RECUERDO que en mis tiempos de asiduo a las tertulias del Café Gijón se
me explicó que escribir comentarios a los libros no resultaba tan arduo como
parecía: no era necesario leer los libros, en casi todos los casos bastaba
con leer el prólogo y el índice. De ahí se sacaba todo. Me dispuse a
hacerlo con «Y todavía sigue, memorias de un hombre de cine» -por andar
escaso de tiempo, no por falta de interés-, y me encontré con la sorpresa de
que el libro no tiene prólogo, ni tampoco índice, ni onomástico ni de los
otros. Pronto pude comprobar lo afortunada que fue para mí esta sorpresa,
porque me causó el gran placer de sumergirme en la lectura del libro, de mi
colega Bardem, placer que, recurriendo al truco de la picaresca literaria, me
habría perdido.
Pero debo consignar que la palabra «colega» me infunde cierto temor.
Porque, al fin y al cabo, ¿colegas, entre nosotros, no viene a ser lo mismo
que rivales? Ahí tenemos a Bardem y Berlanga, sin ir más lejos. En el caso
del director de «Calle Mayor» prefiero llamarle maestro, a pesar del aroma
taurino; o también, como apodo, «el camarada», ya que así le mencionábamos
muchos, sin necesidad de compartir su militancia; pues para nadie era un
secreto, ni en la transición ni durante los años de la tiranía franquista,
su adición al comunismo, y para algunos tampoco lo era su pertenencia al
partido.
Abro el libro y en la solapa leo: «Juan Antonio Bardem, director,
guionista, actor y productor...» y advierto que faltan datos, quizás por
ahorrar espacio, porque Bardem es mucho más.
Me explico: se está extendiendo la costumbre de, en cuanto alguien sabe
hacer más de dos cosas, llamarle «hombre del Renacimiento». ¿Cómo debemos
llamar, entonces, a este director de cine, escritor, productor, que puso la música
a una de sus películas, que dibuja las historietas de algunas secuencias, que
fue cómico en ocasiones, promotor y organizador de un partido político
clandestino, correo secreto, ingeniero agrónomo, campeón de natación, y, ya
rizando el rizo, comunista y ludópata al mismo tiempo?
Creía yo conocer a mi amigo y maestro Juan Antonio Bardem desde hace muchísimos
años, pero después de haber leído su magnífico libro de memorias, tengo la
certeza de conocerle ahora mucho más, de lo cual saco la conclusión de que
ha escrito el libro en un arranque -arranque muy mantenido-, de sinceridad.
Hacer presente el pasado, según nos dice en algún momento, es una de las
misiones que cumple el cine. Hacer presente el pasado es lo que para mí ha
tenido de mágico este libro, ya imprescindible para todos los que quieran
conocer uno de los aspectos más subyugantes de nuestro pasado inmediato. Y,
en muchos casos, un pasado que yo desconocía, aunque había andado por él,
pero sin los datos necesarios para fijarlo en la memoria. O sin la claridad de
visión de la que hace alarde el maestro Bardem.
En este viaje de vuelta -así puede considerarse «Y todavía sigue»-
Bardem nos revela no sólo algunos tejemanejes de la producción cinematográfica,
sino ciertos entresijos de un sector de la política española de los últimos
tiempos: el sector comunista, tanto en la clandestinidad como ya dentro de la
ley. En las abundantes y muy precisas páginas que dedica a este tema, el
camarada, el maestro, deja ver, con cierta dosis de autocomplacencia, no sólo
su conocimiento de la doctrina marxista sino su apasionamiento por ella. Creo
que para el lector común pero interesado por los problemas de la convivencia
entre los españoles estas páginas serán de gran interés; algunas podrá
leerlas como si se tratase de un relato de intriga. Es tan fuerte la
identificación del protagonista de estas memorias con la cuestión política,
que en algunos momentos da la impresión, sin pretenderlo, de que ha sido un
agitador político que ha utilizado el trabajo de director de cine como
tapadera.
Esa confianza en un ideal, tan mantenida, ese entusiasmo, es quizás una de
las razones de que al escribir sus memorias no parezca un anciano que recuerda
un pasado histórico, sino un joven, un joven que habla en presente.
Y tanto cuando nos habla del submundo de la política como del mundo del
cine, nos habla/escribe con un gran alarde de naturalidad. «Naturalidad»,
palabra muy usual en el lenguaje común de los cómicos. Esa naturalidad que
para sí quieren muchos actores, y que a algunos les resulta muy difícil,
casi imposible, conseguir, la tiene Bardem como escritor. Prescinde
deliberadamente de retóricas preciosistas y se entrega con extraordinario
acierto a una escritura natural y transparente.
Como alternativa a tanta sobriedad ofrece al lector, intercaladas en la
prosa, unas cuantas muestras de su estro poético. Algunas en las que el
reiterado entusiasmo, sin perder sinceridad, se ha transformado en
desgarramiento épico, como cuando dice, en uno de sus poemas más recientes:
«Yo os pediría, ahora mismo, -una bandera nueva y terrible».
Quizás a esa sinceridad se debe lo que me atrevo a llamar sabor amargo que
a mí, no sé si a otros lectores les sucederá lo mismo, me deja la lectura
de «Y todavía sigue». Es un sabor amargo pero satisfactorio, como el que
dejan algunos manjares y algunos licores exquisitos.
Después de haber leído las memorias del maestro, y de haber gustado su
sabor amargo, cierro el libro y ante mí tengo su portada. Me pregunto: ¿por
qué se ríe de una manera tan alegre este hombre? Hallo una respuesta: Juan
Antonio Bardem es hijo y nieto de cómicos. El instinto de fingir lo lleva en
la sangre. Pero hay otra posible respuesta. Repito la pregunta: ¿por qué se
ríe de una manera tan alegre este hombre? Respuesta: porque no se ha
traicionado.