para pensar que a la primera iba a
ser la vencida. Todo científico, que es un revolucionario en potencia porque la
búsqueda de la verdad es revolucionaria, sabe perfectamente que es muy raro que un
experimento funcione la primera vez. Todo científico necesita tiempo, insistencia.
Necesita hacer varios intentos para lograr resultados. Asimismo, para lograr cambios
sociales se necesitarán suficientes intentos y suficiente tiempo en cada uno de
ellos. Además, es muy difícil hacer experimentos bajo presión, en malas condiciones,
en un contexto hostil y extremo. Al margen de los errores ideológicos que se
cometieron (remito al capítulo Los errores de la izquierda del libro Rumbo a la
democracia), los errores que se cometieron en los países del Este de Europa, en la
URSS fundamentalmente (puesto que luego fueron “exportados” al resto de países
“comunistas”), fueron realimentados también por las duras circunstancias históricas.
La URSS se vio amenazada por todos los flancos por aquellos países que intentaban
evitar a toda costa los cambios. La primera guerra mundial, la guerra civil, el
hambre, la amenaza permanente de la contrarrevolución, la segunda guerra mundial, no
cabe duda que no son buenos acompañantes para intentar cambios. ¿Alguien se imagina
a un científico intentando hacer sus experimentos mientras pasa hambre, mientras
alguien le agrede o le amenaza, mientras alguien le intenta impedir hacer su
trabajo? ¿Podríamos asegurar que si su experimento fracasa la primera vez es porque
no es posible llevarlo a cabo? ¿Podríamos asegurar que no merece la pena volver a
intentarlo, incluso en mejores condiciones? Cuando uno se ve atacado, cuando las
circunstancias son extremas, entonces hay que tomar medidas extremas, medidas que
pueden coartar e incluso hacer fracasar los cambios que se intentan hacer. Si ya es
difícil intentar cambios en circunstancias favorables, no digamos ya si uno se ve
constantemente sometido a hostigamiento. Quienes tanto proclaman que el sistema
actual es el único posible, intentan reprimir como sea e insistentemente a aquellos
gobiernos o países que intentan cambios. Esto lo estamos viendo en la actualidad en
Latinoamérica. La URSS se vio atacada por muchos países de Europa que intentaban
impedir su revolución, sabedores de que era una amenaza real para sus sistemas
políticos y económicos (lo cual demuestra que otro sistema sí es posible). Es muy
difícil transformar la sociedad cuando ésta se ve sometida a una permanente
agresión. Y aún así, no lo olvidemos, a pesar de los errores, a pesar de las
barbaridades que se cometieron, a pesar de las circunstancias hostiles, Rusia pasó
de ser uno de los países más atrasados de Europa a ser una superpotencia espacial.
No ha habido en la historia semejante crecimiento económico, tan intenso, tan
rápido. Esto quiere decir que el nuevo sistema que se intentó no era tan inviable
como proclamaban sus detractores antes de intentarlo.

Así pues, el argumento, tan fomentado por el pensamiento neoliberal actual, de que
no es posible otro sistema porque el fracaso del “comunismo” lo demuestra es una
falacia más. En primer lugar, porque lo que ocurrió en esos países no fue realmente
comunismo. Basta con leer a Marx, a Engels, a Lenin o a Trotsky (quien ya denunciaba
la degeneración de la URSS en su libro La revolución traicionada, publicado en
1936), para comprobarlo. Y esto no lo digo para defender el comunismo. Yo no me caso
con ninguna idea. Yo defiendo, ni más ni menos, que la posibilidad de probar
distintas alternativas. Si el comunismo, el verdadero, funciona, si se demuestra con
la experiencia práctica que posibilita una sociedad más libre y justa entonces yo lo
apoyaré. Y si no es así, entonces lucharé por otro sistema como ahora lucho por
sustituir al capitalismo. Lo verdaderamente importante es defender la posibilidad de
que la sociedad pueda elegir con suficiente libertad su destino. Lo verdaderamente
importante es proveerle del vehículo que lo posibilite. Y ese vehículo se llama
democracia. Sólo con democracia podremos alcanzar alguna vez una sociedad
civilizada, donde sus habitantes tengan una vida digna. Ya sea dicha sociedad una
sociedad comunista, anarquista, socialista, liberal o cualquier otra. El objetivo es
conseguir una sociedad mejor y el medio para poder alcanzarlo es la democracia, la
auténtica, no el paripé que tenemos actualmente. No debemos confundir la democracia
con la oligocracia. La democracia es la infraestructura política que nos posibilita
mejorar la sociedad. Es la que nos posibilita poner en práctica el método científico
para hacer experimentos sociales. Sin democracia no es posible aplicar el método
científico para cambiar la sociedad y por tanto es muy poco probable lograr cambios
sociales.

Al margen de todo lo anterior, una cosa está clara, nadie puede negarla. A pesar de
los pesares, la humanidad ha cambiado, la sociedad ha evolucionado. Bien es cierto
que muchas veces sólo en las formas, que muchas veces sólo sobre el papel, en la
teoría, bien es cierto que a ciertos periodos de avances les han sucedido otros
periodos de retrocesos (como el actual), pero, si nos fijamos en una escala temporal
suficientemente amplia, sin duda, la sociedad humana ha cambiado algo. La prueba más
palpable es este mismo artículo escrito por un modesto ciudadano de a pie. Esto hace
pocos años era incluso inconcebible. Por consiguiente, si la sociedad ha cambiado,
¿por qué va a dejar de cambiar? Si hemos mejorado algo (para algunos mucho, para
otros no tanto), aunque aún quede mucho por mejorar, ¿por qué no podemos seguir
mejorando? Parece inevitable concluir no sólo que otro sistema es posible, sino,
además, que es más que probable, incluso ineludible. El cambio forma parte de la
naturaleza humana. Una especie inteligente evoluciona inevitablemente. La cuestión
es que dicha evolución sea completa, equilibrada, que posibilite su existencia a
largo plazo, que la mejore realmente. Una especie que es capaz de descifrar las
leyes del Cosmos, ¿no va a ser capaz de resolver sus problemas de convivencia? ¿No
somos, potencialmente, capaces de construir un sistema político-económico-social
civilizado, ético, que funcione, que proporcione condiciones dignas de existencia a
todos sus individuos?

Somos potencialmente capaces. Pero también somos seres contradictorios. Tenemos
tendencias contrapuestas, buenas y malas. Un argumento típico empleado por quienes
creen que no es posible otro sistema es el ejemplo de cómo se comporta un grupo de
niños. Es un argumento muy trillado aquél que dice que cuando uno observa a un grupo
de niños siempre surgen las desigualdades. Ciertos niños se imponen sobre el resto.
Algunos niños desatan su egoísmo más que otros y tienden a acaparar. Esto les sirve
a los apologistas de lo establecido para justificar las desigualdades sociales como
algo “natural”, “inevitable”. Sin embargo, dichos apologistas, se “olvidan” que
también hay otros niños, que, por el contrario, tienden a compartir, son menos
egoístas. Lo cual demuestra que también hay otras tendencias distintas a las que les
interesan resaltar. El ser humano tiene tendencias egoístas, inevitables, como es
lógico, pero también es capaz de sacrificarse por los demás, de compartir, de
solidarizarse con los que lo pasan mal. Hay niños que cuando ven llorar a otros
niños se ceban con ellos, se insensibilizan, pero también hay niños que, por el
contrario, se solidarizan con ellos, intentan consolarlos. Sin embargo, si en algo
coinciden casi todos los niños es en la sinceridad. Todos los niños, en mayor o
menor medida, pero en mucha mayor medida que los adultos, son sinceros. Como suele
decirse sólo los borrachos y los niños dicen la verdad. Sin embargo, si esto, que es
común a casi todos los niños, mucho más que las tendencias egoístas, puede modelarse
con la educación, puede cambiarse, hasta el punto en que los adultos ya casi no se
acuerdan de la sinceridad que practicaban en su infancia, ¿por qué no puede
controlarse o reprimirse el egoísmo? ¿Por qué es natural e inevitable el egoísmo y
no la sinceridad? Como dice un proverbio checo, nuestros padres nos han enseñado a
hablar y el mundo a callar.

Así como un árbol que nace torcido puede enderezarse con una cuerda para que crezca
recto, el ser humano puede ser enderezado para minimizar ciertas facetas y maximizar
otras. La cuerda en el sistema social de cualquier especie es la educación. Con una
educación adecuada es posible reprimir las peores facetas del ser humano y
amplificar las mejores. Es posible porque esto ya ocurre. Ciertas facetas a lo largo
de nuestra existencia se reprimen y otras se realimentan. El problema, precisamente,
es que se reprimen algunas que no deberían reprimirse y al revés. Se reprime la
sinceridad, la curiosidad, la iniciativa, el altruismo, la rebeldía, la
colaboración. Y se fomenta la mentira, la hipocresía, el conformismo, la pasividad,
el egoísmo, el estoicismo, la competencia. Lo reprimen y lo fomentan los padres, el
sistema educativo, los medios de comunicación, el sistema en general, las reglas del
juego social. Un padre responsable, que pretenda educar a su hijo para que pueda
sobrevivir en la sociedad que le ha tocado vivir, debe enseñarle a adaptarse a la
misma. Y para adaptarse a la misma no hay más remedio que aceptar (por lo menos
hasta cierto mínimo punto) las reglas de dicha sociedad (gusten o no gusten dichas
reglas). Si en la sociedad en la que vivimos la verdad está mal vista, entonces no
hay más remedio que enseñar al niño a eludirla, a camuflarla, a suavizarla. Uno debe
aprender a ser diplomático, incluso hasta el punto de perder de vista la verdad.
Acaba siendo uno tan diplomático que no sólo suaviza la verdad sino que, tarde o
pronto, la elude.

Es decir, el ser humano que tiene ciertas características inherentes (aunque no en
la misma proporción en todos los individuos), es modelado por su entorno y a su vez
contribuye a dicho entorno. El sistema hace al individuo y a su vez el individuo
hace al sistema, aporta su granito de arena. Hay una relación dialéctica entre el
individuo y la sociedad de la que forma parte. Remito al capítulo La rebelión
individual del libro Rumbo a la democracia. De lo que se trata, para cambiar las
cosas, es de cambiar el sistema. Pero éste no puede cambiar si a su vez cada
individuo no contribuye también al cambio. Podemos comparar la sociedad humana con
un organismo vivo formado por células que a lo largo del tiempo va cambiando porque
se producen ciertas mutaciones genéticas. Pequeños cambios a nivel local provocan a
lo largo del tiempo cambios más globales. Algunos individuos, con ciertas
características más desarrolladas que sus congéneres, realimentadas por sus
vivencias, por el contexto, contribuyen al cambio. Algunas ovejas negras influyen en
el resto del rebaño y pueden provocar, con el tiempo, que el rebaño deje de
comportarse como tal, deje de depender de un pastor.

Uno de los problemas fundamentales de fondo que dificulta enormemente los cambios
sociales es, precisamente, que la mayoría de la gente se comporta como ovejas que
dependen de un pastor. Esto no puede cambiar de la noche a la mañana. Se necesita
tiempo. Si un responsable de una empresa decide dar la posibilidad a sus
subordinados de comportarse con responsabilidad proporcionándoles cierta libertad
para no ser controlados con lupa por sus superiores, en muchos casos, el intento
fracasa. Los empleados no saben comportarse con responsabilidad. Y la conclusión a
la que suele llegar dicho responsable que intentó otros métodos alternativos de
gestión del personal, una “revolución” en miniatura, es que es mejor volver al viejo
método del “látigo”. Pero en este “experimento” fallan varias cosas. Primero, se
obvia que las personas vienen muy condicionadas por el contexto. Un empleado sin
experiencia no es consciente de la posibilidad que le brinda su jefe porque no
conoce aún verdaderamente el mundo laboral, no valora suficientemente la posibilidad
que le brinda su jefe un tanto excepcional. Dicho empleado novato ha recibido una
educación, unos consejos de sus padres, de sus amigos. Y en esta sociedad todo el
mundo sabe que, generalmente, lo que cuenta en el mundo laboral para sobrevivir en
primer lugar es sobre todo el espabilamiento. De lo que se trata es de aparentar, de
trabajar lo mínimo posible sin que el jefe se dé cuenta, de saber estar callado o
decir lo “políticamente correcto”, etc. Por otro lado, un empleado con experiencia
sabe muy bien que por mucho que el jefe diga ciertas cosas, lo que cuenta son otras.
Lo que cuenta es llevarse bien con los compañeros, sobre todo con el jefe. Lo que
cuenta es el peloteo, es el aparentar. A todo esto hay que añadir que los empleados
saben que no tienen ni voz ni voto en sus empresas, que las grandes decisiones
dependen de otras personas que no son controladas por nadie, que ordenan y mandan.
Los empleados saben que cualquier desliz cometido, por pequeño que sea, puede ser
“mortal”. Por consiguiente, es lógico que los trabajadores se esfuercen poco en sus
puestos. Saben que el esfuerzo diario de varios años puede echarse a perder por un
comentario, por un error, por un lapsus, y sobre todo por cualquier atisbo de
insumisión. Si de verdad se quisiera que los empleados de cualquier empresa actuaran
con responsabilidad y libertad (la una no puede existir sin la otra), entonces
deberían participar tanto en lo malo como en lo bueno. Uno no es responsable si no
cobra ni paga por sus actos. No es suficiente con dar ciertas migajas de libertad
para cuestiones secundarias pero no para las principales. Y además de todo esto, la
gente necesita tiempo para cambiar. Aún así, es un error por parte de los
trabajadores el no aprovechar las pocas oportunidades brindadas de cambiar las
cosas. Ese error hay que combatirlo concienciándose, dándose cuenta de que hay que
ir poco a poco forzando cambios, aprovechando en primer lugar los pocos resquicios
ofrecidos.

Sin embargo, insisto, no puede pretenderse que de la noche a la mañana un trabajador
aprenda a comportarse con responsabilidad. Hay que enseñarle a hacerlo. Hay que
darle suficiente tiempo y darle ejemplo. Hay que facilitarle las cosas poniendo
todos los medios posibles. El ejecutivo intermedio, que debe responder ante sus
superiores, ante los dueños de la empresa en última instancia, está atrapado por la
lógica del sistema. Él puede a veces intentar ciertos cambios pero los de arriba no
le van a dar mucho tiempo para ver resultados. El capitalista, cada vez más, quiere
resultados inmediatos, a corto plazo. Y los cambios necesitan su tiempo. Los seres
humanos actuamos por inercia. Muchas cosas las hacemos “automáticamente”. El “piloto
automático” lo tenemos modelado por las experiencias mayoritarias, por las reglas y
no por las excepciones. Cuando nos topamos con una excepción, por ejemplo, con un
jefe “especial”, “diferente”, tendemos a seguir actuando de acuerdo a cómo son la
mayoría de los jefes, a cómo es la mayoría de la gente. Por todo esto, el ejecutivo
que intente cambios dentro del capitalismo está abocado a un muy probable fracaso.
Necesita tiempo pero no lo tiene. Está atrapado en la lógica del capitalismo. Los
cambios deben provenir de arriba. Sólo cuando los máximos responsables de una
empresa apuestan por cambiar la forma de gestionarla, entonces los cambios tienen
verdaderamente posibilidades de realizarse con éxito. No es por casualidad que los
modos de actuar sean distintos, por ejemplo, en las empresas multinacionales donde
desde otros países, con otras culturas, con unas democracias más desarrolladas, se
imponen, desde arriba, otras formas de actuar. Aun así, poco a poco, algunas
empresas van adoptando ciertos cambios con el objetivo de motivar más a su personal,
para lo cual hay que tratarlo con un mínimo de dignidad. Cuando un trabajador es
considerado, cuando no sólo participa en el reparto de los beneficios, sino que
también cuando tiene cierta voz y voto, entonces, normalmente, rinde mejor. Pero
estas empresas “vanguardistas” siguen siendo la excepción que confirma la regla.

Los cambios sólo pueden prosperar en cualquier grupo humano cuando los medios
técnicos y organizativos globales les son favorables. Esto quiere decir que una
empresa o la sociedad entera sólo puede cambiar de verdad cuando la infraestructura
global y sobre todo cuando la política que viene desde los máximos responsables del
grupo son favorables al cambio. Como vimos, en una empresa esto quiere decir que la
nueva forma de actuar debe tener el visto bueno, como mínimo, de los máximos cargos
de la compañía. Incluso lo ideal es que no sólo los máximos cargos den el visto
bueno sino que sean los propios impulsores del cambio, sus promotores. Si no es así,
si como mínimo desde arriba no se apoyan los cambios, éstos, que necesitan su
tiempo, fracasarán, tarde o pronto, con mucha probabilidad. Si generalizamos esto al
conjunto de la sociedad, esto significa que los cambios sólo pueden prosperar cuando
hay un gobierno que los impulsa y dirige firmemente, tenazmente. Digamos que los
cambios necesitan tener cierta infraestructura “técnica” y una clara voluntad
política de los máximos responsables del grupo humano que se pretende cambiar.
Además, lógicamente, todos los individuos del grupo tienen también que contribuir al
cambio. Pero, obviamente, los máximos responsables son los que tienen la voz
cantante. Ahora bien, para ello, para conseguir un gobierno al servicio del pueblo,
es imprescindible montar un sistema político que lo permita. Se necesita un sistema
verdaderamente democrático que permita el acceso al poder de gobiernos de cualquier
signo. Se necesita la auténtica democracia. Con las oligocracias actuales es casi
imposible (por ser prudente) que desde arriba se impulsen cambios importantes. Por
consiguiente, los cambios deben ser primero para montar dicha infraestructura
política. El pueblo debe luchar, como siempre así ha sido, por impulsar cambios
sistémicos que permitan el acceso al poder político de partidos y personas que
respondan ante la ciudadanía, que estén de verdad al servicio del pueblo, de sus
votantes. En definitiva, desde abajo deben impulsarse los cambios sistémicos que
posibiliten el acceso al poder político de personas y partidos que lideren
técnicamente los cambios requeridos. Desde abajo se fuerzan los cambios y desde
arriba se implementan, se dirigen. Debe haber una relación dialéctica, dinámica,
bidireccional, de mutuo control, entre arriba y abajo para que los cambios sean
exitosos.

Cuando uno debate con sus conocidos, es muy habitual oír el siguiente argumento:
“para que la gente trabaje de verdad se necesita alguien que les controle y esté
encima de ella”. Y en parte quienes defienden dicho argumento tienen razón. Es
típico el ejemplo de los funcionarios. El problema es que en nuestra sociedad sólo
son controlados los de abajo. Se mira con lupa el comportamiento de los empleados
mientras los dueños de las empresas campan a sus anchas. Y esto podemos extenderlo
al conjunto de la sociedad. El ciudadano es controlado con lupa mientras los
políticos y los grandes empresarios hacen lo que les da la gana. Tienen razón
quienes dicen que si una persona no es controlada no responde. Pero esto debemos
generalizarlo a todas las personas, no sólo a algunas, no sólo a quienes menos
responsabilidad tienen, sino que, sobre todo, a quienes más responsabilidad tienen.
Y éste es el problema, con frecuencia, los mismos que nos dicen que no se puede
dejar de controlar con lupa a los trabajadores no se someten a ningún control. Ellos
exigen a los demás lo que eluden a toda costa. Si un trabajador comete un error lo
paga muy caro, pero si lo hace un empresario o un ejecutivo no lo paga, o lo paga
mucho menos, o con mucha menos probabilidad. El capitalismo es el mundo al revés.
Quien más responsabilidad tiene menos paga por sus errores, pero siempre cobra más.

El verdadero problema de fondo de nuestra sociedad, problema que ha existido en
mayor o menor medida, bajo distintas formas, a lo largo de la historia de la
humanidad, sobre todo cuando ésta pasó de la etapa primitiva a la “civilizada”, es
la asimetría del control. El control ha pertenecido a algunos en detrimento de
otros. Unos pocos han controlado a la mayoría, sin ser ellos mismos controlados.
Para que la sociedad funcione de verdad, es decir, para que sea estable, para que
tenga un futuro digno, para que la mayor parte de sus miembros tenga una vida digna,
lo que se necesita, más que evitar que nadie controle a nadie, es, más bien, lograr
que todos controlen a todos. Que nadie controle a nadie imposibilitaría la vida en
sociedad, produciría el caos social. Y, por el contrario, que todos controlen a
todos constituiría el verdadero orden social. El que posibilitaría en verdad la vida
en sociedad, el que haría posible una sociedad con futuro, sin riesgos de estallar y
autodestruirse. Quienes apelan al “orden social”, en verdad a su “orden social” para
mantener sus privilegios (derivados de su posesión del control, del monopolio del
control social, conseguido a su vez por el control que tienen de la economía, el
motor de la sociedad), imposibilitan el verdadero orden social que necesita toda
sociedad civilizada. El verdadero orden social debe servir para defender el interés
general, el de todos, el de la sociedad en conjunto. Y no es posible bajo el
gobierno de ninguna minoría dominante, que ostente el monopolio del control,
conseguir un sistema que beneficie al conjunto de la sociedad. Mientras el poder, es
decir, el control, resida en una minoría, sólo, o prioritariamente, la minoría será
beneficiada. El sistema estará al servicio de la minoría, en vez de al servicio de
la mayoría. La mayoría siempre estará por detrás de la minoría. La mayoría puede ser
beneficiada en determinados momentos, pero siempre menos que la minoría dominante.
La minoría puede ser perjudicada en ciertos momentos, pero siempre menos que la
mayoría. Siempre quien más se beneficia, o quien menos se perjudica, es la minoría
dominante. Y normalmente la minoría se beneficia a costa de la mayoría. Minoría vs.
Mayoría. Oligocracia vs. Democracia.

La clave, por tanto, de todo sistema social reside en quién ostenta el control del
mismo. Quien ostenta el control es quien mejor vive siempre. Sólo podremos aspirar a
una sociedad en conjunto digna, justa, si toda ella ostenta el control. Sin
verdadera democracia, el pueblo, la mayoría, sólo puede aspirar a las migajas que le
arrojen las minorías dominantes. Esto es algo que todos los ciudadanos deberíamos
tener muy claro en todo momento. No nos sirve de nada elegir a tal o cual gobierno
mientras no tengamos auténticas democracias: el gobierno siempre dará prioridad a
las minorías dominantes a las que sirve, como así ha sido, como especialmente en los
momentos de crisis podemos observar. No es posible un gobierno al servicio del
pueblo si el poder no lo ostenta en verdad el pueblo. El pueblo no ostenta el poder
si se limita a votar cada X años sin muchas opciones donde elegir, si las opciones
son pocas y siempre las mismas, si no puede acceder a otras ideas distintas a las
que son promocionadas machaconamente, si los elegidos no son controlados, si no
cumplen su programa o sus promesas electorales, si no responden ante el pueblo. El
pueblo debe tener el control. Pero para ello, debe usar primero el poco que tiene
coherentemente, inteligentemente, responsablemente. Y sobre todo debe aspirar a
tener más control. No puede conformarse con tener sólo un control simbólico que en
la práctica se convierte en impotencia. La prueba más palpable de lo falsas que son
nuestras actuales democracias es que la mayor parte de la gente se siente impotente,
siente que no tiene el control de la situación.

Quienes apelan al egoísmo como motor de la economía, de la sociedad, en verdad,
imposibilitan el bien común por cuanto impiden tomar las medidas necesarias contra
el egoísmo que ellos mismos reconocen como una faceta innegable, incluso central,
del ser humano. En nombre del egoísmo realimentan al propio egoísmo en vez de
controlarlo. No es de extrañar que así la humanidad degenere. Si en vez de controlar
nuestras peores tendencias, las realimentamos, inevitablemente, nos hacemos cada vez
peores personas. Al imposibilitar el control mutuo entre todos los individuos,
permiten que el egoísmo crezca y se realimente a sí mismo. Ellos que tanto
protagonismo dan al egoísmo para justificar que otro sistema no es posible, lo
obvian cuando se trata de diseñar y de aplicar el sistema político de la sociedad.
Ellos que reconocen las miserias de nuestra forma de ser, ¡bien que se guardan de
protegernos frente a ellas! “Extrañamente”, para ellos, en determinados momentos,
sólo hay egoísmo, y en otros, el egoísmo desaparece en combate. Muy “coherentes” sus
razonamientos. ¿Podemos confiar en quienes se contradicen hasta tal punto, en
quienes llevan la incoherencia hasta extremos insospechados, en quienes nos afirman
rotundamente que otro sistema no es posible por cuanto el egoísmo es inherente al
ser humano, incluso afirmando que es una faceta central en su manera de ser y de
comportarse, y, al mismo tiempo, lo obvian para construir su sistema social? Como
mínimo, no nos queda más remedio que no darles un cheque en blanco a sus “verdades”.
Como mínimo, no podemos evitar sospechar de su afirmación de que otro sistema no es
posible. ¡Nos lo dicen quiénes diseñan y construyen un sistema social sin tener en
cuenta la principal faceta, según ellos, de los individuos que lo componen! ¡No
parecen, en verdad, “autoridades” fiables en la construcción de sistemas para
afirmar cuál es posible y cuál no!

Para que un grupo de personas funcione y pueda subsistir a largo plazo, debe existir
control mutuo entre todos los individuos que lo componen. En cuanto unos pocos
controlan y no son controlados, surgen los problemas. Surgen las desigualdades, o se
disparan. Surge el pensamiento único. Surgen los totalitarismos, más o menos
camuflados, más o menos intensos. La sociedad sólo puede llegar a un equilibrio si
los individuos que la componen se relacionan de forma equilibrada, simétrica,
igualitaria. La democracia podemos entenderla, desde este punto de vista, como el
modo de equilibrar la sociedad, de llegar al equilibrio entre el individuo y el
conjunto de la sociedad. Una sociedad democrática tiene como objetivo básico
compaginar el bien del individuo y el de la sociedad en conjunto. Como decía
Proudhon: El problema político, reducido a su más sencilla expresión, consiste en
hallar el equilibrio entre dos elementos contrarios, la autoridad y la libertad. La
autoridad en esta cita podemos asociarla a la presión que ejerce la sociedad sobre
el individuo por el bien de aquella. Y la libertad podemos asociarla a la presión
que ejerce el individuo sobre el conjunto de la sociedad por el bien de aquél. Esta
idea puede expresarse de otra manera, como así hizo el propio Proudhon: El objetivo
supremo del Estado es la libertad, colectiva e individual. La autoridad, en la cita
anterior, podría asociarse a la libertad colectiva, y la libertad a la del
individuo. El Estado debe limitar la libertad del individuo por el bien de la
sociedad. Pero también debe limitar la libertad de la sociedad por el bien del
individuo. Debe llegar, en suma, a compaginar ambas libertades. Y esto sólo es
posible mediante la igualdad de relaciones entre los individuos. Y, a su vez, sólo
es posible la igualdad entre los individuos, cuando el control no lo monopoliza
nadie, cuando el control está equitativamente distribuido entre todos los
individuos, cuando está distribuido por toda la sociedad de forma uniforme. Dicho
sistema que permite un control simétrico, uniforme, lo llamamos democracia.

El sistema en que el poder, es decir el control (poder es en verdad control), está
mejor distribuido, es la democracia, cuando el poder es del pueblo entero. Éste es
el sistema ideal hacia el que hay que aproximarse todo lo posible. Cuanto más
alejados estemos del mismo, más injusta, más inestable, es una sociedad. No existe
la democracia perfecta. Nada es perfecto. Pero debemos aspirar a la perfección.
Progresar es aspirar a la perfección, aun sabiendo que es imposible alcanzarla. ¡Y
las “democracias” actuales distan aún mucho de ser perfectas! Las democracias
actuales pueden aún mejorarse y ampliarse mucho. Cuando el control pertenece a unos
pocos, o dicho de otra forma, cuando el control circula sólo en ciertas direcciones,
o cuando circula más en ciertos sentidos que en otros (por ejemplo de arriba a abajo
y no al revés, por ejemplo, de la economía a la política y no al revés), cuando es
asimétrico, surgen las oligocracias, las plutocracias, las monarquías, las
dictaduras. Estos distintos regímenes se diferencian sobre todo en la intensidad y
forma que adopta la asimetría del control, la concentración del poder. En cómo, en
quién y en cuánto se concentra el poder. Una sociedad libre es aquella en la que
todos controlamos y en igual medida somos controlados. Una sociedad es libre, todos
sus individuos lo son, cuando todos tenemos las mismas oportunidades, cuando las
relaciones entre todos son de igual a igual. La libertad y la igualdad son dos caras
de la misma moneda. En la vida en sociedad la una no puede existir sin la otra.

Sólo puede llevarse a la práctica este principio, sólo es posible una sociedad
libre, es decir igualitaria, mediante el control mutuo de todos los miembros de la
sociedad. No por casualidad en la Ilustración se planteó la necesidad de los
contrapoderes, del control mutuo entre los distintos poderes del Estado. La
democracia no sólo debe evolucionar en el campo de la práctica, aplicando sus
principios teóricos, sino que también en el campo de la teoría. Ésta debe ser
refinada por las experiencias prácticas. La democracia debe evolucionar mediante el
método científico. En el momento histórico actual, no sólo no se aplican los
principios teóricos en los que supuestamente se sustentan nuestras “democracias”,
sino que la teoría está totalmente estancada. La democracia en general está
completamente estancada, tanto en el campo de la práctica como en el campo de la
teoría. Por lo menos en la mayor parte de países. Peor aún. La democracia no avanza,
incluso retrocede.

El concepto de la separación de poderes, además de aplicarse en la práctica, debe
evolucionar. La separación de poderes, su independencia mutua, se planteó con el
objetivo elemental de su mutuo control. Sin independencia mutua no hay control
mutuo. A la lista de poderes a ser controlados mutuamente, inicialmente formada por
los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, hay que añadir el resto de poderes
que a lo largo de la historia van surgiendo o adquiriendo importancia, a saber: el
poder sindical, el poder de la prensa, y, sobre todo, el poder económico, el
verdadero poder. Sin olvidar, obviamente, al poder religioso. El Estado debe ser
laico. El poder político d

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