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Secciones: Cuba Socialista -  Prensa / Medios comunicación

Título: La renovación de cargos en Cuba y el tiroteo en la solidaridad- Enlace 1

Texto del artículo:

La renovación de cargos en Cuba y el tiroteo en la solidaridad

Angeles Diez y Eduardo Hernández
Rebelión
www.rebelion.org

La renovación de los cargos en el gobierno cubano, la carta de Fidel Castro
calificando los motivos de esos cambios y la publicación de las cartas de
autoinculpación de dos destacados miembros de la dirección política del
país, han desatado en la solidaridad con Cuba un tiroteo ciego que es
necesario analizar para evitar lo que viene siendo una práctica habitual en
las izquierdas europeas: su constante atomización sobre cuestiones de
superficie y la renuncia a la reflexión y el debate.



De los múltiples artículos publicados y de las opiniones recogidas en
distintos ámbitos resumimos las expresiones más generalizadas: ¿Qué ha
pasado? ¿Qué hay detrás de estos cambios? ¿Por qué no se ha informado? Estas
preguntas no han sido exclusivas de los sectores próximos a la revolución
sino también de aquellos manifiestamente contrarios. Sorprendentemente, la
confusión nos ha colocado a todos en un mismo espacio: el vacío, -que como
todos sabemos tiende inexorablemente a ser llenado con juicios de valor-. Y
ahí nos hemos enfrascado, unos con mejor y otros con peor voluntad.



Las instituciones cubanas no han salido al paso del desconcierto, no se han
ocupado de llenar ese vacío; ¿tendrían que haberlo hecho? Lo único cierto es
que los hechos consumados han sido la única explicación disponible, lo que
ha dado lugar a la proliferación de hipótesis que han tomado las direcciones
más sorprendentes y contradictorias; y que han dado como resultado una nueva
fragmentación de la solidaridad.



Sin interpretaciones por parte de la dirección cubana (ni dentro ni fuera)
se han aventurado todo tipo de hipótesis: las que han destacado el hecho
generacional (cambios que supuestamente acabarían con pluralidad que añadía
el “valor juventud”) También se ha lanzado la hipótesis de que las
decisiones tomadas suponen una vía de dirección económica del país (vía
pro-china para unos, para otros vía vietnamita, apertura liberal en sentido
de búsqueda de eficacia económica en otros), también ha habido quienes
planteaban que se respondía a una opción de coyuntura frente a EEUU





Con este texto no pretendemos tipificar ni sancionar las múltiples
posiciones tomadas, por el contrario, creemos que habría que recomponer las
conexiones que nos coloquen en un nuevo campo de juego, más serio, más
consistente, menos folletinesco, así como dilucidar si, en esta situación
concreta, se ha producido un cambio cualitativo en las expectativas de Cuba
hacia la solidaridad, o de la solidaridad hacia Cuba –renunciando a un tipo
de solidaridad más exigente y menos personalista-.



Lo común a todas las manifestaciones publicadas ha sido que se trataba de
meras opiniones. No podía ser de otra forma, dado que no ha existido
información oficial sobre la que apoyarse.







También reflejaban el desconcierto de los amigos cubanos que no contaban con
otros datos añadidos y que no podían corresponder a los requerimientos de
mayor información, ya que ésta tampoco ha circulado por la isla.



Así las cosas, era casi natural que las destituciones y los comunicados
posteriores dieran lugar a una decantación de la solidaridad en torno a un
“problema de superficie” que ha desviado la atención respecto de los cambios
estructurales que se pueden estar produciendo en Cuba.



Unos han optado por manifestar su adhesión a la dirección del país, sin
cuestionar ni el fondo ni la forma, confiando en que haya habido razones de
peso que expliquen y justifiquen las medidas tomadas. La crítica a cualquier
aspecto formal o de fondo,- han considerado-, contribuiría a desestabilizar
la revolución y favorecería a sus enemigos. Como en tantas otras ocasiones
se ha antepuesto el criterio de que la mejor forma de defender a Cuba de la
guerra permanente en la que está inmersa es el alineamiento incondicional
con los datos oficiales, dado que la isla –es una realidad histórica
incuestionable- ha sido el buque insignia defensor del socialismo frente al
capitalismo. Algunos amigos cubanos también han optado por esta posición
pero por otras razones más pragmáticas: otorgar la confianza a la dirección
bajo el supuesto de que nadie mejor que ella sabe cómo abordar los problemas
económicos y de supervivencia cotidiana –como muestra la pervivencia de la
isla como país socialista- . Otros, han hecho explícitas sus críticas
–situación que rara vez se había dado en estos sectores que, hasta ahora, no
habían sentido la necesidad de hacerlas públicas-. Estas críticas se han
orientado fundamentalmente a los aspectos “formales” o de
“procedimiento”(falta de participación, ausencia de institucionalidad…)
Incluso se han “pedido explicaciones”, dejando traslucir la necesidad de
cierto reconocimiento por la dura tarea de defender la revolución cubana en
un contexto hostil y –a veces-, con un alto coste político, social y
profesional.



Ha habido una tercera posición menos evidente, la de aquellos que han optado
por no pronunciarse, y consecuentemente, hacer un repliegue discreto –lo que
tradicionalmente conocemos en nuestro país como “irse a casa”-. Para éstos,
no dañar a la revolución cubana, nace de la consciencia de que es lo que
tenemos –con sus contradicciones-, el único proyecto socialista que pervive,
y esta convicción pesa más que las presiones que reciben para pronunciarse.



Adoptando un distanciamiento sociológico, este cuadro es el resultado de una
izquierda ideológicamente heterogénea, organizativamente atomizada, dispersa
y sin conexión, que ha actuado de la forma que viene siendo habitual:
individualmente, siguiendo su propia intuición; sin posibilidad de
contrastar las informaciones ni de reflexionar colectivamente. Una izquierda
que abandonó el arma de la crítica, la reflexión colectiva, y optó por la
opinión frente a la razón. Ante cualquier realidad que demanda un juicio
político la salida no suele ser la búsqueda del consenso sino el
posicionamiento individual.



En esta lógica de contexto, lo más probable era lo que ha sucedido: se
desencadena el fuego en el campo amigo; solo que esta vez, agravado por el
transcurso del tiempo sin que aparezcan nuevos datos que permitieran
explicar, con el apoyo cubano, la posición adoptada.







Por otro lado, hace años que muchos intelectuales y militantes solidarios
con el proyecto socialista cubano han dejado de hacerse preguntas sobre la
compleja realidad cubana y se han conformado, demasiado a menudo, con las
respuestas estándar. No siempre fue así, ni por parte del movimiento de
solidaridad ni por parte de las instituciones cubanas que durante los peores
años del bloqueo siempre trataron de buscar un apoyo basado en la razón y el
conocimiento de lo que pasaba en Cuba.



Durante años y concretamente a partir de mediados de los ochenta, cuando se
percibieron los primeros síntomas de pérdida del apoyo soviético, Cuba trató
de no quedar aislada - formaba parte de su estrategia de ruptura del
bloqueo-. Hasta el 95 se optó por alimentar una solidaridad fuerte, basada
en el conocimiento de los problemas que enfrentaba la isla, se apostaba por
una solidaridad política y para ello era fundamental el conocimiento de los
problemas económicos, las características del poder político y las
implicaciones sociales de las medidas que se adoptaban. De la misma forma
que resistir la crisis económica iba a suponer medidas poco ortodoxas y se
necesitaba el consenso, la discusión, la reflexión y el análisis de los
cubanos, también se trasladaba esta misma necesidad de consenso a la
solidaridad y el apoyo externo. En el caso de España, a principios de los,
90 figuras destacadas de la política cubana, sociólogos, juristas, miembros
de las juventudes… emprendieron una campaña por todo el territorio arropados
por la solidaridad, para hablar del sistema electoral cubano, del sistema de
salud, de las políticas de juventud, del bloqueo. Por parte de los grupos
que hacían solidaridad hacia Cuba iniciaron campañas de “turismo solidario”,
se apoyaron publicaciones donde se debatía sobre los agropónicos, la
descentralización, las cooperativas básicas de producción, etc. No se
esperaba a ser informados sobre lo que pasaba en la isla sino que informarse
formaba parte de la práctica solidaria.



De modo que en los acontecimientos de estos días –la reacción de la
izquierda ante los cambios de gobierno y la reacción de los cubanos ante el
desconcierto- podemos constatar dos cuestiones de fondo: un universo de la
solidaridad terriblemente frágil y disperso; y una política cubana hacia la
solidaridad basada en la incondicionalidad.



Quizá pueda sonar algo pretencioso –a aquellos que piensan que de Cuba sólo
pueden hablar los cubanos-, pero el momento histórico en el que emerge esta
polémica “aparentemente superficial” sobre los cambios en el gobierno
cubano, es el contexto de crisis del capitalismo –sistémica o cíclica-, lo
que plantea una urgencia insoslayable: emprender o retomar, la batalla
intelectual por el socialismo.



Reconstruir, o construir en el caso de que nunca haya existido, una cultura
del debate sobre el socialismo tiene que ser una prioridad. Se ha perdido
mucho tiempo en reivindicar la paternidad del verdadero socialismo y en
posicionarse respecto de las decisiones de los otros; y no se ha dedicado
nada, o casi nada, ni de tiempo ni de cerebro, a analizar qué es un proyecto
socialista –allí en donde pensemos que esa opción está en juego-.



Como señala un sociólogo cubano, el pensamiento, para ser crítico ha de ser
un pensamiento en la frontera, en el borde, entre lo constituido y lo
constituyente, un pensamiento que se desarrolla en el margen (no marginal),
pero que tiene un horizonte, una brújula que señala siempre hacia un norte:
el proyecto socialista.



Estos días hemos sido impelidos hacia un terreno de juego equivocado: opinar
y juzgar sobre las decisiones del presidente cubano y de su líder histórico
Fidel Castro. De esta discusión no puede salir gran cosa, apenas un
ejercicio autocomplaciente de intelectuales que juegan a ver quién tiene
razón.



Desde nuestro punto de vista, el borde en el que tendríamos que habernos
situado, el campo de juego, es aquel en el que pudiéramos analizar, junto
con los cubanos, y desde la contextualización histórica del proceso, el
carácter de las medidas y/o cambios emprendidos por la isla en su transición
socialista.



Desde la retirada de Fidel como presidente de la república socialista de
Cuba, el ejercicio del poder, por un lado, se ha desdibujado, por otro, ha
perdido unidad el proyecto político –y esta puede ser una línea de
abordaje-. Ambos –proyecto y poder-, habían permanecido unidos en la gran
figura del líder histórico que concentraba autoridad y plena legitimidad
apenas desgastada con el paso de los años. Pero esta unidad del socialismo
cubano, también fue resultado de la compleja construcción del consenso que
siempre acompañó la práctica del gobierno y que ha supuesto la inmensa
acumulación de poder revolucionario que ha tenido la isla –un consenso que
se construía desde las instituciones pero también desde las organizaciones
de masas, desde el partido, desde los centros de trabajo-. La crisis
económica de los 90 dio lugar a medidas que se salían de la lógica
socialista de igualdad y equidad y que, como se comprobaría más tarde,
crearían importantes desequilibrios sociales, - la doble moneda, el turismo,
empresas mixtas…-; eran medidas “guerrilleras” para enfrentar la batalla de
la economía y que permitirían una acumulación necesaria para sostener el
proyecto de justicia social socialista. Para ponerlas en marcha se necesitó
el consenso de todo el país. Recordemos que el punto de partida del consenso
siempre está en el disenso (aquello en lo que no se está de acuerdo porque
no todos estarán igualmente afectados por las decisiones, no todos tendrán
las mismas respuestas…) Los mimbres del consenso son la discusión, el debate
y el tiempo necesario para poner a todos de acuerdo. Sólo la unidad que
resulta de la construcción del consenso puede calificarse como tal –su
opuesto es la unanimidad-. La política cubana de los 90 requirió, aun
planteándose con carácter coyuntural, de la aceptación de la mayoría de los
cubanos.



En los últimos años, ni la economía, ni las condiciones sociales, ni el
proyecto político, ni el ejercicio del poder, han permanecido congelados.
Todo lo contrario. La retirada de Fidel Castro de la escena política ha
hecho emerger la complejidad y las contradicciones de un proyecto que, como
dice la canción “lo hacen mujeres y hombres”. El análisis de estos cambios,
el diagnóstico de sus efectos, sus aportaciones o detracciones al socialismo
tendrían que ser el pan de cada día en la lucha por el socialismo, dentro y
fuera de la isla.



Entramos aquí en la segunda derivada del consenso: ¿en torno a qué hay que
buscar el consenso? ¿sobre qué proyecto se busca la unidad o se demanda
solidaridad?



Algunos de los cambios que tuvieron lugar durante la crisis de los 90 –a la
que se conoce como periodo especial-, puede que hayan dado lugar a
transformaciones de carácter estructural a pesar de su planteamiento
meramente circunstancial.







Algunas son evidentes como los cambios en los valores y expectativas de las
generaciones más jóvenes, menos condicionadas por la historia revolucionaria
del país que –quizá por la influencia del turismo, la sobreprotección de los
padres, la búsqueda de identidad propia…- comenzaron a sustituir el “ser”
por el “tener”. El propio presidente, Fidel Castro, percibió el calado de
este giro ideológico al poner en marcha la “batalla de ideas” y poner en
manos de los jóvenes recursos con los que intervenir en las políticas del
país. Otros cambios se constatan en la estructura socioeconómica de esos
años como el aumento de la pobreza que deja de ser una condición igualitaria
de la crisis y adquiere rasgos de desigualdad social –la doble moneda, el
acceso diferenciado a las divisas a través del turismo o las remesas, las
salidas al exterior de los profesionales…-. La doble economía abre camino a
la informalidad, un mercado paralelo que es subsidiario o parasitario de los
recursos estatales pero que, en las condiciones de crisis se hace
inevitable.



Los años 90 fueron un laboratorio. Años en los que se testó la fortaleza del
proyecto revolucionario cubano, años en los que se inventaron nuevas formas
de relación con la naturaleza, con las instituciones, con el trabajo.
Tiempos de escasez pero también de posibilidades. Los grandes logros
materiales y culturales, de la revolución se pusieron a prueba. La salud, la
educación y la cultura dieron muestras de estar a la altura de lo que se
exigía, a pesar de las disfunciones que creaban las medidas de
“supervivencia” resistieron la embestida sin apenas recursos –mostrando que
la disponibilidad de recursos materiales en la solución de problemas tiene
un carácter secundario respecto a la organización, el diseño y la
estrategia-. Sin embargo, la alimentación, la vivienda, el salario… ámbitos
en los que la revolución no había sido capaz de responder
satisfactoriamente, ni siquiera en los tiempos de bonanza, han sido
fuertemente dañados, afectando a su vez a las instituciones comprometidas en
estas áreas.



En los últimos años, tras la retirada del presidente cubano, se plantea de
nuevo el agotamiento del “modelo dual” que caracterizó el periodo de crisis.
Las distorsiones creadas por la “informalidad” que amenaza ser ya
hegemónica, se suman a la ausencia de transformaciones en la estructura
económica según parámetros socialistas; y si revisamos las propuestas que se
difunden desde los discursos oficiales1 las metas sobre las que planean las
medidas puestas en marcha tienen un carácter marcadamente economicista
(aumentar la eficacia productiva, incentivar la productividad, reforma de la
seguridad social, prolongación de la edad de jubilación, aligerar el exceso
de prohibiciones …) y pueden ser interpretadas en una lógica política que
desiste de resolver los problemas (vivienda, poder adquisitivo de los
salarios, productividad de las tierras etc.) por la vía del socialismo y
opta por la economía, o más concretamente, por el dinero, para abordar las
soluciones.



En este contexto es en el que planteamos el desdibujamiento del proyecto
cubano y dificultad para la construcción del consenso respecto de la
“transición socialista de Cuba”. Los años 90 y los primeros del nuevo siglo,
contaron con un gran consenso. La imagen que mejor pudiera ilustrar esta
etapa es la de un velero que para llegar a su destino tiene que aprovechar
la fuerza del viento en contra. Sin más recurso que sus velas, los marineros
y la habilidad del capitán, se navega en “bordadas”: las velas aprovechan la
fuerza del viento que entra de costado, se traza el rumbo que aparentemente
nos aleja pero nos permite avanzar, se vuelve a girar las velas para
rectificar el rumbo y seguir avanzando, siempre sin perder de vista el sitio
hacia el que nos dirigimos.



En estos momentos es difícil divisar el punto de llegada. Si el proyecto
socialista pierde sus bordes pues se difuminan en la toma de decisiones que
dejan de ser coyunturales, el consenso no encuentra horizonte posible.



Sin dudas todos coinciden en la necesidad de cambios estructurales. Pero
esta necesidad de transformación puede abrir el debate sobre el carácter
socialista de estos cambios o puede dar por supuesto (por la vía de los
hechos consumados) que la solución a las necesidades básicas (materiales) no
se puede resolver desde el socialismo.



En estos momentos, la pregunta relevante es si se está en vías de
construcción del consenso o por el contrario se busca la unanimidad; tanto
de los cubanos como de aquellos que defendemos el socialismo cubano.
Pensamos que posible, necesario, reconducir esta situación de desconcierto,
tanto dentro como fuera, abriendo los debates sobre los problemas que se
enfrentan y cómo se abordan. En el interior de Cuba hay mecanismos más que
suficientes para profundizar en la revolución, ya que hay un marco de debate
y análisis, de construcción de consenso que es el debate previo al congreso
del partido, lo más amplio, lo más profundo y lo más claro posible.



Fuera de Cuba, nuestra posibilidad y nuestra responsabilidad es dejar de
disparar al aire –con la banal esperanza de dar en algún blanco-, y fomentar
el análisis y la discusión, dedicarse a organizar la reflexión más que a dar
opiniones. Lo que pasa ahora en Cuba es el resultado de una historia a
contra corriente en la que Cuba ha sido la albacea de los principios
revolucionarios; si durante años, nos hemos apoyado en Cuba, ha llegado el
momento de hacer algún aporte. Nuestra responsabilidad no es juzgar a la
revolución cubana, sino trabajar en defensa de la revolución socialista
–allí donde pensemos que está en juego-, y sólo se puede hacer desde el
poder que genera la unidad y la crítica.

Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 25/03/2009 - Modificar

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