República
Argentina
12 de octubre del 2002 |
Crisis en Argentina Estas
líneas han florecido bajo el influjo de la sempiterna pluma de Roberto
Arlt. Días atrás, en tanto pasaba la vista por una compilación de sus
magníficas aguafuertes porteñas, uno de los escritos, titulado El que
siempre da la razón, concitó mi atención. "Hay un tipo de hombre
que no tiene color definido", me decía Arlt en el inicio del artículo,
"siempre le da a usted la razón, siempre sonríe, siempre está
dispuesto a condolerse con su dolor y a sonreir con su alegría, y ni por
broma contradice a nadie, ni tampoco habla mal de sus prójimos, y todos
son buenos para él, y, aunque se le diga en la propia cara: `¡Usted es
un hipócrita!´, es imposible hacerle abandonar su estudiada posición de
ecuanimidad". Y añadía líneas más adelante: "Esta efigie de
hombre me produce una sensación de monstruo gelatinoso, enorme, con más
profundidades que el mismo mar. No por lo que dice, sino por lo que
oculta". De inmediato me vino a
la memoria el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá,
hombre seductor y dicharachero, afecto a la humorada y a un discurso teñido
de inofensiva propensión a la ecuanimidad; presa de un inexplicable deseo
de pertenencia al poder pero desprovisto de agallas; catadura de persona
decente y civilizada; aires de peronista melancólico y renovador. Hace
tiempo, interrogado acerca de su capacidad para permanecer en el poder en
tanto una serie de funcionarios perdían el puesto, o como canguros famélicos
saltaban de un despacho al otro, el ingeniero agrónomo Solá, entonces
secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca del gobierno de Carlos Menem
--cargo que ocupó por ocho años--, tornó popular un apotegma que en
todo político con ansia de perpetuidad sonaba acertado: "Para durar
en el gobierno, hay que hacerse el boludo". Hacerse el boludo, en
la atmósfera rioplatense, resiste, creo, infinidad de frases sinónimas:
hacerse el otario; mirar hacia otra parte; hacerse el sota; hacer la vista
gorda; silbar bajito; hacerse el tonto; etcétera, etcétera. Un desdén
que, conforme las circunstancias, puede resultar digno de un certero
sopapo, o, por el contrario, merecedor del aplauso, incluso de una buena
carcajada. Hay momentos en que a todas luces es aconsejable hacerse el
boludo. El muchacho va por una calleja con su novia, lóbrega medianoche,
y de pronto una barra de jóvenes robustos y ávidos de conversación se
interpone en su camino: "Che, vo", le dicen. "Por qué no
compartís ese culo con nosotros". En situaciones de esa índole,
bienvenido será el acometimiento de una repentina sordera. Hay, claro, casos
opuestos. Me refiero a ese hato de boludos de naturaleza irredimible que,
con esfuerzo sumo, simulan cordura, sensatez; raza imperecedera que hoy
tiene en el presidente Bush a su ejemplar más vivaz y acabado. En un estado de
profunda y letargosa boludez ha tenido que vivir sumergido el atribulado
ingeniero Solá para permanecer en uno u otro sector del poder a lo largo
de trece años, pues a su estada en el gobierno de Carlos Menem debemos
sumar su estada en el parlamento, representando, claro está, al
oficialismo. En tanto Menem indultaba a militares genocidas y a sombríos
fantoches como Aldo Rico; seducía a empresarios con alma de mercachifles
foráneos; incorporaba a su gobierno a los sectores más conservadores y
reaccionarios; se fundía en un abrazo con el almirante Isaac Rojas, acaso
el más emblemático de los enemigos del peronismo histórico; condecoraba
a Augusto Pinochet, besaba los carrillos de Lino Oviedo y a boca de jarro
reivindicaba la masacre cometida por las Junta Militares en la Argentina,
Solá se hacía el boludo. Menem echaba mano de cada una de las grietas
que ofrece esta democracia formal para ignorar los preceptos de la
Constitución y hacer de la Justicia un poder sumiso y obsecuente, y Solá
se hacía el otario. Menem se abandonaba a
la faena de las privatizaciones caprichosas e irregulares, entregaba del
manejo de la política económica a los ilustrados hombres del Fondo
Monetario Internacional, sorteaba con habilidad su parentesco o
familiaridad con personajes enlazados al lavado de dinero proveniente del
narcotráfico, y el ecuánime Solá se hacía el tonto. Mientras Menem
llamaba delincuentes a periodistas y opositores, y ampliaba el número de
miembros de la Corte Suprema con el excluyente objetivo de lograr la
aprobación legal de proyectos inauditos y, por lo demás, eludir
decorosamente toda denuncia penal en contra de sus amigos y funcionarios,
Solá contaba vacas y, desde luego, miraba hacia otra parte. En tanto
Menem abría las puertas del país a delincuentes internacionales como
Gaith Pharaon y Monzer Al Kassar, Solá pensaba en girasoles y se hacía
el sota. Haciéndose el boludo con destreza formidable, supo compartir ágapes,
reuniones oficiales, actos públicos, abrazos y copas con personajes de la
calaña de Víctor Alderete, Luis Barrionuevo, Armando Cavalieri, Domingo
Cavallo y Carlos Corach; Augusto Alassino, Antonio Erman González,
Roberto Dromi y Omar Fassi Lavalle; Hugo Franco, Carlos Grosso, Alberto
Lestelle, José Luis Manzano y Munir Menem; Matilde Menéndez, Ramón Hernández
y Armando Gostanián; Miguel Angel Vicco, Alberto Kohan, Eduardo Bauzá,
María Julia Alsogaray y Emir Yoma; Eduardo Duhalde, Alberto Pierri, Amira
Yoma, Adolfo Rodríguez Saa y Luis Abelardo Patti. En tanto Menem
despojaba a la política de su esencia, es decir, el debate, la
confrontación de ideas y proyectos, y la situaba en el único escenario
que dominaba a sus anchas, aquel regido por las leyes de la banalidad y el
entretenimiento, dejando en pie solamente el estuche, el pellejo, Solá
contaba peces de colores y boludeaba. En fin, mientras que
Menem nos hacía experimentar de manera impía el sentido físico, carnal,
de las palabras pesadumbre, hastío e impotencia, Solá se hacía el
boludo de manera proverbial y asombrosa. Llegó el año 1999,
su asunción como vicegobernador de Carlos Ruckauf, y entonces la boludez
cobró la magnitud de majestuoso arte: "Sí, Ruckauf es un nazi. Pero
así es la política. Solamente desde adentro se pueden modificar las
cosas". Un tipo de boludez, a fin de cuentas, que guarda íntima
relación con la hipocresía, es decir, con el fingimiento de cualidades o
sentimientos contrarios a los que de veras se tienen o experimentan. Ahora
bien, transcurrir la vida haciéndose el boludo con el único y excluyente
propósito de permanecer en el poder, en tanto ese poder al que se
pertenece devora, arruina y descuaderna un país, supera ya los límites
de la boludez común y ordinaria, habitualmente inofensiva, y comporta un
grado de verdadera complicidad, o una lisa y llana hijaputez. Contemplar a Solá
semanas pasadas junto a Estela Carlotto, encabezando la insondable marcha
contra la violencia y la represión que se llevó a cabo en la ciudad de
La Plata, me causó náusea. Durante doce cuadras, cientos de personas le
lanzaron furiosas invectivas, y Solá, claro, se hizo el boludo. ¿Hacerse
el boludo? Sencillo: una palmadita en el hombro de los policías que
asesinaron a los piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, y una
palmadita en el hombro de los padres de las víctimas; un afectuoso abrazo
con Alberto Pierri en un estudio de televisión, un reto a las patotas políticas
que Pierri comanda; marchar codo a codo con la presidenta de Abuelas de
Plaza de Mayo, y haberse hecho el boludo cuando el gobierno del que
formaba parte indultaba a los militares que se habían apropiado de los niños
que esas abuelas buscan, con desespero, por toda parte. Más allá de toda
interpretación, hay algo que sí queda claro: de tanto hacerse el boludo,
cualquier persona se convierte en flor de boludo. Difícil saber qué
principios estrambóticos imperan en el interior de Felipe Solá, en el
interior de los cientos de Felipes Solás que han plagado la política de
esta enflaquecida comarca sureña."¿Qué es lo que desenvuelve
dentro de él? ¿Qué tormentas?", finaliza Arlt. "No me lo
imagino... puede estar usted seguro que en la soledad, en ese semblante
que siempre sonríe, debe dibujarse una tal fealdad taciturna, que al
mismo diablo se le pondrá la piel fría y mirará con prevención a su
esperpento sobre la tierra: el hipócrita". |
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