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Título: REVOLUCION FRANCESA: ¿Fue una monumental falacia? (Debate sobre sus consecuencias históricas)

Texto del artículo:

REVOLUCION FRANCESA: ¿Fue una monumental falacia? (Debate sobre sus consecuencias históricas)
Correo recibido de
grageashistoriograficas@gmail.com
el 22 de julio de 2009, donde el autor resume algunas de las críticas a su anterior escrito y sus respuestas a las mismas.


Luego de la reciente publicación del borrador historiográfico dedicado a la “Revolución Francesa”, recibimos diversos comentarios críticos.

A los fines de publicar este complemento del abordaje realizado sobre el referido tema, hemos elegido la polémica electrónica entablada con el Dr. Miguel Ibarlucía, abogado y economista, escritor especializado en Ciencias Sociales e Historia, consultor y jurista de destacada actuación en los ámbitos de la Justicia, el Congreso de la Nación y entre las organizaciones de la Economía Social.



Esperamos que, como ocurrió en oportunidades anteriores con el aporte de este calificado interlocutor, el intercambio de opiniones sirva para profundizar en el conocimiento del tema y que cada lector pueda sacar sus propias conclusiones con los elementos aportados.



De todos modos, el debate sigue abierto, por lo que invitamos a participar del mismo a quienes estén abocados y/o interesados en la temática expuesta.





Atentos saludos





GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS









De: Miguel Ibarlucía



Estimado Demarchi:



Me parece que se le olvidaron dos datos históricos:



1) que Estados Unidos suprimió la esclavitud recién en 1861 y para eso tuvo que pasar por una guerra cruel, tan cruel como las guerras napoleónicas;



2) que antes de que los revolucionarios franceses comenzaran con la guillotina, Prusia, Austria y otros países europeos -si no me equivoco también la muy democrática Inglaterra- invadieron Francia.



Atentamente,

Miguel Ibarlucía







Estimado Dr. Miguel Ibarlucia:



Tiene Ud. razón. Tratándose de un borrador sobre tema tan vasto y complejo, no podía dejar de ser esquemático e incompleto. Examinemos sus aportes en detalle, entonces:



1) En efecto, los tremendos contrastes socio-económicos entre el norte y el sur norteamericano al momento de producirse la revolución independentista, es precisamente a lo que me refiero en el acápite f) del borrador publicado. Es interesante leer los debates que se produjeron en la Asamblea Constituyente y el Parlamento de los estados confederados con relación al tema "esclavitud", donde finalmente se impuso la opinión moderada que planteaba dejar la manumisión para más adelante. De lo contrario, el país se hubiera partido en dos antes de liberarse y, probablemente, las potencias europeas -Gran Bretaña, Francia y España- se hubiesen repartido las colonias americanas como botín de guerra como ocurrió con Canadá, incluso con Luisiana, California y Florida durante los primeros tiempos.



Si bien la solución de la esclavitud (no así la cuestión negra, que llevaría un siglo más) se resolvió con una cruenta guerra civil, dimensionando muertos, mutilados, gente movilizada, ciudades y pueblos desvastados, actividades económicas destruidas o paralizadas, instituciones representativas suspendidas y desquiciadas, etc. no puede compararse este flagelo con la monstruosa guerra napoleónica que se llevó a la tumba a millones de europeos, destruyó regiones enteras, arruinó la economía de varios países, en particular la francesa, nación que tuvo que dedicarse a continuar la guerra sí o sí para cobrar tributo a los vencidos ya que su propia economía (que fuera la más poderosa del continente) estaba desarticulada y exhausta. Si hay que comparar, diría que la guerra civil norteamericana es equiparable al capítulo ibérico de la devastación napoleónica, pero nada más. Napoleón, además, se ocupó de arruinar todo lo que encontró a su paso desde San Petersburgo a Lisboa, de Berlín a Nápoles.



2) Es cierto que, en un primer momento, cuando todavía gobernaba en París la Asamblea Nacional y funcionaba cierta forma de democracia representativa (durante los dos o tres primeros años de revolución), la agredida fue Francia por "el mal ejemplo" que daba ante el resto de Europa. Las derrotas consecutivas de las tropas francesas, junto al creciente desquiciamiento político interno, que llevarían al poder a los demagogos inescrupulosos que se apoyaban en la turbamulta parisina para imponerse, abriría las puertas a la dictadura napoleónica, primero bajo la forma del Consulado y, finalmente, nombrándolo emperador. La estrategia política de Napoleón para obtener el poder y mantenerlo fue una sola: conquistar territorios, doblegar ejércitos y gobiernos enemigos y poblaciones, exigir tributo, inventar condados, ducados y reinos para repartirlo entre hijos, cuñados y amantes, etc. A esta altura, el proyecto democrático-republicano de la Revolución era una fenomenal farsa.



En este contexto de conflictividad creciente, en la propia Francia las cosas no podían ir peor y, como es lógico, terminaron copando el poder los más intolerantes, los más inescrupulosos, los más sanguinarios. La guillotina sirvió, primero para liquidar a la nobleza; luego a parte del clero y algunos burgueses díscolos. Hasta ahí todos contentos. Después les tocó el patíbulo a los dirigentes de los partidos centristas (Danton) que intentaron restablecer las instituciones y evitar la debacle de la Revolución. Finalmente, los más desaforados terminaron matándose entre ellos y entonces fue cuando cayó bajó la cuchilla la cabeza del mismísimo Robespierre. En ese momento quedaban pocas opciones: o recurrían a los borbones nuevamente (un desatino), aceptaban la instalación de un protectorado británico, o, como ocurrió, entregaban la suma del poder público a un déspota en ciernes, el Corso, dispuesto a todo. Mientras tanto, Tayllerand esperaba pacientemente que el delirio voluntarista se agotara definitivamente y que los caníbales políticos se devoraran entre ellos, para iniciar el proceso de Restauración bajo la vigilante mirada de las demás monarquías de Europa.



¿Qué quedaba de la "gloriosa" Revolución Francesa tres décadas después de aquel histórico 14 de julio? Nada. Absolutamente nada.



Cordiales saludos



Gustavo E. Demarchi





De: Miguel Ibarlucía





Estimado Demarchi:



Quizás el crimen más brutal haya sido el aguillotinamiento de Lavoisier, nada menos que el padre de la química moderna, con argumentos falsos como en todos los casos. Pero carece de sentido decir "Europa estaba madura para una revolución democrático-burguesa menos virulenta y más realista..." Justamente la invasión de Francia por otros países demuestra que no estaba madura. Hasta ese momento Francia no había pasado de ser una revolución democrático burquesa -para usar las categorías marxistas- que se propuso durante los tres primeros años construir una monarquía constitucional -constitución incluida-, aún después de la fuga del Rey. Pero no se pasa fácilmente del absolutismo borbón a la democracia burguesa, el proceso tomó su propio cauce y combinado a la reacción absolutista terminó como ya sabemos. No es posible condenar in totum la Revolución Francesa. Probablemente Inglaterra no hubiera llegado al sufragio universal sin la influencia francesa, ni se hubieran levantado las colonias hispanoamericanas. ¿Condenaremos también a los revolucionarios de mayo, porque llevaron estas provincias a la guerra?



Nadie sabe cuál hubiera sido el curso de la democracia en Europa sin la RF, no podemos hacer historia contrafáctica. Pero sí es evidente que la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano es una de las piezas jurídicas más nobles de la historia humana y que gracias a la misma muchos esclavos fueron liberados, los judíos equiparados a los demás ciudadanos, los indios del Alto Perú liberados de la mita por Castelli y mil otras consecuencias prácticas, más allá de las marchas y contramarchas de la historia. Es fácil decir: la evolución gradual al estilo inglés es mejor que la revolución sangrienta a lo francés, que finalmente fracasa y se vuelve al punto de partida. ¿Pero hubiera evolucionado Inglaterra sin el ejemplo francés? ¿El movimiento cartista que arrancó el sufragio universal, se hubiera dado? ¿La burguesía inglesa hubiera concedido el sufragio universal como lo hizo, o hubiera masacrado a estos locos que pretendían semejante ridiculez, como votar sin ser propietarios?



Con el mismo razonamiento, la Revolución Rusa terminó en el stalinismo, pero ¿hubieran mejorado las condiciones de vida de los obreros europeos sin el ejemplo de Rusia? ¿Hubiera cedido la burguesía a tantos reclamos sociales, sin el miedo a perderlo todo? ¿Estados Unidos hubiera financiado la reconstrucción de Europa si el Ejército Rojo no hubiera llegado a Berlín o Togliatti amenazara hacer la revolución en Italia? No es posible analizar los procesos sociales en forma aislada. Quizás los principales beneficiarios de una revolución no sean los puelbos donde se lleva a cabo -que deben soportar guerras y hambre- sino los otros pueblos que amenazan con hacer lo mismo y consiguen mayores derechos.



Atentamente,

Miguel Ibarlucía







Estimado Dr. Miguel Ibarlucía:





Creo que la cuestión está ingresando en un terreno francamente interesante. Si evitamos caer en ejercicios de historia contra-fáctica, como Ud. bien lo advierte, podríamos sacar algunas conclusiones interesantes del intercambio. Entonces, veamos sus aportaciones y objeciones con más detalle.



Creo que el crimen más brutal de la Revolución Francesa (RF) es haber fracasado en casi todos los órdenes (político, institucional, económico y social) en los que se supone que, de parte de sus principales actores, existía un audaz y profundo proyecto de cambio, de transformación histórica de la situación de la sociedad, tanto francesa como europea. En este crucial punto confirmo lo manifestado en el “borrador” que sirvió de punto de partida para iniciar la polémica. Además, Ud. avanza reivindicando la RF por su presunto impacto sobre injusticias y procesos democratizadores subsiguientes que –según presume- no hubiesen ocurrido de no haberse producido el fenomenal estallido político-social del que estamos hablando. Reconozco que el impacto “cultural” del fenómeno fue importante, aunque severamente distorsionado; pero de eso prefiero hablar más adelante.



En primer lugar, debo decirle que me temo que está confundiendo los conceptos, lo cual ha sido una constante de la intelectualidad y la clase política, a partir, precisamente, de aquel histórico suceso. Revolución no es sedición ni tampoco tumulto, rebelión, asonada, y, ni mucho menos, golpe de Estado. Revolución es, semánticamente hablando, una evolución rápida, contundente y, en muchos casos, violenta. Esto significa que, partiendo de la concepción progresista de la Historia, la humanidad avanza hacia metas de superación en todos los órdenes y, cada tanto, la evolución histórica sufre tremendos cimbronazos que aceleran el cambio, demuelen estructuras obsoletas y abren el espacio a nuevas experiencias. Luego de una revolución nada vuelve a ser igual, y si permanecen elementos del pasado, éstos han sido redefinidos y/o condicionados por la nueva realidad. Nada de eso ocurrió en Francia luego del 14 de julio de 1789, como tampoco ocurrió con la virulenta rebelión indígena encabezada por Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru) en Sudamérica para una época similar.



Que quede claro que no pretendo comparar dos procesos tan distantes y tan diferentes. Lo que ocurre es que, tanto la RF como la revuelta de aborígenes americanos, tenían un elemento en común: un multitudinario alzamiento popular más o menos espontáneo en protesta en contra de la opresión vigente. Los indios no tenían ningún proyecto nuevo, reaccionaban en contra el maltrato colonial. Hay que señalar que, si bien en París hubo quienes detentaban un ideario genuinamente revolucionario, es decir, transformador, ellos fueron derrotados por los que, controlando la turbamulta parisina, asaltaron y destrozaron el exiguo poder que perduró a la caída del régimen borbón. La reacción monárquica absolutista que vino después, no es producto de la ferocidad del resto de los mandatarios europeos, sino de la incapacidad de la ya impotente y vaciada revolución, de edificar un nuevo orden. ¿Cómo va a comparar esta situación con la Revolución Rusa de 1917 cuando, a pesar de los esfuerzos bélicos del Ejército Blanco (y de sus aliados europeos), fue imposible socavar ni destruir el nuevo Estado soviético en vías de construcción por parte de Lenín, Trotsky y Stalin? En Rusia triunfó la revolución socialista y fracasó el sistema social que implantó. En Francia, por el contrario, se frustró la mismísima revolución. Los promotores del proceso iniciado el 14 de julio de 1789 terminaron exterminándose entre ellos, acusándose mutuamente de “contrarrevolucionarios”. Paradójica y patéticamente, el único sobreviviente del implacable cadalso fue Tayllerand, quien fuera secretario de Luis XVI, luego ministro de la Convención “revolucionaria”, a continuación asesor del emperador Bonaparte; finalmente, nuevamente ministro de Luis XVIII y consultor de la Triple Alianza. ¿Qué había cambiado? Nada. Sólo que Tayllerand era cada vez más viejo y más pícaro.



Aquí podríamos definir -y la filosofía política más actualizada nos daría la razón- que una revolución es tal cuando lleva adelante una idea-fuerzo de cambio, triunfa y consigue instalar un nuevo modelo de gobierno, de poder, de cultura cívica, de sociedad. La RF, salvo en los libros de historia, en los folletines decimonónicos, en la literatura y en el cine románticos, fue un rotundo fracaso. Como también fue un rotundo fracaso, la “gesta revolucionaria” atribuida al Che Guevara; a quien, no obstante ello, todavía se idolatra, supongo que por la irresistible atracción que, hacia la derrota y hacia los derrotados, siente determinada gente.



En cambio, la Revolución de Mayo consumó sus objetivos principales: asumir el gobierno virreinal, primero; luego, desarmar las instituciones del régimen colonial; seguidamente, asegurar el control territorial y avanzar en la guerra emancipadora; finalmente, conseguir la independencia definitiva de nuestros pueblos. Es decir: fue una revolución exitosa que, como es obvio, dejó varias asignaturas pendientes; entre las más importantes, la forma de gobierno que regiría en estas tierras. Por eso, fue una revolución y no una mera revuelta, como el levantamiento producido en Charcas un año antes y en otros puntos de Sudamérica, de los que no quedó nada, salvo el amargo recuerdo de las víctimas. Es más, a seis años del histórico 25 de mayo, salvo las provincias rioplatenses, no quedaba un solo pedazo de terreno en América que las huestes de Fernando VII no hubieran recuperado para el poder colonial. La Revolución de Mayo fue el faro que guió a chilenos, peruanos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, centroamericanos y mexicanos a volver a intentar ganar la independencia, no obstante la feroz represión desatada a partir del momento en que el rey español fue restaurado en su trono.



Que la Revolución de Mayo haya sido triunfal y virtuosa no quiere decir que haya consistido en un pacífico cambio de puestos y roles entre españoles y americanos. Cuando tuvo que defender sus conquistas de la reacción contrarrevolucionaria, no le tembló el pulso a la hora de fusilar, ahorcar, desterrar y expropiar a aquellos agentes de la contrarrevolución. Pero no cometió masacres inútiles, no se devoró a sí misma en canibalesca orgía de muerte; no abrió una caja de Pandora de donde saliera un infernal caos que nadie podría dominar nunca más. Con todas sus agachadas y limitaciones, la Revolución de Mayo fue una verdadera revolución porque cambió definitivamente Sudamérica y, en buena medida, el resto del mundo. De una revolución genuina como la nuestra, no se vuelve al pasado como sí ocurrió con la Francesa. Tayllerand se dio el lujo de burlarse del conato revolucionario; Rosas, a pesar de su anacrónico y reaccionario intento restaurador, no pudo torcer el rumbo fijado en 1810.



Afortunadamente, los patriotas sudamericanos, especialmente a partir del bochorno de Bayona (1808), comprendieron que una cosa era la literatura progresista –en primer lugar, El Contrato Social de Rousseau- y otra muy diferente el curso que habían tomado los acontecimientos en la malograda Francia. Napoleón fue el encargado de convertir en burda caricatura todo, absolutamente todo lo que, de buena o mala fe, predicaron los enfervorizados revolucionarios parisinos. La correspondencia intercambiada entre los próceres criollos entre 1810 y 1830 (San Martín, Pueyrredón, Guido, O´Higgins, Santander, Bolívar, Monteagudo, Belgrano, Gorriti, Moreno, Funes, etc.) no deja lugar a dudas al respecto. La RF fue, para los independentistas, un dolor de cabeza, un terrible gol en contra. Por eso, además, hubo tantos ingleses y yanquis (comerciantes, militares, aventureros, políticos e intelectuales) participando del accionar de los ejércitos y colaborando en los incipientes gobiernos criollos, mientras que hubo tan pocos franceses, bastante desprestigiados por entonces. Para la revolución hispano-americana, la meca política y cultural fue Londres, no París. Incluso en el propio territorio de España fue así: recuerde que la constitución liberal de 1812 fue sancionada en Cádiz gracias a la protección que le brindó la armada británica.



Podemos agregar que se equivoca cuando define al “absolutismo” borbón. En realidad, el clima de creciente demanda de democratización que vivía la Europa anterior al 14 de Julio tenía que ver, entre otros factores estimulantes (el incremento de las capas medias, el fenómeno de la prensa, la difusión masiva de libros, la avidez popular por el teatro, los nuevos negocios económicos, etc.) obligó a la dinastía borbónica, gobernante en España y Francia, a propiciar importantes reformas institucionales, educativas y culturales que, a la larga terminaron socavando su poder. En Prusia, Nápoles, Italia del Norte, Polonia, etc. también era observable un estado de inquietud económico-social y de movilización cultural y política no detectable durante los siglos anteriores. Durante las tres últimas décadas del siglo XVIII, en Europa se respiraba una atmósfera diferente.



Por eso, es un grave error creer que la RF se originó en el asfixiante poder absolutista de Luis XVI, al fin de cuentas un fenomenal inepto que no pudo encauzar las fuerzas políticas que él mismo había consentido en liberalizar cuando la presión de abajo fue in crescendo. El despotismo ilustrado, tanto en Francia como en Prusia y España, había aflojado considerablemente el aparato absolutista de poder; había concedido importantes libertades a las crecientes poblaciones urbanas y había reformulado en forma benigna modalidades de sujeción feudal que, salvo en la lejana Rusia, estaban en franca decadencia cuando estalló la indignación del pueblo parisino.



Por ende, resulta equivocado confundir al déspota necio, represor y vengativo que fue Fernando VII cuando volvió al trono (1814), con su abuelo, Carlos III, que impulsó una serie importante de reformas, tanto en España como en las colonias americanas, orientadas a modernizar el sistema vigente, que ya no funcionaba en ningún sentido; el cual, frente al acecho de la pujante potencia comercial y marítima inglesa (y su socio portugués), no hubiera podido evitar el desmembramiento del férreo bloque colonial vigente en Centro y Sudamérica. El ambiente de mayor libertad y participación que produjo –incluso, en el seno de la Iglesia- el plan de reformas impulsado por el rey Carlos, actuó como caldo de cultivo para el desarrollo -a nivel de los estamentos intelectuales, los vecinos urbanos y la masa popular de los suburbios- de el deseo de concretar mayores reivindicaciones que las que ofrecía el poder realista en franca retirada. Es por ello, que puede decirse que Europa estaba madura para cambios de fondo, mientras que en el Nuevo Continente comenzaba a balbucearse el tema. Además, la Revolución Industrial inglesa estaba generando un impresionante e inédito universo económico, tecnológico y social, del que nadie, tarde o temprano podría mantenerse distante.





En mi opinión, también se equivoca en los siguientes asertos, que he de contestar en forma escueta:



a) Inglaterra asiste a un continuado proceso de democratización de sus instituciones políticas desde el siglo XVII, cuando el rey Carlos Estuardo fue ejecutado, se impusieron las reformas cronwellianas que exigía la aristocracia y, década a década, fue avanzándose en la apertura y liberalización de sus instituciones. Por entonces, el país llevaba tres siglos de funcionamiento continuado de su sistema parlamentario, que no se interrumpió ni siquiera durante las guerras civiles entre ingleses, galeses, escoceses e irlandeses. Por ello, no necesitó para mejorar sus instituciones del estímulo perverso que significó la orgía de caos y de muerte que impusieron los delirantes jacobinos en Francia. Jefferson, a la sazón figura principal de la Revolución Norteamericana (aquí tiene otra revolución en serio), advirtió rápidamente adonde iba a terminar la euforia maximalista. En todo caso, tanto en el norte como en el sur del continente americano, así como en Gran Bretaña y en otros países del orbe, la fallida y trágica RF sirvió como pernicioso anti-modelo, como ejemplo nefasto en el que se debía evitar incurrir a toda costa.



b) Castelli, uno de los pocos hombres de Mayo que creía que había que matar a mucha gente para construir una nueva sociedad sobre sus despojos, no liberó a los indígenas de la Mita como afirma Ud., reforma social que no podía ocurrir con un mero discurso demagógico y utópico en el momento menos oportuno. Castelli fue, junto al pusilánime de González Balcarce, artífice principal de la pérdida de las cuatro provincias del Alto Perú. Él creyó que los indios iban a apoyar al gobierno revolucionario de Bs. As., cuando la realidad fue que estaban del lado de los realistas y lo siguieron estando, incluso, cuando llegaron Belgrano, Rondeau y San Martín. Con su notable miopía política y fanatismo ideológico, Castelli consiguió que la sociedad criolla de la región, fervientemente católica, se pusiera en contra también. Fue tal su ceguera robesperriana que, hasta la llegada de Bolívar, los proto-bolivianos prefirieron continuar con el yugo español antes que someterse a los dictados del gobierno porteño. Por eso, la liberación del Perú tuvo que encararse por otro lado; porque los indios y cholos del Alto Perú militaron activamente en contra del proyecto patriota. El único que pudo modificar –y solo parcialmente- esta situación político-social, fue Güemes con la ayuda de los hermanos Gorriti. Si Castelli se hubiese quedado un tiempo más fusilando adversarios, reales y presuntos, y diciendo pavadas en la región, las provincias de Salta y Jujuy tampoco serían argentinas. Lo único bueno –brillante, vale reconocerlo- que hizo este personaje menor fue el discurso del Cabildo Abierto del 22 de mayo, además de cumplir con la orden de la Junta de Gobierno de fusilar a los insurrectos de Córdoba. El resto de su trayectoria es olvidable. Por eso –supongo- nuestras izquierdas exaltan su “egregia” figura. Porque fue un charlatán, un rotundo fracasado, tanto en su vida pública como en su vida privada (su hija se casó con su peor enemigo personal, la mujer lo abandonó cuando se encontraba enfermo y preso, nadie quiso defenderlo, y él terminó muriendo víctima de un cáncer de lengua, impidiéndole hacer lo único que sabía hacer: hablar y hablar). Sólo un alucinado como Rivera o un oportunista como Pigna pueden comparar a Castelli con Moreno, notable estadista y lúcido pensador de la Revolución; ni siquiera con Monteagudo, que maduró y aprendió a hacer política en serio de la mano de San Martín.



c) Por los ejemplos históricos contemporáneos que menciona, me temo que Ud. considera que los grandes flagelos que padeció la humanidad durante el siglo pasado fueron beneficiosos porque obligaron a sus adversarios a mejorar la oferta política y social. Con semejante criterio, habría que reivindicar a Hitler y al nazismo, a Mussolini y al fascismo, a Franco y al franquismo, a Mao y al maoísmo, a Pol Pot y al polpotismo, descomunales genocidas que han sembrado el terror en sus intentos demenciales de convertir a los países y las sociedades en laboratorios de experimentación para sus siniestros proyectos “revolucionarios”. Al respecto, le hago un único comentario puntual: si bien es cierto que la Guerra Fría provocó una corriente de “solidaridad” al interior de ambos bloques antitéticos, el interés de EEUU por financiar la reconstrucción de Europa luego de la 2da. Guerra Mundial estuvo centrado en el hartazgo de ver cómo lo europeos (tribus beligerantes y hostiles como pocas) cada tantos años se exterminaban mutuamente en interminables guerras, en conflictos lacerantes y costosos en bienes y vidas humanas en los que, finalmente, debían intervenir los americanos. Por eso, los detestados yanquis impusieron, con tanques, tecnología, organismos multilaterales y mucho dinero, la Pax Americana al conjunto de naciones de Europa Occidental. Hace ya 64 años que franceses, alemanes, italianos, austriacos, eslovenos, holandeses, ingleses, españoles, polacos, checos, etc. no se matan entre ellos. Todo un record, si revisamos la historia europea de los últimos 1.500 años.



Finalmente, me resta decir que el planteo del Dr. Ibarlucía está fatalmente condicionado por un prejuicio ideológico, que se presume científico y no lo es, que consiste en creer que las transformaciones, los cambios históricos que implican el alumbramiento de un nuevo orden, ocurren por medio de la acción violenta (mientras más violenta, mejor) que, supuestamente, acabaría con las rémoras del indeseable pasado. Si se revisa la historia del mundo, se comprobará que las verdaderas revoluciones no han tenido como componente principal la destrucción de sus antecedentes y antecesores, sino, por el contrario, el haber encontrado mecanismos adecuados para imponer los ideales en juego dándole perdurabilidad y sustantabilidad a las reformas que se pretende instalar. Por eso, la Revolución de Mayo fue genuina y auténtica, más allá de todas sus debilidades, contradicciones, marchas y contramarchas. Por el contrario, la aún hoy venerada RF ha quedado reducida a un relato sesgado de los acontecimientos que provocó realmente, y a un discurso retórico, quimérico y falaz. Como lo anticipó sabiamente Tomás Moro (1478-1535) en su libro fundamental, las utopías sólo pueden existir en un espacio insular, en un territorio aislado del resto del mundo. Francia se encuentra enclavada en el corazón de Europa y, por consiguiente, los utopistas franceses fracasaron. Cuba, por el contrario, es una isla del Caribe donde, si bien la utopía se convirtió en una fenomenal estafa, el poder emergente de la revolución primigenia, aún perdura.



Atentos saludos



Gustavo Ernesto Demarchi

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 23/07/2009 - Modificar

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